
02. De vuelta en Berlin
El sonido de la alarma fue lo primero que escuchó esa mañana. Megan se había levantado temprano, pero los minutos se arrastraban como siglos. Los días previos al vuelo se le hicieron eternos. No sabía si era por la ansiedad, los recuerdos o el miedo de volver a ver todo lo que había dejado atrás.
Frente al espejo de su habitación en Londres, ajustó su cinturón de estoperoles con firmeza y se miró una última vez. El top negro con calaveras, las cadenas, las mangas rasgadas... todo en ella gritaba rebeldía. Tiana, su compañera de piso, apareció en el marco de la puerta tomando su maleta con una sonrisa pícara.
Tiana: Siempre he amado tu estilo, perra —le soltó con una carcajada.
— Ser emo nunca fue una etapa, fue una maldita evolución —respondió Megan entre risas, pasando junto a ella.
Ambas subieron al taxi mientras la brisa helada de la ciudad las acariciaba por última vez. Megan apretaba su mochila contra el pecho mientras el cielo gris les decía adiós desde la ventana del vehículo. El aeropuerto era un caos, pero el sonido blanco de la multitud le resultaba relajante. Una parte de ella aún quería darse la vuelta. Otra, la más terca, estaba lista para cerrar el ciclo.
Una vez en el avión, Tiana le preguntó con entusiasmo.
Tiana: ¿Y cómo es Florian? ¿Sigue siendo tu mejor amigo de la infancia o te lo agarraste a besos cuando nadie veía?
— ¡TIANA! —rio Megan, empujándola— No empieces... él es como mi hermano.
Tiana: Hermano guapo —añadió Tiana en voz baja, sacándole una risa floja.
Las horas de vuelo fueron eternas. Megan dormitó varias veces. En sus sueños aparecía Bill. Su silueta iluminada por el fuego, sus ojos intensos, la forma en la que gritaba su nombre antes de empujarla. Se despertó agitada, respirando hondo y sacudiendo la cabeza.
No. Hoy no iba a pensar en eso.
Se colocó los audífonos y puso una vieja canción de la banda: Beichte. El ritmo pesado, los gritos de Bill, todo eso la transportó a las noches eternas con Florian cuando eran adolescentes y se encerraban a escuchar música mientras soñaban con escapar. Aquello le arrancó una sonrisa nostálgica.
El avión tocó tierra. Berlín se extendía ante ella con su gris característica y el cielo opaco. Las luces de la pista parpadeaban como luciérnagas en un bosque metálico. Mientras descendía, Megan ajustó su cinturón y miró por la ventanilla: era real. Había vuelto.
Tiana hablaba emocionada a su lado, pero Megan apenas la oía. Iba absorta en su música. Bajaron del avión, caminaron entre la multitud y al pasar el control de seguridad, su mirada se alzó distraída... y entonces lo vio.
Una figura alta, de espaldas rectas y trenzas negras, con gafas oscuras aunque estaban bajo techo. El mismo maldito piercing en el labio. Ese mismo aire de arrogancia que no desaparecía ni con los años.
Tom Kaulitz.
El mundo se detuvo unos segundos. La música aún sonaba, pero su cerebro la ignoró. Soltó su maleta sin pensarlo y, como si su cuerpo se moviera por instinto, corrió hacia él. Tom apenas tuvo tiempo de abrir los brazos antes de que Megan se le lanzara encima con un abrazo que le sacó el aire.
Tom: Vaya que creciste, princesa —murmuró él con una sonrisa ladina, el tono bajo, como si nada hubiese pasado.
Ella sonrió con los ojos brillantes. Una lágrima quiso salir, pero la contuvo.
— Ya callate, Kaulitz —le dijo con una sonrisa rota, golpeándole el pecho.
Tom la sostuvo unos segundos más, fuerte, con ese tipo de abrazo que solo dan los que alguna vez estuvieron rotos y aún así se volvieron a juntar. Tiana se acercó, sorprendida por la escena.
Tiana: ¿Este es Tom? ¿El guitarrista caliente? —susurró en su oído Megan sin disimulo.
— Shhh... —Megan la empujó de nuevo, pero esta vez riendo con sinceridad. Por fin. Había vuelto.
