𝗖𝗮𝗽í𝘁𝘂𝗹𝗼 𝗰𝘂𝗮𝗿𝗲𝗻𝘁𝗮 𝘆 𝗰𝘂𝗮𝘁𝗿𝗼.
Días después.
Bajó del auto cuando el chófer le abrió, había llegado a las oficinas centrales en La Casa Azul, había quedado con su padre para una reunión tratándose de trabajo, en dos días volvería junto a su hija y esposo a los Estados Unidos. Hasta ahora todo estaba en completa tranquilidad y eso, en partes, solo le hacía sospechar. Ni siquiera se había vuelto a encontrar con conocidos de su pasado.
Era como si todo se estuviera dando para algo, pero no sabía para qué, ni tampoco le interesaba mientras todo se mantuviera igual que siempre.
Tamborileo sus dedos sobre sus muslos alisando la tela de pana de su pantalón blanco mientras esperaba el ascensor, su otra mano acomodó la cadena en dorado de su bolso sobre su hombro, en su brazo sosteniendo su sobretodo a juego.
—Aún sigues usando el mismo perfume —la voz grave y ronca sobre su oído causó que diera un respingo de la sorpresa, apartándose a un lado para encontrarse frente a ella a quién menos esperaba.
—JungKook.
—Hye-min.
—¿Qué haces aquí? —preguntó un tanto nerviosa por la cercanía.
—Negocios —respondió restando importancia sin dejar de observarla de pies a cabeza con una extraña mirada y una sonrisita en la comisura de sus labios — ¿Y tú?
—Ahm, vine a visitar a mi padre.
—Ahm —colocó las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones negros de vestir, aún mantenía sus ojos sobre ella buscando algo— ¿cómo se encuentran NamJoon y tu hija?
—Bien, gracias, ellos están bien —desvió la mirada pidiendo en su interior que el maldito ascensor llegará.
—Qué casualidad que el nombre de tu hija sea el mismo nombre que tenía mi madre —la mirada que JungKook le dedicó a Hye-min le congeló la sangre, esa mirada era penetrante, como si quisiera ahondar en su alma y no para un fin benévolo.
Suspiró adoptando una posición firme, no quería que percibiera lo nerviosa que estaba, se obligó a si misma a mirarle a los ojos sabiendo que aún así él la intimidaría, a este punto se sentía una tonta por dejar que Jeon tuviera cierto control sobre sus emociones, lo peor, es que él desconocía ese acto.
—Por si no sabías, mi hija tiene el nombre de su padre, pensamos en un nombre compuesto —contestó de la manera más tranquila posible, su corazón bombeaba como loco queriéndose salir de su pecho— no me había dado cuenta de ese detalle, fue una simple coincidencia.
—Claro, una simple coincidencia —asintió fingiendo una sonrisa juguetona, una que Hye-min evitó mirar. No podía negar que Jeon JungKook aún seguía siendo imponente e intimidante, sobre todo intimidante.
Iba a despedirse, pero el repentino acercamiento del pelinegro hacia ella la alarmó logrando que comenzará a retroceder sin darse cuenta, perdida en la oscura mirada del hombre, aquellos ojos tenían un brillo particular que no supo descifrar, pero no era nada que haya visto antes.
Parpadeó varias veces cuando su espalda chocó contra la pared, JungKook viendo su oportunidad la acorraló con su cuerpo, su brazo izquierdo al nivel de la cabeza de esta mientras la derecha cerca de la cintura. Hye-min podía sentir la respiración cálida de él sobre su rostro. JungKook la observó por un par de segundos a los ojos y sin pudor bajó hasta detenerse en la abertura de la camisa de seda color pastel llamándole la atención que sus pechos estaban más grandes —lo adjudicó a la lactancia de su hija—, subió deteniéndose sobre los carnosos labios de la mujer relamiéndose los suyos.
—Sabes, aún recuerdo tus labios —la mano que reposaba anteriormente cerca de la cintura se dirigió hasta su cuello, con el pulgar acarició sus labios— el sabor de ellos, lo mucho que me encantaba besarte, las cosas maravillosas que hacías con está boquita.
