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Salió cerrando la puerta de la habitación, sus piernas la apoyaban dando un paso lento y sigiloso, aunque le fallaban porque temblaban de forma preocupante. Camino agarrando su vientre como asi fuera a desvanecer su dolor, su cabello estaba despeinado y sus ojos apretados resistiendo salir sus quejidos.

—No tengas miedo, Vi —susurró para sí misma antes de abrir el cuarto que compartía con sus hermanos. Todos dormían en sus respectivos sitios. Se dirigió a su cama, sentándose con cuidado debido al horrible dolor que experimentaba en su intimidad. Recostó su cuerpo y, justo cuando su cabeza reposó sobre la almohada, comenzó a llorar. Las lágrimas brotaron y los sollozos se ahogaron en su garganta; sin embargo, el dolor era insoportable. —Eres más fuerte de lo que crees. Este dolor no durará para siempre. Tienes que ser valiente, por ti y por tus hermanos.

—¿Cómo demonios sucedió esto? —pensó, recordando la cena familiar. Los cinco compartieron una comida, despidiendo un día arduo y cansado, para luego pasar a descansar. Cada uno lavó su plato al terminar. El primero fue Mylo, luego su hermana Powder, después Claggor y, por último, Vi, quien agradeció la comida a Vander, el hombre que veía como figura paterna.

—Vi, cuando termines, sube a mi habitación, hay algo que quiero darte —le dijo Vander, su voz cálida y familiar.

Ella aceptó con normalidad; no era la primera vez que Vander le pedía algo así. A veces, incluso dormían con él en noches frías. Subió como le había ordenado, tocó antes de entrar y, al recibir la invitación de Vander, pasó. Él estaba acomodando algunas cosas en su mueble de madera y, al verla, sonrió.

—Era mío —dijo, mostrando un libro con una expresión nostálgica—. Ahora te lo heredo.

Vi tomó el libro con curiosidad, sabiendo cuánto le gustaban las matemáticas, aunque nunca supo que Vander tenía ese tipo de libros. Una sonrisa se dibujó en su rostro al recibir el regalo, pensando en las nuevas cosas que podría aprender.

—Gracias, Vander —dijo emocionada—. Lo empezaré mañana. ¿Desde cuándo lo tienes?

—Desde que tenía tu edad, supongo —respondió, acercándose más a ella y revolviendo sus cabellos rosados—. ¿Te quedarás despierta?

—Pensaba hacerlo, pero tengo algo de sueño. La escuela estuvo atareada —admitió, rascándose la nuca—. Dormiré temprano. Gracias por el libro.

—Oye, ¿no quieres dormir conmigo? —propuso Vander, con una sonrisa cómplice—. Podemos poner la película que quieras. Pregúntale a Powder si quiere venir.

—Acepto, voy y vengo —dijo ella, saliendo del cuarto con prisa.

Al entrar donde estaban sus hermanos, vio que Mylo ya estaba cayendo en un profundo sueño, Claggor miraba su teléfono y Powder la esperaba, como siempre.

—Hey, Powder —la llamó, acercándose a su cama—. Voy a ver una película con Vander, ¿no quieres ir con nosotros?

—No, tengo mucho sueño —respondió Powder, abrazando su almohada.

—Bien, descansa —dijo Vi, dejándole un beso en la frente y frotando sus brazos para tener un poco de contacto—. Ten dulces pesadillas.

—Tú igual —rió Powder, mientras Vi regresaba a la habitación de Vander.

Se recostó en la cama, que era grande y cómoda, mientras él ponía la película. Era viernes, así que podían desvelarse. Sin embargo, el cansancio de Vi era abrumador, y terminó dormida a la mitad de la película.

Los momentos que compartía con Vander eran lo que todos llamarían una convivencia entre un padre y una hija. Siempre le había gustado estar con él; era alguien consciente, maduro y divertido cuando se trataba de compartir tiempo juntos. Sus conversaciones solían girar en torno a la vida y sus experiencias. Recordaba con claridad las veces que le enseñó matemáticas, sentados en el comedor de su hogar. Él le explicaba cada problema con una calidez y paciencia que la hacían sentir segura y valorada. Fue en esos momentos cuando comenzó a amar las matemáticas.