Los guardias de seguridad, vestidos de negro como sombras elegantes, se encargaron del equipaje sin que Megan ni Tiana tuvieran que mover un dedo. Era impresionante el contraste entre el caos del aeropuerto y la precisión con la que el equipo de Tom operaba. Rápido, limpio, como si todo hubiese sido ensayado.
Tiana estaba demasiado ocupada con los ojos pegados a la ventana de la enorme limusina negra que los esperaba justo en la salida.
Tiana: ¡Mierda, esto sí es Berlín! —exclamó mientras sacaba su celular y tomaba fotos sin descanso— ¿Y este auto? ¿Quién vive así?
Tom solo rio desde su lugar, ajustando sus gafas oscuras con ese aire de chico malo que no necesitaba esforzarse para parecerlo. Megan lo miró de reojo, recordando de golpe que, sí, los años habían pasado... pero ese tipo seguía siendo el mismo sinvergüenza encantador que conoció a los 17.
Se subieron a la limusina. El interior era amplio, cómodo, todo cuero y detalles oscuros que hablaban de lujos discretos. Las luces tenues daban una sensación acogedora. Tiana seguía embobada con el paisaje urbano, mientras Megan se acomodaba junto a Tom, que como siempre, parecía demasiado relajado para su propio bien.
El silencio duró poco.
Tom: Me sorprendió la llamada de Florian —dijo Tom, girando el rostro apenas para mirarla de lado, con la voz grave y suave como un susurro rasposo— Dijo que volvías. No lo creí al principio.
Megan lo miró con una ceja alzada, pero no respondió. Aún no sabía cómo manejar del todo esa sensación de nostalgia y molestia que Tom le provocaba con solo existir.
Fue entonces que él, como si no hubiese pasado el tiempo ni existieran las consecuencias, deslizó su mano por el muslo de ella con total naturalidad.
— Kaulitz —murmuró Megan, deteniéndolo de inmediato con una mano firme— Apenas llego y ya estás hormonal.
Tom sonrió como si se lo hubiera tomado como un cumplido.
Tom: ¿Qué puedo decir? Es mi naturaleza —respondió sin ni una pizca de arrepentimiento.
— ¿Ah, sí? —replicó ella con una sonrisa traviesa— Pues sigue así y te corto una trenza.
Tom soltó una carcajada baja y ronca. Se inclinó apenas hacia ella con los ojos brillando de picardía.
Tom: Me harías llorar —bromeó.
— Tú no lloras, Kaulitz. A lo mucho, te quejas con dramatismo.
Tom: Touché.
Ambos rieron, un sonido bajo, cómplice, como si estuvieran retomando una vieja conversación que nunca terminó del todo. Megan no podía negar que, por mucho que quisiera mantener la distancia, había algo en Tom que siempre lograba colarse entre sus grietas.
Después de unos segundos de silencio, él volvió a hablar, esta vez más suave.
Tom: Florian va a estar feliz de verte.
Megan bajó un poco la mirada. Solo el nombre de su mejor amigo bastaba para que el corazón se le apretara. Habían pasado tantos años, pero Florian era esa constante, esa luz que la había salvado una y otra vez. Volver a verlo era lo único que la había empujado a tomar el avión.
— Yo también estoy feliz de verlo —murmuró— Él... siempre estuvo.
Tom asintió, por primera vez serio. Luego la miró de reojo, con ese tono que no usaba con todo el mundo.
Tom: Y nosotros también estamos, Megan. A nuestra forma. A veces medio idiotas, pero... estamos.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados, intentando no emocionarse, porque sabía que si lo hacía ahora, no podría detenerse.
— ¿A tu forma incluye ser un pervertido desde el primer segundo?
Tom: Obvio —respondió él con una sonrisa ladeada— ¿No lo extrañabas?
— Dios mío... —Megan se tapó la cara mientras reía, negando con la cabeza.
Desde su lado, Tiana levantó la vista de la ventana, mirando a ambos con una expresión confundida.
Tiana: ¿Se están coqueteando o peleando?
—Las dos cosas —dijeron Tom y Megan al unísono, para luego mirarse con una mueca cómplice.
La limusina siguió avanzando entre las calles de Berlín, mientras el pasado comenzaba a entrelazarse con el presente, y la noche traía consigo una sensación inevitable de que todo estaba por comenzar otra vez.
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