Capítulo Veinte
N/A: Capítulo extra largo para agradecer el inmenso apoyo que le muestran a la historia. Originalmente iba a dividirlo en dos, pero... no quería hacerles esperar de más. Y sé que ya se los he dicho al menos 123911 veces, ¡pero nunca es suficiente! De verdad aprecio mucho sus comentarios, votos, y leídas. Me hacen muy, muy feliz. ><
Canciones recomendadas para este capítulo;
Don't Watch Me Cry - Jorja Smith
505 - Artic Monkeys
The Knowing - The Weeknd
Ribs - Lorde
Seigfried - Frank Ocean
(...)
La mañana siguiente, Nayeon se despertó con un extraño dolor arrastrándose por sus huesos y la sensación de pérdida desgarrando su pecho. No supo por cuánto tiempo se quedó en cama, pegando su rostro lo más profundo que pudo en las sábanas en esperanza de volver a encontrar aquel aroma agradable que días atrás había tenido tan presente a su lado. Su omega interior no paraba de quejarse, incómodo, sintiéndose desprotegido sin su guardián a su lado.
Una punzada proveniente de su brazo izquierdo la obligó a colocarse boca arriba en el colchón. Confundida, levantó la dolorida extremidad para averiguar qué estaba causando esos molestos aguijonazos y así, la realidad la golpeó en el rostro.
Marcas rojas con la forma de una mano que se había envuelto alrededor de ella adornaban la blanquecina piel de su antebrazo, las huellas de un agarre tan fuerte que dejó un rastro de pequeños hematomas azules y morados ya formándose debajo de la capa externa de su pellejo.
Entonces, los recuerdos de la noche anterior inundaron su memoria, como si aquel trazo de sangre coagulada fuera la llave que desbloqueaba la cruel verdad que se negaba a ver.
Tzuyu le había hecho esto.
Nayeon miró con una expresión en blanco la nueva rozadura que tendría que llevar por algunos días. Parte de ella se sentía desesperada, perdida, descubriendo que los esfuerzos que había hecho para hacerse accesible a otro alfa no sirvieron para nada ya que volvieron a lastimarla como siempre sospechó, pero la parte más grande de sí misma, la más fría, realista y cínica, no sintió nada más que una especie de entumecimiento gris al mismo tiempo que su cerebro le dijo las palabras.
Te lo dije.
Sabía que esto pasaría. Un alfa siempre sería un alfa, sin importar cuán dulces y amables parecieran ser. Sin importar cuán puro sea el brillo en sus ojos o cuán felices parezcan cuando hablaban de sus extraños pero encantadores intereses. Sin importar cuán cariñosos fueran, sin importar sus grandes y fuertes manos que decían todo mientras la abrazaban con la devoción de un amante desventurado, sin importar cuán desesperados estaban por ayudar y cuán atentos la escuchaban. Sin importar lo diferentes que parecieran de los demás.
Todos eran iguales.
No soy tu omega como para que me protejas.
Había dicho eso, pero, ¿qué tanto de sus palabras era verdad y qué tanto era solo efecto de la conmoción que le había causado el comportamiento de Tzuyu esa noche? La verdad era que su lobo aún llamaba por esa taiwanesa de ojos dorados, pero su cerebro se negaba a volver a los brazos de una alfa que le había gruñido, atreviéndose a usar la voz de mando en ella, una alfa que la había sostenido con tanta fuerza que dejó marca en su piel.
Tzuyu había prometido que nadie le haría daño. ¿Nayeon podía confiar en que la alfa la protegería del monstruo que seguramente se escondía en algún lado debajo de ese corazón puro? El mismo que, sin escuchar qué tanto la omega gritaba porque se detuviera, continuaba lanzando puñetazo tras puñetazo certero en el rostro del que algún día fue su abusador.
Y esos ojos dorados, tan suaves como lo fueron siempre cuando la miraban, rogándole silenciosamente que se quedara hacían un contraste demasiado grande con la fuerza que la mano de la alfa aplicaba sobre su brazo, robándole su capacidad de moverse o decidir por sí misma.
Dentro de Nayeon, su corazón y su cerebro mantenían una discusión acalorada en busca del control.
Sabes que no fue su intención.
No puedes saber eso.
Ella también está sufriendo.
No me importa.
Perdónala.
Olvídala.
¡Para!
La puerta de su habitación se abrió lenta y cuidadosamente. Al escucharla, Nayeon se colocó de espaldas a la entrada, mirando a la pared. No quería que nadie la viera de esa forma.
— ¿Estás bien, unnie? — una pequeña voz preguntó.
No tenía que voltear para saber la expresión en el rostro de Chaeyoung. Probablemente con sus cejas curveadas hacia arriba, un preocupado ceño fruncido bailando en ellas, y sus redondos ojos color rosado bañados en lástima.
Odiaba esa mirada.
— Estoy bien. No te preocupes por mí — ella intentó hacer que su voz sonara estable, pero cayó plana tan pronto como salió de su boca.
Chaeyoung hizo una mueca. Insegura de cómo proceder, se quedó por un momento aferrada al pomo de la puerta hasta que una idea iluminó el bombillo de su mente.
— ¿Quieres salir? Dahyun descubrió un restaurante de comida china muy bueno y... — empezó, sin molestarse en ocultar la emoción en su acentuado hablar.
— No tengo hambre — la apática respuesta llegó casi inmediatamente — Vayan ustedes.
El silencio se hizo presente en la reserva de la fría habitación por tanto tiempo, que Nayeon por un momento pensó que su amiga se había retirado tan silenciosamente como llegó. Sin embargo, todavía podía sentir una mirada fija en su espalda.
No eran muchas las ocasiones donde se encontraba tratando a sus amigas de esa manera indiferente, pero no encontraba las palabras para explicar las razones de su comportamiento, tampoco. Esperaba que Chaeyoung, quien había presenciado lo mismo que ella la noche anterior, fuera capaz de entenderlo.
— Está bien — un murmuro apagado detrás de ella rompió la afasia abrumadora — Si cambias de opinión, o necesitas algo... llámanos. Estaré justo al lado, en el dormitorio de Dahyun.
Nayeon no respondió, lo que ya era una respuesta en sí.
Cuando la puerta se cerró, Nayeon se encontró envolviendo su cuerpo delgado y débil aún más en las sábanas.
Ojos brillantes y dorados con la sonrisa de un niño pequeño quemaron en su memoria ardiente.
Sosteniendo su brazo magullado en su mano, una sola lágrima triste rodó por su mejilla, una que no se molestó en limpiar.
(...)
Golpes suaves provenientes del pasillo fuera de su habitación despertaron a la omega de su siesta. A pesar de haber estado durmiendo por lo que sospechaba que fueron varias horas, no tenía la energía para moverse, así que solo le dio un rápido vistazo al despertador eléctrico en su mesita de noche.
Apenas las seis de la tarde.
Sus cansados párpados se cerraron de nuevo, con la esperanza de caer en los brazos de Morfeo una vez más y dormir por el resto del día.
Justo cuando su mente estaba a punto de deslizarse en un sueño profundo, otra serie de golpeteos resonaron como un eco por todo el vacío apartamento, haciendo que de muy mala gana sus ojos volvieran a abrirse.
Nayeon se colocó una almohada sobre la cabeza, esperando que el sonido simplemente desapareciera ahogado por la suavidad que ahora tapaba sus oídos. Pero pronto se dio cuenta de que una almohada no era muy eficaz en bloquear ruidos tan insistentes.
Todos sus músculos se quejaron al unísono cuando, al tercer toque en la puerta, la exhausta omega no encontró otra opción que salir de la cama para averiguar quién, o qué, era el causante de perturbar su triste cabezada.
En un principio, no pensó más allá, suponiendo que Chaeyoung de nuevo ha olvidado la llave del departamento dentro. Con el ceño fruncido, sus cansadas piernas hicieron su camino hasta la puerta principal, sin molestarse en asomarse por la mirilla ya que la fatiga no le permitía pensar correctamente.
— Juro por Dios, Chae, la próxima vez que me hagas esto voy a...
Las palabras se quedan atascadas en su garganta tan pronto como los ojos de la omega se enfocan en la figura que ha estado esperando allí por más de diez minutos.
Y todo vuelve a la vez.
El enojo, la alegría, el alivio, odio y amor se arremolinan dentro del pecho de Nayeon al mismo tiempo, como un torbellino de emociones que amenazan con tragarla completa, porque Tzuyu está allí, parada detrás de la puerta con ambas manos detrás de su espalda mientras se balancea nerviosamente sobre sus talones. Ojos cubiertos de oro se iluminan con el resplandor del sol tan pronto como se encuentra con su contraparte lunar.
