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𝘾𝙖𝙥𝙞𝙩𝙪𝙡𝙤 01| 𝘌𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘵𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘥𝘪𝘯𝘢𝘴𝘵𝘪́𝘢𝘴




Las sombras de la noche se extendían sobre los imponentes edificios de Eternumbría, una ciudad envuelta en misterio y secretos. Situada en un rincón remoto del mundo, Eternumbría era un lugar donde las luces tenues y los callejones oscuros escondían intrigas ancestrales y rivalidades ocultas entre las poderosas familias que la habitaban.

En esta noche en particular, una neblina espesa envolvía los estrechos callejones empedrados, creando un ambiente de suspenso que parecía impregnar el aire. Las mansiones imponentes y los palacetes antiguos se alzaban como guardianes silenciosos de los linajes que los habitaban. La ciudad entera parecía guardar en silencio el inicio de un nuevo capítulo en la historia de las dinastías.

En el corazón de Eternumbría, en una majestuosa mansión ubicada en lo alto de una colina, la familia Choi se reunía en su salón principal. El poderoso Choi JoonHo, un hombre de mirada penetrante y voz firme, presidía la reunión. A su lado, su esposa, Choi JiYun, una mujer elegante y enigmática, exudaba un aura de poderío y sabiduría.

Los hijos de la familia Choi, San, SooBin y JongHo, se encontraban también presentes. San, el primogénito, heredero designado y portador del peso de la responsabilidad familiar, expresaba una expresión seria mientras seguía atentamente las discusiones. SooBin, el hijo del medio, con su belleza cautivadora y talento artístico, observaba con curiosidad, listo para dejar su huella en el mundo del arte y la cultura. Por último, JongHo, considerado como el “rebelde” de la familia, desafiaba las expectativas con su espíritu independiente y una chispa de rebeldía en sus ojos.

En medio de la atmósfera cargada, Choi JoonHo se dirigió a su familia con voz grave y solemne.

—San, ¿ya te has reunido con los Park? Necesito esos papeles a más tardar mañana por la mañana —dijo mientras cortaba un trozo de carne de su plato y lo llevaba a su boca. Masticó mirando la seria expresión de su primogénito.

San, el hombre de cabello rojizo, lo miró directamente y suspiró.

—Estoy en eso, señor —respondió y bajó la mirada de nuevo a su plato para continuar comiendo.

—¡Pero qué hermosa familia tengo! —expresó JiYun en la mesa con voz alegre, llamando la atención de todos los presentes. —Tengo tres hijos hermosos… —miró a cada uno de ellos en la mesa con una sonrisa y luego dirigió la mirada a su esposo que estaba a su lado. —Y un increíble esposo —el hombre le guiñó un ojo y sonrió.

—Oye, JongHo —susurró SooBin, el segundo mayor, hacia el castaño que comía en silencio. Este levantó la mirada al ser llamado por su nombre y posó sus ojos en su hermano. —¿Ya decidiste qué empresa vas a dirigir?

San miró de reojo a SooBin por la pregunta imprudente que le hizo en la mesa al menor. Vio a JongHo suspirar fuerte y rodar los ojos.

—Ya dije que no me haré cargo de ninguna empresa —respondió el menor, dejando caer los cubiertos en el plato, lo que provocó un fuerte ruido que atrajo la atención de los demás en la mesa—. Si me disculpan, me retiro —dijo, levantándose de la mesa luego de limpiarse las manos con una servilleta.

El señor Choi entrecerró los ojos enojado al ver al menor levantarse de la mesa sin haber terminado de comer. San se mordió el labio inferior y miró a SooBin, quien se encontraba a su lado, tomando una copa de vino.

—¿Por qué haces esas preguntas tan estúpidas? —susurró el pelirrojo a su hermano.

SooBin levantó una ceja y lo miró con una sonrisa pícara.

—¿Qué? ¿Acaso estuve mal? A esta altura de la vida, JongHo ya debería estar administrando una de las empresas de papá, al igual que tú y yo —comentó.

—¿Y te parece tan divertido administrar una empresa? —preguntó sarcástico, haciendo que a SooBin se le borrara la sonrisa.

