Lo intrincado
Mientras esperamos sentadas en el móvil, intentaba consolar a Felicitas. Ella repetía sin parar que la gente del culto la había maldecido y que prontamente su madre y ella serían asesinadas.
De pronto comenzó a sonar mi teléfono, era Jethro, ya eran las cinco de la tarde y yo no estaba en mi casa para abrirle la puerta. Le expliqué al joven que tenía que retornar a su casa porque estaba muy complicada. Pero él insistió para que le diga lo que sucedía al fin. Le dije que había ocurrido algo muy espantoso y que temía por la vida de mi compañera. Él insistió con venir hasta el lugar del hallazgo, pero me negué, porque los oficiales nos habían dicho que aguardaramos en nuestras casas. Entonces les dije que llamaran por teléfono a mi casa, que Felicitas vendría conmigo.
Después de eso me puse de pie y me acerqué al otro oficial, le dije que el ex esposo podría haberla secuestrado, porque por culpa de la insolencia de su esposa lo habían desterrado de su comunidad en Lancaster, Estados unidos. Me preguntó como sabía todo eso y le conté lo que felicitas me había dicho de los tormentos que vivió en ese culto. Entonces le preguntaron a la joven si tenía el número de celular de su padre y ella manifestó que nadie usaba ese tipo de teléfonos en la comunidad.
La policía volvió a indagar y le preguntó si su madre tenía tarjetas de crédito, para averiguar si habría alguna actividad reciente. Felicitas dijo que su madre solo recibía una pensión y con eso vivía, que no tenía tarjetas, ni créditos.
A todo esto Jethro había llegado a la ruta, entonces les dije a los oficiales que esperaríamos en mi casa, por si habría alguna noticia.
—No tengo idea de lo que está pasando. Jamás había oído algo así —dijo Jethro después de retratarle los horrores que había pasado Felicitas.
—Lo importante es que no le pase nada a esta chica —aullé.
Felicitas estaba en shock, como si tuviese un ataque de pánico. Jethro la miraba distante, no obstante se ablandó al ver a una chica en ese estado de desesperación y la abrazó para brindarle su contención, a pesar de que Felicitas era una completa desconocida.
He de confesar que cuando volteé y vi a mi albañil en brazos de otra, mi corazón crepitó, como leña al fuego. Pero sin embargo me tragué mi orgullo para no parecer una persona desconsiderada.
La policía había dicho que irían a intentar localizar al marido de esta mujer. Entonces esperamos pacientemente el llamado de los oficiales. Pero el gran interrogante era saber donde esta la mujer.
........
Finalmente, al cabo de dos días recibimos la muy esperada llamada de la policía. Dijeron que habían encontrado la madre de Felicitas en un descampado, la mujer estaba maniatada con unos cables. Aparentemente había muerto por asfixia, y como habíamos anticipado, también encontraron al padre de la muchacha muerto.
El hombre oriundo de los Estados Unidos se había suicidado disparándose en la boca y habían encontrado su cuerpo en un baño de una estación de gasolina, junto a la ruta número seis.
Felicitas después de saber lo ocurrido con sus padres, lo tomó con absoluta valentía. Por mi parte, las cosas sucedieron en unos días, muy rápido. Nunca me imaginé este profundo e intrincado engaño y traición dentro del seno familiar de mi compañera. A veces la vida es tan singular e imperfecta como un acto del demonio. Vemos cosas, que no queremos ver.
Cuando ves algo como esto, te has cuenta lo que un ser humano puede hacerle a otro por culpa de una religión. Es algo bastante macabro, uno se pone a pensar que tan lejos una persona puede llegar con sus negatividad y sus creencias.
Ahora Felicitas le tocará el arduo labor de enterrar un secreto, una verdad que tendrá que olvidar para seguir adelante con su vida.
Llegué temprano al trabajo y ahi estaba ella con una mirada fría. Me dijo que había asistido al entierro de sus padres y que por una extraña ya no sentía miedo, dijo que se sentía libre al fin. Estaba aliviada, no percibí en sus ojos el dolor por perder a su madre.
—Desirée, necesito una depuración —dijo la muchacha.
—¿Qué significa eso? —dije.
—Es la eliminación de la suciedad, impurezas o sustancias nocivas de mi
alma —prosiguió con un tono apaciguador—. Necesito mantenerme a salvo.
Intenté reflexionar sobre lo que estaba hablando. ¿Será que quiere una limpia?
¿Un baño de ruda macho?