Nayeon no sabe cómo reaccionar. En algún otro momento, quizá dos días atrás, la omega no se lo hubiera pensado dos veces antes de correr hacia adelante, arrojándose a los brazos de la alfa donde se quedaría un buen rato disfrutando de la comodidad y seguridad que estos le brindan, moldeándose con ella hasta convertirse en una sola. Pero justo ahora, no puede.
Los muros que ha vuelto a levantar crean una barrera invisible entre ellas. Cada vez que se sentía de esta manera, desprotegida o en peligro, regresaban, más gruesos que la vez anterior.
Su instinto de supervivencia llega; con él, la máscara que ocultaba su verdadero sentir se coloca de nuevo sobre sus ojos.
— ¿Qué haces aquí? — las palabras se deslizan fuera de su lengua afilada, enlazadas con ese tono gélido que tanto la caracterizó por los primeros encuentros que tuvo con la alfa.
El corazón de Tzuyu se hunde. La frialdad e indiferencia en los ojos plateados de Nayeon le duelen más de lo que pensó ser posible, más que nada porque sabe que la única culpable del repentino cambio en la omega es ella.
— V-vine a hablar — Tzuyu murmura, luciendo también como esa insegura y nerviosa alfa que la había ayudado a regresar a su dormitorio esa noche bajo la luna.
Pero Nayeon ya sabe la verdad. Ya ha visto a la verdadera Tzuyu, y ya ha presenciado en primera fila lo que es capaz de hacer cuando pierde el control.
Entonces, ¿por qué su corazón, traicionero, no para de suspirar por ella?
Tzuyu puede ver el rechazo escrito por todo el rostro de la omega. La vacilación viaja en el aleteo de sus largas pestañas, y la alfa cree verla negar con la cabeza por un segundo antes de que la puerta empiece a cerrarse en su cara.
Con el corazón pesado, Tzuyu se dispone a aceptar la derrota. Ella está equivocada. Nayeon tiene la razón. Después de todo, ni siquiera se la merecía en primer lugar.
Algo dentro de su ser se remueve. No es justo.
No puede aceptarlo. No de esta forma.
Y en la fracción de segundo antes de que la cerradura haga click, la alfa se ve a sí misma empujando la puerta con uno de sus antebrazos para evitar que se cierre por completo. Es cuidadosa en no usar demasiada fuerza, pero de todos modos toma desprevenida a la omega, quien pierde el equilibrio y termina dando un paso hacia atrás.
La puerta se abre de nuevo. Nayeon debió haberse sentido enojada, incluso asustada, pero no lo hace. Los ojos de Tzuyu son los mismos. Cuando la omega los mira detenidamente, no ve nada más que a esa alfa dulce y vulnerable que ha llegado a conocer tan bien.
— Por favor. S-solo quiero hablar — Tzuyu suplica.
A pesar de que la puerta está abierta, la alfa no toma ni un paso hacia delante ni se mete en el dormitorio ajeno sin permiso. Solo se mantiene estática en el umbral de la puerta, con la misma expresión de cachorrito bajo la lluvia que derrite las defensas de Nayeon, esperando por permiso.
Nayeon simplemente no encuentra el poder en sí misma para negarse.
— Tienes cinco minutos — habla, obligándose a apartar la mirada para no embelesarse con la forma en que los orbes ajenos se iluminan cuando las palabras salen de su boca — No más.
La puerta se cierra detrás de ellas con un ruido sordo que rebota por todo el departamento. Es suficiente para sobresaltar a la omega al darse cuenta de su situación.
Solo eran ella y una alfa, significativamente más fuerte, más grande que ella, una alfa que podría perder el control como lo vio la noche pasada en la fiesta. Y, a su pesar, la ansiedad empieza a construirse en su estómago.
Hasta que un movimiento repentino le hace girar la cabeza.
Manos magulladas extendidas hacia ella le ofrecen un ramo desordenado de flores envueltas en papel transparente. Hay una pequeña nota en el arreglo floral, pero la omega no alcanza a leer lo que dice pues de inmediato, su mirada sube al rostro de la alfa.
Habían millones de palabras, pero ninguna en esos ojos dorados. Era una historia contada a un nivel más profundo.
— S-son para ti — Tzuyu menciona tímidamente — No sabía cuáles eran tus favoritas, así que te traje rosas.
El semblante de Nayeon no cambia. Pero en su interior, las emociones corren por sus venas con desespero, su corazón galopando en su caja torácica por el lindo gesto y expresión en la chica más alta. Con la cabeza ligeramente agachada y mejillas sonrosadas, Tzuyu no representa para nada la imagen de un alfa agresivo.
Pero sus nudillos rojizos, llenos de hematomas recientes dicen lo contrario.
Nayeon la mira como si el fuego de sus ojos hubiera sido rociado con agua helada, y en todo caso, hace que el plateado en ellos sea más pálido. Tzuyu no está acostumbrada a esa mirada, y la pone nerviosa. Quiere que la omega reaccione libremente como siempre, que le dé una respuesta, cualquiera, pero no lo hace. Como si acabara de meterse dentro de un caparazón invisible, volviéndose inalcanzable, inaccesible.
La omega aleja la mirada más lentamente, como si sus ojos estuvieran pesados, requiriendo un esfuerzo extra para moverlos.
Tzuyu está de pie frente a Nayeon, pero algo le dice que Nayeon, la real, no está allí con ella.
— No las quiero — la coreana declara, inexpresiva.
El rostro de Tzuyu cae. El atosigante silencio que le sigue a las frías palabras de la omega es tan fuerte que una vez que vuelve a reunir el coraje para hablar, se siente como si su voz llenara todos los espacios vacíos de la habitación. Golpeando las partes más profundas y escondidas del alma de Nayeon, que tiene que pretender que la mirada herida detrás de los ojos de la alfa no la hiere también.
— Oh — es lo único que dice, retirando sus manos extendidas mientras camina hacia el comedor, intentando no lucir desilusionada pero fallando en el intento — B-bueno, las dejaré aquí por si...
— Ve al grano.
Nayeon no mira a Tzuyu mientras habla. En lugar de eso, mantiene su mirada fija a la nada mientras se esfuerza para mantener su fachada, pues es lo único que la protege de romperse frente a la alfa que la mira con dolor.
Las manos de Tzuyu caen a sus lados. No puede evitar sentirse como si cualquier cosa que fuera a decir, será descartada por la omega, lo que la llena de impotencia y le hace pensar como si sus sentimientos, sus pensamientos, no fueran válidos. Esa apatía en Nayeon la mata lentamente.
Peor aún, la enoja.
Sus puños se aprietan rítmicamente a sus lados al mismo tiempo que sus ojos se endurecen. Está empezando a perder la paciencia y todo porque siente que la omega está siendo injusta, cortándole la oportunidad de justificarse a sí misma al estar tan atrapada en su propio dolor.
¿Qué no podía ver que esto también le dolía a ella?
— ¿Por qué actúas de esta forma? — la voz de Tzuyu suena silenciosa, con un tono extraño de fondo que Nayeon no puede entender.
La pregunta la toma tan de imprevisto, que Nayeon gira la cabeza hacia la alfa, confundida.
Tzuyu la mira con ojos severos, esos luceros dorados que alguna vez se habían sentido como su hogar, pero que ahora solo ardían con las justas acusaciones de un corazón herido. El color de sus orbes siempre le habían recordado al sol de la mañana, inspirándole una muy necesitada calidez a lo que era antes una noche fría, pero en ese momento eran simplemente escalofriantes. Cada músculo de su antes pasivo rostro está tenso, y sin decir ni una palabra parecía reclamarle por la forma en que le estaba tratando. En su mente, injustificada e irrazonable, en la de Nayeon, necesaria para su supervivencia.
— ¿En serio me estás preguntando eso? — Nayeon responde a su pregunta con otra, sin poder creer que la alfa tuviera el descaro de preguntarle aquello — ¿Después de tu escenita la noche pasada?
De nuevo, la omega había olvidado que Tzuyu era una alfa. Y con eso, venía un sentido de orgullo. Orgullo en saber que puede protegerla. Orgullo que estaba pisoteando en ese momento.
— No fue una escena — la alfa murmura. La forma en que habla le recuerda a Nayeon al siseo de una serpiente a punto de atacar, inquietante y peligroso. Como el humo de un volcán a punto de estallar — Yo solo...
Tzuyu pausa un momento, pasando sus largos dedos a lo largo de su cabello mientras una expresión de exasperación empieza a crecer en su rostro. No sabe cómo comunicarle a Nayeon que no está enojada con ella, sino consigo misma, quiere confesarle la verdadera razón por la que actúo de esa manera, decirle algo entre las líneas de "estaba asustada de verme a mí misma en él", o "todo esto me duele, porque me recuerda a mi infancia", o "veo a Elkie en ti, y desesperadamente quiero que todo el mundo me vea como una alfa buena."
Pero no puede, lo que solo aumenta aún más la frustración que se calienta a fuego alto dentro de su pecho. Y lo que sale de sus labios es solo una excusa, pero suena más como una acusación.
