
07. Deseo contenido
La luz tenue de la habitación apenas iluminaba sus rostros. Megan seguía apoyada en el pecho de Tom, su mano dibujando círculos lentos sobre su piel caliente, escuchando su respiración con calma. El ambiente se había vuelto más íntimo, más denso... pero con esa familiaridad descarada que solo compartían ellos.
— No imaginé volver y estar así contigo —susurró Megan sin mirarlo— Fuiste un desastre hormonal en mi adolescencia, Kaulitz.
Tom soltó una carcajada suave, con esa voz grave que siempre parecía al borde del sarcasmo.
Tom: ¿Un desastre hormonal? —repitió— Qué halago tan tierno. Podrías bordarlo en una almohada.
— Podría, pero no sabría si poner tu nombre o el de tu maldita guitarra blanca —bromeó ella, alzando una ceja.
Tom sonrió con picardía.
Tom: Esa guitarra sigue viva. Es mi fiel compañera. Aun puedo dedicarte orgasmos con ella.
Megan se giró para mirarlo con fingida indignación.
— ¿Oh por Dios, aún la tienes?
Tom: ¿Qué crees que hago cuando me pongo emocional en los conciertos? ¿Estás loca si piensas que me voy a deshacer de ella?
— ¿De la guitarra o de tus orgasmos artísticos en pleno escenario? —ironizó ella.
Tom: Ambos. Mi arte es sagrado —dijo Tom llevándose una mano al pecho, teatral.
Megan rodó los ojos, aunque no pudo evitar reírse. Después lo miró más detenidamente, dejando que sus ojos se quedaran pegados en sus labios, en el piercing, en la forma en que su mandíbula se tensaba cuando la provocaba.
— Tú tocas... y yo me derrito, Kaulitz —murmuró con voz ronca.
Tom levantó una ceja con satisfacción.
Tom: Al menos lo admites —respondió, acercándose lentamente— Toda esa pose tuya de chica dura y sarcástica siempre fue solo eso... una pose.
Ella se incorporó levemente, quedando cara a cara con él.
— ¿Ah, sí? ¿Y tú qué? ¿El guitarrista arrogante que cree que puede conquistar a todas con una mirada?
Tom: ¿"Cree"? —repitió, ofendido en broma— Megan, por favor, un poco de respeto a mi historial. Soy un ícono de los momentos incómodos cargados de tensión sexual. El universo me bendijo con talento... y con esta maldita cara. Qué quieres que haga.
Ella soltó una risa genuina, empujándole el hombro con suavidad.
— Eres idiota, Tom.
Tom: Sí, pero un idiota irresistible —dijo bajando el tono— Y tú... sigues igual de hermosa que cuando te fuiste.
Megan lo miró, sorprendida por ese cambio repentino. Su risa se fue apagando.
— ¿Y tú sigues igual de peligroso?
Tom no respondió. Solo la miró como si pudiera desarmarla con una simple mirada. Luego alzó una mano y apartó un mechón del cabello de Megan con suavidad. Su gesto fue lento, lleno de ese cuidado silencioso que a veces no se dice, pero se siente.
Tom: Solo contigo —murmuró él.
El silencio que siguió fue distinto. Más intenso. Megan sintió cómo su corazón aceleraba, y Tom, por primera vez en mucho tiempo, parecía no tener una respuesta sarcástica lista.
— No sé qué estamos haciendo —confesó ella en voz baja— Pero no puedo parar.
Tom: Ni yo —admitió él— Pero tampoco quiero hacerlo.
Megan cerró los ojos y apoyó su frente contra la de él, permitiendo que ese momento se extendiera, tibio, sincero, fuera del caos que los rodeaba.
Megan había girado apenas para alcanzar su bebida cuando lo sintió cerca. Tom no dijo una palabra. Solo la miró, con esa intensidad cruda que siempre llevaba en los ojos, la misma que lograba erizarle la piel sin siquiera tocarla.
Ella intentó bromear, como siempre hacía para aliviar el peso del momento.
— ¿Se te perdió algo, Kaulitz?
Tom: Sí —susurró él, con voz grave— Tu.
Antes de que pudiera replicar, Tom acortó la distancia que los separaba y la besó.
No fue suave.
Fue uno de esos besos que nacen de la frustración, del deseo acumulado, del "te necesito aunque no debo". Sus labios chocaron con los de Megan con una urgencia impaciente, como si el tiempo no les perteneciera. Y ella, sin pensarlo, sin medir, sin resistirse, le respondió con la misma intensidad. Porque por más que intentara negarlo, por más que repitiera en su cabeza que era un error, su cuerpo ya había tomado la decisión.
