
𝘾𝙖𝙥𝙞𝙩𝙤𝙡𝙤 𝘿𝙞𝙘𝙞𝙖𝙨𝙨𝙚𝙩𝙩𝙚
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El cansancio del entrenamiento me envolvía por completo, pero algo más se estaba apoderando de mí. La sensación de haber hecho todo lo posible para prepararme para lo que venía estaba opacada por una tristeza que no podía disimular. La falta de Paul se sentía como un agujero en mi pecho, un vacío que ni siquiera el esfuerzo físico podía llenar. Aunque estaba acostumbrada a entrenar con los lobos, sabía que nada de eso me preparaba para enfrentar lo que había en mi interior.
Después del entrenamiento, me retiré al borde del bosque, donde el silencio me permitió despejar mi mente. No quería pensar en Paul, ni en la manera en que me había distanciado, pero los pensamientos no dejaban de llegar. Su ausencia me estaba consumiendo. Intenté concentrarme en el sonido del viento, en la paz momentánea que me ofrecía el lugar, pero entonces lo sentí, su presencia inconfundible.
Paul apareció entre los árboles, en su forma humana, y por un momento, lo observé desde la distancia. Sabía que venía a hablar, y aunque no quería escucharlo, también sabía que necesitaba saber qué pasaba. No podía seguir con esa sensación de incertidumbre.
—Lía... —su voz era baja, casi temerosa, y por primera vez, no era el Paul confiado que siempre conocí. Se acercó lentamente, sin saber si debía hacerlo o no, y yo me quedé allí, esperando a que dijera algo.
Lo miré fijamente. —No tienes que decirme nada si no lo deseas, —respondí, mi voz fría, pero mis ojos aún buscando alguna señal de la sinceridad que alguna vez vi en él.
Paul se quedó callado por un momento, su rostro tenso como si estuviera luchando contra algo interno. —Lía, no fue fácil, y me arrepiento de no haberte dicho nada antes. —Su voz temblaba ligeramente, y pude ver el dolor en su mirada.
Al principio no dije nada, solo lo observé. Las palabras que tanto había esperado escuchar no me llegaban de la manera en que imaginaba. El silencio entre nosotros se hizo denso, y una creciente decepción empezó a arder dentro de mí.
—No me hables de arrepentimiento, Paul. No me hables de promesas rotas. Si quieres hablar, hazlo, pero no espero más excusas. —Lo interrumpí, mi tono firme, incluso cuando el dolor me punzaba en el pecho. Ya no sabía si quería escuchar sus palabras o si solo necesitaba que él se fuera.
Vi cómo su expresión cambiaba, cómo su culpa se reflejaba en su rostro. Quería acercarse, pero se quedó allí, estático, como si temiera perderme por completo.
—Lo siento, Lía. No te mereces esto. Yo... —empezó, pero lo detuve levantando una mano.
—No sigas. No quiero oírlo. —No sé de dónde saqué esa fuerza, pero lo dije con una claridad que me sorprendió. La rabia, la tristeza, todo se desbordó de una vez, pero ya no quería escuchar más. Solo quería salir de allí—. No, espera. Necesito saber, tú... —dije, pero no pude terminar esa frase. Mis ojos se volvieron llorosos.
—Lía, lo siento... —su voz quebró al verme, llena de una desesperación que intentaba ocultar.
Lo miré fijamente, las palabras se me escaparon entre susurros. —Imprimaste en ella, ¿cierto? ¿En la hermana de Jake, Rachel?
Una pausa, una eternidad que pesaba entre los dos, antes de que él asintiera lentamente.
—...Sí —respondió con la mirada caída.
Algo en mi pecho se rompió, pero no podía dejar que eso me derrotara. Respiré un poco más profundo, intentando mantener la calma. La rabia me quemaba, pero la tristeza... eso era lo peor.
Con un leve temblor en la voz, dije: —Te deseo lo mejor, Paul.
Y una única lágrima recorrió mi rostro, cayendo lentamente, dejando claro que a pesar de todo, aún me importaba, aunque no podía seguir aferrándome a algo que ya se había ido.
Sin decir nada más, me di la vuelta y me alejé de él, sintiendo cómo la distancia entre nosotros aumentaba con cada paso. Mis piernas me llevaban sin pensarlo, mientras mi mente intentaba procesar lo que acababa de pasar. No podía seguir atormentándome con algo que ya no tenía remedio.
El bosque me ofrecía su calma, pero también me enfrentaba a la realidad: la batalla estaba cerca, y tenía que estar preparada. No podía permitirme ser débil, no podía dejar que mi corazón me desbordara. Todo lo que podía controlar era lo que estaba a punto de venir, y tenía que concentrarme en eso.
Quizás nunca sabría por qué Paul me había dejado en la oscuridad. Lo entendía, de verdad. Sólo... Hubiese preferido que fuera honesto, como prometió que sería. A pesar del dolor, algo dentro de mí me decía que ahora era el momento de ponerme por encima de todo eso. La manada y los Cullen me necesitaban, y no iba a dejar que mis propios sentimientos me arrastraran.
