❤️🩹
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Este one shot fue terminado con mucha ayuda de Alwaysdreaming900 de nuevo, gracias linda.
Pásense por su cuenta, tiene obras muy buenas. ♥️
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Cambios.
Alastor era una persona que se adaptaba a ellos.
A los que sufría su entorno y las consecuencias que repercutían en él por ello. Así había sido toda su vida y así seguía siendo en su muerte, era imposible que no hubiera alteraciones, eran parte del tiempo y los humanos. Su naturaleza le permitía tomar los cambios e interiorizarlos, elemento esencial para sobrevivir en un mundo cruel y vacío como en el que había habitado toda su vida y sobre todo el actual. Sin embargo, eso no quería decir que fueran fáciles de digerir. Algunos eran más bruscos, otros más sutiles, para algunos necesitaba un tiempo para entenderlos, otros los ignoraba al no ser lo suficientemente relevantes, pero al final, siempre encontraba una manera de sobrevivir a ellos y continuar con su día a día. No podía quedarse atrás a lamentarse, no podía quejarse, no había tiempo para eso, debía planear, debía actuar, defenderse, sonreír.
Seria asesinado al primer instante si permitía que le afectase, era Alastor, el demonio de la radio, intocable, poderoso, superior, no otro simple y débil pecador.
Pero estaba llorando a solas como uno.
Sentado en el borde de la cama, inclinado sobre sus propias piernas y tratando con desesperación de parar las grandes gotas que empapaban sus mejillas, aquellas que quemaban en un rubor avergonzado. Sus dedos pasaban una y otra vez por sus ojos, limpiando la humedad con insistencia sin resultados, pues sus sollozos no se detenían por más que intentara cerrar sus labios y regular su respiración, Alastor sólo conseguía lo contrario. Su estrés se intensificaba al oír sus propios lamentos, era deplorable, sobre todo si tenía en cuenta en donde estaban cayendo sus lágrimas.
Sobre su vientre de ocho meses.
Su ropa se humedecía y podía sentir su piel mojarse, todo era tan humillante y el maldito llanto no cesaba. Gruñía, maldecía, gritaba, pero nada funcionaba, el nudo de su garganta seguía allí, dificultándole respirar y recordándole constantemente que estaba permitiéndose caer en sandeces.
Había aguantado por mucho tiempo la sensación de vacío que se instaló en su pecho desde el primer momento en que noto un cambio en su cuerpo, aquellos que se debían a su actual condición, su embarazo. Cada estría, cada dolor, el abultamiento cada vez más prominente, el crecimiento de sus pechos, la asquerosa leche que perdía de ellos, el aumento de tamaño de sus caderas, los kilos que se sumaron, todo fue un combo que odió en cada momento del proceso.
Detestaba cuando alguien lo felicitaba, cuando hacían bromas sobre su condición o de los cambios más evidentes, sobre su ropa, sobre cuanto comía o lo agotado que se veía siempre, cuando insistían en hablar de la opinión del rey y a él lo dejaban de lado, cuando fantaseaban sobre el mocoso como si fuera alguna clase de milagro o (irónicamente) bendición como si no estuviera pasando por un calvario por culpa del mocoso.
Mato a casi una docena de imbéciles por culpa de esas lenguas sueltas, arrancándolas y aplastándolas bajo la suela de sus zapatos para que nadie volviera a intentar mofarse de él.
El inicio tampoco había sido bueno.
Cuando la prueba de embarazo dio positivo su mundo se vino abajo, había sufrido una crisis de pánico de solo imaginar un futuro que nunca se planteó porque en primer lugar ni siquiera previo terminar en una relación, mucho menos con el mismísimo soberano del infierno. Todo se sintió tan fuera de lugar, tan extraño, tan aterrador que las palabras no le fueron suficientes para expresar la razón para que sus manos temblaran tanto.
Nunca había sentido esa clase de miedo antes, tuvo miedo a morir, a perder su libertad, a que no se le tomara en serio, pero nada se había comparado a la palidez que le provoco ver esas dos líneas en ese aparato del demonio.