—Idiota —murmuró, apartando la mirada de su hermano y volviendo a tomar un sorbo de vino.

—Como sea —dijo San y luego carraspeó—. Gracias por la comida, con permiso —dijo, levantándose de la mesa.

—San —llamó su padre al verlo levantarse—. Te encargo los asuntos con los Park —le recordó.

—Sí, señor —dijo con voz neutra—. Buenas noches.

El pelirrojo se alejó de la gran sala donde se encontraba el comedor, dirigiéndose a las escaleras. Subió por estas hasta llegar al segundo piso, donde se encontraban las habitaciones de cada uno, caminó por todo el pasillo hasta el fondo, donde se encontraba su habitación. No siempre se quedaba en casa de sus padres, de hecho, tenía su propio apartamento, pero cuando se trataba de asuntos familiares, su padre lo obligaba a quedarse en casa.

Entró a la habitación, abriendo la puerta y caminó adentro. Se quitó el traje negro que llevaba puesto, apartando el saco, quitando la corbata, la camisa blanca y, por último, los pantalones y los zapatos. Se acercó a su gran armario, de donde sacó unos jeans, una camisa negra y una chaqueta de cuero. Se puso zapatos deportivos y algunos accesorios.

—¿Vas a salir? —la voz de JongHo llegó a sus oídos, haciéndolo girar y buscar al dueño de aquella voz. Lo encontró de pie, con la espalda apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados.

—Sí, necesito hacer algunas cosas —respondió San con una sonrisa.

—Ya veo, me imagino que esas cosas implican embriagarte y tener sexo —dijo JongHo levantando las cejas.

San lo miró y soltó una carcajada.

—No estás del todo equivocado, pero también tengo algo que hacer —le comentó y se acercó a él—. Tú también deberías salir un rato. Eres muy joven.

—San, solo me llevas dos años de edad. Tú también eres joven, pero si sigues pasando tiempo con papá, te volverás amargado —dijo JongHo con una sonrisa traviesa.
El pelirrojo acercó su mano a la cabeza de JongHo y le revolvió un poco el cabello, provocando que este se quejara.

—¡Vete ya! —le dijo el castaño, sacándolo de su habitación—. Sal por la puerta trasera si no quieres que te vean vestido como un pandillero.

—¡No parezco un pandillero! —se quejó San en el pasillo.

—No solo pareces, lo eres —afirmó JongHo, saliendo de la habitación de San y caminando hacia la suya—. Y no me llames a las 4 de la madrugada para que te deje entrar —le dijo y entró a su habitación.

—Te quiero —dijo San entre risas, pero su risa se hizo más intensa cuando vio a su hermano levantarle el dedo medio antes de cerrarle la puerta en la cara.

San rodó los ojos y caminó hacia las escaleras. Sacó su teléfono y revisó la hora; el reloj marcaba las 9 de la noche. Sonrió al saber que iba bien de tiempo. Bajó rápidamente las escaleras, escaneando el lugar para evitar encontrarse con algún miembro de su familia. Al llegar al primer piso, se apresuró a caminar hacia la cocina, pero chocó con SooBin. El rubio le sacaba varias cabezas de altura, siendo el más alto de los tres, por lo que San tenía que mirar un poco hacia arriba.

—¿Vas a salir? —preguntó SooBin a San.
San lo rodeó con la mirada, de pies a cabeza.

—¿Es novedad? —respondió cortante.

—Es mejor que papá no te vea —advirtió SooBin con una sonrisa irónica en los labios.

—Si se entera, sé que fuiste tú… El soplón de papá —atacó San sarcásticamente, provocando que SooBin rodara los ojos y pusiera una mueca antes de darle la espalda y alejarse, dejando solo a San.

Este aprovechó el momento y atravesó la cocina para salir por la puerta. Quitó el candado y se escabulló por la puerta sin hacer mucho ruido. Salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí, y caminó hacia el cobertizo.

—Maldición —murmuró cuando vio que algunos guardaespaldas se acercaban a la puerta de la cocina. Corrió para esconderse detrás de unos arbustos mientras observaba a un hombre alto inspeccionar el área.