— Por Dios, él era tu abusador, Nayeon. ¿Qué querías que hiciera?
Los ojos de la omega se congelan como un lago en mitad del invierno, robando cualquier rastro de la suave primavera que algún día plagó los campos plateados de sus iris y dejando solo dolor en su lugar.
Por enésima vez desde la noche pasada, Tzuyu vuelve a sentir su corazón romperse. No es la forma en que quiso decirlo, como si estuviera culpando a la omega de algo que no podía controlar.
Envolviendo sus propios brazos alrededor de sí misma, Nayeon se da la vuelta, dándole la espalda a la alfa para no demostrar lo mucho que sus palabras la afectaron. Pero Tzuyu todavía puede ver el ligero temblor en sus hombros, y sabe que lo que acababa de decir desencadenó toda una ráfaga de recuerdos, memorias dolorosas que involucraban su pasado con Chanyeol.
La alfa se muerde la lengua, algo que quizá debió haber hecho antes. Dando un paso adelante, trata de tocar al ángel que está frente a ella y que está a punto de romperse, queriendo alcanzarla y decirle que no fue su intención decir eso, pero retrae su mano de inmediato. La distancia entre ellas solo parece haberse incrementado aún más, haciéndole sentir como si Nayeon estuviera fuera de su alcance cuando en realidad está justo frente a ella. El sentimiento es intenso, los muros invisibles que tanto se esforzó por derrumbar levantándose de nuevo con una advertencia colgando de ellos.
Y entonces, el rostro de la omega se gira lentamente.
Está ahí, Tzuyu lo sabe, pero es como si hubiera dado un paso atrás de la vida. Sus tiemblan a sus lados, con la necesidad de tomarla en brazos, consolarla, pero algo le dice que Nayeon no la dejará y que solo empeorará este lío en el que se ha metido.
La alfa siempre supo que su ángel escondía un dolor interno. Pero ahora, ese mismo dolor está presente por todo su rostro, y por el más mínimo segundo la omega se ve tan pequeña, asustada y herida, y maldición, Tzuyu no puede evitar sentirse como si todo fuera su culpa. Porque en el gran aspecto de las cosas, quizá lo era.
Pero la máscara se vuelve presente casi al instante, y la fría indiferencia emocional de Nayeon regresa. Su instinto de supervivencia se encarga de convertir la aflicción desgarrando su pecho en coraje, y ese coraje, en el combustible necesario para darle el valor de defender su posición.
Así que vuelve a apartar su rostro, rápidamente parpadeando lejos las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos. Y después, gira todo su cuerpo hacia la alfa.
La situación se da la vuelta en ese instante.
— Me prometiste... me prometiste que no volvería a pasar — Nayeon habla, tomando las cuerdas de la discusión.
Su postura ha dado un cambio de ciento ochenta grados, ahora con ojos acusadores y punzantes que atraviesan el cuerpo de Tzuyu como dagas. Hay un enojo contenido en su voz, uno que a diferencia del de la alfa, está justificado. O al menos, eso es lo que siente.
Pero el dolor aún danza sobre esos orbes plateados. Tzuyu puede palpar en carne propia lo traicionada que la omega se siente, como si el daño que infringió con sus acciones estuviera siendo redirigido, esta vez hacia ella.
— Me prometiste que no volverías a pelear de nuevo.
Me mentiste.
La omega toma una respiración profunda por la nariz, intentando recolectar sus emociones para evitar que se derramaran sobre ella.
Algo se está rompiendo, y ambas pueden sentirlo.
Es como si estuvieran caminando sobre un lago congelado, donde el hielo es demasiado delgado y pronostica un pronto derrumbamiento del suelo en donde se encuentran paradas. Con pasos cuidadosos, Tzuyu intenta desesperadamente encontrar el camino más seguro para llegar al otro lado, pero la omega presiona con fuerza la helada superficie bajo sus pies con sus siguientes palabras.
— Tzuyu, rompiste las reglas — esta vez, Nayeon no suena enojada. Suena herida.
La alfa se queda paralizada. No se atreve a hacer ningún movimiento en absoluto, porque si lo hace, siente que el hielo debajo de ella se romperá de una vez por todas.
Nayeon cierra los ojos, obligándose a recordar los eventos de la noche pasada cuando su corazón se vuelve débil por un momento, pues éste último, terco, prefiere ignorar todas las banderas rojas que admitir aunque sea por el más mínimo segundo que está equivocado. Que quizá la alfa que está frente a ella no es la indicada.
De nuevo, toma aliento, forzando las palabras fuera de sus labios.
— No solo lo golpeaste a pesar de que ni siquiera se estaba defendiendo, me gruñiste, tú... — a su pesar, su voz se quiebra. Pero ya no tiene la energía para detener la reacción de su cuerpo — Usaste la voz de mando en mí.
— Nay...
El sobrenombre es como alcohol sobre una nueva herida, cuando antes había sido música para sus oídos. Las lágrimas suben a los ojos de Nayeon de inmediato tan pronto como sale de la boca de la alfa, porque de repente es transportada a todos los momentos que pasó con ella, desde la noche en que la conoció, los pequeños gestos nerviosos de la alfa, lo respetuosa que había sido, lo valiosa que le había hecho sentir.
Pero también hay algo más. Todas las señales que no había notado en Tzuyu, pequeños signos de advertencia que había ignorado hasta ahora.
— No me digas así.
Nayeon ahora la está señalando con el dedo, aún más enojada y herida que antes, pero es entonces que los ojos de Tzuyu viajan más allá y la ven.
Horrorizada, la alfa se queda en blanco mientras se da cuenta de la marca adornando el brazo levantado de la omega, una hendidura roja con la forma de una mano. Sus ojos se ensanchan y su respiración se detiene, la comprensión de lo que ha hecho clavándose en su alma como una lanza de la culpa más aplastante atravesándola y abriéndola en dos.
No. No. No.
Ella la lastimó. Lastimó a Nayeon. Agarró su frágil brazo con tanta fuerza que su palma dejó una marca en la piel de porcelana de su ángel al que había jurado proteger, hirió a una omega, a su omega, cuando se suponía que era la encargada de cuidarla y amarla como nadie había hecho antes.
En su rabia, perdida en la necesidad de perdón, estuvo ciega a Nayeon, a los delicados pétalos de su corazón y alma. Asumió que estaba en lo correcto, golpeando la cara del que le había traído tanto dolor a la omega, cada vez más frustrada cuando se dio cuenta de que no tenía derecho a hacerlo hasta que Nayeon tuvo que físicamente devolverla a la realidad. Y aún después de eso, terminó lastimándola.
Tzuyu quiere dejar de existir en ese momento.
Nayeon se da cuenta de a donde ha viajado su mirada y de inmediato se cubre la nueva herida con su otra mano, sosteniendo el herido brazo contra su pecho.
La alfa, desesperada, se encuentra con los ojos de Nayeon. Y a pesar de todo, el corazón de la omega se hunde un poquito más.
El dolor de esos orbes dorados mostraba a la niña asustada que había dentro, la niña a la que le enseñaron a luchar y que estaba hambrienta del amor que se le había privado por tanto tiempo. Nayeon podía ver la culpa debajo de ellos, y su alma ahogándose en esta alfa que se había tallado a sí misma para adaptarse a un mundo de indiferencia.
En ese momento, mirando directamente a la alma de Tzuyu en esos ojos expresivos como los de cualquier niño, Nayeon supo que ambas, de maneras muy diferentes, querían lo mismo. Solo estaban perdidas, sin saber cómo llegar ahí.
Sin embargo, un ciego no puede guiar a otro. Y Nayeon decide que no puede ayudarla, no puede luchar contra el demonio con el que Tzuyu batalla, no puede liberarla de las cadenas del pasado que parecía arrastrar con cada paso que daba.
Por más que quiera, por más amor que se le de, una rosa no puede crecer si el suelo donde yace no está condicionado para permitir que algo tan delicado florezca.
Las palabras que Nayeon entonces pronunció con tan bien intencionada pureza desencadenaron algo en el débil orgullo de alfa de Tzuyu que provenía del miedo.
— Dijiste... dijiste que si alguna vez lo arruinabas de cualquier forma, me dejarías en paz.
No había calor en su voz. Pero de todas formas, Tzuyu sintió que todo su cuerpo quemaba con la frialdad que de repente se hizo paso por su pecho. Quiere hablar, pero su corazón se contrae como si alguien estuviera vertiendo cemento sobre él. Teme que si abre la boca, lo único que saldrá de sus labios son graznidos incomprensibles, excusas desesperadas para avivar de nuevo el calor dentro de Nayeon de manera que pueda alcanzarla a ella también.
Hay algo realmente aterrador en la idea de perder a Nayeon para siempre. Perder a su ángel. A su omega.
