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𝘾𝙖𝙥𝙞𝙩𝙤𝙡𝙤 𝙌𝙪𝙞𝙣𝙙𝙞𝙘𝙞

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El sonido de las olas me recordaba el eco de algo distante, un susurro que parecía querer advertirme de algo que no podía ver, pero que estaba ahí, justo al borde de mis sentidos. Sabía que Paul estaba cada vez más distante, y, aunque podía encontrar excusas para su ausencia, algo en mi interior me decía que esta vez era distinto.

Habíamos discutido el tema de las improntas hace solo un par de semanas. Aquella noche, él me había mirado con amor y, luego de un largo silencio, se limitó a estrecharme entre sus brazos con una intensidad inusual, casi desesperada. La calidez de su piel siempre me había sido reconfortante, como una promesa de seguridad, pero esa vez... había sentido algo más. Como si fuera la última vez que me abrazaría. No quería pensar eso, porque, a pesar de todo, seguimos encontrándonos tiempo después y seguimos saliendo como siempre.

Hoy, en la playa, esperaba en vano.

Cuando el frío comenzó a colarse bajo mi piel, me puse de pie, dejando que mi vista recorriera el bosque, los senderos... buscando una señal. Mis ojos, aunque acostumbrados a la oscuridad, no captaban el movimiento de su sombra veloz, ni su olor estaba impregnado en el aire. Paul no apareció.

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La casa de los Cullen era un contraste con La Push. Amplia, luminosa y elegantemente decorada, exudaba ese aire de tiempo detenido que siempre me resultaba fascinante. Había pasado muchas tardes con Rosalie y Emmett, conversando en su sala o jugando los videojuegos en los que siempre le ganaba a Emmett.

—Lía —me llamó Rosalie desde las escaleras, con esa voz que siempre lograba equilibrar la calidez y el distanciamiento.

La seguí hacia una habitación en la planta alta, un rincón tranquilo lejos de los demás. Parecía que quería hablar en privado, -o lo más que se podía dentro de una casa llena de vampiros- aunque no estaba segura de por qué. La expresión en su rostro, esa máscara de fortaleza que siempre portaba, parecía tener grietas hoy.

—¿Quieres sentarte? —me ofreció, señalando una silla junto a ella. Tomé asiento, tratando de leer su expresión.

—¿Ha pasado algo? —pregunté al fin, intentando que no se notara mi preocupación.

Rosalie suspiró, cruzando sus brazos, y por un instante la máscara cayó, mostrando una expresión que rara vez había visto en ella: vulnerabilidad.

—Oralia, sé que no es fácil abrirse... lo sé mejor que nadie. Pero no quiero que pienses que tienes que guardarte todo, o soportarlo sola. Estar cerca de los Cullen o de la manada de La Push no siempre es... sencillo.

Le sostuve la mirada, intentando comprender hacia dónde quería ir. Rosalie tenía una forma única de ser directa, aunque parecía que en esta ocasión, las palabras le costaban un poco más.

—A veces, las cosas pasan sin que podamos controlarlas —dijo finalmente, desviando la vista hacia la ventana, como si recordara algo que intentaba enterrar. Su tono cambió, volviéndose más suave.

Me quedé en silencio por un par de segundos. —Tengo miedo —expresé—. No sé si estoy enamorada de Paul, la verdad, pero sé que el cariño que le tengo es enorme. Y me da miedo que, desde que hablamos el otro día, ha estado más distante.

—Lo sé, cariño. Te he notado preocupada —me sostuvo una mano—. Pero no puedes preocuparte por lo que hay en tu cabeza y también por lo que hay en la suya —me dio un apretón—. Sé lo mucho que sufriste por mi hermano, no estuve ahí, pero me puedo hacer una idea, y no quiero que sufras así por Paul. No me cae bien, pero siempre te ha tratado como te mereces. No es bueno para ti que sobre pienses tanto las cosas, cariño, y creo que, para evitar toda esa incertidumbre, lo mejor que puedes hacer es hablar con él. Siempre ha sido honesto contigo, no creo que vaya a cambiar ahora.

La comprensión y la empatía en sus palabras me abrumaron un poco. Hasta ahora, siempre había visto a Rosalie como alguien distante, fría incluso, pero en ese momento vi a alguien con quien compartía más de lo que imaginaba.

—Gracias, Rose —murmuré. No era fácil para mí abrirme tampoco, pero siempre he sentido una conexión genuina con ella. Sus palabras calaron hondo en mí, y traté de ponerme en contacto con mi lobo. Pero Paul no respondió.

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La cafetera dejó de silbar justo cuando coloqué la última taza sobre la barra. La cafetería se encontraba tranquila, con unos pocos clientes dispersos entre las mesas, la mayoría concentrados en sus lecturas o escribiendo en sus portátiles. El aroma del café y la calidez de los libros me daban siempre un pequeño consuelo, un refugio que había construido para mí misma y que en los últimos días se había convertido en mi escape. Aquí, el silencio tenía peso, y el murmullo de las conversaciones bajitas llenaba el aire como una canción lejana.

Justo entonces, la puerta se abrió, y el sonido de unos pasos inconfundibles llenó el espacio. Era Jasper. Venía todos los días, sin falta.

—Buenos días, Lía —dijo con voz baja, y ese leve acento sureño que a veces lograba distraerme más de lo que me gustaría admitir. Aún hasta el día de hoy.

—Jasper, hola —respondí, intentando mantener un tono neutral, aunque sabía que él podía leer mi estado de ánimo con la precisión de una hoja afilada.