Lucifer lo tranquilizo a tiempo, impidiéndole caer en la locura en ese mismo instante y desquitarse con el pentagrama completo, pero ni las palabras suaves, las caricias en su rostro ni los ojos determinados de su pareja fueron capaces de apaciguar el revoltijo de su estómago. No creía que nada fuera capaz, y tuvo razón.
Al final, aceptó tener al mocoso por dos razones.
La primera era porque Lucifer le prometió que lo harían juntos, que nunca estaría solo, ya fuera en sentido literal o figurado. Le aseguró que lo cuidaría, que estaría presente, que no había nada que temer porque él lo protegería y aliviaría cualquier malestar por más mínimo que fuera. Haría todo lo posible para asegurarse de que Alastor estuviera bien. Y así fue, porque a veces, solo tener a Lucifer en la misma habitación era suficiente para que todo se sintiera mejor.
Y la segunda y última razón para continuar con esa insensatez fue que, de alguna manera...
Quería conservar al niño.
¡Y NO! ¡No era por ningún instinto "maternal" como con el que lo habían querido relacionar cientos de veces!
Alastor sentía curiosidad por el resultado de una mezcla entre sus genes y los de un ángel, las capacidades y posibilidades, el potencial de un descendiente. Imaginaba a un príncipe colmado de poder, no solo en el ámbito político al ser Lucifer el monarca del infierno, sino que le emocionaba la idea de su hijo poseyendo siquiera la mitad de sus habilidades. Esto, por supuesto, sin considerar lo que podría lograr con la orientación adecuada.
No fue planeado, cargar con el segundo heredero del rey no fue para nada planeado, pero con el tiempo logro adaptarse a la idea y continuar con el embarazo al lograr visualizar los beneficios que traería.
Por eso le cantaba en las noches antes de dormir, por eso frotaba su vientre cuando se movía, por eso obedecía a cada antojo pensando que se trataba de un pedido directo del niño, por eso intentaba usar prendas lo suficientemente holgadas para que se sintiera cómodo, por eso se preocupaba por buscarle ropa que no fuera humillante como los conjuntos de patos que Lucifer siempre proponía, por eso ya había creado una cuna rústica hecha con los árboles de su pantano y por eso no dejaba que nadie más que el rey, y en ocasiones la princesa, tocase su vientre y le hablase.
Por los beneficios que traería el mocoso, nada más.
Pero, aun así, aun cuando el embarazo no se veía tan malo y podía distraerse de todo lo que sucedía, no duraba por demasiado tiempo, antes de darse cuenta sus pensamientos volvían a recaer en lo mismo.
Estaba atravesando por muchos cambios que no le agradaban.
No sólo físicos, los cuales eran molestos y le daban una visión distorsionada de lo que siempre fue su cuerpo, ahora deformado en algo que desconocía y evitaba ver al espejo, sino también los emocionales. Las hormonas que justo ahora no le permitían respirar debido al llanto incontrolable habían afectado su estado de ánimo tantas veces que ya había perdido la cuenta.
Podía estar cenando tranquilamente y de repente romper en lamentos por recordar a su madre; podía estar transmitiendo en su torre de radio y de repente perder súbitamente el interés, sentirse "triste" y dejar el programa a la mitad; las peleas con la televisión parlante alteraban su humor y se desquitaba con todos durante una semana; que la ropa no le quedará provocaba destruir el armario completo; no poder acostarse con comodidad debido a su abultado vientre y las irritantes patadas del niño que comenzaban en los peores momentos le provocaban nudos en la garganta de pura frustración. Lloraba cuando Lucifer no le prestaba atención y eso podría ser probablemente lo más humillante. Se había vuelto dependiente de Lucifer, anhelando su conversación, necesitando que le llevara comida a la cama, que lo consintiera y respondiera a sus llamados. Un beso o una caricia eran tranquilizantes instantáneos y la voz de Lucifer le proporcionaba la serenidad que necesitaba para mantenerse en sus cabales.
Pero tampoco soportaba sentirse asfixiado, por lo que también había ocasiones donde le gritaba que le diera su espacio y lo dejara en paz, que parara de seguirlo a todos lados y le permitiera cinco minutos de privacidad porque no era ningún inútil al que sobreproteger.
Era consciente de lo insoportable que se comportaba y admiraba a su pareja por eso, pues Alastor no creía contar con semejante paciencia si intercambiaran lugares.
Por esa misma razón se había escondido de todos en cuanto se percató que su estado anímico nuevamente era mancillado por otro suceso trivial. Esta vez habían sido las miradas que recibió por parte del nuevo grupo de pecadores que estaban siendo guiados por la princesa, dándoles el recorrido de rutina por el hotel sin darse cuenta de que Alastor estaba bajando las escaleras principales en ese mismo momento. Fue una de las peores experiencias de toda su vida, no porque estuviera avergonzado de cargar con el futuro príncipe, lo habría estado meses atrás pero actualmente había superado el hecho de que todos conocieran su relación con el soberano y en lo que había desembocado esa unión, lo que realmente había tocado sus nervios habían sido todos los ojos que se posaron en él como si estuvieran analizando cada detalle de su persona, de arriba a abajo, desde su ropa holgada y las ligeras ojeras en sus ojos hasta la galleta con chispas de chocolates que había estado masticando segundos atrás luego de saquear la cocina, aquel dulce que reposaba a mitad de devorar en una de sus manos mientras que la otra sostenía su pesado vientre.
Antojos, alteraciones físicas y de vestimenta, su natural agotamiento y el desastre sin modales ni elegancia, alejado de la visión que seguramente tuvo su madre a la hora de criarlo, ya no era el caballero esbelto y alto, ya no poseía esa sonrisa segura y filosa, en cambio, sus labios estaban dulces y decaídos en una fina línea que aparentaba más una mueca que aquella faceta que todo el infierno alguna vez conoció.
La figura imponente que se había esforzado en crear destruida en segundos.
No quiso recordar a detalle la manera en que su sombra se alzó sobre cada una de esas basuras, gruñendo y obligándolos a cubrir sus oídos cuando la estática retumbo en todo el salón principal como un grito iracundo y violento. Tampoco quiso pensar la pena con la que la princesa le observó, compartiendo de esa asquerosa empatía y lástima que aborrecía, ni mucho menos quiso pensar el como ella gritó su nombre con preocupación cuando se retiró lo más rápido que le permitieron sus oscuras y debilitadas habilidades, desapareciendo sin dejar rastro, no más que las migajas pertenecientes al alimento que su mocoso exigió en mitad de la tarde.
No quiso molestar a Lucifer con otro drama sin sentido, no quiso volver a verse como un patético manojo de hormonas sin control, no quiso seguir siendo un estorbo ni mucho menos verse ultrajado por la condición con la que ahora vivía.
Ya no soportaba un segundo más, ni los dolores de espalda ni no poder dormir en las noches, de tener que usar prendas femeninas y no poder controlar el hambre que lo atacaba a cualquier hora, de las miradas que recibía cada vez que intentaba abandonar el hotel o el palacio, que todos se comportaran inusualmente protectores como si estar en cinta hubiera debilitado hasta sus capacidades más básicas, que lo trataran como si fuera alguien más, alguien inútil, no el Alastor de siempre.
Porque ya no lo era.
Se trataba de un avistamiento del que alguna vez fue conocido como el demonio de la radio; ya no era el imponente overlord, sino la incubadora del rey, una sombra deshecha que no sentía respeto por el poder que había representado durante cien años.
Las lágrimas empaparon su rostro, cayeron por su cuello, mojaron su vientre, sus mejillas se pasparon por la fricción constante y no dejaba de jadear por el aire que se la había privado por no ser capaz de detener el torrente producto de haber tocado fondo.
Estaba cansado.
Ya llevaba casi ocho meses completos así, con el corazón acelerado por un futuro incierto que jamás previo, avergonzado de sí mismo y de la imagen que mostraba al infierno porque ese no era él... No quería creerlo.
La impotencia le impedía tranquilizarse, pues sabía que no importaba cuanto llorase y lamentase, no podía hacer nada a esas alturas, no podía huir, no podía deshacerse del niño ni tampoco quería hacerlo, pero deseaba tanto volver en el tiempo y reconsiderar sus decisiones y opciones. Si hubiera sabido que su reputación y su cuerpo serian destruidos con tal brutalidad no habría aceptado formar parte de algo así.
