La convocatoria
La idea se me ocurrió una noche de insomnio, mientras estaba acostada intentando dormir, me puse a ver que podía leer en la app de libros. Bajo el username de @Genesis12120, había podido escribir algunas historias algo bizarras. Esa noche pensé, mientras me preparaba para ir a trabajar si sería posible llevar toda esa conexión virtual a la vida real. Después de todo, en Buenos Aires debe haber suficientes dementes como yo, amantes de la lectura, personas que les gustaría compartir un buen rato leyendo y criticando nuestras creaciones.
Después de divagar durante días, finalmente me animé a publicar el anuncio: «¡Hola a todos mis queridos seguidores!» Escribí en mi muro en la aplicación, «Estoy pensando en organizar un club de lectura en Buenos Aires y me encantaría que hagamos una juntada.
¿Qué les parece si nos juntamos en el McDonald’s del Obelisco el próximo sábado a las 9 pm? Si se animan o les interesa, traigan una tablet con la portada de su libro favorito de la app. ¡Nos vemos prontito! #ClubDeLecturas»
La respuesta demoró unas horas y eso me entristeció, pero después y como si fuera magia, en mi tablero aparecieron algunos mensajes positivos, confirmaciones y alguna que otra pregunta. Sentí un poco de miedito, no lo voy a negar..., pero a lo mejor, no era una idea muy loca después de todo. Sin embargo, la gente de otros países se mostraron excluídas y no me dieron el visto bueno.
Después de algunas confirmaciones de asistencia, me puse contenta, pero también ultra nerviosa. En mi trabajo no me podía concentrar, salía a la vereda a fumar para relajarme, quería cancelar todo, pero los usuarios ya habían aceptado y tenía que seguir adelante.
El día llegó más rápido de lo esperado. Me puse una remera negra con el logo de los Rolling Stones y un jean azul con roturas, me recogí el pelo rubio en una colita alta. Miré mi reflejo en el espejo y estaba ruborizada, con las mejillas al rojo fuego por la ansiedad que tenía. Entonces, fui hasta el cajón de mi mesita de luz y agarré el inhalador de Salbutamol, por si acaso me agarraba un ataque de asma en el camino.
A pesar de tener casi 24 anos, tenía bastantes inseguridades a la vista, yo no estaba lista para enfrentar esta nueva locura. Entonces tomé aire y agarré mi tablet, asegurándome de que tenga batería para mostrarles la portada de mi último libro, me apliqué perfume y lapiz labial rojo y salí de mi departamento.
El centro de Buenos Aires estaba ajetreado como siempre. Había mucho tráfico y me costó un huevo el taxi.
Al llegar al McDonald’s del Obelisco, el aroma a frito estaba impregnado en el aire y eso me provocó algo de nauseas. Miré a mi alrededor buscando rostros conocidos, o mejor dicho, desconocidos que había llegado a conocer a través de sus comentarios y perfiles en la app.
Vi a lo lejos una mano que se levantó en el aire y era un tipo de unos 28 años, era petiso y tenía puesta una gorra de la selección Argentina. Se acercó con prisa y el pánico se apoderó de mí.
Pensaba que no vendría ni una persona.
—¡Hola, Génesis! Soy Clemente, @elreydelabanana —dijo y me indicó que me sentara en las mesitas para ocho personas.
—¡Hola, Clemente! —respondí con una sonrisa falsa, por el pánico—. Me alegra que hayas venido, siéntate.
—Es que estuve toda la semana pensando en venir, me costó mucho llegar, yo vivo en el conurbano bonaerense y tuve dos horas de viaje —dijo él con los ojos brillantes.
—Qué bueno que te hayas animado. Recuerdo haber visto tu username, es muy gracioso —dije mientras una gota de sudor recorría mi espina dorsal.
A su lado, había una chica flaquita de unos 19 años, con el pelo teñido de rosa y sus ojos delineados de negro.
—Soy Raquel, @solteraforever —dijo sonriendo, mostrándome la portada de su libro en la tablet.
—Hola linda, recuerdo tu libro, lo leí en una oportunidad, pero no voté, ni te dejé comentarios —le dije con soltura.
La sonrisa desapareció del rostro de la pelirosa.
Poco a poco, fueron llegando más personas. Apareció Beto, un hombre gordito de 45 años que traía puesta una camiseta de fútbol, se presentó como @Casadoconhijos666.
—Yo reconozco tu user —soltó Clemente.
—Pensé que nadie iría a saber quién soy yo, porque uso una foto de Homero Simpson tomando cerveza en mi icon —explicó Beto muy sorprendido.
—Vos vivis lejos ¿no? —preguntó Clemente.
—Si, soy del conurbano bonaerense.
—Yo también.
—Si vamos para el mismo lado, al finalizar te llevo en mi camioneta —dijo Beto, con un gesto amable.
—Estaría piola. Me da gusto conocerte, me gustan tus historias de rock —dijo Clemente.
De pronto llegó Fabri, un joven de 24 años con aire despreocupado, traía la ropa de trabajo, resultó ser @ElPasadoNoMeCondena.
