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La artista

Estábamos en busca del progreso, finalmente habíamos llegado a la meta. Cuando todo llegó a su curso, sentí que estaba en un espiral. Para mí, la perseverancia y la buena suerte fue la salida.

Antes, por dentro reprimía tantas cosas, me consumía esa incertidumbre y no podíamos  dejar que las cosas trágicas arruinen nuestra vida. Todo era circunstancial, pero había que tolerar para avanzar.

Con mi hermana habíamos decidido contratar a un albañil que encontramos en las páginas amarillas.

Cuando se presentó en nuestra casa, se mostró agradable y confiable, también nos pasó un buen presupuesto por reparar las cañerías y los cimientos. El joven había dicho que el trabajo era simple pero no sabía con certeza cuantos circunloquios se requieren para que todo quede bien.

Dijo que se llamaba Jethro, se notaba que poseía una inteligencia clara, una facilidad de palabra que me dejaba pasmada, un hombre glorioso con buena figura y unos envidiables ojos azules.

Me sentí sacudida, por tener a un galán de telenovelas trabajando en casa. Intentaba evitar el contacto visual; pero todo era inútil: él era un vicio que se instaló en mi mente.

Lo observaba por la ventana de la cocina mientras pelaba papas en el fregadero. Verlo palear arena y cemento bajo el rayo del sol, me causaba curiosidad. Él era apto para la percepción de mis ojos, con una mandíbula marcada como un dios griego.

Un hombre que me atraía como un ideal, que le permitiría manchar mi reputación indestructible. Jethro, tenía una amabilidad exquisita, su naturaleza masculina, con esos rasgos cincelados debían contener la esencia.

....

En una casa cercana un par de dementes robaron, con un modus operandi muy extraño.

Una noche de domingo, Palmira y yo estábamos durmiendo, de pronto sentí que había escuchado que alguien golpeaba la puerta, me levanté asustada y vi por la mirilla a un hombre que no conocía frente a la puerta. Decidí no abrir y volver a la cama, ya que eran las tres de la mañana.
Sin embargo pasé el día en casa y me olvidé del asunto.

Decidimos salir a almorzar algo liviano con Palmira, a un restaurante que quedaba a solo dos calles. Comimos y decidimos que era hora de volver, pronto llegaría el albañil.

Cuando mi hermana intenta girar la llave, notamos que cerradura había sido forzada. Nos miramos aterradas y
abrimos la puerta.

Vimos a un joven de pie en la sala, robando nuestra televisión, al vernos entrar, éste se da a fuga aprovechando que la puerta estaba abierta de par en par. Palmira salió de la casa corriendo sin mirar adelante hasta se choca de cara con Jethro.

Le contamos lo sucedido y dijo que era muy extraño, que nunca había robos en esta zona. Suspiré asustada, nos sentamos en el sofá e incliné la cabeza en silencio y Jethro dijo que había unos chorros en el barrio, pero tenían un prototipo de robo, solo hurtaban piezas de arte.

—Ya me acuerdo: Tulio Lozano, lo vi en el diario.

—Nosotras venimos de la villa miseria...No tenemos plata, ni lujos, ni mucho menos piezas de arte.

Desirée, es solo su dinamismo. No tomes muy a pecho, puede que sea otro ladrón.

Óyeme —dije, y me puse de pie;  tal vez es el mismo individuo que golpeaba la puerta durante la madrugada.

—Tienes razón, mira si vuelve durante la noche —agregó Palmira.

—Oh, tendré que comprar una cerradura nueva —dijo Jethro.

.....

Estuvimos tranquilas los días posteriores al extraño incidente. Jethro permaneció más tiempo en casa, trabajando en la cocina.

De verás me impresionó con su habilidad para quitar y reemplazar las cañerías, lo hacia rápido y era muy prolijo.