Las manos de Tom se deslizaron a sus caderas, firmes, como si necesitara asegurarse de que era real. Su pulgar trazó el borde de su piel expuesta bajo la tela del bikini, y Megan jadeó suavemente contra su boca, temblando. Él sonrió contra sus labios, con ese maldito aire seguro que siempre la había desarmado.
Tom: Sigues temblando cuando te beso... —murmuró, rozando su nariz con la de ella— Me gusta saber que no se te ha pasado.
Megan abrió los ojos, lo miró, y lo empujó suavemente contra la pared. Tom dejó que lo hiciera, sorprendido por su repentina iniciativa. Ella apoyó sus manos a los lados de su rostro, acorralándolo.
— Tampoco se me ha pasado que eres un idiota con complejo de dios del sexo —dijo, fingiendo seriedad.
Tom: ¿Y aún así me besas? Qué contradicción deliciosa.
Ella rio entre dientes, pero no se movió. Se quedaron así, respirando el mismo aire, rozándose apenas, como si el universo no pudiera decidir si juntarlos o separarlos.
— Esto es una locura —dijo ella, pero su voz no tenía fuerza.
Tom: Toda nuestra historia lo ha sido —respondió Tom, deslizando sus manos por sus costados— Pero no por eso ha sido menos real.
La volvió a besar, esta vez con más calma, como si quisiera memorizar el sabor de sus labios, como si temiera que ese momento fuera el último. Megan cerró los ojos y dejó que su cuerpo respondiera por ella. Sus dedos se enredaron en las trenzas negras de Tom mientras su pecho subía y bajaba con ansiedad.
Cuando se separaron, aún pegados el uno al otro, Tom apoyó su frente contra la de ella.
Tom: No me importa si esto es un error. No me importa si mañana finges que no pasó. Solo necesitaba saber si todavía me sentías... como yo a ti.
Megan tragó saliva. No tenía una respuesta. No la que él quería. No la que ella misma entendía. Porque entre los recuerdos de Bill, la imagen de Nessa, y el peso de su propio pasado, su corazón se sentía dividido.
Pero en ese momento... entre el calor de sus cuerpos, la mirada suplicante de Tom, y el caos que bullía en su pecho, solo alcanzó a decir.
— No prometo nada.
Y Tom, en lugar de insistir, asintió.
Tom: Con eso me basta por ahora.
Tom no lo pensó dos veces. La besó otra vez, y esta vez fue más que un impulso: fue una entrega. Sus manos sujetaron firmemente la cintura de Megan mientras la alzaba con facilidad y la sentaba sobre su regazo. Ella se acomodó sin resistencia, como si llevaran años conociendo cada movimiento del otro, cada suspiro, cada rincón de deseo entre ellos.
El beso se volvió más profundo, más lento, como una conversación sin palabras. Sus labios se buscaban y se encontraban con una mezcla perfecta de ansiedad y ternura. Megan envolvió su cuello con los brazos, atrayéndolo más a ella, como si quisiera borrar los centímetros que aún los separaban.
Los dedos de Tom viajaban por su espalda con suavidad, como si cada caricia buscara grabar su presencia en la piel de ella. Megan, enredada en esa marea de emociones, empezó a moverse sutilmente sobre él, en círculos lentos, marcando un ritmo que no necesitaba música. Los gemidos que escapaban de sus labios eran bajos, casi imperceptibles, pero cargados de una necesidad que ambos conocían muy bien.
Tom: Megan... —susurró Tom entre jadeos, apoyando la frente contra la suya— Esto no es solo por deseo. No para mí.
Ella cerró los ojos. Porque sabía que no era solo deseo para ella tampoco. Porque aunque quisiera convencer a su corazón de lo contrario, su cuerpo lo traicionaba con cada roce, con cada caricia, con cada pequeño sonido que salía de su garganta al sentirlo tan cerca.
— Lo sé —murmuró contra sus labios, con la voz temblorosa— Pero no sé si puedo... con todo esto. Con lo que somos. Con lo que no podemos ser.
Tom deslizó sus manos por sus muslos, deteniéndose en sus caderas, y clavó su mirada en la de ella.
Tom: Entonces no pensemos. Solo... quédate aquí. Solo tú y yo, esta noche.
Megan asintió lentamente. Porque no podía prometer más. Porque no sabía si al amanecer todo se rompería. Pero en ese instante, entre sus brazos, en ese silencio compartido entre caricias y miradas, todo parecía más sencillo.
Él la abrazó fuerte, enterrando el rostro en su cuello. Megan soltó un suspiro largo, mientras el vaivén de sus cuerpos se desaceleraba hasta convertirse en solo un abrazo largo, cálido... y lleno de preguntas sin responder.