Así que, con el viento frío acariciando mi rostro y la sensación de una batalla inminente apretando en mi pecho, decidí seguir adelante. Y, aunque la herida en mi corazón no sanaba, sabía que el único camino hacia adelante era seguir luchando, sin importar lo que pasara con Paul o con los demás. Me tocaría sanar mi corazón completamente sola. Otra vez.
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La noche mañana había caído sobre el bosque, y la atmósfera estaba cargada de una tensión palpable. Habían pasado varios días desde mi dolorosa conversación con Paul, y aunque mi mente trataba de enfocarse en la batalla, algo seguía atormentándome por dentro. Sabía que debía mantener la calma, que la guerra contra los neófitos era lo más importante, pero el vacío que sentía era cada vez más difícil de ignorar.
Mis pies tocaban el suelo helado de la montaña mientras me posicionaba junto a los Cullen y la manada, al borde de un abismo que se extendía ante nosotros. La batalla había comenzado, pero los rostros conocidos ya no eran los mismos.
Miré hacia el horizonte, donde la primera oleada de neófitos comenzó a avanzar, y mi cuerpo reaccionó por instinto. Mis poderes comenzaron a tomar forma, como una oleada de energía que recorría mis venas, un campo de fuerza invisible que me permitió frenar el avance de varios enemigos antes de que pudieran alcanzarnos. Mi mente se concentró, el dolor de mi corazón desdibujándose en medio de la tensión del combate. El zumbido de mi poder llenaba mis oídos, y mis ojos no dejaban de moverse de un lado a otro, observando los movimientos de los vampiros.
Los neófitos eran rápidos, y su ferocidad era imparable. Atacaban sin pensarlo, sin dudar. Era como una marea de furia que no se detenía ante nada. La manada y los Cullen luchaban con una precisión que solo el entrenamiento y la experiencia podían otorgarles. Yo, por otro lado, no era una guerrera como ellos. Mis poderes no tenían la misma fuerza física, pero podía sentir la energía que brotaba de mi interior, esa chispa que me mantenía en pie cuando todo lo demás amenazaba con caerse.
De repente, uno de los neófitos se abalanzó sobre mí. Luché contra él, canalizando todas mis emociones tal y como Jasper me había indicado. La rabia me envolvía, pero tenía que usarla a mi favor. Era poderosa y protegería a mis amigos y al pueblo.
Tomé una respiración profunda y lo enfrenté con todo lo que tenía. Mi poder lo detuvo en el aire, a centímetros de mi rostro, y con un simple gesto de la mano lo lancé hacia atrás, estrellándose contra un árbol. Sin embargo, ese momento de calma fue efímero.
Más neófitos llegaron, cada uno más imparable que el anterior, y mis fuerzas comenzaban a flaquear. A pesar de mi habilidad para detenerlos, mi cuerpo no estaba hecho para este tipo de batalla. La fatiga comenzaba a nublar mi mente. La rabia, el dolor, todo eso que había estado reprimiendo durante días comenzaba a desbordarse. Un dolor profundo me invadió el pecho, y aunque intentaba mantenerme firme, el peso de mis emociones me estaba frenando.
La batalla seguía, y mis poderes ya no tenían la misma eficacia. Un golpe de un neófito me desvió, y caí al suelo con fuerza, el impacto resonando en todo mi cuerpo. Antes de que pudiera reaccionar, el mismo neófito se acercó rápidamente. Pero entonces, un grito a lo lejos me hizo alzar la mirada.
Jacob.
Lo vi aparecer entre los árboles, su cuerpo imponente, moviéndose con la velocidad de un lobo. Sin pensarlo, corrió hacia mí, empujando al neófito con su enorme fuerza, apartándolo de mi lado. Sin mediar palabra, su mirada me dijo todo lo que necesitaba saber: él estaba allí, dispuesto a protegerme. Mi corazón, aunque desgarrado por dentro, se sintió un poco más ligero al verlo. No había amor entre nosotros, no de la manera que alguna vez lo hubo con Paul, pero su presencia me daba la fuerza que no sabía que necesitaba.
Con un leve movimiento de cabeza, Jacob me indicó que me levantara. No necesitaba decir nada más. Juntos, luchamos codo a codo. Mi poder cubría a los enemigos, lanzándolos a un lado mientras él los desmantelaba con su fuerza. Era la única manera en que podía mantenerme en pie: junto a él, luchando.
La batalla finalmente llegó a su fin, y el silencio que siguió fue ensordecedor. Los neófitos habían sido derrotados, pero la victoria no se sintió como un alivio. A pesar de la victoria, la tensión no desapareció. No sabía si sería capaz de sanar, de superar todo lo que había vivido. Paul seguía en mi mente, y aunque sabía que ya no podía hacer nada por él, no podía evitar el dolor que seguía quemándome por dentro.
Miré a mi alrededor, a la manada, a los Cullen, y sentí cómo la soledad me envolvía, a pesar de estar rodeada de tantas personas. Sabía que había hecho lo correcto al quedarme, al luchar, pero la realidad era que la batalla más difícil no se libraba con los neófitos. Esa guerra, la que realmente me destrozaba, estaba dentro de mí. Y aunque la batalla había terminado, yo sabía que el verdadero desafío recién comenzaba.