Pero no puedes perder algo que no es tuyo, y la alfa entonces cae en cuenta de que Nayeon no está en el mismo lago congelado que ella. Que todo este tiempo, ha estado por su cuenta. Nayeon se encuentra en las seguridad del otro lado, mirándola, como la meta a la que desesperadamente intenta llegar. Pero el suelo es demasiado resbaloso, demasiado frágil. No puede correr en él.
Todo se rompe a su alrededor, las piezas de lo que antes había sido la promesa de un amor que lucía tan completo clavándose en la piel de ambas. Este ilusorio juego del gato y el ratón, Nayeon no puede seguir jugando. Prefiere que esta inestable, extraña relación se quiebre en vez de ella, opta por dejar que todo el amor se convierta en cenizas o ella lo hará en su lugar.
Ella toma aliento. Y sus próximas palabras se clavan tan profundo dentro de la alfa, que teme dejar de respirar en ese momento.
— Tienes problemas, Tzuyu. Serios problemas. Y yo no puedo ser quien te arregle.
Tzuyu se ve pálida, como si le hubieran disparado tres balas en el fondo de su corazón. Aunque no eso no está tan lejos de la realidad.
Sabe que Nayeon tiene razón. Siempre lo supo. Hay algo profundamente mal dentro de ella, una semilla nacida de la ira pura plantada por aquellos que hicieron de su infancia un infierno viviente, un brote que empezó en la parte inferior de su estómago desde el primer día que vio a su madre llorar y que solo creció lentamente con cada día que pasaba. Regando esa hierba todos los días, simplemente se hizo más fuerte. Estrangulando sus órganos y lentamente creciendo, pero cuando finalmente notó que no podía respirar, ya era demasiado tarde. Había comenzado a trabajar en su corazón y continuaría creciendo hasta drenarla por completo.
Pero, también, Tzuyu sabe que no puede permitirse perder otra ancla en su vida. No es consciente de cuándo perdió el rumbo, de cuándo se hizo tan dependiente de Nayeon que siente que el mundo acabará solo con la amenaza de perderla. Y definitivamente no es sano, lo entiende, pero, ¿qué culpa tiene ella de estar rota?
Así que da un paso adelante, ansiosa de no irse.
— Seré mejor — habla, forzando su voz a ser positiva para convencer a Nayeon pero solo termina sonando desesperada — M-Me convertiré en una mejor alfa. Haré lo que sea. Solo, por favor...
No me dejes. Tú no.
Nayeon mira los ojos de la alfa una última vez.
No sabe por qué, pero el recuerdo de la primera vez que Tzuyu la acompañó a almorzar regresa a ella. El brillo de su mirada, los rasgos fuertes que había visto tan de cerca, la calma que experimentó solo comiendo un emparedado a su lado después de tanto tiempo de estar junto a un alfa, cómo había pretendido no darse cuenta de la adoradora mirada que Tzuyu le dedicaba cada vez que pensaba que no estaba poniendo atención. Sorprendiéndose a sí misma, dándose cuenta de que no le molestaba para nada que sus ojos dorados se posaran en ella, especialmente por que no lo hacían con malicia ni intenciones ocultas. Honestos y expresivos, como los de un niño pequeño.
Y justo como eso, como las memorias de una vida pasada, cada momento vuelve en un instante. Tzuyu ayudándola, incluso cuando ella la rechazaba. Tzuyu diciendo que se veía hermosa con lentes, solo para sentirse avergonzada al siguiente segundo. Tzuyu devolviéndole el amor al mundo en el parque de los cerezos.
Tzuyu abrazándola tan cerca, Tzuyu besando su punto de pulso, Tzuyu escondiendo su rostro en su cuello para inhalar su aroma.
Tzuyu, Tzuyu, Tzuyu.
Sus ojos queman con lágrimas. Esta vez, no se molesta en parpadearlas lejos, ni usar la parte posterior de sus manos para limpiarlas. Simplemente deja que su visión se vuelva borrosa, porque de esa manera no tiene que enfocar el rostro desamparado de la alfa que la mira con esos ojos dorados suplicantes.
Nayeon toma un paso hacia adelante en el lago congelado. Y con un firme pisotón fatídico, rompe el hielo debajo de los pies de Tzuyu, al igual que su corazón.
— Perdiste tu oportunidad.
En el pequeño momento tranquilo en que Tzuyu pelea por encontrarle sentido a la condena que se le ha colocado, ahoga su respiración y le cortocircuita la mente. Lo que una vez estuvo completo se hace añicos; donde antes había paz es vacío, ecos de un amor en el que puso su todo.
Tzuyu va a abrir la boca, decir lo que sea, pero su voz no está ahí.
Sin importar lo patético que suene, lo doloroso que podría llegar a ser para su orgullo, ella quiere suplicar, rogar, ponerse de rodillas y decirle que aún no están rotas, que su amor aún tiene sentido, pero conoce esa cara. Es la que Nayeon usa cuando sus oídos están cerrados y su mente ha puesto barreras a toda nueva información.
No importa lo que diga, solo la alejará más.
Nayeon vuelve a abrazarse a sí misma, llevándose una mano a la boca donde se muerde las uñas nerviosamente, haciendo todo lo posible para aguantar, para no romperse en ese mismo instante. Tzuyu quiere alcanzarla, pero tan pronto sus manos se mueven hacia ella, la omega se estremece, huyendo de su toque como si quemara.
— Q-Quiero que te vayas — musita, y a pesar de que no es nada más que un susurro bien podría haber sido un grito por la emoción que había detrás de esas cuatro palabras — Ahora.
No suena como ella en absoluto.
Tzuyu no se mueve ni un centímetro, y solo provoca aún más la frustración de Nayeon. En este momento, no puede soportar mirar a la alfa, ya sea porque está profundamente herida por sus acciones y la decisión que la obligó a tomar, o por el amor que todavía arde dentro de su pecho por ella, llamándola, suplicando por que vea más allá de su fachada y se dé cuenta de que, en el fondo, no quiere que se vaya.
Pero en cambio, Nayeon toma un paso hacia ella y la empuja con la fuerza de esos dos sentimientos juntos, echándola por el pasillo y fuera del dormit. Incluso cuando silenciosamente desea que Tzuyu la detenga, que intente poner alguna resistencia, la alfa no lo hace.
¿Por qué no me detienes?
— Nayeon...
Su nombre en los labios de la alfa nunca ha sonado más doloroso que en ese momento, mirándola con tristeza detrás del umbral de la puerta.
Nayeon quiere llorar. Quizá ya lo estaba haciendo, y por eso Tzuyu se veía tan triste, también.
Sus pensamientos y sus acciones no tenían sentido, contradiciéndose unos a otros.
No te vayas. No lo digo en serio.
Quédate. Quiéreme.
No dice nada de eso. En su lugar, mientras su corazón no se rompe, ni duele, solo deja de latir por completo, las palabras salen de su boca con la voz más débil y rota que se ha escuchado a sí misma usar, como si físicamente, lucharan por quedarse dentro de su garganta, desgarrándola desde dentro hacia afuera.
— Adiós, Tzuyu.
Y la puerta se cierra con fuerza.
Por un momento, Tzuyu lucha por procesar que eso está pasando, que justo así, todo ha terminado. Y es como si hubiera caído en un cactus y su corazón hubiera sido perforado un millón de veces con alfileres diminutos, al principio picando, pero ahora como si la hubieran dejado entumecida, ni siquiera con un poco de dolor, solo entumecida. No está sangrando, pero sabe que después de que lentamente comience a sacar estos objetos extraños, uno por uno, la sangre saldrá a borbotones.
Acababa de perderlo todo.
Y, sintiéndose derrotada, no puede hacer otra cosa que alejarse como un perro lamiendo sus heridas.
En el instante que el aroma a canela de la alfa desaparece por completo, Nayeon puede sentir como toda la fuerza que la mantenía en pie se desvanece. Sus piernas tiemblan, e intenta aferrarse a la pared, lo que sea, para evitar caer al piso.
El intenso sentimiento de pérdida en su pecho la deja sin aliento, como si alguien físicamente hubiera tomado una parte sustancial de ella que necesitaba para vivir. Sus pulmones arden mientras intenta desesperadamente aspirar suficiente aire para mantener la funcionalidad. Pero de repente se siente cansada, sus músculos se están debilitando y simplemente, ya no puede mantenerse en pie.
Pero tiene que hacerlo, y lo hace, con rodillas temblorosas haciendo su camino por el departamento, sintiéndose como si su corazón acabara de ser extirpado de su caja torácica.
Y cuando llega hacia la mesa del comedor, un ramo de flores maltratado la espera ahí. Las rosas solo le hacen sentir más desesperada, porque sabe que no están vivas, por más bellas que sean.
Dedos temblorosos toman la pequeña nota que yace en el arreglo floral. Con dificultad, sus ojos borrosos leen las palabras escritas en una letra desordenada, casi infantil.