Después de unos segundos, lo vio alejarse y pudo salir de su escondite para buscar su motocicleta. Sacó las llaves de su chaqueta y se mordió el labio inferior, contento al ver su moto estacionada a unos metros de distancia. Soltó una bocanada de aire al sentir el frío clima de la noche y sonrió, con un buen presentimiento sobre esa noche.
Se subió a la moto, encendió el motor y la movió un poco hacia atrás antes de conducir alrededor de la mansión, acercándose a la salida donde tuvo que esperar unos segundos.

—Soy yo —anunció San al vigilante que lo detuvo en la entrada.

—Señor San, mil disculpas —dijo el hombre de unos 46 años, bajando la cabeza en señal de disculpa—. ¿Va a salir a esta hora y sin guardaespaldas?

—Voy a mi apartamento —mintió San.

—Ah, ya veo —dijo el hombre y se acercó al pequeño centro de control, donde presionó un botón y abrió las grandes rejas eléctricas blancas—. ¡Que tenga una buena noche!

—Usted también —respondió San, apretó el acelerador y salió de la gran mansión.

Condujo colina abajo y llegó a la autopista, dirigiéndose hacia uno de sus lugares favoritos: Lunar Serenade. Un reconocido club nocturno en lo más profundo de la ciudad, donde podía hacer lo que quisiera y, sobre todo, disfrutarlo. Además, él era el dueño del club.

Mientras conducía por las calles de Eternumbría, sintió la brisa fría de la noche acariciando su rostro. La ciudad envuelta en sombras parecía susurrarle secretos ancestrales y promesas de emociones intensas. San estaba listo para sumergirse en la vida nocturna de Eternumbría, donde las luces brillantes y la música vibrante le ofrecían una escapatoria de las responsabilidades y expectativas que pesaban sobre él.

Así, con el rugido del motor y la promesa de una noche llena de misterio, San se adentró en las calles de la ciudad, dejando atrás el legado de su familia por un momento para encontrarse a sí mismo en las profundidades de Eternumbría.

San aparcó la moto enfrente del club y descendió de ella, quitándose el casco. Acomodó su cabello rojizo y observó el lugar, captando la larga fila, la música a todo volumen y el olor a cigarrillos que impregnaba la calle. Se acercó a la entrada, donde se encontró con uno de los encargados.

—Buenas noches, Bin —saludó con una sonrisa al alto y corpulento hombre que cuidaba la entrada.

—Buenas noches, jefe. Que tenga una buena velada. —le devolvió la sonrisa Bin, dejándolo pasar. San ingresó al lugar tras darle unas palmadas en el hombro a Bin. Se detuvo en la entrada por unos segundos, observando el ambiente festivo. La música era excelente, parejas bailaban en la pista, grupos de personas se divertían y la barra estaba llena. Le encantaba ver su local tan animado. Se acercó a la barra y tomó asiento, dejando su casco en el mostrador.

—¡Jefe! —saludó uno de los camareros. —¿Qué le sirvo esta noche?

—Uhm, lo de siempre. Un whisky. —pidió San con una sonrisa.

—Enseguida, jefe. Permítame guardarle el casco de su moto. —dijo el camarero con una sonrisa. San se lo entregó y el camarero lo guardó antes de alejarse de la barra. San observó el lugar un poco más y estableció contacto visual con algunos clientes. Movió la cabeza al ritmo de la música y luego dirigió su atención a la entrada, donde dos hombres elegantemente vestidos entraron al lugar, mirando a su alrededor.

El pelirrojo soltó una risita al reconocer a los recién llegados. Negó con la cabeza y se humedeció los labios. —Su whisky, jefe. —dijo el camarero al tocar el hombro de San. Este se giró y tomó el vaso de vidrio para darle un sorbo a su whisky, notando que los dos hombres lo estaban mirando.
Ambos se acercaron a él y tomaron asiento en la barra, uno a cada lado de San, lo que hizo que su sonrisa se ensanchara al tenerlos tan cerca.