Hye-min jadeó totalmente impactada por todo, frunció el ceño observando el descaro del pelinegro al tocarla y si no estaba equivocada la insinuación precipitada. Ruborizándose un poco apartó la mano de un sopetón sintiendo enojo ante tal atrevimiento.
—No te atrevas a tocarme, JungKook.
—Que raro —miró por un momento sus zapatos frunciendo su ceño para luego volver a mirarla con seriedad en su rostro— a ti te encantaba que te tocará.
Se atrevió a acercar su rostro al de Hye-min en un intento por besarla, todo para provocarla porque no le apetecía más que provocarla e incomodarla, sobre todo incomodarla.
—¿Hye-min?
Ambos voltearon a ver al señor Myung-Back parado a unos metros de ellos observando con extrañeza la situación, Hye-min viendo el momento perfecto para escapar de las garras del pelinegro se dirigió hasta su padre a quien saludó con un beso en la mejilla, ya se había acostumbrado a algunas costumbres occidentales.
—Jeon JungKook, que alegría verte por aquí muchacho —saludó el mayor con algo de amabilidad.
—Señor Park —saludó con una reverencia, su rostro con extrema seriedad— me alegro verles, espero tengan un buen día —desvió la mirada hacia la mujer que se encontraba aferrada al brazo de su padre evitando mirarle.
Se veía desamparada, frágil, muy nerviosa ante su presencia y quería creer que aún habían sentimientos por él. Y eso le encantaba, porque en el fondo los suyos no habían cambiado, por más que él lo negara. La sonrisa que tenía se desvaneció cuando flashes de recuerdos felices de ellos dos invadieron su mente, cambiando repentinamente cuando recordó que Park Hye-min estaba casada con Kim NamJoon y tenían una hija juntos.
Sin esperar respuesta del saludo se dirigió a uno de los ascensores abiertos dónde se perdió sin mirar atrás.
—¿Estás bien? —preguntó el señor Park sosteniendo a su hija por los brazos denotando su preocupación.
—Si, si, estoy bien. Gracias —fingió una sonrisa que no llegaba a sus ojos y eso su padre lo notó— vamos.
—Hye-min —la detuvo haciendo que lo mirará a los ojos— sabes que puedes contarnos lo que sea, somos tu familia y estamos contigo siempre.
—Lo sé, appa, lo sé, no te preocupes.
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El sentir aquel sentimiento de rechazo le dolió más de lo que pensó, pues al nunca haber obtenido un NO en cualquier cosa que quisiera o se propusiera, ser una de las primeras veces que pasaba por algo así dolía, dolía más de lo que creía, sobre todo viniendo de ella. <<¡Maldición!>>, maldijo para sus adentros al darse cuenta de que todas esas emociones encerradas en su interior seguían más vivas que nunca.
No quería admitirlo, pero comenzó a sentir una ligera desesperación al haberla tenido tan cerca además de otra cosa, y si, lo admitía, celos también.
Los celos lo estaban comenzando a matar lentamente al ver cómo ella llevaba en su dedo corazón el anillo de casada y que el maldito afortunado haya sido Kim NamJoon, era el peor error que la vida pudo llegar a cometer y por si fuera poco, les había bendecido con la llegada de un hijo.
A este paso la oscuridad lo había tomado por completo, lo había transformado en aquella persona fría y dura, alguien implacable cuando se sentía débil y lastimado.
Gracias a que Sejin le había contratado los servicios de un investigador privado supo muchas cosas sobre la nueva familia. Las salidas, las entradas, las personas con las que se vieron, dónde, cuándo, cómo. Información que se le comenzó a ser irrelevante cuando en realidad quería saber otra cosa sin entender con que fin.
—Creo que deberíamos aplazar lo del hotel en Jeju —comentó SeokJin revisando algunos papeles sobre la mesa de la sala de juntas— aún hay detalles que no están del todo finalizados, de todas maneras, este fin de semana iré a ver el trabajo hecho.
El pelinegro jugaba con una lapicera entre sus dedos, miró el reloj digital sobre la pared de la oficina esperando otra llamada del detective con nueva información. Pues esa misma mañana luego de encontrarse a la rubia supo que en dos días ella volvería a los Estados Unidos junto a su familia y esa idea, por más descabellada sonará, no le gusto ni un ápice.
