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09. Recuerdos que quieren salir

Florian: ¡A BEBER, PERRAS! —gritó Florian mientras el corcho de la botella de champán salía disparado al techo y rebotaba contra una lámpara.

Megan dio un pequeño salto por la sorpresa y Tiana casi se atraganta de la risa.

— ¡Dios, Florian! ¡Podrías haber matado a alguien! —exclamó Megan, aún sosteniendo su copa vacía.

Florian: ¡Pues qué muerte más fabulosa sería! —respondió Florian dramáticamente, sirviendo con rapidez el champán rebosando las copas como si fuera oro líquido— ¡Burbujeante, francés y letal! ¿Qué más quieres?

Tiana aplaudió divertida y Megan no pudo evitar reírse. Hacía tanto tiempo que no se sentía así... rodeada de risa, de bromas tontas, de una noche que prometía ser inolvidable sin importar qué.

Florian giró sobre sus talones, posando como modelo de pasarela mientras se llevaba la botella a los labios. Bebió directamente de ella.

Georg: A ver, a ver, esta fiesta está de locos —dijo Georg acercándose desde el jardín, deteniéndose en la entrada de la terraza. Llevaba una camisa abierta y el cabello un poco desordenado— No puedo dejarte solo ni cinco minutos, amor.

Florian alzó la copa y sonrió.

Florian: ¡Mi hombre vino a buscarme como en las novelas! ¡Ven aquí, papacito! —corrió hacia él y lo abrazó por la cintura, plantándole un beso en la mejilla.

Tom: Ustedes dos dan diabetes —comentó Tom apareciendo por detrás, con una lata de cerveza en la mano y una sonrisa ladeada. Su mirada fue de inmediato hacia Megan, y no pudo evitar alzar una ceja con picardía al verla sentada entre Tiana y Florian, con el cabello algo despeinado y los labios brillantes por el champán.

— Tú tampoco tienes remedio —le dijo Megan, negando con la cabeza.

Tom: No lo tengo. Pero tampoco lo quiero —respondió él mientras se dejaba caer en una silla con las piernas abiertas, relajado.

Tiana: ¿Y eso qué significa? —le preguntó Tiana mientras servía otra ronda.

Tom: Significa que algunos nacemos para ser leyendas, aunque seamos un caos andante —respondió Tom mientras brindaba con ella— Y que otros... —miró a Florian— nacen para embriagarse con estilo y tumbar la botella entera.

Florian: ¡Amén, Kaulitz! —gritó Florian brindando.

Tiana: Dios mío, ¿por qué no grabamos esto como reality show? —rió Tiana.

— Porque yo ya tuve suficiente drama para cinco vidas —respondió Megan, aunque su sonrisa la traicionaba.

Tom: ¿Seguro? —preguntó Tom acercándose un poco— Porque la noche aún es joven... y nosotros también.

Megan lo miró por unos segundos. Había algo en su mirada: ese brillo travieso de siempre, pero también algo más... algo que dolía un poco. No era fácil estar en el mismo lugar que él. Ni con Bill. Ni con tantos recuerdos disfrazados de risas.

Georg: Florian —dijo Georg, tomando su mano— ¿Qué tal si bailamos?

Florian: ¿Me lo estás pidiendo tú a mí? —Florian puso una mano sobre el pecho— ¡Acepto, señor Listing! ¡Muéstrame tus pasos más sucios!

Ambos se alejaron riendo mientras Tiana los observaba emocionada.

Tiana: Están tan enamorados —suspiró.

— Sí... lo están —dijo Megan bajito.

Tom la observó un instante más, luego se levantó con su cerveza en mano y le tendió la otra.

Tom: ¿Y tú? ¿Quieres bailar conmigo?

Megan alzó una ceja, cruzando los brazos.

— ¿Y dejar que me pises con tus pies de gigante?

Tom: Por favor, bailo mejor que Georg. Lo digo con pruebas —bromeó él.

Ella dudó un momento. Luego, sonrió, se puso de pie y tomó su mano.

— Una canción y no me mires como si fueras a comerme viva, ¿vale?

Tom: No prometo nada —murmuró él acercándose más de la cuenta.

Mientras en el fondo la música suave se colaba desde el salón, Megan y Tom se deslizaban entre miradas, recuerdos, y esa tensión que siempre había estado ahí, como un murmullo bajo la superficie.

Y, sin saberlo, desde el segundo piso, Bill los miraba por la ventana entreabierta, con la carta aún en su bolsillo y una sensación extraña apretándole el pecho.

