
06. Una mala idea
El baño estaba decorado con luces tenues y una fragancia suave a lavanda flotaba en el aire. Megan se apoyó frente al espejo, repasando su delineador mientras intentaba no pensar demasiado en la fiesta. Necesitaba un momento de silencio, de aire, de cualquier cosa que no fueran miradas que pesaban más que el ambiente.
Pero la tranquilidad le duró poco.
Nessa: ¡Oh! Megan, ¿cierto? —dijo una voz dulzona desde el otro extremo del baño.
Megan la miró por el espejo. Nessa estaba frente a otro lavamanos, acomodando su cabello oscuro, perfectamente lacio, sin una hebra fuera de lugar. Su sonrisa era tan amplia que parecía ensayada.
Nessa: No tuvimos tiempo de hablar —añadió, moviendo sus labios pintados de un rosa sutil.
— Sí, tienes razón... un gusto. —respondió Megan, fingiendo cordialidad mientras cerraba su labial— Eres asiática, ¿verdad? ¿Cuándo te mudaste a Berlín?
Nessa: Hace dos años. —Nessa se giró, cruzando los brazos con un tono de confianza disfrazada de amabilidad— Bill y yo nos conocimos en un bar en Corea. Él estaba de paso con su equipo y... bueno, buscaba amor. Un amor con quien estar. Yo lo encontré a él.
Las palabras llegaron como una bofetada, aunque no sonaban agresivas. El nudo en la garganta de Megan se hizo más apretado. Quiso responder, pero no supo con qué sin parecer patética o fuera de lugar. Así que simplemente siguió retocándose, intentando mantener el temple.
Nessa no pareció notar el silencio incómodo o peor aún: lo notó, y decidió usarlo a su favor.
Nessa: Oye... —continuó, moviéndose un poco más cerca— No quiero sonar mal, de verdad. Pero... sé tu historia con Bill.
Megan levantó la mirada. Esta vez no por cortesía, sino por reacción. Su estómago se revolvió.
— ¿Perdón?
Nessa: Desde aquello... —Nessa hizo una pausa dramática, acomodando un mechón detrás de la oreja— Fue a terapia por un año. Al principio lo acompañaba. Después, simplemente dejó de ir. Se suponía que debía continuar, el médico le dejó una receta. Pero... bueno, ya sabes cómo es Bill. Si no lo siente, no lo hace.
Megan apretó los dientes, pero permaneció callada. No iba a permitirle más terreno. No en ese baño. No con ese tono.
Nessa: Florian me contó —añadió Nessa— Me habló mucho de ti. De cómo se amaban. Que cruzaron el mundo por estar juntos. Sonaba tan... trágico. Tan romántico. Como una película.
Ella sonrió, pero no era una sonrisa de ternura. Era la sonrisa de quien cree que tiene la ventaja.
Nessa: Y quería decirte... que si en algún momento te incomoda verme con él, lo entiendo. Pero también quiero que sepas que... él ya no es el mismo. Es alguien nuevo. Distinto al que conociste hace cuatro años.
Ese último golpe fue suave, pero preciso. Como una daga de porcelana directo al corazón.
Megan respiró hondo. Se giró lentamente para enfrentarla. Había fuego detrás de sus ojos verdes, pero también dignidad.
— Gracias por el dato, Nessa. Pero créeme, no necesito que me recuerdes quién fue él... porque a diferencia de ti, yo lo conocí antes del fuego. Antes del olvido. Antes de que lo convirtieran en una versión editada para sobrevivir.
Nessa parpadeó, sorprendida por la firmeza repentina.
— Y si tú crees que saber de mí por lo que otros te contaron es suficiente para entendernos... estás equivocada. Porque nuestra historia no era una película. Fue real. Tan real como el dolor que dejó.
Megan se acercó un paso más.
— Así que disfruta tu presente, de verdad. Pero no subestimes al pasado. Porque a veces... solo está esperando el momento justo para volver.
Dicho eso, salió del baño sin mirar atrás, dejando a Nessa frente al espejo, sin esa sonrisa perfecta por primera vez en la noche.