"¿Cometí un error...?"
— ¡¿ALASTOR?!
Lucifer abrió la puerta de un golpe, agitado y apurado luego de haber recorrido cada piso del edificio. Lo primero que visualizo y que su cerebro interpretó más rápido fue a su pareja acurrucado y sentado en la cama, lo segundo fueron sus manos acariciando su vientre y lo tercero fue su sorprendido rostro, del cual seguían cayendo gotas una tras otra de manera silenciosa.
Y sobre todo, estaba solo, completamente solo.
Alastor tardó tres segundos en darse cuenta de lo que sucedía, parpadeó antes de soltar un gemido incomodo y volver a pasar sus muñecas por sus ojos y nariz, agradeciendo a satanás que haberlo tomado por sorpresa hubiera detenido el desastre. Sin embargo, le convenia que el rey se largara en ese instante o no tardaría en repetirse la vergonzosa tragedia. Se conocía y era consciente que el ángel tenía un efecto especial en él, mucho tiempo a su lado lo había vuelto frágil.
Hablar fue difícil, pero intento con todas sus fuerzas aparentar naturalidad. Y aun si no funcionaba, esperaba que su pareja comprendiera el mensaje y olvidara lo que estaba observando en ese preciso momento.
Enderezó su espalda con un poco de esfuerzo y formó su gran y carismática sonrisa de dientes, mostrándola con el poco orgullo que le quedaba, aparentando calma y control.
— ¡Lucifer, querido, al parecer estabas buscándome! — Tragó saliva y respiro con lentitud, intentando apaciguar el temblor de su voz. Utilizo una de las mangas de su holgado suéter color vino para quitar los restos salados de su descuido. — Lamento haberte hecho recorrer el hotel, buscaba algo de espacio para mí, ¡Ya sabes! Nuestro príncipe ha estado algo inquieto y quise descansar un poco a solas.
Se encogió de hombros a la vez que colocaba sus manos sobre su hijo, señalando con su acción al protagonista de su improvisado dialogo. Dejo que su mirada se mantuviera allí, anhelando, rogando oír los tacones alejarse y el sonido de la puerta cerrándose para lograr estabilizarse y volver como nuevo. Lucifer era quien en verdad merecía un descanso y aunque Alastor no era precisamente la persona más considerada, sino más bien lo opuesto, el ángel era una excepción. La única persona a quien pondría sus necesidades y deseos al mismo nivel que los suyos propios. Por eso, esperó que se fuera.
Pero no ocurrió.
En cambio, sintió el peso hundirse a su lado y una mano en su espalda, acariciando con suavidad la zona del cuerpo que el rubio sabia volvía sus mañanas imposibles.
— Hey, está bien, no tienes que fingir nada. — Comenzó con cuidado, suavizando su tono de voz. Sonrió apacible, permitiendo que el más alto volteara su rostro para evitarlo, no se molestó por ello. — Sí, te estuve buscando un rato y realmente te creo, nuestro patito ha estado muy animado últimamente y estoy seguro de que debes estar exhausto.
— Te pedí que dejaras de llamarlo así...
Lucifer rio en voz baja, enternecido con el detalle de que a pesar de que Alastor evidentemente no estaba bien, seguía preocupado por cuidar la dignidad de su hijo. Lindo, pero no debía desconcentrarse.
Continuó.
— Pero sé que sus patadas y volteretas no te obligarían a encerrarte en una habitación al azar...
— ¿Tú que sabrías? No es como si llevaras a un mocoso inquieto contigo a todos lados. — Contestó en automático sin pensar sus palabras dos veces. — Solo necesitaba un momento para mí, eso todo. Te estaría muy agradecido si pudieras concederme ese favor. Regresaré a nuestra habitación en unos minutos, así que adiós.
Al parecer no sería tan fácil de lidiar como con otros altibajos, de acuerdo, Lucifer podía con esto.
Su mano libre se posó sobre uno de los brazos del más alto y lo frotó con lentitud. — Al, Charlie me contó lo que pasó.
— No pasó nada.
— No habrías estado llorando hasta hace unos segundos si así fuera.