La noche había caído del todo. Megan y Tom estaban en la sala más apartada de la casa, uno frente al otro en un sofá de terciopelo negro, las luces bajas, las copas a medio llenar. El ruido lejano de los besos, susurros y gemidos amortiguados de Georg y Florian desde el otro cuarto llenaban de silencios incómodos la habitación.

Megan cruzó las piernas, aún con la copa en la mano, mientras miraba la superficie del vino como si ahí encontrara las respuestas que no quería hacerle en voz alta.

— Viven su amor como si no hubiera un mañana —murmuró finalmente, refiriéndose a los ruidos.

Tom: Florian nunca supo de moderación —respondió Tom con media sonrisa, apoyando la cabeza en el respaldo— Y Georg... bueno, Georg cayó redondo desde el primer día.

Un gemido más alto se escuchó, y Megan tragó saliva antes de reírse con nerviosismo.

— Dios... ¿No tienen noción del volumen?

Tom: Ninguna y sinceramente, no quiero ser el que interrumpa eso. —Tom señaló con la cabeza hacia la puerta cerrada— ¿Tú sí?

— No, no gracias. Prefiero quedarme con mi incomodidad emocional en paz.

Tom soltó una risa genuina.

Tom: Eso fue muy específico.

— Es mi especialidad —respondió ella girándose hacia él— Estar emocionalmente jodida y no saber qué hacer con ello.

Tom: Y aún así luces jodidamente bien mientras lo haces —dijo Tom sin pensarlo demasiado.

Ella rodó los ojos, aunque la sonrisa le tembló un poco en los labios. La copa ya vacía descansaba sobre su rodilla.

— ¿Sabes? A veces pienso que si tú y yo no tuviéramos este historial raro... tal vez seríamos una buena pareja de desastres.

Tom: ¿Solo "buena"? —preguntó él acercándose levemente— Yo diría explosiva.

Desde la otra habitación se escuchó el sonido inconfundible de una carcajada ahogada y luego algo caer al suelo. Megan alzó ambas cejas.

— Explosivo, sí. Literalmente.

Tom: ¿Te incomoda? —preguntó Tom más bajo, sin dejar de mirarla.

Ella negó con la cabeza.

— Me incomoda todo, pero no por ellos. Es más fácil ver cómo alguien ama y es amado, que aceptar que tal vez tú fuiste ese alguien... y ahora no lo eres para nadie.

Tom se giró un poco hacia ella, su mirada más seria ahora.

Tom: ¿Hablas de Bill?

Megan no respondió de inmediato. Jugó con el borde de la copa, como si se estuviera midiendo cada palabra.

— No lo sé. Es confuso. No es como si esperara que me recordara, que me abrazara y dijera "lo siento, lo recordé todo". Pero... hay algo en sus ojos. Como si me conociera, y no supiera de dónde.

Tom suspiró, apoyando los codos en sus rodillas, mirando al suelo un momento.

Tom: Él no es el único que te recuerda.

Megan giró la cabeza para mirarlo. La luz cálida le delineaba el rostro, las trenzas cayendo sobre sus hombros, y la línea del piercing brillando con suavidad.

— Lo sé —susurró.

Tom levantó la mirada.

Tom: ¿Entonces por qué siempre siento que te estoy perdiendo aunque estés aquí?

Ella se quedó en silencio. Afuera, un coche pasó con la música a todo volumen. Dentro, los besos entre Georg y Florian se intensificaban, la pasión casi audible como si fueran parte del decorado. Pero en ese pequeño rincón de la casa, Megan y Tom estaban congelados.

— Porque no sé qué quiero —dijo ella al fin, con la voz quebrada— Me fui intentando olvidar todo... y ahora todo me recuerda por qué dolía tanto.

Tom se acercó, despacio, como si temiera que ella desapareciera con un solo movimiento.

Tom: Pero sigues aquí.

— Sí... —dijo con un hilo de voz.

Tom: Y sigues mirándome como si todavía sintieras algo —añadió él, más firme esta vez.

Megan bajó la mirada.

— Tal vez porque aún siento algo. Pero no sé si es suficiente.

Tom acercó la mano a su rostro y le retiró un mechón de cabello.

Tom: No te voy a pedir nada. Solo... no me alejes. No otra vez.

Desde el otro cuarto, Florian soltó un grito de risa.

Florian: ¡Georg, deja de hacer eso que me da cosquillas! ¡Ahh, no, no pares! ¡Sí, sí! ¡Más, más!

