Atrapados en la nieve (y mi apenante francés)
18 de Noviembre de 2014.
Recuerdo cuando estuvimos atrapados en la nieve con toda la banda dentro el autobús de gira por casi casi 60 horas; eso fue como...casi tres días.
Tuvimos que cancelar como tres conciertos. Ellos estaban preocupados y trataron de calmarse bebiendo tragos y tragos de Vodka. Paul, sentado frente a su laptop y con la guitarra en su regazo, estaba un tanto desganado —creo que en realidad estaba atravesando silenciosamente una especie de depresión— porque su novia y él estaban distanciados —tos, Helena, tos, Christensen, tos—. Daniel se hundió en su teléfono móvil para twittear todo lo que estaba ocurriendo escribiendo con sus delgados y nerviosos dedos a una velocidad sorprendente; Brandon quería seguirle el ritmo con los Twitts pero siempre terminaba quedándose dormido en el sillón; Sam prefería recuperar el sueño en su litera; y yo me dedicaba a preparar o improvisar unos postres con las galletas que ellos ya no querían porque se habían empalagado y unas conservas de fruta y gelatina que nadie ahí apetecía. Esos tipos eran tan raros.
Y fue gracioso, porque el primer día apenas pudieron creer que realmente estábamos atrapados allí. Creían que era un caso de frontera, porque estábamos en Buffalo ya entrando a territorio canadiense. Pero cuando se enteraron, cundieron caras pálidas…y aún incrédulas: ¿Qué íbamos a hacer ahora?
Apenas una media hora después de que recibimos la noticia, yo estaba mirando por la ventana con cierto desaliento y mucha preocupación la cantidad terrible de nieve que se iba acumulando afuera. Era como si estuviera en una escena de El Día Después de Mañana. Realmente estábamos atrapados en la nieve, en la carretera y tras una fila innumerable de vehículos.
— Bueno, arriba los ánimos. Saldremos de esta, lo haremos muchachos —entró Daniel a nuestra pequeña sala en el bus con una bufanda alrededor de su cuello ahogando su optimismo— ¡Vamos equipo! —exclamó dando palmaditas con sus manos.
Todos los demás lo miraron con una expresión sardonica; yo traté de sonreír un poco, pero la verdad me estaba muriendo de preocupación. Qué tal si no salíamos de ahí…NUNCA?!
— Iré por café ¿Alguien quiere? —dijo Daniel entonces.
— ¡Daniel, por favor! —le regañó Sam— ¡Vodka!
— Sí, maldita sea tenemos que conseguir alcohol —acotó Paul con preocupación.
— ¿No había una tienda, o algo así a unos kilómetros de aquí? —consultó Brandon— ¿Lo recuerdan? Creo que lo vimos…
— Sí, sí, estaba… Paul —miró Sam a Paul y éste captó rápidamente la sugerencia cuando comenzaron a ponerse de pie.
— Iremos por comida y alcohol antes de que esto se ponga peor—aseguró Sam—, y esperemos que no quede muy lejos.
— Iré con ustedes —dijo Brandon.
— Yo también —dije entonces.
Paul me miró raro y Sam se adelantó para sugerirme que mejor me quedara.
— No, tengo que comprar cosas —le dije con firmeza mirándolo a los ojos. Creo que entendió a lo que me refería.
— Está bien, pero…
— Esperen un momento —interrumpió Daniel—, tomen algo caliente antes de salir, se les congelará la sangre.
— ¿Nos preparas cafecito, Danny? —le consultó Sam sonriendo divertido y tomando su hombro cariñosamente.
— Sí, carajo, sólo esperen —sonrió Daniel.
Pasaron unos minutos y yo estaba otra vez acrecentando mi preocupación, sentada en el sillón, mirando por la ventana (sí, no hacía otra cosa) cuando un aroma a café captó mis sentidos y al mismo tiempo una voz dulce a mi lado me llamó:
— Señorita.
Alcé mi cabeza y miré inocentemente a Daniel, el cual sostenía una taza de café a mi lado. Ví sus cálidos ojos pardos revolotear por todos lados evitándome y le sonreí.
— Merci —le dije recibiendo el café; y entonces su mirada, repentinamente encendida, se encontró accidental y fugazmente con la mía. Yo ni siquiera sabía por qué o cómo se me había ocurrido responder aquello.
Bajé rápidamente mi ojos enfocándome en cualquier otra cosa porque estaba comenzando a sentirme extraña, casi se sentía como un mareo o una extraña enajenación a la realidad. Creo que aún estaba sosteniendo mi café como una estatua tonta cuando escuché a Sam en frente nuestro alzar comentarios graciosos:
— Oooh… olalá, enchanté! Comanta le vú! Tu parlé Francé!
Daniel se estaba riendo nervioso y yo, mientras sorbía mi café, le eché unas miradas de reojo para ver que se había ruborizado. Sus adorables cachetes de pequeño hámster estaban sonrojados y se reía tratando de ocultar tímidamente su sonrisa.
Yo también estaba tratando de no ahogarme pero no podía evitar sonreír, todo esto era demasiado lindo.
— Votre café est-il bon, mademoiselle? —me dijo Daniel de pronto, profundizando su tono de voz; yo, sobrecogida, apenas lo miré sonriendo con timidez y entonces comencé a fingir que tosia para no reírme o para no morirme de pena— Peut-être voulez-vous plus de sucre?
Tragué en seco y, sabiendo que esperaban una respuesta pero sin saber yo qué demonios responder, miré temblorosamente a Daniel desde abajo y solté un vergonzoso:
— Oui, s'il vous plait (?)
No lo aguanté más y me eché a reír junto a Sam. Hice el café a un lado y me arrincone en el sillón ocultando mi rostro, riéndome a más no poder. Podía imaginar el rostro sonrojado y reilón de Daniel con sus tiernos ojos mirando a todos lados; tan nervioso, tan fuera de sí, tan afectado emocional y gratamente…al igual que yo. Nos habíamos visto, mutuamente, por primera vez.
Los días enclaustrados pasaron con un distanciamiento entre todos nosotros —tal vez por la falta de una ducha— hasta que los bomberos nos rescataron y entonces ya no estábamos atrapados en el bus, sino en un hotel, esperando a que la frontera se abriera.
Y en medio de todo, unos ojos marrones cruzaban mi mente, se iban abriendo paso y clavándose muy profundo en mí. Una voz dulce…
Daniel hablaba francés porque había crecido en Francia hasta sus once años. Cuando llegó a Estados Unidos dijeron que tenía problemas con el lenguaje y lo metieron en un programa para mejorar su comunicación en inglés; por eso solía hablar como si las frases se le agolparan en la boquilla delgada de la garganta, rápido, divertido, como si su mente funcionara más veloz de lo que sus palabras pudieran salir; y, a veces… hablaba "en lenguas".
Así que yo suspiraba siempre tratando de entender por qué pensaba tanto en todo esto, y en por qué Daniel venía y huía siempre de mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro