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08. Verdaderamente jodida

El sol comenzaba a filtrarse por la enorme ventana de la habitación, y Megan se revolvió entre las sábanas revueltas. Su cuerpo aún temblaba ligeramente por las secuelas de la noche anterior. Una noche que no había planeado, pero que su cuerpo —y quizás algo más profundo— había necesitado. Tom Kaulitz había sido un huracán que la arrastró sin piedad, y por más que intentara negarlo, había disfrutado cada segundo.

Se giró hacia él. Estaba dormido, con el brazo extendido sobre su lado de la cama, el cabello trenzado desordenado sobre la almohada y los labios entreabiertos. "Qué jodidamente hermoso es", pensó, y eso la hizo sentir todavía más culpable. No solo por lo que había pasado... sino por lo que no podía dejar de sentir.

Con cuidado, se levantó. Solo se colocó sus bragas negras y la camisa grande de Tom, una de esas de algodón suave que aún olía a él, a cigarro y a perfume caro. Salió al pasillo con los pies descalzos, el suelo frío contrastando con el calor aún persistente en su cuerpo.

Necesitaba agua. Tal vez aire. Tal vez un maldito exorcismo.

Pero al girar una esquina del pasillo, chocó de frente con una figura alta, más delgada. Su frente golpeó suavemente contra el pecho ajeno y cuando alzó la vista, todo su cuerpo se congeló.

Bill: Perdón... ¿Megan, cierto?

Era Bill.

Bill, con una taza de café en la mano, su cabello peinado hacia atrás, gafas oscuras a pesar de la tenue luz de la mañana, una camiseta sin mangas negra que dejaba ver sus brazos tatuados.

— Sí... soy yo —respondió ella, de pronto sintiéndose desnuda, atrapada con su camisa grande y sin sostén, el cuello amplio revelando parte de su clavícula marcada por la noche anterior.

Bill bajó un poco las gafas y la miró por encima de ellas. Había algo extraño en su expresión. Ni confusión ni reconocimiento. Más bien... incomodidad.

Bill: Te ves... diferente a como te recordaba en la fiesta —dijo con un tono neutral. Su mirada bajó inconscientemente por un segundo, captando la camisa —la de Tom— y volvió rápidamente a sus ojos.

Megan se tensó. La incomodidad se volvió electricidad entre ambos.

— Desvelada, supongo —bromeó ella sin mucha gracia. Tragó saliva— Tú también madrugas, ¿eh?

Bill: Me cuesta dormir. A veces tengo sueños raros —respondió, girando su taza lentamente en la mano— O sueños que no sé si ya viví. Cosas sueltas. Voces. Imágenes.

Megan bajó la vista. Su corazón golpeaba en su pecho como si quisiera escaparse.

— ¿Te sientes mejor desde... bueno, desde que volviste de la gira?

Bill la observó con más atención. Había algo en su forma de mirarla que casi parecía... sospecha. O tal vez intuición. Como si en algún rincón de su memoria hubiera un eco. Algo no tangible, pero presente.

Bill: A veces. No siempre. Pero estoy... funcionando —respondió con una pequeña sonrisa amarga— Me alegra verte de vuelta. Florian no se callaba de la emoción.

— Sí, él es... mi persona favorita —susurró Megan. Luego, sin poder evitarlo, añadió— Tú solías serlo también.

Bill parpadeó. Su ceño se frunció levemente.

Bill: ¿Yo?

— Olvídalo. Es solo nostalgia... estúpida nostalgia —se apresuró a decir ella, desviando la mirada.

El silencio se alargó. Solo se escuchaban los pasos suaves de alguien en la cocina lejana. El sonido de una canción que venía desde el jardín, apagada por la distancia.

Bill: A veces... tengo la sensación de que hay partes de mí que están vacías —dijo Bill de pronto, sin mirarla— Como si alguien hubiera estado ahí antes y arrancado los recuerdos. Y me quedo con el hueco, sin saber por qué.

Megan sintió que se quebraba un poco por dentro.

— Tal vez no todo está perdido —susurró.

Bill se volvió hacia ella, con esa intensidad que siempre la había desarmado. Pero antes de que pudiera decir algo más, la puerta detrás de ellos se abrió de golpe.

Tom, con el torso desnudo, el cabello aún más alborotado y un cigarrillo sin encender entre los labios, salió al pasillo.

Tom: Hey, Megs... ¿todo bien?

Megan no respondió de inmediato. Bill solo miró entre ellos dos. Su expresión cambió.

Bill: Lo dejo a su conversación entonces —dijo, con voz más dura de lo esperado. Se giró y se alejó pasillo abajo, sin esperar respuesta.

Tom se quedó viendo la espalda de su hermano.

Tom: Genial —murmuró. Luego se volvió a Megan— ¿Estás bien?

Megan se giró hacia él, su rostro serio.

— No. Pero aprenderé a estarlo —susurró, cruzándose de brazos para cubrir su pecho.

Y entonces, se fue al baño, dejando a Tom solo con su cigarrillo sin encender y muchas preguntas que no se atrevía a hacer en voz alta.

. . . 

La música ahora venía de una bocina portátil puesta en la terraza. Algo suave, casi etéreo, contrastando con las risas que salían del rincón donde tres figuras estaban sentadas sobre cojines, con una botella de vodka a la mitad, cigarrillos encendidos y una nube de humo flotando en el aire.

Florian: ¿Entonces tú eres la famosísima Tiana? —dijo Florian con una sonrisa torcida, cruzando una pierna sobre la otra mientras se pasaba el vape entre los dedos. Sus uñas negras relucían bajo la luz cálida de los faroles.

Tiana: La misma perra en persona —respondió Tiana, guiñándole un ojo mientras daba una calada profunda— Aunque Megan me ha ocultado bastantes cosas, ¿eh? Me prometió drama y me trajo a una telenovela alemana de trauma y gemelos sexys.

— Ey, no me culpes por tener buen gusto y amigos inestables emocionalmente —saltó Megan, levantando su copa— Brindemos por eso. Por las malas decisiones y los buenos tragos.

Florian: Y por los Kaulitz —añadió Florian con malicia— Esos malditos hombres que parecen salidos de un fanfic mal escrito y aún así uno se los quiere tirar.

Los tres rieron al unísono. Megan estaba recostada sobre una manta, descalza, con la cabeza apoyada en la pierna de Florian. Tiana jugaba con su encendedor, mientras Florian se inclinaba para volver a prender su cigarro, robándole el fuego sin pedir permiso.

Tiana: Por cierto —dijo Tiana mirando a Megan— ¿Vas a contarles que casi te echas a llorar cuando viste a Bill con su versión humana de Hello Kitty?

— ¡TIANA! —gritó Megan entre carcajadas, empujándola sin fuerza— ¿¡Te quieres morir!?

Tiana: Bebé, si te vas a hundir, al menos llévame contigo. No voy a dejar que seas la única con trauma compartido.

Florian: No te preocupes —añadió Florian, llevándose una aceituna a la boca— Todos los que entramos a esta casa terminamos con un nivel de desequilibrio. Es como requisito del universo Kaulitz. Tom te hace perder la ropa. Bill te hace perder la memoria. ¿Qué sigue? ¿Gustav vendiendo órganos en el mercado negro?

— ¡Oye! Gustav es un pan de Dios —defendió Megan, aunque sonreía igual— Pero ahora que lo pienso... nadie sabe de dónde saca tanto dinero para sus hobbies extraños.

Tiana: ¿Y Georg? —preguntó Tiana— A ese no lo he espiado todavía.

Florian: Ese es mío, cariño —dijo Florian con voz de villana de telenovela— Firma registrada. Marca propiedad. Dueño verificado. No tocar o mueres entre lentejuelas y labial Fenty.

Tiana: ¿Es así todo el tiempo? —preguntó Tiana a Megan, señalando a Florian con el pulgar.

— Peor —respondió Megan sin dudar— Solo que hoy está contenido porque aún no se ha terminado la botella entera ni ha escuchado su playlist de venganza emocional.

Florian: Aww —Florian se llevó las manos al pecho— ¿Así de bien me conoces, mi putita emocional favorita?

— Más que tu terapeuta. Que por cierto deberías ver más seguido.

Florian: Ella me dijo que era "demasiado para procesar". ¡Yo! ¿Puedes creerlo? Hasta la psicóloga se rindió conmigo. Soy una obra maestra del colapso.

Tiana soltó una carcajada tan fuerte que casi se atraganta.

Tiana: ¡Los amo, de verdad! Esto es como estar en una sitcom maldita. Les falta un intro con risas grabadas.

Florian: ¿Y tú qué? —preguntó Florian, mirando a Tiana con interés renovado— ¿Tienes algún secreto oscuro? ¿Algún ex que aparezca gritando tu nombre borracho en una moto? ¿Un fetiche raro con gente que canta en alemán?

Tiana se encogió de hombros y bebió.

Tiana: Megan es lo más raro que tengo en mi historial y eso ya dice bastante.

— Gracias —dijo Megan con sarcasmo— Me encanta ser tu mayor desgracia.

Tiana: Y yo tu mejor recuerdo —le guiñó el ojo Tiana.

Florian sonrió como gato con crema.