Lo siento.
Nayeon agarra las flores, presionándolas contra su pecho al mismo tiempo que sus rodillas finalmente ceden. Este dolor insoportable que rasga sus adentros es solo otro indicador de la importancia de lo que ha perdido, de lo que ha escogido perder en para mantenerse fiel a sí misma.
Estoy haciendo esto por mí, se dice a sí misma.
¿Pero por qué duele tanto?
Su pequeño, débil cuerpo se derrumba en el suelo sin nadie que pueda atraparla a tiempo. Con la fuerza de sus sollozos haciendo todo su cuerpo temblar en espasmos dolorosos, Nayeon finalmente se rompe.
Y esta vez, Tzuyu no está allí para poner sus piezas de regreso en su lugar.
(...)
El pequeño jardín detrás de la escuela siempre sostenía una sorpresa en la palma de su mano todos los días, desde una oruga hasta algún escarabajo con algunos colores fríos y desconocidos. Los árboles que enraizan tan profundamente y alcanzan tan alto, que absorben la lluvia y traen los regalos del follaje verde sobre varitas marrones, son sus amigos, sus anclas en aguas emocionales. Ellos son la belleza, lo que trae serena reverencia cuando la pequeña Tzuyu necesitaba un escape de las llamas endemoniadas de su hogar. Su lugar seguro, donde simplemente podía olvidarse del infierno que vivía todos los días, donde no había un padre que la denigrara por cuidar de las plantas ni los distantes llantos de una madre que desesperadamente intentaba ignorar. Solo eran ella, la naturaleza... y Elkie.
O, bueno, hasta que la omega pronunció esas palabras.
Tzuyu... me voy a mudar fuera de Taiwán.
El cerebro de la joven alfa tartamudea por un momento, haciendo una pausa mientras sus pensamientos se ponen al día. La oración se repite como un disco rayado en su cabeza tantas veces, que teme que pierdan su significado por completo.
La Tzuyu de doce años, en su infantil e inocente mente, escoge ignorar la seria y triste expresión en el rostro aniñado de la omega, convenciéndola de que solo se trata de una cruel broma. Así que esboza una sonrisa desconcertada, negando con la cabeza mientras se acerca a su pequeña amiga.
— E-Elkie, no es gracioso — dice, haciendo todo lo posible para sonar alegre. En un esfuerzo de alivianar el ambiente, tomando con ligereza el brazo de Elkie y tirando de él — Anda, vamos, encontré una roca con unos insectos muy geniales que...
Sin embargo, la omega de ojos azules no se mueve con ella, plantando sus pies firmemente en el suelo. Tzuyu se da la vuelta, aunque demasiado lento como para ser normal, aún sosteniendo la delgada extremidad de su amiga.
— Hey... e-es una b-broma, ¿verdad? — Tzuyu intenta que su voz sea alegre, convenciéndose a sí misma de lo que dice es verdad, pero su tartamudeo delata en realidad lo mucho que esa simple oración amenazaba con sacudir su mundo.
Pero la expresión de Elkie es suficiente para comunicarle la verdad. Ojos oceánicos se inundaron de pura angustia, sin mirarla a ella, sino al piso, como si estuvieran avergonzados, o tal vez asustados, de sus próximas palabras.
— Nos vamos mañana.
El mundo se detuvo sobre su eje, y no de la buena forma, mientras Tzuyu luchaba por interpretar el hecho de que al día siguiente, Elkie, su mejor amiga, la única compañía que tenía en realidad, desaparecería así como así detrás de las nubes y lejos de ella. Sin siquiera darle el tiempo de prepararse.
En los momentos de su aturdimiento emocional, cuando se da cuenta de que le tomará tiempo a su cerebro encontrar las palabras para expresar adecuadamente lo que siente, si es que lo logra, la alfa solo puede armar una oración.
— ¿P-por qué tan de repente?
Era extraño ver a Elkie usando otra emoción que no fuera pura alegría en su rostro, y Tzuyu se da cuenta de que en realidad, nunca antes había visto a su pequeña amiga triste. Siempre era ella la animada, risueña omega que vestía esa característica sonrisa adornada de frenillos, y quizá es por eso que el estómago de Tzuyu se revuelve cuando nota las lágrimas en sus ojos azules.
— Papá dijo que el trabajo salió de imprevisto... y en serio necesitamos el dinero — su voz es lenta y baja, con ese tono dócil y pasivo que usaba cada vez que hablaba en serio. Lo que no era muy seguido.
Elkie estaba triste. Y Tzuyu se sentía como una egoísta por pensarlo, pero, ¿no era eso una buena señal? Significaba que ella tampoco quería irse, casi tanto como Tzuyu no quería que se fuera.
Las palabras que entonces salieron de su boca sonaban demasiado optimistas, de una forma casi exagerada.
— Quédate. No tienes que ir si no quieres — declaró, sus orbes zagales brillando con una esperanza tan fuera de lugar que solo ponía a Elkie aún más triste.
— Tengo que ir, Tzuyu. Es mi familia.
Familia. Era cierto. Elkie tenía una familia, una de verdad, con padres amorosos que nunca se atreverían a poner una mano en su hija. Una familia de ensueño, que tenían días familiares, que intercambiaban sonrisas todos los días, que tenían chistes internos, que se preocupaban, que amaban de verdad.
En cambio, ¿qué tenía ella?
Sus ojos se cerraron con fuerza. Una mueca de dolor se hizo presente en su joven rostro, recordando el infierno del que se había escapado ese mismo día. Deslizándose fuera del agarre de su padre y corriendo lo más rápido posible, un escape temporal, que sólo empeoraría su castigo una vez que llegara a casa.
Solo para que el ciclo se repita una y otra vez los días siguientes, pero con una gran diferencia: la ausencia de Elkie. El único rayo de sol en su vida.
— Tú eres mi familia — sale de sus labios de forma desesperada, sin siquiera pensárselo dos veces. Era la verdad.
El peso bajo su mano se sentía más denso, y sin embargo, allí estaba ella, negándose a soltarlo. De alguna manera, algo dentro de su inexperto corazón tenía el presentimiento de que la despiadada oscuridad que la rodeaba la arrastraría en el momento que se separara del brazo de la omega.
— Elkie, yo... eres todo lo que tengo. Por favor, no me dejes. Por favor.
Un destello de dolor crudo y áspero brilló en los ojos de Elkie. No se suponía que era así como pasaran las cosas.
Era demasiada presión para una niña de doce años.
— Y-ya me tengo que ir — es lo único que la menor responde, intentando quitar la mano que apresa su brazo.
El corazón de la alfa aún late, pero contra un pecho que se siente vacío. Sus ojos aún ven, sin embargo, el mundo que está tan cerca a su alrededor parece muy lejano. Y su mente comienza a cerrarse, sin querer pensar más. Sin estar dispuesta a aceptarlo.
Cuando encuentra el poder en sí misma para hablar, se pone pálida, sus labios casi azules en ese loco calor de verano. No parece darse cuenta de que su mano se aprieta con fuerza en el brazo de la omega.
— No. No te vayas.
— Tzuyu, p-papá me está esperando.
Sus manos se mueven como si una persona sin experiencia los estuviera controlando de forma remota y sus ojos están muy abiertos, mirando directamente a Elkie, pero no realmente. Es por eso que no nota el chispazo de miedo alzarse en los ojos de su amiga.
Tzuyu, teniendo doce años apenas cumplidos, poseía mucha creatividad. Su mente vagaba y vagaba, soñando despierta todos los días de su vida para ignorar su más triste, gris realidad. Imaginación que debería haberse vertido en obras de arte infantiles para colgar en las paredes o en juegos inocentes para jugar con sus amigos, pero que en su lugar, estaba siendo usada para maquinar soluciones irreales a una situación de la que no podía escapar.
Prefiere vivir en negación que pasar un día más soportando los abusos de su padre.
— Nos escaparemos, haremos una nueva familia — habló de una manera obsesiva, falsamente optimista, que estaba empezando a ponerle los pelos de punta a la pequeña omega — Tú y yo. Soy alfa, puedo protegernos.
Elkie toma un paso hacia atrás, o al menos eso intenta, pero no sirve de mucho cuando la alfa que lentamente está perdiendo la cabeza en su crisis emocional sostiene su brazo con tanta fuerza.
— N-no...
Tzuyu no escucha. Demasiado ocupada intentando convencerla de aceptar su absurda propuesta, sus oídos se han cerrado por completo.
— Será difícil, pero prometo que puedo hacernos felices. C-cuidaré de ti, de nosotras, y v-viviremos lejos, donde nadie pueda hacernos daño.
Donde nadie pueda hacerme daño.
Las palabras suenan ridículas incluso para sus propios oídos. Hace una pausa, suspirando, y el agarre que tiene sobre el brazo de la omega se relaja un poco.