—Yo sé quién sos, te sigo —dijo Raquel.
—¿Y vos quien sos? —preguntó Fabri, mientras fruncía el entrecejo.
—¡Ja! Soy @solteraforever.
—Mmmm, no me acuerdo —dijo Fabri y luego se sentó frente a nosotros.
Por último llegó Montserrat, una mujer de 36 años con el pelo muy rojo, usaba ropa ceñida al cuerpo en un azul muy brillante, como para ir a la discoteca, nos saludó como @Montserrat_con_ketchup.
—¿Sos Montserratconketchup? Yo te conozco, tenés pilas de seguidores y todos son gays —dijo Beto lanzando una risotada.
—No le des bola, vos sentate aquí —dijo Raquel con amabilidad.
—Entonces vos sos gay, porque la estás siguiendo —dijo Clemente matándose de risa.
Beto dejó de reír y le cambió el semblante.
Pedimos nuestras comidas y comenzamos a charlar sobre nuestras lecturas, anécdotas y como fuimos a parar en la app. La conversación fluía de manera divertida y las historias graciosas empezaron a fluir.
—¿Génesis como se te ocurrió hacer esto? —preguntó Fabri, tomando un sorvo de su gaseosa.
—La verdad es que siempre me he imaginado la idea de conocerlos en persona —respondí—. Siento que compartir nuestras historias cara a cara puede ser mucho más enriquecedor. Además, ¿quién dice que las amistades virtuales no pueden convertirse en amistades reales?
—Totalmente de acuerdo —dijo la pelirosa—. Creo que todos necesitamos más conexiones humanas más auténticas.
—Y este lugar esta muy bueno, porque siempre hay mucha gente y hay wi-fi gratis —agregó Montserrat—. Así, si alguien se pone pesado, ya saben donde está la puerta.
—Hablando de eso, ¿cómo sabemos que no se nos colará algún loco? —preguntó Beto con una sonrisa nerviosa.
—¡Ja! No sé, espero que no pase nada extraño —dije con algo de vergüenza —Bueno, para eso estamos todos juntos —dije—. Quizás el próximo sábado se una alguna persona más.
—Entonces convocá más gente así sería más copado —dijo Clemente.
—Yo creo que menos es más... —dijo Raquel.
—Ya veremos... —respondí.
La hora pasó volando entre charlas y debates apasionados sobre otros libros y autores de la aplicación. Fue una experiencia increíble ver cómo cada uno de nosotros, con nuestras vidas tan diferentes, podíamos conectarnos a través de la literatura.
—Creo que deberíamos hacer todos los sábados —sugirió Beto—. Es que con mi señora está todo mal. Necesito desahogarme y salir de casa.
—¿Y cuantos hijos tenés? —le preguntó Montserrat y parecía que le estaba coqueteando.
—Tengo 9 pibes.
—¿Qué? —exclamé y escupí la gaseosa.
—Yo cuando me junté con mi jermu, ella ya tenía 8 críos, yo tuve un solo hijo con ella.
—Ahhh —dijimos al unísono.
—Es que estamos tiroteados —respondió Beto.
—¡Qué mal! —dije—¿Te vas a divorciar?
—Si, estamos en eso —murmuró con cara de pocos amigos.
—Mal ahí —dijo Fabri.
—Yo quiero que critiquemos a los libros famosos de la app —exclamó La pelirosa—. También podríamos ir variando los lugares, juntarnos en nuestras casas. Yo estoy haciendo dieta y venir aquí no dá. El olor me da hambre y verlos comer, ni hablar...
—¡Ja! Se nota que no te gustan los populares de la app —dijo Fabri.
—Es que ellos nunca leen a nadie...—explicó ella.
Montserrat asintió con su cabeza y dijo:
—Yo pienso igual.
—Yo pienso igual, son unos culoroto —dijo Beto.
Todos comenzamos a reír sin parar.
—Beto tiene razón —dijo Fabri.
—Bueno, chicos. Después veremos si nos juntamos en las casas. Suena bien, pero no tan bien. ¿Quién vive solo? —pregunté.
—Yo —dijo Raquel con una sonrisa pícara.
—¿Vivís cerca de aquí? —le pregunté.
—A diez cuadras, maso —murmuró dubitativa.
El entusiasmo era palpable. Sentí que estaba funcionando, la pequeña comunidad virtual se transformaba en algo tangible y real.
—Entonces, ¿nos vemos el próximo sábado a la misma hora? —pregunté, mirando a cada uno de ellos.
—¡Obviamente! —respondieron.
—El sábado, aquí mismo y a la misma hora y después veremos... —les dije, asegurando que no se confundan de locación.
Mientras nos despedíamos, sentí que había dado un paso importante. Había quebrado la barrera entre lo virtual y lo real, y había ganado un grupo de amigos que compartían la pasión por la lectura. La ciudad de Buenos Aires nunca me había parecido tan vibrante junto a estas nuevas amistades.
Caminé de vuelta a casa con una sonrisa en el rostro y con la alegría de que podría funcionar. Sentí que había alzado el vuelo, y mi aventura apenas comenzaba.
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