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𝗖𝗮𝗽í𝘁𝘂𝗹𝗼 𝗰𝘂𝗮𝗿𝗲𝗻𝘁𝗮 𝘆 𝘁𝗿𝗲𝘀.

Young-nam se encontraba admirando el paisaje de los edificios a través de la ventanilla del auto que los llevaba de paseo por Seúl, su madre manejaba. Ese día en particular, la nieve se mantenía a raya en la superficie mientras un sol espectacular acompañaba un azul cielo. Hye-min había abrigado muy bien a la pequeña de manera que pudiera disfrutar sin que tuviera la mínima oportunidad de enfermarse.

Se habían levantado temprano, desayunado al estilo occidental —pancake con miel, Nutella, frutas y chocolate caliente— habían caminado y sacado fotos, el hermano menor de NamJoon también los había acompañado junto a Ga-yeon la niñera. Se mantenían muy a resguardo por si alguien los reconocía. Hye-min se sentía bien, se sentía feliz de ver sonreír a su hija y de volver a pasear por esas calles donde pasó toda su vida de pequeña y adolescente.

—Omma, ¿tengo que seguir usando este cubrebocas? —se quejó la niña tocando la tela de color rosa que cubría la mitad de su rostro. La rubia se agachó hasta su altura acomodando la tela.

—Si, mi amor, es necesario, no quiero que nadie nos moleste o reconozca —acomodó el gorro blanco con orejitas de conejo en los extremos en la cabeza de la niña casi tapándole los ojos.

La vio correr en dirección al pequeño Kim quien sacaba fotos con su celular en compañía de la niñera. Se encontraban en lo más alto de la torre Namsan, el viento frío pegaba en las alturas, pero el calor del sol ayudaba a ser menos. Hye-min suspiró observando su alrededor lleno de personas metidas en sus asuntos, no sabía porque de repente se sentía observada o tal vez era su paranoia desmedida, fuera de lugar que solo le hacía pensar en tonterías. Todo estaba bien y tranquilo.

Tiritó un poco y decidió que era momento de entrar. Les propuso a los demás ir a tomar algo calentito y de enseñarle a Young-nam algunas delicias dulces como los conocidos ‘mochi’ (sobrenombre que escuchó varias veces de la boca de su madre hacia su tío JiMin).

Luego de seguir un par de horas visitando lugares emblemáticos y famosos en Seúl, se encontraban comiendo en un restaurante tradicional coreano entre medio de conversaciones divertidas y risas; a la niña se le hacía muy divertido que tuvieran que tomar asiento en el suelo y sobre cojines con sus pies descalzos. Algo que en Estados Unidos no se hacía.

—Debemos volver a casa —comentó la rubia mirando su reloj de muñeca escuchando los quejidos de los menores— está empezando a hacer frío y no quiero que enfermen los dos —miró a HyunWoo y Young-nam quienes de la mano hacían un adorable puchero en sus labios intentando hacerle cambiar de opinión.

—Esta noche me quedaré, ¿qué tal si vemos películas? —propuso la niñera de forma divertida y los niños festejaron alegres.

—Deberíamos comprar snacks y algunas cosas para eso, ¿no? —HyunWoo miró a Young-nam con uno de sus dedos en su mejilla como pensativo. Hye-min rio por lo bajo y Ga-yeon cubrió su boca escondiendo una risita.

—Esta bien, vamos a una tienda de conveniencia y compramos todo allí.

Los cuatro subieron a la camioneta, seguían conversando y planeando lo que comprarían para la noche de películas, luego de unos minutos en movimiento bajaron hacia una tienda de conveniencia comenzando a comprar lo que necesitaban. Esa noche, Hye-min haría una excepción y dejaría que su hija comiera lo que quisiera.

—¿Hye-min noona?

Su sonrisa se disipó al escuchar una vocecita detrás, volteó encontrando al principio del pasillo a un Beomgyu más grande, alto y con una sonrisa en sus labios. Este trotó hasta la mayor rodeándola con sus brazos la cintura, Hye-min sintiendo su corazón latir y la calidez del niño le correspondió el abrazo aferrándose a él.