En la habitación de Florian y Georg estaba iluminada suavemente por las luces tenues de la lámpara de noche, y el aroma del incienso de lavanda flotaba en el aire. Ambos estaban acostados, abrazados entre las sábanas, riéndose mientras Georg le acariciaba el cabello a su prometido.
Georg: No puedo creer que en unos meses estés caminando hacia mí con ese vestido brillante que insistes en usar —murmuró Georg con una sonrisa en los labios.
Florian: Por supuesto que voy a brillar, mi amor. Me niego a pasar desapercibido el día más importante de mi vida —respondió Florian, dándole un beso rápido.
Pero justo cuando se estaban sumergiendo en otro beso, un sonido claro atravesó la pared: un golpe rítmico, contundente... seguido de un gemido nada sutil. Florian abrió los ojos de golpe y Georg soltó una risita al instante.
Florian: ¡Ay, por favor! —Florian se incorporó un poco, con una mezcla de incredulidad y diversión— ¿Megan? ¿Esa fue Megan?
Otro sonido confirmó sus sospechas, y un quejido más profundo —sin duda masculina— resonó con fuerza. Georg se tapó la boca con una mano para no reírse tan fuerte, mientras Florian ponía cara de horror cómico.
Florian: ¡ESO BEBÉ, CÓMETELO! —gritó Florian con tono burlón, a carcajada limpia.
Georg: ¡Amor! —Georg dijo entre risas, dándole un leve empujón— Cállate, ¡nos van a escuchar!
Florian: ¡Nos están contaminando auditivamente! Al menos déjame responder como se debe —rió Florian, tirándose hacia atrás entre las sábanas.
Georg se acercó a él y lo abrazó, aún riendo por lo bajo. Ambos se acurrucaron mientras los sonidos seguían al fondo, amortiguados pero constantes.
Georg: Dios, Tom y Megan... ¿cuánto tiempo estuvieron conteniéndose? —preguntó Georg, divertido.
Florian: Desde hace años. Yo ya estaba empezando a dudar de que Tom tuviera autocontrol, pero ¡mira! Resulta que esperó justo a que ella volviera para dejarlo todo salir a lo bestia —dijo Florian en tono dramático.
Georg se rió otra vez, y luego besó a su novio con ternura.
Georg: Al menos alguien se lo está pasando bien esta noche —murmuró.
Florian: Nosotros también... solo que sin efectos especiales sonoros de fondo.
. . .
— Tom... Tom, espera —jadeó Megan, girando el rostro por encima del hombro mientras lo sentía a su espalda, la respiración de ambos agitada, la piel húmeda por el calor que llenaba la habitación.
Él se detuvo de inmediato, aún temblando por la intensidad del momento, el pecho subiendo y bajando con cada bocanada.
Tom: ¿Qué? —preguntó en un susurro ronco, intentando contenerse.
Ella se giró un poco, con una sonrisa pícara, el cabello despeinado enmarcando su rostro encendido.
— Debes ir más despacio... Sé que estás emocionado, pero contrólate. Déjamelo a mí —murmuró con esa voz segura que tantas veces había usado para retarlo, pero ahora sonaba diferente. Sonaba a decisión, a poder, a fuego.
Tom no dijo nada. Solo asintió con los labios entreabiertos, maravillado por el control que ella tomaba.
Megan comenzó a moverse con lentitud, con precisión, como si conociera perfectamente cómo llevarlo al límite sin que llegara a cruzarlo. Sus caderas trazaban un vaivén rítmico, constante, y Tom soltó un gemido ahogado, aferrándose a sus caderas con una devoción casi animal.
Tom: Du siehst köstlich aus —murmuró él, sin poder evitarlo, casi con adoración. La forma en que la luz se deslizaba por su espalda, el pequeño arco que formaba su cuerpo, todo en ella lo tenía colapsado.
— Ich weiß —respondió Megan con una sonrisa ladeada, sin detenerse.
Aquella simple frase —tan segura, tan Megan— le provocó a Tom un escalofrío en la columna. No era solo deseo lo que sentía por ella. Era otra cosa. Algo más profundo. Más aterrador.
El silencio se llenó solo con sus respiraciones, con el crujir del colchón y con el leve eco de la música lejana que venía desde la piscina.
Tom se inclinó hacia adelante y dejó un beso en su nuca, un suspiro en su piel.
Tom: No sé qué me haces... pero no quiero que se detenga —susurró, con la voz rasposa contra su oído.
Megan se detuvo solo un instante, girando apenas para encontrarse con sus ojos.
— Entonces no lo detengas —respondió ella.
Y como si esa fuera la última palabra que necesitaban, volvieron a perderse en su propio ritmo, en su propio idioma.
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