Megan no pudo evitar reírse mientras se tapaba la cara con las manos.

— Por dios... creo que necesito tapones para los oídos.

Tom también se rió. Luego le pasó el brazo por los hombros y la atrajo contra él.

Tom: Quédate aquí esta noche. Sin presiones. Solo tú, yo... y los gemidos teatrales de nuestra pareja favorita.

Megan apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.

— Eres un desastre, Kaulitz.

Tom: Lo sé. Pero soy tu desastre favorito, ¿no?

— Tal vez sí. Tal vez aún lo eres.

. . . 

Megan salió de la habitación, su cuerpo aún sintiendo el calor de la cercanía con Tom, pero su mente revuelta, como si algo la empujara a huir unos minutos. Caminó por el pasillo apenas iluminado, quitándose el cabello del rostro y buscando un respiro. Entró al baño, cerrando la puerta con un suspiro cansado. Se miró en el espejo. Las ojeras, el labial medio borrado, el brillo en la mirada... ¿culpa? ¿confusión? ¿nostalgia?

Abrió el grifo, mojó sus manos y se las llevó al rostro.

— Estás bien —se susurró— Solo... estás cansada. Eso es todo.

Pero no terminó la frase cuando la puerta se abrió de golpe, y la figura alta de Bill se coló adentro. Él la miró fijo, con expresión inquisitiva. La puerta se cerró con un clic detrás de él.

Megan lo miró, sobresaltada.

— ¿Qué demonios, Bill? ¿Sabes lo que significa la palabra privacidad?

Bill no respondió de inmediato. Caminó un poco por el baño, como si buscara algo que no podía nombrar. Finalmente dijo:

Bll: Lo sé... perdón. Es solo que... eres rara.

Megan arqueó una ceja, cruzándose de brazos.

— Lo dice un hombre que se mete al baño en medio de la noche con una chica medio desnuda. ¿Tu novia se pondrá celosa, sabías?

Bill: No vine por eso —respondió él, serio.

— ¿Entonces por qué viniste? —insistió Megan— ¿Quieres algo, o solo viniste a aumentar el nivel de incomodidad?

Bill frunció el ceño, como si peleara con una sensación que no lograba entender.

Bill: Tú... tú me resultas familiar. Es como si ya te hubiera visto llorar antes, o reír. Como si supiera cómo suena tu voz cuando estás molesta. Y eso me molesta, porque no debería saberlo. No sé por qué, pero cada vez que estás cerca, algo dentro de mí... jala hacia ti.

Megan se quedó helada. Trató de hablar, pero el nudo en su garganta la traicionó.

— Tal vez es porque tu alma recuerda lo que tu mente olvidó —murmuró finalmente, con voz temblorosa.

Bill parpadeó.

Bill: ¿Qué?

— Nada. No importa —respondió ella más firme, quitándose el mechón de cabello del rostro— Olvídalo.

Bill se acercó un paso más, observándola con atención. Tenía una intensidad en los ojos que no era nueva para Megan, pero que ahora dolía.

Bill: Cuando Nessa me abrazó esa mañana, tú estabas ahí. No me miraste como los demás. No fingiste estar feliz. Parecías... destrozada.

Megan apretó la mandíbula.

— ¿Y si lo estaba? ¿Y si verte con otra persona me destruye un poquito cada vez? ¿Qué vas a hacer? ¿Sentir lástima?

Bill: No quiero que me tengas miedo —murmuró él.

— No te tengo miedo, Bill —dijo ella con la mirada clavada en la suya— Solo le tengo miedo a seguir enamorada de alguien que ya no existe.

El silencio se apoderó del baño.

Bill se acercó un poco más, tan cerca que ella pudo oler su loción, tan familiar que su corazón dio un vuelco. Él alzó la mano, como si fuera a tocarle la mejilla... pero se detuvo a centímetros.

Bill: ¿Fui alguien importante para ti? —preguntó, como si cada palabra doliera.

— Fuiste todo. —La respuesta de Megan fue un susurro quebrado— Lo fuiste todo.

Y por primera vez en todo ese tiempo, Bill pareció dolerse sin saber por qué. Bajó la mirada. Tragó saliva. Dio un paso atrás.

Bill: Lo siento —dijo.

Y Megan, con una sonrisa rota, respondió.

— Yo también.

Bill abrió la puerta del baño y salió sin mirar atrás. Megan se quedó sola. El grifo seguía abierto, el espejo empañado, y su reflejo la observaba como si ella misma fuera otra versión que no reconocía.

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