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La desfachatez está de moda

  Después de ver a mi madre salir por la puerta, me quedó un sabor amargo en la boca. No podía compartir mi sentir con mis hermanos, porque aún eran pequeños y no irían a entender nada al respecto.

Esa noche me quedé despierta hasta el amanecer. Vi el alba iluminando mi ventana, hasta que oí el ruido de un auto afuera. Cerré mis ojos y fingí estar dormida. Mamá giró la manija de la puerta y entró de puntillas para que no crujiera el piso de madera.

Mi madre se acercó para ver si estábamos dormidos, percibí que se acercó a mi y me cubrió con una vieja cobija de lana. Me pareció, sin embargo, que mi madre olía a cigarrillo. ¡Dios me salve de esta!  Me consumió una rabia, de esas que nublan la mente y te dejan imaginando cosas erradas.

Abrí el ojo y vi que mi madre tenía alborotado el cabello y el vestido con el cierre de la espalda abierto. Me había propuesto lanzarle a mamá, todas esas palabras que tenía atoradas en la garganta, pero no le dije nada. No estaba lista, ni tenía el valor de advertirle que juntarse con Marga es más que peligroso, pero no me nacía, el hecho de desafiarla por primera vez en la vida.

Nosotros estábamos imposibilitados para huir de este barrio marginal. Tal vez era el destino, vivir a merced de la desgracia.

Mas tarde, esa misma mañana escuché mientras dormía, la voz de la vieja prestamista. Me puse de pie y miré por la ventana.

Mamá ya no gritaba, estaba hablando plácidamente. Hasta que vi que volvió a entrar a la casa y tomó su bolso de mano. Lo abrió sentada en la punta de la cama y sacó un pequeño fajo de dinero. Quedé estupefacta mientras la observaba. Me sentí confundida, llena de paranoias.

....

Durante los próximos meses, mamá se volvió íntima amiga de Marga. Siempre estaban bebiendo cerveza y fumando como chimeneas en la casa.

A pesar de vivir en este paupérrimo barrio, de este ha salido mi educación y he sabido desde siempre que esos hábitos son letales.
Siempre me mantuve en silencio, me ocupé de que mis hermanos menores se alimenten y estudien.

Mi madre llegó a un punto de que estaba ofuscada, perturbada pensando, vaya saber que cosa. Ya no pensaba con claridad, comenzó a confundir nuestros nombres, había dejado de cocinar y limpiar la casa.

Si bien subsistía a pesar de que estábamos venciendo la miseria, esa extrema necesidad de las condiciones mínimamente de la vida. También sentía la falta de una madre atenciosa y preocupada por nuestro bienestar, ya no era la de antes, sentí la carencia de el afecto que antes nos brindaba.

Eso me enfadó extraordinariamente y comencé a hablar con Xolotl, mi amiga del barrio. Le conté sin prisa y sin pausa, las calamidades que hacía mi madre.

Ella era hija de una pareja de mexicanos que inmigraron en este país, en busca de nuevas oportunidades, pero como no lograron su cometido, terminaron comprando una casucha, de una habitación, un comedor y un baño, hecha de ladrillos y cartón madera. No tenía aberturas, ni puertas internas,  ni ventanas. Usaban unas placas de madera o cortinas como tal.

Una noche de sábado, aprovechando la ausencia de mi madre y que mis hermanos estaban durmiendo, salimos a caminar. Caminamos bastante, como uno o dos kilómetros, hasta que nos perdimos. Sentí que me coleaba la desesperación, era como una asfixia lenta. Xolotl caminaba sin apuros, puesto que le había dicho a su padre que pasaría la noche en mi casa.

Hasta que comenzó a caer un aguacero y dimos la vuelta para intentar retornar al barrio. Mis alpargatas comenzaban a deshacerse y terminé caminando descalza por la acera.

......

Mientras volvíamos a mi casa, un sujeto comenzó a seguirnos. Parecía un muchacho de unos veinte y tantos.

—¿A donde van chicas? —preguntó tambaleándose.

—¡Qué te importa! —interrumpí con brusquedad.

Háganme el favor de acompañarme a mi casa —dijo en un tono más serio.

—¡Por qué no vuelves a la peda, pendejo! —gritó Xolotl apurando el paso.

Estaba muerta de miedo y mi amiga muerta de risa. El joven desistió y comenzó a apedrearnos gritando:

—¡Son unas putas mal cogidas! 

Sin embargo seguimos caminando sin voltear atrás. Vimos el arrebol de las nubes rosadas que comenzaban a ser iluminadas por los rayos del sol. Caminamos a toda prisa entre fríos y mojaduras. Cruzando barriales, con los pies helados, sin poder rendirme, estaba anonadada por el cansancio.