—Tu papi no te iba a dejar salir en la noche…—bromeó uno de ellos, el más alto de los dos. Estaba sentado a su izquierda, vestido de traje negro y su cabello rubio destacaba bajo las luces neón del club.

—No sabía que los abogados tenían tiempo para beber, pensé que siempre estaban ocupados ganando o perdiendo casos…— contraatacó San antes de dar otro sorbo a su trago, lo que hizo reír al rubio.

El otro hombre de traje, sentado a su derecha, soltó una carcajada y se acomodó en el taburete.

—Al menos ya no te mandan a seguirnos… —intervino en la conversación. —¿Cómo has estado?

—Voy a decir que bien, solo porque estoy disfrutando de este buen whisky. —respondió San elevando el tono de voz debido a la música.

—¡Buenas noches, señor Park y señor Jeong! ¿Qué les sirvo esta noche? —apareció nuevamente el camarero frente a ellos.

—¡Hola, Lou! Yo quiero un Long Island, por favor. —pidió el rubio.

—A mí tráeme un whisky. —solicitó el otro hombre.

—No, no —interrumpió San. —A SeongHwa tráele una margarita, porque se emborracha rápido.

SeongHwa lo miró de reojo y le dio un golpe en la nuca, provocando que San soltara un chillido y luego riera. —Un whisky. —pidió este finalmente.

—¡Enseguida, señores! —dijo el camarero antes de alejarse y comenzar a preparar las bebidas. SeongHwa se acomodó un poco, aflojó su corbata y desabrochó algunos botones de su camisa mientras peinaba su cabello negro hacia atrás.

—¿Desde qué hora estás aquí? —preguntó SeongHwa a San.

—Llegué hace unos minutos —respondió San. —¿Y ustedes dos, qué los trae por aquí?

El rubio lo miró y se quitó el saco para sentirse más cómodo. —Solo queríamos tomar algunos tragos. —contestó el rubio a la pregunta de San.

San sonrió irónicamente.

—Ustedes no salen a tomar tragos sin motivo… —les dedicó una mirada a cada uno. —¿Qué pasó ahora?

El rubio miró a SeongHwa y este negó con la cabeza.

—Bueno… —comenzó a hablar. —. Hay unos documentos que debes leer.

San se pasó una mano por el rostro y negó. —Hoy no, hoy quiero disfrutar. Mañana puedes llevarlos a mi oficina y los leeré —dijo San. —. YunHo, ¿has pensado en renunciar a trabajar con nosotros? Siento que tienes demasiada carga como uno de los abogados de la familia.

YunHo soltó una carcajada.

—Es pan comido cuando tienes el dinero de tu lado. —dijo levantando las cejas repetidamente, lo que hizo reír a San.

—Permiso, señores. Sus tragos. —la voz del camarero apareció nuevamente, esta vez entregándoles las bebidas a cada uno.

SeongHwa se apresuró y tomó un trago de whisky. Luego puso una mano en el hombro de San para llamar su atención.

—Tu padre llamó a mi padre. —le dijo. —¿Qué documentos necesitas?

El pelirrojo rodó los ojos. —Son los documentos sobre las primeras estafas de la empresa en Estados Unidos. Mi padre los quiere. —comentó.

SeongHwa asintió con la cabeza.

—Mañana te los entrego. —le sonrió y dio otro sorbo a su bebida.

—¡Bien! Ahora que están aquí, vayamos a mi zona. Es difícil hablar así. —les dijo San antes de levantarse del taburete y caminar por el lugar. SeongHwa y YunHo lo siguieron mientras pasaban por la pista y observaban a solteros y parejas bailar al ritmo de la música. YunHo sonrió coquetamente a un grupo de chicos y chicas, pero SeongHwa lo empujó, haciendo que tropezara y provocara risas entre el grupo que los había visto.

—Maldito. —insultó a SeongHwa.

—Te salvé de una demanda, idiota. Agradece —dijo SeongHwa mientras entraban por un pasillo. —Eran menores de edad.

—¿Cómo lo sabes? —cuestionó YunHo, dando un sorbo a su bebida.

—YunHo, tengo buen ojo para las cosas prohibidas —sonrió SeongHwa. —. Después me lo agradecerás.