— No estaba llorando, no invente historias. — Sus pulgares se movieron con más fuerza sobre la tela de su suéter, entrecerró los ojos. — No sé de qué habla, majestad, estoy bien.
Ante el obvio papel de fortaleza que su pareja empleó Lucifer pensó en responder "no es como si fuera la primera vez que te veo llorar, mucho menos en los últimos meses" pero no quiso perder ninguno de los miembros de su cuerpo, por lo que se guardó sus comentarios y fue directo al punto.
— Cielo, puedes contarme qué te aflige; siempre has podido hacerlo y siempre podrás. Por favor, no te cierres a mí, quien sea que te hiera, lo que sea que te provoque malestar, dímelo y me encargare de desaparecerlo en un santiamén.
Fueron palabras dulces, aliviadoras, lograron mover algo dentro del overlord y provocar una calidez empalagosa de la que no quiso escapar, sino sumergirse en ella, si no fuera porque su orgullo le indicaba que caer y sincerarse podría ser contraproducente. Tenía que recordar la razón por la que en primer lugar había desaparecido y llegado hasta allí, no debía ceder, no quería mostrar fragilidad, quería recordar quien fue, por al menos unos miseros segundos.
Sólo eso.
— ...
— Tú y nuestro hijo son mi prioridad, permíteme cuidarte tal y como haces conmigo. — Besó su brazo, cerrando sus ojos y dejándose reposar allí. Pudo percibir el común olor de su pareja, aquel perfume de antaño que usaba a día de hoy. — Incluso si piensas que es algo insignificante, para mi significa el mundo, el cielo y el infierno a la vez.
— ...
— Por favor, dime que sucede, Alastor.
— ¿No es obvio? — Su voz salió con una fuerte estática, no la suficiente como para volver su mensaje inentendible, pero sí la suficiente para que Lucifer comprendiera que debía dar un paso atrás, y así lo hizo. Lo soltó al instante en que sintió la exigencia de distancia, observando como Alastor se abrazaba a si mismo. — Ya no soy quien era antes.
— ¿A qué te...? — Con genuina confusión, su cejo se frunció. Apoyo sus manos en el colchón y se inclinó hacia él, insistiendo. — ¿A qué te refieres?
— Es una pena que el padre de mi mocoso sea tan lento. — No esperó el reclamo de su alteza, se adelantó a cualquier palabra y se paró de la cama, abandonándola porque presentía que si seguía a un lado del ángel sus sombras lo partirían a la mitad.
Se alejó unos pasos y volteó con brusquedad y desdén, abrió sus brazos de par en par mientras miraba los rojizos y preocupados ojos del rubio.
Pronunció con asco.
— ¿Realmente eres capaz de reconocerme?
Lucifer no estuvo seguro de qué estaba pasando. Respondió con confusa obviedad. — Por supuesto que lo hago...
— ¡No es cierto! ¡¿Me dirás que cuando me conociste pensaste verme así en algún momento?! — No recibió una respuesta, Lucifer parecía no saber qué hacer ni decir. Eso sólo lo hizo peor, sus astas crecieron unos cuantos centímetros, provocando los crudos sonidos y movimientos en su cabeza. — ¡¿Creíste que terminaría de esta forma?!
— ¡Bueno, no! Pero es porque no sabía que me enamoraría de ti, Alastor, no sabía que todo esto pasaría. — Imitó al más alto y se paró, sin embargo, no dió un solo paso. Intentó elegir las palabras correctas para no causar un problema más grande, a esas alturas ya no estaba seguro qué palabras o tonos podrían afectar al demonio. — Cariño, sé que estás molesto, pero debes calmarte, podría hacerle daño al bebé y-
— ¡Ya lo sé, Lucifer! — Gritó con frustración. — ¡Estoy tratando de no romperte el cuello en este momento y créeme que estoy consiguiendo un bendito milagro!
Suspiró. Era cuanto menos curioso la cantidad de amenazas que recibía por parte del demonio de manera semanal, siempre apelando a que le arrancaría un miembro, lo comería vivo, lo mataría... Era aún más curioso el hecho de que era capaz de hacer cada una de ellas, pero Alastor elegía que todo se quedará en palabras la mayoría de las veces.