—Si algo puede ayudarme eres tú. No tengo amigas, no tengo a nadie, solo algunos familiares lejanos... Pero ellos no saben que mamá fue asesinada.
—La verdad que no te entiendo, pero ahora tenemos que hacer los labores de la casa.
Me parece que no van a despedir en cualquier momento y eso sería una pena, porque la paga es buena. Y si nos echan
¿A dónde vas a ir?
—No lo sé, supongo que le pediré ayuda a tu amigo —agregó Felicitas, mientras secaba las tazas de porcelana.
Lancé un resoplido de desaprobación.
—¿Tan rápido congeniaste con Jethro? — agregué ironicamente.
Intenté calmarme, pero un fuego ardió dentro de mí como si fuera una enfermedad, propagándose rápidamente.
—Así es, Jethro me dió su número de su teléfono móvil —exclamó Felicitas.
—Yo puedo darte refugio en mi casa — repuse.
Después de luchar inútilmente contra lo que quería ser Felicitas, finalmente logré calmarme. Mi intuición no era para nada buena.
.......
Era la mañana, y yo estaba en el toilette de servicio colocándome la indumentaria de trabajo. Estaba lloviendo mucho y tenía que llevar a la señora al odontólogo para que le hagan una placa de descanso para su bruxismo.
Palmira y Felicitas estaban en la habitación de la señora, encerando los pisos de parqué neoyorquino. Lo hacían de a dos porque una vertía la cera y la otra lo distribuía, para luego pasar la máquina enceradora.
—Palmira, fíjate que no quede demasiado resbaloso —susurré, para no despertar a la anciana.
—Buenos días Desirée —dijo Felicitas.
—Buenas... Hagan silencio y vengan a la mesa —dije con torpeza, sin saber exactamente lo que iba a decir—: vamos a tomar el té de frutas.
Las muchachas terminaron la tarea y se sentaron a la mesa con una actitud risible.
—¿Dé que estaban hablando? —pregunté.
—Es que Felicitas quiere hablar con sus antiguos amigos —completó Palmira.
—¿Ex amigos ¿Por qué?
Le dije que antes de volver a hablar con alguien tenía que esperar que sanen sus heridas. Y si eso funciona prontamente podrían comenzar hablar. Pero hablar con la gente del culto me parecía algo sumamente peligroso. No creía que vaya a funcionar.
Sin embargo, pensé que era el momento perfecto para aclarar sobre la tensión que había entre nosotras.
—Quiero hablar contigo Felicitas, porque vi que estás simpatizando demasiado con Jethro —dije—. ¿Ustedes también hablan por teléfono?
—En verdad tengo su número y es algo que hago de vez en cuando —continuó Felicitas.
—¿Te parece adecuado pedir hacer llamadas telefónicas para hablar con un hombre que ni conocés?
—No sé porque es un problema, yo no me tomo las cosas en serio —sentenció la castaña.
—Muy bien. ¿Por dónde empiezo? ¿Sabés que Jethro es mi amigo?
—No es que no me importe —exclamó Felicitas—. Tienes que comprender que él estuvo cuando mi vida era difícil.
—Felicitas, eso no es... compasión.
—Es que cuando hablamos me pregunta cosas como: ¿Cómo éstas? ¿Cómo te sentís hoy? y eso me hace sentir contenida.
—Mira hermana, tú eres buena, si Jethro te quiere a ti, te lo dirá en algún momento — inquirió Palmira después, todavía sin poder moverse y ni siquiera parpadear.
Felicitas la miró fijo y encogió los hombros.
—Supongo que no lo saben. Pero él me ofreció su ayuda para empezar de nuevo.
—¿Entonces quieres renunciar al trabajo y te irás te irás a vivir al departamento de él? —exclamó Palmira mientras servía el té.
—No —interrumpí—. ¿De dónde sacas esas ideas?
Palmira señaló a las maletas que se encontraban paradas a unos cinco metros de ellas.
—Jethro es de absoluta confianza y en cuanto a mí me concierne, él es una magnífica persona. Sin embargo no creo que esté hablando en serio contigo. Creo que eres ingenua.
—¡Felicitas acabas de conseguir este trabajo! —exclamó Palmira con el rostro enfurecido.
—Mi madre ha muerto... ¿Por qué no me dejan en paz? —inquirió la castaña asumiendo el papel de víctima.
Palmira asintió con un gesto regio.
—Felicitas, por qué no vuelas a los estados unidos y vuelves a hacer lo mismo que estabas haciendo antes de venir este país
—dije con un gesto de resignación—. Ahora siento que tú eres una causa pérdida.
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