El rubio se mordió el labio inferior mirándolo y soltó una risita. Los tres avanzaron por el pasillo y entraron por una puerta que llevaba a un lugar cómodo. Había un amplio sofá, música suave y una pequeña barra con diversas bebidas.

Una vez dentro, SeongHwa cerró la puerta, aislando el ruido del exterior. San se sentó en el sofá, cruzando las piernas, mientras YunHo y SeongHwa tomaban asiento también.

—Entonces, querido Choi San… —habló YunHo. —¿Algo nuevo que contar?

—YunHo, no dejan respirar a ese pobre hombre. Mira cómo está, todo descuidado —bromeó SeongHwa, haciendo reír a San y mirándolo. —Necesitas sexo.

—Ni que lo digas… —dijo San ladeando la cabeza. —No conozco a nadie lo suficientemente interesante para pasar una buena velada.

El rubio levantó una ceja y dijo: —Qué detestable te ves cuando te pones tan exigente.

San sonrió egocéntricamente. —De todos modos, no hay nadie interesante. —comentó San, dando otro sorbo a su whisky.

SeongHwa lo miró.

—Sí los hay, simplemente te comportas como un mimado y quieres que todos estén a tu gusto. —atacó.

—Uuh, eso dolió. —bromeó YunHo riendo.
San sonrió, empujando su lengua contra su mejilla.

—SeongHwa, ¿te dolió tanto no acostarte conmigo? —lo miró.

YunHo abrió la boca sorprendido.

—¿PERDÓN? ¿Qué estoy escuchando?—interrumpió YunHo. —¿Ustedes dos tuvieron algo?

—Fue en la universidad, hace mucho tiempo… y no, San, no estoy dolido. Simplemente sé cómo eres. —rodó los ojos el pelinegro.

—Ajá. —rió San.

—¿Por qué yo no sabía nada? —se quejó YunHo.

—Hermano, tú ni siquiera te juntabas con nosotros. Estabas ocupado con la cara metida en libros. —dijo SeongHwa.

—Y en muchas piernas también. —rió YunHo, lo que hizo que San lo mirara y negara.

—Bien, la idea de esta noche es no hablar de trabajo. Se suponía que yo iba a divertirme solo, pero ustedes dos llegaron —dijo San. —Me voy al baño. —anunció antes de captar la atención de sus amigos. Abrió la puerta, permitiendo que el fuerte sonido de la música se filtrara nuevamente.

Cerró la puerta tras de sí y avanzó por el pasillo hasta llegar al baño. Empujó la puerta y se acercó a uno de los cubículos para orinar. Una vez terminado, salió y se lavó las manos, secándolas con una toalla de papel que arrugó antes de desecharla en el bote de basura. La puerta del baño se abrió, revelando a un chico de cabello negro un poco más bajo que él, quien ingresó al lugar. Sus ojos se encontraron por unos segundos y el chico continuó hacia los lavamanos cerca de San. El pelirrojo lo observó brevemente antes de salir por la puerta del baño, regresando al bullicio de la música y las conversaciones animadas de los clientes. Caminó entre la multitud, buscando desesperadamente a alguien con quién pasar la noche. Recorrió las mesas y escudriñó el lugar, pero no encontró alguien.

Cuando casi se da por vencido, sus ojos volvieron a encontrarse con los del chico que había visto en le baño hace unos minutos. Este se apoyó en la pared y lo observó unos instante. Vestía de pantalones algo justos de color negro, camisa blanca algo húmeda por el sudor y un collar negro colgaba de su cuello. San sintió curiosidad por el chico, ya que era la primera vez que lo veía, puesto que, él también lo miraba mientras bailaba un poco en la pista.

El pelirrojo ladeó la cabeza y bajó su mirada a las caderas del pelinegro, quien las movía un poco más lento al ritmo de la música quien quitarle la mirada de encima. San sonrió de lado al saber que le gustaba lo que veía, tal vez había encontrado a alguien para pasar la noche.

—¡Oye! —una mano se posó en el hombro de San y la voz de YunHo llegó a sus oídos haciendo que apartara la mirada del pelinegro. —¡¿Dónde puedo comprar comida aquí cerca?! —le preguntó.