Todos decían que Vander era un buen hombre, aquel que ayudaba a los suyos, el que velaba por el bienestar de sus hijos. Cada adjetivo positivo parecía encajar perfectamente en su descripción. Vi le tenía una profunda admiración; valoraba su valentía y estaba agradecida por cómo había cuidado de ella y de su hermana. No sabía cómo agradecerle por sus tan humanas acciones, por el amor que les brindaba. Sin embargo, todo eso se desvaneció esa noche que la despertó.

—Vi, despierta —susurró Vander, su voz sonando suave pero insistente.

Ella se removió en la cama, sintiendo una mezcla de confusión y cansancio. Su cabello rojo desordenado tallando sus ojos ante la insistencia. Siempre fue alguien que se irritaba facilmente cuando se atrevian a desperterla de su sueño.

—¿Qué pasa, Vander? —preguntó con la voz entrecortada, aún atrapada entre el sueño y la realidad—estoy muy cansada por dios.

—Necesito que hablemos, hay algo importante que debo decirte —dijo él, su tono ahora más serio. Vi se sentó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda debido al tono de voz del hombre, todo lo que sucedia era algo que jamas sucedia entre ellos dos, comportamientos que nunca vio en el.

—¿De qué se trata? —inquirió, con una inquietud creciente en su pecho, cubriendose con las sabanas blancas de la cama.

—Es algo que no puedo evitar, y quiero que lo entiendas —respondió Vander, acercándose un poco más a ella, su mirada intensa y una de sus manos acariciandola con una intension poco comun. Vi sintió un nudo en el estómago al ver como la mano seguia acariciando sus piernas.

—¿Por qué me miras así? —preguntó, su voz temblando.

—Porque eres especial para mí, Vi. Siempre lo has sido —dijo Vander, pero su tono tenía un matiz que ella no podía identificar.

En ese instante, Vi comprendió que aquel hombre al que había admirado y querido, aquel que había sido su protector, estaba a punto de cruzar una línea que jamás pensó que existía entre ellos. Su corazón se aceleró, y las sombras de la noche empezaron a envolverla.

Su cuerpo quedo encima suyo, inmovilizando sus manos y apricionando sus dialogos en la union de sus labios, su lengua apoderandose de su boca. Estaba estatica, sin la capacidad de entender el por que de lo que sucedia. Aquel hombre comenzo a colocar sus manos sobre sus pantalones, tocando esa zona que jamas llego a tocar ni mucho menos permitia que alguien lo hiciera.

Era incomodo, la voz se trababa en su garganta y ante la oscuridad no podia ver lo que estaba pasando con claridad, despues sintio como se deshizo de ellos de un tiron y su intimidad quedo expuesta. Fue ahi cuando quiso tratar de caerse de la cama sin importarle nadas mas, pero el tenia mucho mas fuerza que ella. La tomo fuertemente de las muñecas y las puso encima de su cabeza, no pudo evitar soltar un quejido de dolor ante la accion; sin embargo, el peor dolor fue cuando su miembro entro sin avso en su vagina, soltandolo un llanto instantaneo y unas lagrimas llenas de dolor.

—Vander, por favor, para, me duele—lloriqueó, sintiendo que su cuerpo se contraia por la penetracion, era tan doloroso como su vagina estrecha y sin dilatar traba de recibir aquel miembro—¡Vander, por favor!, me duele.

—Estás tensa, niña —dijo él, acomodándo su cuerpo en el centro de la cama y abriendo sus piernas, intensificando el desgarro de su piel—. Si sigues así, te dolerá más. Relájate —aconsejó, comenzando un ritmo que la hacía llorar aún más.

—¡No!, ya no quiero, dejame por favor—sus desesperacion aumento mas cuando las embestidas comenzaron, en como el miembro entraba y salia sin aviso convertia el momento en un verddero sufrimiento.

—Callate, guarda silencio, vas a despertar a tus hermanos, disfrutalo—sin mas este volvio a unir sus labios sintiendo las lagimas saldas en su boca. Su agarre en las muñecas se aflojo poniendolas ahora alrededor de su cuello lo que hizo que la chica los rasguñara en un intento de resistirse.

No peleo, no previno, no supo qué hacer, que estúpida se sentía al no poder impedir lo que le hizo, pudo haber escapado, quizás no aceptar, no confiarse, tantas cosas y no lo pudo evitar. 

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No quería levantarse. Era sábado, y podría pasar toda la mañana ahí, pero no tenía ni ánimos ni energías para salir de la cama. Estaba exhausta, su cuerpo dolía, y en especial su entrepierna, que ardía profundamente. Sentía una incomodidad y suciedad que la abrumaban, como si el peso del mundo la aplastara contra el colchón.

—Vi, Vander hará waffles para desayunar. ¡Vamos, vamos! —la pequeña Powder se acercó a su hermana con una sonrisa inocente, dándole suaves golpecitos en los hombros—. ¡Son tus favoritos!

Vi abrió los ojos apenas, su mirada apagada contrastaba con la energía de su hermana menor. Quiso sonreírle, pero no pudo. No tenía fuerzas ni para fingir.

—Hoy no, Powder. Dile a Vander que no quiero desayunar —pidió con voz quebrada y cansada, girándose hacia la pared.

Powder frunció el ceño, preocupada. La Vi que ella conocía siempre estaba lista para cualquier cosa, siempre con una chispa de energía y determinación.

—¿Te sientes bien? —insistió, su tono lleno de preocupación—. Tú siempre tienes hambre, y los waffles son tus favoritos. ¿Te duele algo? ¿Quieres que le diga a Vander?

—Solo estoy cansada, quiero dormir un poco más —respondió Vi, cerrando los ojos con fuerza y abrazando la almohada contra su pecho como si fuera un escudo—. Por favor, linda, solo un rato más.

Powder se quedó en silencio unos segundos, observándola con ojos grandes y llenos de dudas. Finalmente, suspiró y acarició suavemente el brazo de su hermana.

—Está bien, le diré a Vander. Descansa, Vi —murmuró antes de salir de la habitación, aunque su expresión reflejaba que no estaba convencida.

Vi esperó a escuchar los pasos de Powder alejándose antes de dejar escapar un suspiro tembloroso. Lo último que quería era verlo. La admiración y el cariño que alguna vez le tuvo a Vander se habían desvanecido, reemplazados por un torbellino de emociones que no podía controlar. ¿Cómo alguien a quien consideró una figura paterna, alguien que pensó que la amaba y la protegía, podía convertirse en su peor pesadilla? La pregunta la atormentaba, una y otra vez, como un eco interminable en su mente.

El tiempo pasó lento. Una hora, tal vez más. Admitió que había dormido un poco, pero su descanso era inquieto, lleno de sueños confusos que la dejaban más agotada. Su cuerpo pedía más descanso, pero su mente no la dejaba en paz.

—Oye, Vi, ¿quieres jugar Call of Duty? —la voz de Mylo rompió el silencio cuando entró en la habitación sin previo aviso, encendiendo la consola con entusiasmo—. Apuesto a que te gano esta vez —la retó, acomodándose en el pequeño sofá azul con una sonrisa confiada.

Vi apenas giró la cabeza hacia él, su expresión seguía apagada.

—No, gracias. Estoy bien así —respondió con la voz aún desgastada, removiendo su cuerpo entre las sabanas.

Mylo la miró con el ceño fruncido, dejando el control en su regazo.

—Oye, no te has levantado ni siquiera para desayunar. ¿Quieres que llame a Vander? —sugirió, aunque su tono era más de curiosidad que de preocupación.

—No, estoy bien, solo un poco cansada —repitió Vi, con un tono que buscaba cerrar la conversación.

—El entrenamiento estuvo pesado, ¿verdad? —admitió él, intentando empatizar—. Solo una partida, anda. Te prometo que no haré trampa esta vez.

—Mylo, en serio, no quiero —respondió Vi, su voz firme pero teñida de cansancio emocional.

Mylo la observó por un momento, rascándose la nuca. Aunque no era bueno leyendo emociones, algo en la forma en que Vi hablaba lo incomodó. Decidió no insistir más, pero no pudo evitar decir:

—Bueno, si necesitas algo, ya sabes dónde estoy. Solo dilo, ¿vale? —dijo con un tono más suave antes de salir de la habitación, dejando la consola encendida: supuso que iba atraer algo para comer en ese momento para ya no salir del cuarto

Vi se quedó sola otra vez, mirando el techo. No podía evitar sentir que el mundo seguía girando a su alrededor mientras ella se hundía más y más en su propio abismo. Quiso levantarse, quiso ser la Vi fuerte que todos esperaban, pero no pudo. No hoy y quizas en algun momento ya no volveria a hacerlo.