Megan caminaba con prisa, con los tacones golpeando el suelo como si cada paso intentara aplastar la rabia que ardía en su pecho tras la conversación con Nessa. Todo parecía un mal chiste, una película barata de esas que ella misma odiaba. Iba cruzando el pasillo principal cuando, sin fijarse, chocó con fuerza contra un chico que llevaba una bandeja llena de vasos y botellas. El líquido se derramó por todas partes.
— ¡¿Qué te pasa, idiota?! —gritó Megan con furia mientras la bebida fría empapaba su muslo.
El chico se disculpó atropelladamente, nervioso, claramente sin querer causar ningún problema, pero Megan ya estaba al borde.
Antes de que pudiera decir algo más, una mano conocida la tomó del brazo con firmeza pero suavidad.
Tom: Vamos —dijo Tom, serio, llevándola lejos de ahí sin dar explicaciones.
Ella no se resistió. Ni siquiera protestó. Su cuerpo lo siguió como si necesitara alejarse de todo antes de explotar en pedazos.
La puerta del cuarto de Tom se cerró detrás de ellos con un golpe seco. El silencio en esa habitación era un contraste abismal al ruido de la fiesta allá abajo. Megan se dejó caer sobre la cama sin decir nada. Solo cubrió su rostro con ambas manos.
Tom se acercó y se sentó a su lado, quitándose las gafas oscuras con calma.
— Maldita sea... —murmuró Megan entre dientes, bajando las manos— No soporto estar aquí. No con ella. No con él mirándome como si fuera una extraña. No con todos fingiendo que nada pasó.
Tom la observó en silencio, con sus trenzas cayendo a los lados de su rostro. Le acarició suavemente la mejilla con el dorso de los dedos, como si quisiera borrar la tormenta que ella traía en los ojos.
Tom: Cálmate, Megan —dijo en un susurro bajo y ronco— Solo estás estresada, ¿sí?
Ella lo miró. Por un momento pareció que iba a decir algo, pero solo suspiró con los ojos cerrados.
— Sí... supongo.
Tom no respondió. Solo se recostó hacia atrás, dejando que su hombro tocara el de ella. Estuvieron así unos segundos, respirando juntos en la misma frecuencia. Megan cerró los ojos, dejándose llevar por ese calor inesperadamente reconfortante.
— Tienes razón —dijo después de un rato, con la voz más suave— Todo me está superando. Volver fue más difícil de lo que pensé.
Tom: No tenías que hacerlo —replicó Tom— Nadie te obligó a regresar, Megan.
— Sí lo hicieron —dijo, mirando al techo— Florian, su boda... y tú también con tus malditos mensajes de voz diciéndome que extrañabas mis insultos.
Tom rió, bajo, con ese tono descarado que siempre escondía algo más.
Tom: Eso fue una trampa emocional. Lo admito.
Ella giró la cabeza para mirarlo. Tom la miró también, y por unos segundos, no hubo nada más que esa conexión silenciosa, como si todo el mundo se congelara fuera del cuarto.
— Tom... ¿tú crees que él alguna vez recuerde?
Tom tragó saliva y apartó la mirada.
Tom: No lo sé —respondió con honestidad brutal— Pero si lo hace, será tarde. Porque tú te estás quebrando tratando de revivir a alguien que ya no existe. Bill... cambió, Megan. Y tú también.
Ella lo supo en el fondo. Pero escucharlo dolía.
— Entonces, ¿qué hago?
Tom se acercó un poco más, sus dedos jugando con una de las trenzas que caía sobre su pecho.
Tom: Haz lo que siempre haces. Sobrevive. Pero no lo hagas sola. Estoy aquí, ¿recuerdas?
Ella sonrió débilmente, aún con los ojos brillantes.
— Tú y tu complejo de héroe.
Tom: No, solo soy Tom Kaulitz y si alguien tiene que empujar a la perra del pasado para que avances, lo haré con gusto.
Ella rió. De verdad rió. Por primera vez esa noche.
Tom le pasó el brazo por encima del hombro y la atrajo hacia él. Ella apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos, dejando que su respiración se mezclara con el ritmo del corazón de Tom. Por ahora, solo necesitaba eso: un respiro en medio del caos.
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