—¿Me estás escuchando?
—Haz lo que tengas que hacer —contestó fastidiado. SeokJin suspiró cansado, apoyó su espalda en el respaldo de la silla y miró al pelinegro que tenía semblante serio y su mandíbula tensa.
—La viste, ¿no es así?
JungKook cerró sus párpados asintiendo, se paró de la silla con algo de brusquedad haciendo que está chocará contra el ventanal de vidrio. Se dirigió directo a la cómoda donde tenía algunas botellas de alcohol, se sirvió un poco en un vaso para beber todo de un solo envión, gruñendo ante la sensación de ardor bajar por su garganta.
—Sigue siendo la misma, ni siquiera el haber sido madre o que haya cambiado su look hizo la diferencia —sus ojos se encontraban perdidos en la bandeja de plata— es más, creo que hasta esta mucho mejor, se ve mejor, se ve radiante.
Resopló por la nariz sintiendo correr en su interior sensaciones lo suficientemente avasallantes para estremecerlo. Pasando de la hostilidad y el rencor a la lujuria y excitación. Y si, se sentía un completo imbécil al sentir todo aquello por ella cuando era más que obvio que había seguido con su vida sin mirar atrás.
Una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla al sentir dolor en su pecho, ella era feliz y él no. ¿por qué dolía así, si ese fue el plan desde un principio cuando la abandonó? ¿por qué no podía sentirse un poquito alegre de verla realizada y como debía ser? <<Porque ese no eres tú>>, habló la voz de su consciencia.
Rápidamente se recompuso y secó aquella lágrima que lo hacía verse lamentable dejando que la oscuridad lo volviera a invadir, era como si una personalidad nueva fuera la que lo estuviera moviendo desde hace años, porque el verdadero JungKook no quería hacerlo.
—Hablemos de Jeju, lo que harás cuando vayas estos días, debes mantenerme informado de todo —el mayor lo miró con algo de amargura, era normal que el pelinegro pasará de un tema a otro cuando se tratará de su persona. De un momento a otro, se hundía en su dolor y al segundo, volvía a ser ese hombre serio y duro.
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Salió del complejo de departamentos lujosos de muy mal humor, la razón fue por una discusión que había tenido con Sonmi en medio de un apasionado momento y a él se le haya escapado el nombre de otra. La morocha había puesto el grito en el cielo cuando escuchó aquel nombre y la sola mención de esa persona la enloqueció. JungKook alegó que estaba loca y que no debía colmar su paciencia pues que fueron suposiciones de la mujer y que él jamás dijo nada.
Salió más tenso y molesto del lugar con los gritos de la otra detrás. Se subió a su auto y a toda velocidad condujo por las calles sin importarle no tener puesto el cinturón de seguridad. Comenzó a reír de forma histérica porque su mente le recordó ese preciso momento en que la morocha lo montaba y de sus labios salió el nombre de ella y como en un pasado se imaginó haciéndole el amor.
El simple hecho de que ella haya vuelto volvió a descolocar su mundo entero. Y eso era inaudito cuando él siempre tenía el control de todo. Sentía su corazón punzar su pecho con la intención de estallar en mil pedazos. Se dijo a si mismo que debía terminar con el maldito juego del detective. No necesitaba saber nada de nadie. No quería que volviera a su vida y que las cosas cambiarán.
O tal vez si.
Siendo casi las doce de la madrugada llegó al edificio, una llamada entrante en su móvil llamó su atención por completo viendo el nombre del detective en la pantalla, apagó el motor tomando su celular para atender.
—Espero que me de algo muy jugoso e interesante porque no pagaré un centavo más, ¿me escucho? No voy a seguir perdiendo valioso tiempo —musitó en tono amenazante.
—Señor Jeon, buenas noches —saludó del otro lado con afable tono— no se preocupe, le tengo mucha información que le interesará saber. Le estaré enviando un mail con todo lo que se ha juntado.
—Quiero información en este mismo instante, que me cuente algunas cosas, como por ejemplo, la niña.