Así pasaron las semanas. Palmira había cambiado eventualmente de trabajo, para reunir más dinero para comprar los materiales para sacar la humedad de las paredes. Había conseguido un empleo temporal como mucama, cama a dentro. Al mismo tiempo creí que seria buena idea invitar a pasar el fin de semana en mi casa a mis hermanos Ángel y Adolfo.

Teníamos pensado hacer un asado en el patio de mi casa.

Le conté los planes a Jethro, mientras le preparaba la jarra para el tereré.

Desirée, ¿Aún tienes miedo de quedarte sola durante la noche?

—Verás, estoy presa del delirio y tengo la llama de la desesperación encendida en mi pecho.

—¡Disparates! Debes olvidar el asunto, yo estoy aquí, para cuidarte, soy tu bienhechor.

—Sé que me tratas con familiaridad. Pero supongo que tú tienes una esposa y una familia real.

Desirée, es un caso complicado y una historia inusual —dijo bajando la mirada. Cuando me conozcas en profundidad lo sabrás.

— Oh, la vida esta llena de baches, es un suicidio paulatino.

—Verdad, bonita agregó y me sonrió mientras comenzaba a picar la pared de la sala. El amor es el impulso ciego.

—¿Acaso reprimes el hecho de tener un amor? —preguntó curioso.

—Nunca he tenido energía para soportar las penurias del amor.

—Digo, que puedes disfrutar de una amistad, intentar ser amorosa y compasiva.

—No lo sé, ya he perdido la fe, el amor no fluye naturalmente en mí.

—Un gran filósofo, declaró categóricamente: «Si el cielo y el infierno existen, yo quiero ir al infierno». ¿Sabes por qué? Para evitar estar con todos esos santos tediosos y poder tener un porvenir más entretenido.

.....

En la mañana había hecho la limpieza, pero de una manera más superficial. Sabía que la casa estaría polvorienta por algunas semanas o hasta que el albañil concluya todo el trabajo.

Tomé la manguera y comencé a refregar la vereda, con tanto frenesí que provocó que mi vecina se quedara mirando. Delia era una mujer rubia de piel blanca, de unos noventa años, viuda y sin hijos. Ella solía pasar horas, de pie mirando por el ventanal de estilo colonial.

De pronto oí un pequeño silbido, alcé la mirada y vi a la viejecita haciendo señas para que me acerque a conversar.

Me preguntó si era verdad que había sufrido un robo, le conté que afortunadamente no el facineroso no logró llevarse nada. Ella dijo que lamentaba el terrible ultraje, entonces le conté que me habían dicho que el hombre era un sinvergüenza, que tenía causas penales por robar piezas de arte.

—Oh, niña, que disgusto —dijo sinceramente la señora con una voz entrecortada.

—Delia, yo no tengo nada de valor y mucho menos arte.

— No puedo tolerar estas injusticias sociales —agregó temblorosa— te diré que te creo, pero tu compraste una casa que estuvo cerrada por décadas, con las puertas tapiadas y nadie pudo ingresar, hasta que el gobierno de la ciudad la puso en remate.

—Así es, doña Delia. La casa esta muy destruida, con mucha húmedad y muchos defectos por el paso del tiempo.

—¡Uff!, la casa debe tener unos cien años mínimo. Cuando yo nací, en los años '20, era la vivienda más paqueta de la cuadra —dijo con una sonrisa.

—Supongo que si, se nota que tiene estilo, lo percibi viendo los frescos del frente y las rosetas en las columnas.

—Bueno, décadas atrás ocupó esa casa una artista plástica. Ella era una persona bohemia, indolente, pero con una inteligencia clara y meditativa.

—Es bueno saberlo, a veces siento una energía positiva en la casa. Imagino que las excelsas obras de arte que esa artista producía, serían fascinantes.

—La mujer era un fenómeno, una natural viveza de su imaginación bañaba las retinas de todos los amantes del arte contemporáneo —dijo doña Delia, extasiada, con una mirada risueña.

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