Después de unos minutos entramos al barrio. Caminamos entre los pasillos de la villa, tenía tanta satisfacción como pavor. En mi mente deseaba que mi madre no haya llegado a la casa antes que nosotras.

Dicho y hecho... Mamá estaba fumando, sentada en la mesa.

—¿Se puede saber donde estaban? — preguntó furiosa.

—Mamá, fuimos a tomar aire a la
plaza —agregó Xolotl nerviosa.

—¿A la plaza, bajo la lluvia?  —preguntó elevando una ceja —. ¡Acaso no usan la cabeza!

—Lo sentimos mucho —dije mientras tiritaba por el frío— ; volvimos despacio y calladas, sin tener noción del tiempo.

—¡Se van a agarrar una bronconeumonía! —chilló enfurecida— ¡Cambiense esa ropa húmeda antes que las mate! 

En la cara de mi madre, vi la duda, no sabía con exactitud si le mentíamos en la cara o no. Tanto como mi cara, por no saber ciertas cosas sobre su nuevo trabajo, entonces mi recelo tenía un origen más confuso, llegando a lo inextricable.

......

Pasaron los días y mi madre había cambiado su morfología notablemente. Estaba más delgada, los huesos de sus clavículas se notaban bajo la piel. Ya casi no comía. Su nuevo trabajo le había ocasionado algunos problemas.

Marga estaba sentada sobre un cajón de bananas, en la entrada de casa. Tenía un ridículo atuendo. Un pequeño vestido fluorescente, que acentuaba sus curvas como letrero luminoso.

—¡En este barrio de mierda no podemos hacer buena guita!  —exclamó Marga con su voz rasposa.

—¿Qué quiere decir usted?  —preguntó mamá mientras se sentaba en el borde de un macetón de malvones secos.

—Necesitamos parecer pastel —susurró la hija de la prestamista.

Explícate, querida —dijo mamá elevando una ceja— es que no entiendo ni pio.

—Pues nada, deberíamos ir al centro.

—¿A la zona roja? —preguntó mi madre absorta.

—Exactamente, ahí están los elitistas —dijo Marga mientras encendía un cigarrillo.

—¡No! —dijo mamá— es muy lejos y no puedo dejar a mis hijos solos durante tanto tiempo.

La maquillada muchacha, tomó su cartera diminuta y salió del pórtico de casa. Tambaleando su enorme trasero al son del bandoneón del tango que oía el vecino a todo ritmo.

Mamá pareció curiosamente impresionada con la propuesta de Margarita. Seguramente ahora tendría dudas y estaría temerosa por todas las clases de equívocos.

Palmira, salió al patio descalza y mi madre la regañó. Mi hermana dijo que no quería usar los zapatos, porque le apretaban los pies. Mi madre fijó la mirada al cielo, como un ave perdida que no sabe que rumbo tomar.

.....

La vi cuando se marchaba no sé adónde con Marga. Mamá parecía muy infantil arrastrándose bajo la falda de la pelirroja. Un aire meretricio estaba arruinando la vida de todos.

Comencé a sollozar en silencio y me puse a lavar la ropa que mi madre había dejado en remojo días atrás. Metí mis cálidas manos en un fuentón metálico del año del ñaupa.

Mis cuatro hermanos no distinguían lo que realmente sucedía. Solo se dedicaban a hacer las tareas de la escuela y cuando podíamos sintonizar y lograr ver algún programa de televisión se quedaban quietecitos tapados con unas viejas cobijas, mirando por horas.

Mientras refregaba la ropa, pensaba en la  desfachatez y la vulgaridad de mi madre, era realmente desconcertante.

El aroma a colonia inglesa barata se había mezclado con el olor a cigarrillo y había quedado impregnado en las fibras de la ropa que estaba enjuagando. El jabón al mezclarse con el sudor, despedía un líquido similar al vinagre balsámico y me irritaba la piel en un santiamén.

Todo era repugnante, pero mientras tanto acariciaba la idea de que esto terminase muy pronto con paciencia y tal vez algo de suerte.

Entonces resolví, asimismo, que cualquier cosa era mejor que pasar hambre. Me era posible persuadirla para conseguir libertar mi mente de pensamientos mundanos envueltos en desdichas.

Si mi padre estuviese vivo, definitivamente esto no estaría pasando. El tenía mucho carácter y en un tris le pondría fin a estas exhortaciones y escandaleras. Nunca dejé de sentir su presencia aquí en la casa.

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