No tiene sentido, y en el fondo, lo sabe. Elkie se va a ir.
Elkie se va a ir. Elkie se va a ir.
Sus ojos se llenan de lágrimas, y baja la mirada, apretando sus dientes con fuerza. Tan solo tenía doce años, se suponía que su mayor preocupación debería ser qué programa infantil vería durante el almuerzo, no esto.
La voz de Elkie llena sus oídos, suave y dócil. Solo lo empeora aún más.
— Tzuyu, no puedo hacer eso — la joven alfa se estremece ante el comprensivo, tierno tono que adornaba las palabras que rompían su corazón con fuerza — Yo... yo no te amo de esa forma, y sé que tú tampoco lo haces. La luna no se equivoca, quizá mi destino no está aquí.
Tzuyu alza la cabeza, mirando directamente los dos zafiros de su mejor amiga. Su única familia. En ellos, podía ver toda la honestidad en sus palabras, y lo difícil que estaba siendo para ella pronunciarlas. Ojos azules que después de ese día, no vería de nuevo. Ya no habría discusiones alegres sobre qué insecto es más genial que el otro, ni sonrisas que intercambiaban travesuras maquinándose en sus inocentes cabezas, ni el cobijo de una familia que no era la suya pero le daba la calidez y seguridad que le faltaba a la verdadera. Ni siquiera un abrazo de despedida. No era justo.
En lágrimas, la alfa silenciosamente pide ayuda.
— ¿Y qué hay de mí? — su voz que ni siquiera se ha desarrollado al máximo se rompe, las emociones que la han abrumado toda su vida tomando su piel y retirándola de sus huesos. Así es como se siente; cruda.
Los ojos de Elkie estaban tan inmóviles como el resto de su rostro, como si realmente estuviera considerándolo. Estuvo congelada durante unos tres segundos completos antes de que las comisuras de la boca perdieran su suavidad habitual y sus ojos dejaran de mirar fijamente.
— Lo siento — la omega pronuncia con tristeza, y cuando parpadea, una lágrima cae de sus ojos azules y se asienta en sus labios. Sabe lo mucho que Tzuyu sufre todos los días, pero es demasiado cobarde y está demasiado atemorizada de hacer algo al respecto — Desearía poder llevarte conmigo.
El dolor inmediatamente se apodera de una parte del cerebro de Tzuyu, como si lidiar con él fuera un gasto de energía suficiente, sin poder procesar el esfuerzo de nuevos pensamientos. Es el tipo de dolor que arde, como si una llama invisible estuviera presionada contra su piel. Las emociones de la pérdida son así. Muerte, abandono o traición, para Tzuyu, se sienten igual.
Pero justo cuando Elkie piensa que la alfa finalmente se rendirá, el agarre en su brazo solo se hace aún más fuerte que antes. Tanto, que su rostro se contrae.
— ¿T-Tzuyu? — pregunta, preocupada cuando el silencio solo se hace aún más grande.
Cuando Tzuyu vuelve a subir la cabeza, toda su expresión ha cambiado. Sus ojos se han endurecido, fríos, aún con lágrimas pero pareciendo haber perdido todo su color. Está tan sin vida como las hojas que caen alrededor de ellas, aunque al menos, estas consiguen una última oportunidad.
No es justo. No es justo. No es justo.
Sus emociones giran. Frías, temerosas, ansiosas. Sus huesos se mueven dentro de ella sin descanso. Y cuando habla, ni siquiera suena como su propia voz; solo un gruñido, una última protesta baja que cuando llega a los oídos de Elkie, se siente como si todo el color dejara su rostro.
— Te marcaré.
La omega se queda congelada en su lugar.
— ¿Q-qué? — es lo único que logra salir de sus labios, nada más que un susurro, un hilo de voz.
— Es la única forma. Si te marco, no podrás irte.
Tzuyu se ve seria. En una forma que no acostumbraba en ella, porque sí, tal vez su amiga podía no sonreír tanto, pero nunca, nunca se veía seria. Solo... triste.
Pero en ese momento, ni siquiera la tristeza brilla en su rostro. Como si su cerebro hubiera apagado la función sensorial, dejando nada más que una carcaza vacía, un fantasma provocado por puro dolor.
— Tzuyu, p-para de bromear — Elkie habla, con el mismo tono que la alfa había usado al principio, pero significativamente más nervioso.
Tzuyu solo la mira, inexpresiva. La pequeña omega siente que el corazón va a salirse de su pecho con la forma en que golpea con fuerza, su instinto de supervivencia entrando en acción y haciéndole congelarse. ¿Desde cuándo Tzuyu era tan alta? ¿Sus ojos siempre han sido tan intimidantes como en este momento, atravesándola como si fuera una especie de presa? ¿Esas manos con las que sostenía mariquitas con tanta reverencia siempre habían escondido una fuerza tan feroz?
— Eres todo lo que tengo — la voz de la alfa se apaga lentamente, como si sus palabras no estuvieran dispuestas a tomar vuelo. La culpa adelantada por lo que está a punto de hacer inunda sus aún inocentes ojos, el dorado en ellos demasiado opaco.
Todo lo que la joven Tzuyu sabe es que no puede permitirse perder a su amiga, de lo contrario, su mundo se volvería de un gris sombrío al cubrirse con una noche eterna de la que nunca podría escapar. Para bien o para mal, Elkie era el centro de su universo. El pilar principal que sostenía su mundo perfecto, aquel al que podía correr cada vez que su realidad se desmoronaba un poco más.
Sus manos tiemblan con anticipación, y ni siquiera se da cuenta de que está llorando hasta que ve su rostro inseguro reflejado en las propias lágrimas que se deslizan fuera de los ojos azules de Elkie.
Ninguna de las dos ha estado tan asustada como en este momento.
— M-me estás lastimando — la omega gimotea en dolor, retorciéndose en el casi salvaje agarre que enlaza su débil extremidad con la impetuosa mano de Tzuyu.
El insoportable dolor que perfora los huesos de su antebrazo solo hace que las lágrimas salgan con más fuerza, pero la alfa ni siquiera se ve consciente de lo que está provocando, alzándose sobre ella mientras temblorosamente abre la boca y acerca a su pequeña amiga aún más. Los dientes de Tzuyu presentándose tan cerca de sus ojos es un paisaje tan aterrador que lo único que Elkie puede hacer es sollozar, con la comprensión de que tan pronto como se claven en su carne viva, ambas estarán unidas por un lazo, uno que ninguna de ellas desea en realidad.
— Tzuyu, suéltame — ella suplica. Ambas están llorando llegados a este punto, el miedo que Tzuyu siente por perder al único rayo de sol en su vida combinándose con el pánico despavorido de Elkie — Por favor... Déjame ir...
El escenario de repente está derrumbándose alrededor de ellas, los árboles y todo el pequeño jardín cerrándose sobre Tzuyu que, aterrada, observa como el infantil rostro de su pequeña amiga se transforma. En un parpadeo, el día se ha vuelto noche, su mano se ve aún más grande y se siente adolorida, el oxígeno abandonando sus pulmones por no saber qué diablos está pasando.
Cuando vuelve a fijar la mirada en Elkie, Tzuyu se encuentra con que su pequeña amiga ya no está. En su lugar, ojos plateados la miran aterrorizados al mismo tiempo que una omega completamente diferente, pero al mismo tiempo muy similar a su amiga de la infancia, intenta separarse de ella.
— N-Nayeon — sale de su boca de forma automática, pero no es capaz de formar una oración coherente después de eso.
— ¡Déjame ir! — ésta grita, horrorizada.
La alfa no puede ni siquiera hablar, la situación se siente demasiado familiar pero extraña a la vez y cuando baja la mirada se encuentra con que sus manos están empapadas de un líquido rojo extraño. Le toma un segundo darse cuenta de que es sangre, carmesí, caliente sangre que se desliza entre sus dedos.
¿Era su sangre? ¿Cómo se lastimó?
Su labio inferior tiembla desamparado, intentando mirar a todos lados para pedir ayuda pero su voz no está en ningún lado. A su alrededor, no hay nada, ni árboles que se alzaban sobre ella ni los ojos juzgantes de todas sus amigas mirando como lastimaba a esa omega, su omega. Solo una espesa, cerrada oscuridad que hace que sus ojos duelan por la falta de luz.
Cae a sus rodillas, enroscándose sobre su propio cuerpo de la misma manera en que lo hacía todos las noches de su infancia mientras intentaba ignorar los agonizantes gritos que inundaban cada habitación de su casa. Así es como se siente, indefensa, pequeña y absolutamente aterrorizada. Con un agujero en el pecho que dudaba que algún día se llenara.
Es ese el momento en que unas pequeñas manos agarran las suyas. Y cuando sus débiles, pesados ojos alzan la mirada, ahí está Elkie, alzándose sobre ella; con sus mejillas regordetas y frenillos asomándose en sus encantadores dientes torcidos. Hablando con esa voz amable, airosa, del tipo que caía sin esfuerzo alguno en los oídos de aquel que era lo suficientemente despierto para escucharla.