Él se acercó a la barra, con las manos en los bolsillos, y dejó un libro sobre la mesa. "Historias de mitología y folclore." Al parecer, había estado buscando algo para hablar, algo que le permitiera una excusa para acercarse.

—Pensé que podría interesarte... o distraerte, al menos —murmuró, notando que mis ojos recorrían el título. Sabía bien que había estado ocupada con algo más que el café, que algo en mi semblante había cambiado desde hacía un tiempo.

Asentí con una sonrisa pequeña, apreciando el gesto, aunque intentaba mantener mis pensamientos en orden.

—Gracias —respondí, tomando el libro en mis manos y hojeándolo despacio. Era un detalle que solía valorar de Jasper: él no se esforzaba en llenar el aire con palabras vacías; sus gestos siempre eran precisos y significativos.

Él se sentó en el taburete frente a la barra y pidió un café solo, como hacía todos los días. Si bien no lo consumía, le permitía pasar desapercibido. Durante unos instantes compartimos un silencio cómodo, mientras observaba a los demás clientes y las páginas del libro en mis manos.

—Lía... ¿estás bien? —preguntó, rompiendo el silencio con su tono suave, pero directo. Noté que su atención estaba fija en mí, y, por un momento, me sentí desnuda bajo esa mirada intensa.

—Sí... —dudé un segundo, sin querer mostrar más de lo necesario, pero incapaz de esconder el peso en mi voz—. Supongo que estoy bien.

Él asintió despacio, como si comprendiera más de lo que decía, aunque no presionó para obtener más respuestas.

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En la madrugada, entrenaba. Correr entre los árboles, moviéndome entre las sombras y practicando cada movimiento era algo que me mantenía concentrada, algo que me alejaba de los pensamientos en los que me veía atrapada últimamente. La soledad del bosque y la fría humedad de la madrugada me recordaban lo que era sentirme libre, fuerte y completamente dueña de mí misma.

Algunas noches, en mis entrenamientos, sentía como si Paul estuviera a mi lado, como si nuestra última conversación se repitiera en cada golpe de viento. Desde que había dejado de buscarme, su ausencia era como una herida abierta que me recordaba, en cada movimiento, lo que había perdido.

Una noche de luna llena, cuando volvía de uno de esos entrenamientos, encontré una nota en la mesa de la cafetería. Jasper había pasado de nuevo, dejando un trozo de papel arrugado entre las páginas del libro que me había regalado. La nota decía: "Para cuando necesites distraerte. Todos tenemos un refugio en alguna historia."

Era una frase simple, pero algo en ella lograba rozar justo el borde de mi sensibilidad. Jasper estaba ofreciendo su apoyo sin pedir nada a cambio, en su estilo casi inhumano de paciencia. No le respondí, pero guardé la nota, una pequeña muestra de que alguien notaba mi silencio.

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La fiesta de graduación de Bella estaba a solo unos días, y Alice ya había llenado la mansión de luces y decoraciones que transformaban cada rincón en un espectáculo. Aunque no estaba invitada directamente, Rosalie insistió en que fuera, "como una amiga de la familia," según sus palabras, y yo acepté. Quizás, en el fondo, solo buscaba una distracción.

Llegué temprano, mezclándome entre los rostros familiares que iban llegando uno tras otro. Bella, con su expresión tímida y algo incómoda, estaba rodeada de amigos y conocidos, y Alice no dejaba de bailar y moverse por toda la casa, llena de energía. Los Cullen parecían haber convertido la fiesta en un evento del año, con música y luces que transformaban la noche en algo mágico.

Al rato, Jacob llegó acompañado de Quil y Embry. Cuando él cruzó la puerta, algo en su semblante me indicó que tenía algo que no había compartido con nadie. Cuando Jacob se acercó a Bella, sacando un regalo de su bolsillo, esperé pacientemente a que terminara para acercarme. Cuando él se giró y me vio, la tensión en su rostro se intensificó.

—Jake, ¿has visto a Paul? —pregunté, intentando sonar casual, aunque mi voz no podía esconder del todo la tensión.

Jacob se giró, y noté que Quil y Embry se miraban con incomodidad, como si supieran algo que él no quería decir. Por un momento, los tres se quedaron en silencio, y la atmósfera pareció congelarse.

—¿Jacob? —insistí, esperando que él, al menos, me mirara a los ojos y dijera algo.

—Lía... —respondió Jacob con una voz baja, evitando mi mirada, su expresión rígida—. No puedo decirte mucho.

La respuesta vaga y esquiva fue suficiente para que mi frustración creciera. Algo estaba pasando, y no entendía por qué él no podía decírmelo.

—¿Está bien? —insistí, mi voz más firme esta vez. Pero antes de que pudiera responder, Alice bajó las escaleras como un torbellino, su expresión repentinamente alterada, con los ojos clavados en un punto que parecía no ver del todo.

Bella pasó por detrás de nosotros con una expresión preocupada en dirección a la Cullen más bajita. Los chicos y yo nos miramos y fuimos tras ella.

—Alice, ¿qué viste?

—La decisión se ha tomado —respondió.

—¿Qué ocurre? —intervinó Jacob.

—No van a ir a Seattle —afirmó Bella.

Alice negó con la cabeza. —No. Ellos vienen hacia acá.

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HOLAAAA. Sé que me demoré, lo sientoooo.

Estamos por llegar a los 3K de lecturas, que emocióoooon. 

Yo creo que en la noche hago una nueva actualización. Sólo quiero decirles que, probablemente, les haré llorar. 

Eso. Les quieroooo.


Poppy.

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