Ya no volvio a escuchar a Mylo entrar y la razon era porque sus ojos se habian cerrado, el cansancio habia acabado con ella teniendo un sueño profundo sin siquiera saber lo que sucedia a su alrededor.  Al menos descansaria un poco.

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El día no tenía esa chispa de siempre: acogedor, divertido y tranquilo. Ya no lo era en absoluto. Ella solo se levantó para ducharse, incapaz de soportar la sensación de suciedad, su propio olor y los rastros de sus fluidos que la acompañaron toda la mañana. Sentía el agua fría recorrer su cabello mientras frotaba su rostro para remojarlo, dejando que el resto del agua cayera por sí sola. Pero, por más que intentaba, no podía quitar esa mancha que sentía en su interior.

Cuando llegó la hora de la comida, supo que esta vez debía bajar. Si no lo hacía, levantaría sospechas. Juntó el valor necesario para enfrentarlo y verlo a la cara. Sus ojos, cargados de ojeras y con una mirada vacía, delataban su estado. Descendió las escaleras con pasos pesados y se sentó en la silla con cuidado, intentando ignorar el molesto dolor que aún persistía. Sus hermanos no dijeron nada, pero notó cómo no dejaban de mirarla fijamente.

—¿Ya terminaron sus tareas? —preguntó el adulto mientras servía la pasta en los platos de los demás, su tono casual, casi despreocupado.

—Solo me falta terminar una investigación —respondió Powder, llevándose un poco de comida a la boca.

El hombre asintió y luego dirigió su atención a ella. —¿Quieres que te sirva? —preguntó con aparente amabilidad.

Ella no reaccionó de inmediato, perdida en sus pensamientos. Él repitió la pregunta, esta vez con un tono más firme. —¿Quieres pasta?

—Sí —respondió en voz baja, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

Tomó el tenedor, pero cada bocado le resultaba insoportable. Comer le provocaba náuseas. Los recuerdos de lo sucedido la asaltaban con cada instante, revolviendo su estómago y llenándola de asco. Vander intentaba mantener una conversación para distraer a todos, pero ella apenas podía escuchar. Su mente estaba tan lejos, tan atrapada en su propio tormento, que no lograba comprender lo que sucedía a su alrededor.

El miedo la consumía. No quería volver a pasar por lo mismo, pero, sobre todo, no permitiría que su hermana sufriera algo similar. Haría lo que fuera necesario para protegerla. Cuando todos terminaron de comer, fue la primera en levantarse. Llevó su plato al fregadero y lo lavó rápidamente antes de retirarse a su habitación. Solo quería volver a su cama, esconderse del mundo y permanecer allí todo el fin de semana.

Mientras estaba recostada, escuchó pasos acercándose. Su cuerpo se tensó al instante. El sonido de las pisadas era inconfundible. Sintió cómo el colchón cedía bajo el peso de otra persona. Se cubrió el rostro con las manos, como si eso pudiera protegerla. Entonces, sintió la palma de él sobre su pierna, un contacto que la hizo estremecerse de miedo.

—Lo que pasó entre nosotros se queda entre nosotros, ¿entendido? —dijo con una voz grave y seria, dejando claro que no aceptaría objeciones. Su tono era frío, casi amenazante—. No quiero verte así. Más te vale que actúes como si nada hubiera pasado, o levantarás sospechas. Ve con tus hermanos y diles que estás bien.

Ella lo miró con una mezcla de indignación y tristeza, sus ojos llenos de lágrimas. —¿Cómo puedes pedirme algo así? —su voz temblaba, cargada de dolor—. Jamás pensé que fueras capaz de hacerme esto.

Él no mostró ni un atisbo de arrepentimiento. —Pues ahora lo sabes. Y si no quieres que tu hermana pase por lo mismo, harás todo lo que te pida.

—A mi hermana no, por favor... —suplicó, su voz quebrándose mientras intentaba contener el llanto.

—Eso dependera de ti —respondió con frialdad—. Levántate. Ya no quiero verte aquí acostada.

Ella cerró los ojos, sintiendo cómo su mundo se derrumbaba a su alrededor. Sabía que no tenía escapatoria, pero juró en silencio que encontraría la manera de proteger a su hermana, sin importar el precio

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Esa noche perdí todo

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