— Tzuyu, tienes que dejarme ir.
Tzuyu se despierta sobresaltada, jadeando en la atmósfera como si el aire se le hubiera sido negado por horas. Sus pulmones queman con alivio, respirando el oxígeno que necesitan para bombear la sangre a su corazón una vez más, y su pecho sube y baja frenéticamente al mismo tiempo que sus ojos intentan concentrarse en los alrededores para asegurarse de que no hubiera ningún peligro.
La habitación está pintada de un azul oscuro, en completa negrura a excepción por el débil rayo de luna que se cuela detrás de sus cortinas. Su pesadilla se desvanece en los bordes de su mente, pero aún después de repetirse una y otra vez que solo se trató de un mal sueño, la alfa no parece ser capaz de regular su respiración. Un ataque de pánico empieza a hacer su camino por su mente influenciable, la misma que se encarga de enviarle mensajes de autodesprecio y privándole de ventilar apropiadamente.
Tzuyu siente que su rostro pierde color, gruesas gotas de sudor frío bajan por las esquinas de su cara y su pecho cuando el entendimiento de lo que había experimentado en sus sueños la golpeó.
No fue una pesadilla. Fue un recuerdo.
Perturbada, la alfa se puso la cabeza entre las manos, balanceándose hacia adelante y hacia atrás mientras trataba de mantener todas sus extremidades cerca de su cuerpo para evitar que la oscuridad la arrastrara consigo.
No quería lastimar a nadie. No quería lastimar a nadie. Yo no quería-
La memoria de la voz de Nayeon regresa a ella, y puede escucharla con tanta claridad como si estuviera justo a su lado, tomando su mano en la suya de la misma manera que lo había hecho la noche en que desnudó una parte de su alma para que la omega la viera.
Hey. Trata de calmarte, ¿de acuerdo? Respira. Estás bien.
Su respiración se detuvo por una fracción de segundo mientras la indicación se asentaba en su mente. Cuando finalmente fue capaz de comprenderla, un suspiro tembloroso dejó sus labios y empezó a respirar por la nariz, exhalando por la boca cuando sus pulmones no eran capaces de contener más aire dentro.
— Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien — ella repite como un mantra, obligándose a sí misma a continuar con los ejercicios de respiración que aprendió gracias a Nayeon.
El agitado corazón dentro de su tórax se compadece de ella, su lobo mandando señales calmantes a su cerebro ante el consejo que su omega le había dado, y reduce un poco su inquieta velocidad. Pero aunque ya puede respirar sin el miedo de sufrir una hiperventilación, las cuerdas de su cansado, malherido órgano latente todavía duelen.
Ella no duerme esa noche. Demasiado asustada de volver a revivir aquel doloroso recuerdo, se queda sentada en un extremo de la cama con los ojos bien abiertos, incluso cuando sus párpados empiezan a pesar con la necesidad de cerrarse.
(...)
El lunes amaneció sombrío; todos los colores brillantes que pintaban el campus de repente se sentían opacos. Eso, o la falta de sueño estaba empezando a llegar a ella.
De cualquier manera, Tzuyu se encontró a sí misma incapaz de prestar atención en clase, sin pensar en nada en específico, solo cabeceando en su asiento mientras luchaba para que sus cansados ojos se mantuvieran abiertos y así al menos evitar una llamada de atención por parte de sus profesores. Afortunadamente, nunca había tenido una gran presencia, y para el mundo en general era muy fácil ignorar la existencia de esa alfa que vestía la misma encapuchada sudadera negra todos los días y se sentaba hasta el final del aula. Las ventajas de ser invisible, pensó.
A pesar de lo que había pasado el día anterior, su corazón aún albergaba la esperanza de ver a su ángel durante el almuerzo, solo para ser aplastado una vez más cuando el espacio en su antigua mesa de siempre se encontraba vacío. Ahí estaban Jihyo, Dahyun y Chaeyoung, pero ni un rastro de la omega que sacudía su mundo. Las cosas empeoraron aún más cuando la beta la visualizó entre la multitud, y Tzuyu juró que esos grandes ojos se endurecieron, lanzándole una mirada asesina al mismo tiempo que apartaba la mirada y hacía como si no hubiera visto absolutamente nada.
Fue suficiente para que su apetito desapareciera por completo.
Por supuesto que Nayeon no estaría ahí. Seguramente no la quería ver ni un pintura después de lo sucedido, y lo peor de todo es que Tzuyu no podía culparla en lo más mínimo. Uno no rompe las alas de un ángel así como así.
Había herido a alguien que no lo merecía y ahora tenía que afrontar las consecuencias.
Pero cuando lo único que quiere es sumirse en la miseria, Jeongyeon es la que está ahí para ponerla de nuevo en pie. O, al menos, lo intenta.
— Ten — la alfa de ojos esmeralda dice tan repentinamente como apareció, ofreciéndole una caja de color blanco mientras toma asiento frente a ella.
Tzuyu alza su cabeza que antes había estado descansando entre sus brazos, dándole una mirada vacía.
— ¿Qué es? — pregunta, entrecerrando sus ojos en desconfianza. Conocía a su mejor amiga, y también, al hábito que tenía por gastar bromas.
Jeongyeon no dice nada, solo le hace un gesto para alentarla a abrir el misterioso empaque. Y quizá es la fatiga que ataca su raciocinio, o el hecho de que simplemente ya nada le importa en absoluto, pero Tzuyu solo suelta un suspiro, incorporándose en la silla de su departamento compartido al mismo tiempo que toma la tapa de la caja para mostrar su contenido.
Un teléfono celular completamente nuevo descansaba en el interior de la pequeña cajita, aún con el protector de pantalla intacto y todos sus accesorios en perfecto estado. La mente de la alfa menor se queda en blanco, apenas consiguiendo registrar la despreocupada voz de su mejor amiga hablar como si no estuviera regalándole un aparato que quizá no era el último modelo, pero que parecía costar al menos, diez de sus salarios mínimos.
— Es para ti. Dijiste que el tuyo se rompió y... bueno, no puedes andar incomunicada por la vida.
Jeongyeon se ve casi avergonzada cuando Tzuyu consigue alzar la mirada, aún en completo shock. Inmediatamente, la menor niega con la cabeza, empezando a maquinar una excusa para no aceptar el costoso aparato.
— Jeong, no puedo...
— Sí puedes y lo harás. No son tan caros si ganas lo que yo gano — la de cabello corto declara de forma severa, rascándose el rostro con el dedo índice. No es muy usual en ella ser así de generosa, pero Tzuyu era como su hermanita y aunque nunca lo admitiría en voz alta, le dolía verla de esa manera — Escucha, sé que tiendes a deprimirte con facilidad cuando algo va mal. Y dudo que esto arregle tus problemas pero... quiero ayudar. De verdad.
Tzuyu vuelve a concentrarse en el nuevo aparato en sus manos, sintiendo un nudo en la garganta. No está acostumbrada a que Jeongyeon exprese su preocupación por ella de esa forma, lo que la hace pensar un poco sobre lo mal que debe verse en ese momento. Hace una nota mental para no mostrarse tan miserable en el futuro frente a la rubia. Ser una carga es lo último que quiere ahora mismo.
Así que solo asiente, pues las palabras no llegan a ella. Jeongyeon parece comprenderla aun así, y contrario a lo que pensó en un principio, no necesita un agradecimiento de parte de su mejor amiga cuando cree ver sus ojos iluminarse aunque sea un poco.
La alfa menor es impulsada hacia delante cuando la fuerte mano de Jeongyeon palmea su espalda con un fuerza, sonriéndole de oreja a oreja.
— Estoy segura de que esa omega, Nayeon, te perdonará — dice, y el ambiente se pone pesado tan solo de nombrar a la chica de ojos plateados. Pero ella no parece notarlo, el tono optimista mostrando lo inadvertida que está de lo que ha pasado entre las dos tan solo un día atrás — Solo necesitas darle tiempo.
Por mucho que a Tzuyu le gustaría creer que el tiempo se encargará de sanarlas a ambas, algo en ella duda que ese sea el caso.
Tienes problemas, Tzuyu. Serios problemas.
Su pecho duele solo de recordar las palabras, pero hace todo lo posible para ignorarlo.
(...)
— ¿Puedo sentarme aquí? — una voz extraña saca a la distraída alfa de su ensueño.
Estando muy ocupada intentando lucir lo suficientemente viva en su asiento habitual al fondo de la cafetería, a Tzuyu le cuesta un poco recobrar la fuerza necesaria para regresar a su realidad y darse cuenta de que le están hablando a ella.
No podría ser un peor momento; Jeongyeon, que ha estado acompañándola en los almuerzos por los últimos tres días, ha desaparecido de la faz de la tierra, dejándola por su cuenta justo cuando la necesita más.