San regresó la mirada con rapidez a la pista en busca nuevamente del chico, pero este ya no estaba. Maldijo en su adentros y miró a YunHo.

—A una cuadra de aquí hay un restaurante abierto, puedes ir ahí. —le dijo y se alejó un poco.

—¡¿Adónde vas?! ¡Oye! ¡San! —llamó YunHo al ver que el pelirrojo se le alejaba cada vez más.

Suspiró y se dirigió hacia la salida del club, mirando por la acera y la calle, pero el chico tampoco estaba allí. Se llevó las manos a la cadera y se pasó una mano por su cabello rojizo.

—¿Me estabas buscando? —una voz suave cerca de su oído hizo que su piel se erizara, seguida de un ligero toque en sus caderas.
San se giró para ver al dueño de esa voz y se encontró con los ojos del chico que vio en el baño y la pista hace unos minutos. Este se apoyó en la pared y lo observó con curiosidad

—¿Por qué tan desesperado? —cuestionó el pelinegro, cruzando los brazos.

—¿Desesperado? No, solo quería saber cómo la estabas pasando. —respondió San con una sonrisa coqueta, acercándose a él.

—Eres muy malo mintiendo, ¿sabías? —dijo el pelinegro.

—No lo sabía, pero me lo acabas de decir tú —se acercó San un poco más. —. Eres nuevo aquí, ¿verdad?

—En este lugar, sí. Pero no en la ciudad. —respondió el chico.

—Ya veo… se nota que no conoces mucho de esto. —sonrió San.

El pelinegro levantó una ceja y soltó un suspiro.

—¿Escapas de algo? —preguntó San.

—¿Debería estar escapando de algo?

—Lo digo porque estás bastante alejado de la ciudad. Este tipo de lugares suelen ser para aquellos que quieren ocultarse y pasar un buen rato. —comentó San.

—Ya veo, entonces eres tú quien está escapando… y por eso estás aquí. —respondió el pelinegro.

—Yo nunca dije eso… —frunció el ceño San.
El pelinegro rió por la expresión en el rostro de San. El pelirrojo lo miró de arriba abajo y sintió cómo su cuerpo se calentaba.

—Te invito a tomar algo. —propuso San.

—Paso. —contestó el pelinegro.

—Soy mejor de lo que piensas. Dame una oportunidad. —pidió San con una sonrisa coqueta.

—Si lo hago, te arrepentirás el resto de tu vida. —la sonrisa del pelinegro se hizo más grande.

—No lo creo. No suelo arrepentirme de los buenos gustos que tengo… —susurró San acercándose más al pelinegro, casi rozando sus labios. —. No te hagas de rogar, lindo.
El pelinegro movió su rostro y acercó sus labios al oído de San.

—Que no se te olviden esas palabras, Choi San. —susurró antes de darle un beso en la mejilla, provocando una reacción placentera en el cuerpo de San.

—No lo haré. —respondió San con una sonrisa coqueta, acercando su mano a la cadera del pelinegro para atraerlo hacia él. Sus respiraciones se entrelazaron, sus cuerpos se calentaron y sus latidos se aceleraron. —Entonces, ahora que sé que sabes mi nombre, sería justo que yo también sepa el tuyo, ¿no?

—WooYoung. —dijo el pelinegro con una sonrisa.

—Ya veo… WooYoung, un placer conocerte. —respondió San.

—Lo mismo digo, San. —se miraron intensamente por unos segundos, pero antes de que San se acercara para besarle, WooYoung se apartó.

—Dijiste que me invitarías a tomar algo, ¿no? —ladeó la cabeza WooYoung mientras se mordía el labio inferior.

—Es cierto, entremos. —invitó el pelirrojo al chico de nuevo al club.

Ambos entraron para disfrutar de la música y las bebidas. Ambos sabían hacia dónde podía dirigirse la noche, pero ninguno de los dos imaginaba el gran error que estaban cometiendo. El ambiente se tornaría extraño e inesperado cuando descubrieran la verdadera identidad del otro.

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