—¿Quién eres tú y porque abrazas así a mi omma? —chilló ceñuda con un puchero en sus finos labios Young-nam.

Los dos miraron a la infante, Hye-min riendo con lágrimas en sus ojos y Beomgyu mirando extrañado aquella niña. Young-nam corrió al chico de los brazos de su madre sin dejar de mirarle de mala manera. Hye-min iba a reprocharle su actitud, pero la voz grave de alguien más le llamó la atención.

—¿Hye-min? —delante de ella se encontraba Kim TaeHyung, tenía un sobretodo beige, una bufanda roja abrigando su cuello y una boina negra sobre su cabello azabache. Se veía muy importante y lo era, la última vez que ella supo de él, este se encontraba triunfando en París como un gran artista plástico.

Se soltó de su hija y corrió a abrazarlo con lágrimas en sus ojos, Beomgyu observó con una triste sonrisa a los mayores, luego fijando sus ojos en una muy confundida y ceñuda Young-nam que no entendía nada al igual que los demás, la niña le era muy familiar y no sabía de dónde, aunque su sorpresa fue mayor al escuchar que esa nena le dijo omma a su noona.

—¿Qué hacen aquí? —su voz era un hilo a causa del llanto contenido, el azabache la miró con ojos melancólicos, él también supo lo que había sucedido entre ella y el pelinegro, al principio la versión de Hye-min y años más tarde, la versión de Jungkook.

—Vine a visitar a mi omoni, también a visitar el orfanato y BeomBe me acompañó a comprar unas cosas —señaló al menor quien se encontraba en una guerra de miradas con Young-nam unos metros más atrás.

Hye-min suspiró, sonrió tenuemente mirando a todos, pensó por un momento que había un poco de tiempo para recordar viejos tiempos.

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TaeHyung y Hye-min se encontraban sentados en una mesa dentro de un café, entre sus manos tenían una taza cada uno, ella con un té de manzanilla y él con un chocolate caliente. Habían decidido reunirse en un lugar tranquilo para conversar. Los niños de encontraban junto a la niñera más alejados en un salón de juegos.

La rubia bebió un sorbo del té calentando a la vez sus manos. El azabache miraba la nieve caer en la espesa noche a través del ventanal. Apenas eran la siete de la tarde, pero oscurecía temprano.

—Es muy bonita —habló Tae jugando con una servilleta entre sus largos y finos dedos— es parecida a ti —miró a la niña de lejos, quien jugaba con los demás— también es muy parecida a su padre —añadió mirando a los ojos de la rubia. Ella asintió muy despacio sintiendo un nudo en la garganta.

—Mi hija es lo más maravilloso que tengo, Tae, cuando pensé que todo se había acabado y que no podría salir del pozo oscuro en el que me encontraba —se tomó una pausa para respirar con tranquilidad— la noticia de que esperaba a mi bebita me hizo entender que no todo era malo. A pesar de las circunstancias, pude salir adelante sola en compañía de las personas que me aman. Lo único que me importa es la felicidad de mi hija. Nada más.

TaeHyung le devolvió la sonrisa comprendiendo la situación, pues Hye-min le había contado con lujos de detalle los últimos años en que ella se fue del país. Los obstáculos y las negativas que su vida había tomado. Los cambios buenos y los giros repentinos que ahora le hacían feliz.

No pudiendo evitar recordar el pasado y a él, inevitablemente fue un tema que tocaron sin caer en detalles, pues habían dos versiones bien cuestionables y diferentes, las cuales ciertas partes eran desconocidas por sus protagonistas principales y de las cuales muy pronto se descubrirían.

Hye-min condujo con el silencio dentro del vehículo, había dejado a los demás en la casa y sin avisar había salido de nuevo a la calle, no supo porque de repente sintió la necesidad de estar sola, de querer recorrer la ciudad en un paseo hacia ningún lugar, ni siquiera había contestado a los mensajes o llamadas de NamJoon. Realmente necesitaba estar sola.