(Para ser honestos, Tzuyu cree saber exactamente dónde está su mejor amiga. Cuando mira por encima del hombro, puede notar que Jihyo también falta en la mesa dónde Nayeon solía sentarse, así que no le toma mucho tiempo sumar dos más dos y concluir que seguramente la alfa de ojos verdes está un poco ocupada con su llamado "solecito.")
Pero, sí, además del hecho de que Tzuyu está apenas funcionando con lo equivalente a media hora de sueño, también es el caso que es un poco - demasiado - inepta socialmente. Y sin Jeongyeon para guiarla, lo único que puede hacer es mirar con la boca abierta a la pelinegra chica que se le ha acercado, insegura de cómo responder.
— Tomaré eso como un sí — la extraña decide por ella, algo de lo que Tzuyu no está segura de si estar agradecida o no.
Sin decir nada más, se sienta justo a su lado, lanzando su largo pelo oscuro hacia atrás y accidentalmente golpeando a la de ojos dorados con éste.
Un aroma vagamente familiar llega a las fosas nasales de Tzuyu.
Chocolate.
Solo entonces su cerebro parece poner las piezas juntas y tras rebuscar un poco en su memoria, Tzuyu cae en cuenta de que la despreocupada chica frente a ella es nada más ni nada menos que Shuhua, aquella omega amistosa que se acercó a ella en la fiesta. La misma que había hecho a un lado de esa forma tan grosera una vez que Nayeon llegó.
— Deberías cerrar la boca o te entrarán moscas — Shuhua comenta de forma ligera, esbozando una sonrisa divertida cuando las mejillas de la alfa a su lado se sonrojan y la vergüenza se pinta en todo su rostro.
Tzuyu hace justo eso, tratando saliva cuando es incapaz de leer la emoción que está escrita por toda la cara contraria. No sabe si Shuhua está enojada o feliz, y eso le hace sentir insegura.
— ¿Por qué... por qué estás aquí? — pregunta. Es la primera oración que dice en todo el día, por lo que su voz sale más ronca de lo normal.
Shuhua no se inmuta por la pregunta.
— ¿Te molesta?
Tzuyu hace una mueca. No diría que le molesta en sí, pero hay un sentimiento que no la deja tranquila asentándose en su interior.
Shuhua también estuvo en la fiesta esa noche. Lo que significaba que tal vez podía haber presenciado también la forma en que se abalanzó sobre Chanyeol, y cómo Nayeon había huido de ella cuando intentó acercarla.
Pero el miedo no está presente en los ojos turquesas de esa chica, al menos, no de la forma en que todos la miraban cada vez que pasaba por los abarrotados pasillos de la universidad. Después de todo, los rumores viajaban más rápido que la gripe, y Tzuyu pronto se vio a sí misma siendo evitada por toda la población de omegas dentro del campus.
Aunque no estaba tan unfamiliarizada con eso, tampoco.
— Fui grosera contigo... — es todo lo que dice, y en parte, es la verdad.
— Oh, eso — Shuhua bufa, riendo — Está bien, no me molestó. Claramente estabas ocupada con tu omega.
Tzuyu siente como si le hubieran dado una patada en el estómago. Todo el aire se encuentra expulsado de sus pulmones de una vez, y evade la mirada inquisitiva de su paisana, fijando sus ojos en su almuerzo frente a ella. Justo cuando pensó que iba a poder comer ese día.
Como el traidor que es, su lobo parece volver a la vida solo con escuchar esas palabras, necio a aceptar la verdad. Y el aullido doloroso que suelta, llamando a su omega, añade un peso más a sus hombros.
Perfectamente podría correr con aquella mentira para consolarse a sí misma, asegurarse de que al menos Shuhua sepa que Nayeon le pertenece a ella y solo a ella, pero su consciencia se remueve sin descanso solo de pensarlo.
No tiene derecho a llamarla suya. No después de lo que le había hecho.
— No... no es mi omega — se obliga a hablar, y a pesar de que sabe que es lo justo para respetar la decisión de esos ojos plateados, las palabras aún no se sienten correctas en su boca.
Shuhua parece iluminarse ante eso. Con una posición más interesada que antes, se inclina hacia la alfa.
— ¿Oh? ¿Una cosa de una noche, entonces? — cuestiona con curiosidad, y Tzuyu frunce el ceño.
Girando la cabeza para encararla, sus ojos dorados se endurecen de forma casi fría, mirando directamente a los orbes turquesas de la omega para transmitirle un mensaje.
No vuelvas a referirte a Nayeon como una "cosa".
— No — murmura, y suena amenazante incluso para sus propios oídos.
Shuhua baja la cabeza de forma sumisa, sus instintos de omega haciendo efecto sobre ella. Tzuyu entonces se da cuenta de que ha ido demasiado lejos, y da un paso atrás al mismo tiempo que se sostiene el puente de la nariz con los dedos, decepcionada de sí misma por haber provocado esa reacción en un omega.
— Lo siento. No he dormido bien y... — Tzuyu suspira. Definitivamente no se sentía como sí misma.
Shuhua levanta un poco la mirada.
— Está bien. No debería ser tan entrometida — la pequeña omega también se disculpa, lo que solo hace a Tzuyu suspirar de nuevo. No quiere que se sienta culpable de su forma de ser.
Pero no dice nada, en parte porque no tiene la energía para hacerlo, todo su cuerpo sintiéndose pesado y adolorido. No la ha pasado bien esos días, pero la falta de sueño no es nada comparada con la falta de su omega, del rayo de luz en su vida.
La aflicción debió ser palpable en su rostro, pues Shuhua vuelve a preguntar, ahora con un tono más tímido que antes.
— ¿Qué pasa con esa cara larga?
Tzuyu niega con la cabeza.
— Es una larga historia.
Shuhua vuelve a inclinarse hacia delante, pero sus ojos son suaves, con un deseo de escuchar tan palpable que era demasiado extraño para Tzuyu. Nunca había visto ojos tan expresivos como los de la omega que está a su lado ahora mismo, ojos tan inocentes. La alfa se pregunta qué clase de vida han tenido ojos tan vulnerables como aquellos.
— Afortunadamente, mi doctor dice que tendré una larga vida — sonríe, y su nariz se arruga de la misma forma que lo había hecho esa noche en la fiesta. Una sonrisa infantil.
Ahora, Tzuyu no está acostumbrada a la amabilidad. Y lo que Shuhua excede va más allá de eso, pareciéndose más a un interés demasiado pronunciado que ni siquiera se molestaba en esconder. Así que la alfa está un poco confundida, incluso desconfiada, de la omega frente a ella.
— No entiendo — Tzuyu confiesa, alejándose un poco de la energética chica al sentirse abrumada.
Shuhua hace un puchero casi exagerado, y podría haber sido tierno si no fuera porque Tzuyu es tan ajena al llamado aegyo que solo mira inexpresiva.
— Vamos... Solo quiero ser tu amiga. ¿Eso es tan difícil de creer?
Tzuyu ladea la cabeza, su corazón contrayéndose en su pecho cuando recuerda uno de los días que había pasado junto a Nayeon en su departamento, las palabras que esos labios en forma de corazón le habían regalado tan dulcemente.
Desde ahora cuentas conmigo, ¿de acuerdo? Seré tu amiga.
Pero ahora, Nayeon se había ido.
— Nadie antes quiso ser mi amigo — se encuentra a sí misma diciendo.
Shuhua solo frunce sus delgados labios aun más.
— Siempre hay una primera vez para todo — Shuhua se sienta derecha justo después y extiende su mano, usando una voz que pretende ser demasiado formal de una manera burlona. Casi como un juego — Entonces, mucho gusto. Me llamo Shuhua, soy de Taiwán y me gustan los gatos. ¿Tú eres?
La alfa mira por un momento la mano que se le ofrece. Es pequeña, mucho más que la de Nayeon, un poco regordeta y blanquecina. Pero más que nada, parece amable. Sincera.
Insegura, su propia mano aún magullada, callosa y áspera, toma la de Shuhua.
— Tzuyu... De Taiwán. Me gustan los insectos — dice, y una pequeña sonrisa se pinta en sus labios cuando la omega sacude sus manos juntas de arriba hacia abajo, como si estuviera cerrando un trato.
— ¿Ves? No es tan difícil — habla en ese tono aniñado suyo.
Shuhua le sonríe de oreja a oreja. Un aroma dulce vuelve a invadir los sentidos de Tzuyu, las feromonas chocolatosas que emanan del cuerpo a su lado recordándole a la sensación de probar uno de sus bocadillos favoritos de su infancia, solo para darse cuenta de que le ha perdido el gusto ahora que es más adulta.
En el sentido de que sí, es agradable, enviando una ráfaga de calidez a su interior.
Pero no es lo mismo.
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