—Claro, permítame un minuto —el pelinegro resopló en su lugar intentando no maldecir al hombre del otro lado de la línea, la paciencia era una virtud carente en él— la niña se llama Park Young-nam, tiene cinco años y nació el veintidós de junio del dos mil veintidós, en el Hospital Nueva York Prebysterian, en el estado de Manhattan.
—Espere, espere, ¿la niña tiene el apellido de su madre?
—Así es —confirmó y el pelinegro tragó saliva.
—¿Y su padre qué?
—Aquí dice que es reconocida por Kim NamJoon —dijo leyendo la información y añadió— tal vez haya sido una decisión de ellos dejarle ese apellido por alguna razón.
—Repítame la fecha de nacimiento.
—Veintidós de junio del dos mil veintidós.
<<Unos meses después de que la dejé. ¿Acaso habría la posibilidad de que? No, claro que no>>, pero su cabeza seguía dando vueltas con números que no llegaban a un buen puerto.
Cortó la llamada sin despedirse ni escuchar nada más, estaba sumido en un tumulto de pensamientos obsecuentes y recuerdos laboriosos que era demasiada presión. El recuerdo de haberle hecho el amor una última vez fue en aquella bañera en el departamento que fue de la ahora rubia, ese recuerdo vino a su mente, las sonrisas compartidas, las caricias y abrazos, los te amo, la promesa de empezar con ella una vida nueva juntos.
¿Y si?... No, no podía ser cierto. Ella no...
Bajó del auto caminando hasta tomar el ascensor que lo llevaría hasta su piso, estaba en modo automático, su cabeza buscaba una salida, buscaba una revelación. La sonrisa de la niña, su cabello lacio y negro, sus mejillas rechonchas, sus ojos, aquellos ojos grandes y adorables con un brillo especial como si miles de estrellas estuvieran allí listas para deleitarlo con el paraíso.
Cerró la puerta de su despacho volviendo a hacer cuentas. Llevó sus manos temblorosas apretando los costados de su cabeza, su rostro estaba empapado en lágrimas, su corazón bombeando queriendo salirse de su pecho. No podía ser cierto, no. Esa niña no podía ser su hija, Hye-min no sería capaz de mentirle de esa manera. No cuando se supone que se amaban mucho.
<<La dejaste, la abandonaste, ¿recuerdas? Y luego te casaste con otra para terminar de matarle y dejaste que el mundo entero lo supiera>>.
Cayó de rodillas al suelo sollozando, los oscuros recuerdos de aquella noche donde su padre lo amenazó con lastimarla sino la dejaba, la escena de ella corriendo bajo la lluvia llorando desconsolada cuando él le dijo que solo había sido un polvo más, su corazón desgarrado por haberla lastimado de esa manera. Por haberla abandonado.
Se levantó como pudo dirigiéndose con rapidez a su escritorio, abrió con torpeza y brusquedad todos los cajones buscando algo en el interior. Consiguiendo luego una caja de madera antigua, la abrió con lentitud encontrando algunas cosas viejas, un dibujo, un dibujo de ella que él mismo había hecho la última noche juntos antes del fatídico día. La fecha.
Septiembre del 2021.
Si, esa niña, esa pequeña, debía ser su hija.
Su pecho subía y bajaba por su respiración agitada en forma de jadeos, su mano desatando su corbata con brusquedad sintiendo la asfixia en su garganta. Un calor abrasador subiendo por sus extremidades haciéndole temblar el cuerpo entero y a los segundos un grito desgarrador salió de su garganta, la ira siendo descargada en el desorden de los objetos encima de su escritorio, los cristales rompiéndose en añicos, muebles quebrándose a golpes.
Él sacando todo el odio de su interior. Un odio que había estado encerrado. Que tenía un autor y que pagaría por haberle arruinado la vida. Por haberle quitado lo que más amó en su vida.
De ahora en más, se viene el salseo salsoso. Así que prepárense y no me hago cargo de la estabilidad emocional de nadie porque ni yo tengo con lo que escribi 🥺
Prometo que luego vendrán cosas buenas. Pero después. 🤭
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