Se detuvo en el estacionamiento abierto de la entrada de un parque acomodando su abrigo, su bufanda y colocando sus guantes descendió del vehículo comenzando a caminar, apenas eran las nueve de la noche, aún había gente alrededor que se dirigían a sus casas luego de un día laboral o algún valiente que le gustará transitar bajo ese frío invernal.

Caminó mirando algunas vidrieras, compró un café caliente con intenciones de mantenerse cálida y algunos dulces y chocolates para luego. Sonrió al encontrar unas galletas en forma de conejo que inevitablemente le recordó a la sonrisa de su niña e inevitablemente a la sonrisa de JungKook.

¿Acaso no bastó la distancia para terminar con todo? ¿por qué verlo le había incomodando? ¿por qué debió de aparecer? ¿por qué se hacia problema si en tres días ya se volvía a América y todo volvería a la normalidad? Adoraba con el alma a NamJoon y estaba muy segura de lo que sentía. Él era una muy buena persona.

Aquellos pensamientos incesantes agolpándose en su mente solo la aturdían más, era absurdo pensar en todo eso o tal vez haber visto a personas del pasado le trajo cierta nostalgia y tristeza. Se había despedido de TaeHyung y de Beomgyu con pesar como si no quisiera dejarlos, en realidad no todo había sido tristeza, la mayor parte habían sido risas y anécdotas lindas por parte de esos dos.

Se colocó en sus oídos unos auriculares conectados a su móvil con música aleatoria de una playlist cualquiera, eso la mantuvo entretenida mientras bebía su café y seguía caminando, de vez en cuando sacaba fotos sonriendo e imaginándose estar en un melodrama al ver cómo pequeños copos de nieve caían.

Sin embargo, su sonrisa se vio opacada por un sitio que bien conocía deteniéndose por completo a contemplar. Y en vez de una sonrisa o de seguir escuchando la canción movida en sus auriculares, las lágrimas y la tristeza acompañada de un recuerdo la atacaron haciéndole temblar.

•••
Era uno de esos días donde el sol de primavera dejaba el ambiente cálido y con una fresca brisa llegada la noche. Hye-min había decidido que salir a pasear y beber algo sería lo ideal a pesar de tener a sus guardaespaldas detrás, eso no la detuvo cuando llevó de la mano al pelinegro hacia un parque con algunos juegos infantiles.

—Hye, ¿qué haces? —preguntó él cuando vio que ella se subía a una de esas ruedas giratorias. A JungKook le causaba una terrible ternura verla ser ella misma, era como una niña pequeña que cada día le mostraba algo nuevo por lo que asombrarse.

Y no negaba que había aprendido muchas cosas nuevas y extrañas, y con ello, los sentimientos arrebatadores que conllevan el estar enamorado. A veces se perdía en ella, en su forma de hablar y expresarse, en su sonrisa blanca y sus enormes ojos achinándose en el proceso, la forma en que sus labios se volvían un círculo acolchonado cuando puchereaba y miraba hacia abajo con semblante apenado.

La forma en que ella lo acariciaba cuando no hacían nada y estaban en completo silencio, sus carcajadas que lo hacían reír, la forma tan inteligente y perspicaz con que le respondía en el pasado a sus bromas doble sentido saliendo airosa. Había miles de detalles, cientos de ella que él adoraba.

—Ven Kookie —llamó con sus manos intentando dar vuelta a esa rueda que se le hacía pesada. JungKook sonrió con su mejor sonrisa colocando un pie sobre la madera mientras con el otro se ayudaba a impulsar para hacer rodar el juego.

La risa de Hye-min era lo único que se podía escuchar en esa noche primaveral, era como si esa simple acción, su simple presencia iluminará cada rincón oscuro, cada rincón oscuro en el alma y corazón de JungKook.

Las vueltas en aquella rueda eran más rápidas por culpa del pelinegro, su risa también se podía escuchar al igual que las quejas de la castaña por qué bajara la velocidad ya que comenzaba a marearse, pero él no quería detenerse, quería seguir dando vueltas y seguir escuchando la risa de su chica.