Sin embargo, cuando Jacob intentó detener a un neófito que se lanzó de la nada contra Leah, su cuerpo ya agotado no pudo resistir el daño. El dolor lo atravesó por completo, y no pudo evitar transformarse de nuevo en humano debido a las múltiples costillas rotas.
Leah y los demás lo rodearon rápidamente, con Sam al mando, quien gritó:
—¡Tenemos que llevarlo ahora!
Con promesas de Carlisle revisándolo después, la manada se dispersó rápidamente, llevándose a Jacob entre ellos, sin tiempo que perder. La situación se había complicado más de lo esperado.
En ese momento, la quietud del bosque se rompió con el susurro de Alice.
—Ya vienen.
La manada, con Jacob a cuestas, se alejó rápidamente hacia el bosque, mientras yo me quedaba atrás, observando a los Vulturis. La tensión crecía, y la llegada de su guardia hacía que el aire se volviera pesado.
Me agrupé junto a los Cullen, incluyendo a Jacob y Bella, en una postura protectora.
La llegada de la Guardia de los Vulturi al claro fue inminente, pero sólo Jane, Alec, Dimitri y Felix se adentraron en el bosque, sus pasos firmes y sus miradas calculadoras. A pesar de que su presencia era aterradora, mi postura no vaciló. Sabía que si la batalla comenzaba, tenía el control.
Jane me observó con una sonrisa gélida, su poder de tortura palpable en el aire. No obstante, mantuve mi concentración.
—Increíble —dijo mientras ella y los demás retiraban las capuchas de sus cabezas—, nunca había visto a un clan escapar intacto de un ataque como éste.
—Tuvimos suerte —respondió el patriarca Cullen.
—Eso lo dudo.
—Parece que nos perdimos una buena pelea —habló su hermano.
—Sí. No con frecuencia somos innecesarios —levantó sutilmente las cejas en un gesto arrogante.
—De haber llegado hace media hora hubieran cumplido con su propósito —interrumpió Edward. Mientras, mis ojos no se despegaban de la guardia, atenta a cualquier movimiento.
—Que pena —respondió Jane sin sentirlo en absoluto—. Les faltó una —señalo con su cabeza a una neófita que los Cullen habían resguardado tras ver que no participaba de la batalla, sino que se había visto envuelta en todo esto contra su voluntad.
Jasper se ubicó protectoramente frente a ella, gesto que imité.
—Le ofrecimos asilo si se daba por vencida —dijo Carlisle.
—Tú no puedes ofrecer eso —la pequeña vampira se veía cada vez más asustada —. ¿Por qué viniste? —Los gritos de dolor de Bree se escucharon en todo el claro cuando Jane usó su don sobre ella—. ¿Quién te creó?
—No tienes que hacer eso, te dirá todo lo que quieras saber —dijo Esme.
—Lo sé —soltó a la niña.
—No lo sé —tosió Bree—, Riley no nos lo dijo. Dijo que nuestros pensamientos no eran seguros.
—Su nombre era Victoria. Tal vez la conocías.
—Edward, si los Vulturi hubieran sabido lo de Victoria, la habrían detenido —Carlisle miró a su hijo antes de volver sus ojos a la rubia—, ¿no es cierto, Jane? —La tensión podía sentirse en todos los que estábamos en el lugar.
—Claro —hizo un gesto hacia el vampiro robusto—. Felix —el hombre dio un paso al frente.
—No sabía lo que estaba haciendo —interrumpió Esme—. Nosotros nos haremos responsable de ella.
—Dale la oportunidad —respaldó Carlisle.
—Los Vulturi no dan segundas oportunidades. Ténganlo en mente —miró a Bella, quien estaba abrazada a su pareja—. A Caius le interesará saber que sigues siendo humana.
—Se eligió el día —respondió la humana.
Jane la ignoró—. Encárgate, Felix.
El vampiro más grande se encaminó a la vampira recién convertida que lloraba y suplicaba que no la mataran. Cuando terminó, los ojos de Jane volvieron a Bella.
—Ahora, ¿qué deberíamos hacer contigo?
—No harás nada, Jane, —dije con firmeza, observando a cada uno de ellos—. No importa cuántos sean, no ganarían.
Alec me miró, un destello de duda cruzando sus ojos. Dimitri y Felix intercambiaron una mirada, conscientes de lo que ya había sucedido en batallas anteriores.
El silencio llenó el claro por un momento, pero finalmente, Jane frunció el ceño y, con una mueca de frustración, asintió. Dio media vuelta y se alejó rápidamente junto a sus compañeros.
Al verlos alejarse, sentí una mezcla de alivio y tensión en mi pecho. Habíamos ganado esta batalla, pero aún quedaba mucho por hacer. Sin decir una palabra, me di la vuelta y me dirigí al lugar donde Carlisle esperaba para ir donde los Black. En mi interior, sabía que la guerra con los Vulturi estaba siendo aplazada.
Pero después de hoy, necesitaba un momento para estar en paz conmigo misma.
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Como prometí, aquí va el segundo capítulo de hoy. Disfruten.
Poppy.
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