Florian: Me encanta. Quiero tener una boda simbólica con ustedes. Nada de hombres. Solo nosotras, vodka, glitter y traumas compartidos. Y tal vez un altar con fotos de Tom y Bill sin camisa. Algo relajado.

— Ya basta —suspiró Megan entre risas— Si siguen así, terminaré vomitando de tanto reír y de tanto recordar lo jodida que estoy.

—Lo estás —dijeron Tiana y Florian al mismo tiempo, brindando como si fuera un cumplido.

. . . 

Bill se quedó inmóvil. El papel entre sus dedos temblaba apenas, pero no por el frío. La carta, amarillenta en sus bordes, aún conservaba el aroma viejo del papel quemado y la tinta ligeramente corrida. La había leído tres veces. Tal vez cuatro. Cada palabra se le grababa en la piel como una cicatriz invisible.

No sabía quién la había escrito. Al menos, no con certeza. El nombre estaba borroso, la esquina inferior quemada como si alguien —tal vez la misma persona— hubiese querido ocultarlo deliberadamente.

Pero lo que más lo perturbaba no era eso. Era la sensación dentro de su pecho, esa punzada conocida. Como si esas palabras... fueran suyas. Como si ya las hubiera oído antes.

"...al chico bajo el delineador, al alma que canta con los huesos rotos."

Bill tragó saliva. Miró la carta de nuevo. Esa frase.
¿Por qué le resultaba tan familiar?

Fue entonces cuando escuchó la puerta abrirse.

Nessa: Hola, amor —canturreó Nessa al entrar. Su cabello pelirrojo estaba peinado con esmero, y traía una copa de vino en la mano. Caminó directamente hacia él y le plantó un beso en la mejilla— ¿Qué haces aquí solo? Todos están abajo bailando como si no hubiera mañana.

Bill reaccionó un segundo tarde. Metió la carta de nuevo en la caja de madera y la cerró con un leve "clic", dejándola bajo la cama sin mirar.

Bill: Nada... sólo revisaba cosas viejas —murmuró con una sonrisa casi automática.

Nessa lo observó. Ladeó un poco la cabeza.

Nessa: ¿Estás bien?

Bill: Sí. —Se aclaró la garganta— Solo... encontré algo que me puso raro, supongo.

Nessa: ¿Fotos tuyas con peinados que juraste nunca volver a hacer? —bromeó ella, sentándose en su regazo.

Bill: Ojalá —respondió él con una risa apagada.

Nessa no insistió. Le acarició el cabello con suavidad, y luego dejó su copa en el buró. A él le gustaba la calma de ella. Lo reconfortaba pero ahora, por alguna razón, esa calma lo irritaba o más bien... lo hacía sentir culpable.

¿Por qué?

La carta. No podía sacársela de la cabeza.

Bill: ¿Sabes quién me dio esa caja? —preguntó de pronto, mirando hacia el suelo.

Nessa: ¿Tom?

Bill: Sí.

Nessa: ¿Y?

Bill: Dijo que era algo que tenía que ver conmigo... antes del accidente.

Nessa tensó la mandíbula un poco, pero lo disimuló rápido.

Neesa: Tal vez no deberías obsesionarte con eso, Bill. Ya sabes lo que el médico dijo: forzar los recuerdos podría causar más daño. Tienes una vida nueva ahora. Con gente que te quiere. Conmigo.

Él asintió lentamente pero su mirada no cambió. No se sentía completo. Ni ahora, ni desde hace cuatro años. Era como si viviera una vida escrita por otros. Con una banda que sentía suya pero no podía recordar por completo. Con fans que lo adoraban por cosas que él no siempre comprendía. Con un hermano que lo miraba con un dolor inexplicable y con esa chica...

Esa chica. La del cabello mojado. La mirada herida. La que Tom había traido hace unos días y que él no podía dejar de observar sin sentir ese hueco raro en el estómago.

¿Y si ella...?

Nessa: ¿Bill? —preguntó Nessa al verlo en silencio.

Bill: ¿Tú crees que... alguien pueda enamorarse tanto de una persona que la mente la olvide, pero el cuerpo lo recuerde?

Nessa lo miró fijamente. No supo qué contestar de inmediato.

Nessa: Creo que... —empezó, pero su voz se quebró— No deberías pensar en eso ahora. Tienes muchas cosas por las cuales estar agradecido. Estás vivo. Sigues cantando. Yo estoy contigo.

Bill la miró. Y aunque sonrió, algo en él se quebró un poco más.

Bill: Sí. Gracias por estar.

Y cuando ella se acurrucó en su pecho, él cerró los ojos... y en su mente volvió esa frase.

"...si alguna vez me miras, espero que veas a alguien que también te ve, de verdad."

Él no sabía quién era ella. Pero su cuerpo, sus latidos, su música... sí lo sabían.

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