JungKook se sostuvo con sus pies de los soportes a los costados mientras su cuerpo también se sujetaba del eje de metal en el centro, tomó con uno de sus brazos la cintura a Hye-min, sosteniéndola con firmeza entre sus brazos mientras se atrevía a besarla de forma dulce y lenta. Los dos perdidos el uno en el otro, sin importarles que aun seguían dando vueltas en su propio mundo. Aferrados sin querer soltarse con la promesa silenciosa de ser un para siempre.

—Te amo, Jeon JungKook, te amo —susurró sobre los labios del chico y sus brazos rodeando su cuello y hombros.

—Te amo, Park Hye-min, te amo —respondió él acariciando su nariz con la de la chica aferrando sus brazos alrededor de ella.
•••

Hye-min sollozó dejando caer su cabeza hacia al suelo blanco lleno de nieve. Esa misma noche ella fue de él y él fue de ella, días después fue la fatídica noche donde él le rompió el corazón. Y no supo entender si aquello fue una mera casualidad o su inconsciente la llevó directamente al pozo de los oscuros y recónditos recuerdos. ¿Por qué dolía tanto si ya pasaron cinco años de eso y ahora tenía una vida hecha? ¿por qué se sentía destrozada y derrumbada?

Lo amó con cada célula de su ser, con todo lo que ella era y fue, pero entendía porque lo hizo y ya no tenía resentimiento alguno.

Quitó uno de sus guantes y con el dorso de su mano secó las lágrimas sobre sus mejillas y ojos, sorbió la nariz recomponiéndose. En la otra mano tenía la bolsa de dulces, el café ni bien lo terminó había tirado el vaso de plástico. Miró una última vez aquel juego y como si estuviera viendo una película rememoró la escena de nuevo viéndose a ella misma allí muy feliz junto al chico que amó con locura.

Miró al JungKook del pasado sonriente sujetando la mano de Hye-min del pasado, la pareja caminaba en su dirección, los orbes oscuros del chico se cruzaron con los de la rubia, al segundo la pareja la traspaso y se desvaneció en el aire junto con toda la felicidad.

Se que en otra vida vamos a coincidir y seremos lo que en esta vida no pudimos.


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Jung-suk bebió otro sorbo del whisky mientras un puro prendido se encontraba sobre el borde de un cenicero de cristal. De fondo se podía escuchar ‘Fantasia in D minor', de Mozart. Mantenía sus ojos cerrados sintiendo la música, un suspiro ahogado se escuchó en la habitación.

—¿Sabe a quien vi hoy? —preguntó por lo bajo una voz femenina, prosiguió con algo de ironía— a Park Hye-min y a su hija —el hombre suspiró con sus ojos aún cerrados, su atención aún en el sonido del piano, el líquido dentro del vaso se movía en círculos a causa de su mano— ¿Qué no lo ve? ¿acaso va permitir que le arrebaten a su hijo? —dijo con voz más firme en tono molesto— va permitir que esa mujer se acerque otra vez a JungKook con la intención de engatusarlo y que le vaya quien sabe con qué cuento.

Jung-suk aún metido en la música clásica llevó el vaso a sus labios bebiendo del líquido. Su hijo lo despreciaba y sabía que en partes era su culpa, pero él aún estaba a su lado y así debía ser. No permitiría que nadie le arrebatará el amor de su hijo, de su único y gran amor.

Sintió el resoplido detrás suyo y juró haber escuchado un insulto al aire, pero hizo caso omiso a eso y siguió en su mundo, perdido en recuerdos del pasado o en el día a día. Volteó sobre la silla encarando la soledad de la noche y su despacho, terminó el contenido del vaso dejando recaer su cabeza sobre sus manos.

Las tenía muy buen vigiladas y hasta ahora nada se estaba saliendo de su plan, en pocos días ella se iría y todo volvería a la normalidad, no necesitaba acudir a drásticas decisiones ya que JungKook no sabía de ellas, lo sabía porque también lo tenía vigilado. Amaba a su hijo y todo lo que hacía era por amor, un amor que lo llevaría a la locura.

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