Lucifer podía sospechar que la situación actual podía terminar siendo una de esas veces donde su pareja no resistía la tentación.
— De acuerdo, de acuerdo.... Entonces, ¿Cuál es tu punto?
Alastor sintió perfectamente como los últimos avistamientos de paciencia lo abandonaron.
— ¡Ɏ₳ ₦Ø ₥Ɇ ⱤɆ₵Ø₦ØⱫ₵Ø ₳ ₥ł ₥ł₴₥Ø! — Gritó, permitiendo que la estática recorriera todo su cuerpo y que sus rojizos diales brillaran en sus ojos. — ¡Odio en lo que me convertí! ¡En lo que TÚ me convertiste! ¡Mi cuerpo no sería un contenedor para tu mocoso y el infierno no estaría viéndome como si fuera alguna clase de atracción de circo si no fuera porque deje que me convencieras!
— ...
Lucifer esperó muchas cosas, pero no oír que lo culpaba de algo en lo que claramente estuvieron involucrados los dos, mucho menos que se considerara un "contenedor" del hijo que sabía perfectamente ambos esperaban con emoción.
¿Realmente creía que su persona tenía tan poco valor en el asunto?
Si era quien cargaba con el bebé, quien soportaba todas las alteraciones físicas, quien tenía que comer el doble y quién luchaba para vestirse y colocarse los zapatos cada mañana, quien tenía que soportar su propio mal humor no intencionado, el no soportar a nadie ni a sí mismo, quien tenía que aguantar el cansancio diario y el no poder dormir por las noches.
Cosa que Lucifer sí hacía porque Alastor le afirmaba que no era necesario que se mantuviera despierto por él, que estaba bien. Aún si luego lo veía con ojeras, bostezando y detestando la vida durante las cinco primeras horas de la mañana, sonreía complacido de que el ángel hubiera logrado descansar. Se sobre esforzaba porque no quería ser una carga aun cuando es obvio que con un embarazo necesitaría cuidados especiales, gestos y favores que muchas veces no quería aceptar por negarse a ser mimado por otros que no fuera su pareja, y ni así, en repetidas ocasiones buscaba alejarlo para intentar hacer las cosas por su cuenta.
Alastor no era un contenedor, no era quien cargaba al futuro príncipe y ya, no era un ser sin rostro ni nombre con un sólo propósito. Era el pecador del que se había enamorado, el padre de su hijo y quien estaba literalmente dedicando su vida entera a cuidar a tres personas al mismo tiempo, a sí mismo, al bebé y al rey.
Jamás podría cruzarle por la cabeza que era menos que lo más importante en su vida, o mejor dicho en toda la creación.
No había cedido a ninguno de sus caprichos, a ninguno de sus antojos repentinos, no importaba cuan asquerosos fueran, no importaba si tenía que estar en la cocina a las cuatro de la mañana acompañando al más alto mientras lo veía devorar un plato de lo que sea que pidió; había mudado casi toda su habitación a la que ahora compartían para que se sintiera cómodo junto a sus pertenencias; le había creado y confeccionado ropas a medida y específicas siguiendo cada una de las instrucciones dadas porque sabía que a Alastor gustaba de un estilo característico que elegia seguir; lo acompañaba a cada una de las visitas de rutina del médico real y lo seguía a prácticamente todos lados porque muchas veces el propio demonio lo quería cerca, incluso si era sólo para bajar de un piso a otro, Lucifer no se negaría si eso aliviaba una pizca del inmenso estrés de un padre que lo es por primera vez.
Lucifer no podría reclamar nada, aun cuando le gritaba que lo dejara solo y luego llorara arrepentido, si para él era difícil para Alastor lo debía ser aún más.
Pero no tenía idea de que se sintiera tan mal, no tan vacío, no con una visión tan distorsionada de él mismo.
— Ya no puedo asistir a las reuniones de overlords, no puedo visitar a Rosie por mi cuenta, no puedo asistir a Charlotte como solía hacerlo, usar mis poderes es agotador y eso nunca había pasado, mi sombra no me obedece... — Enumeró cada una de las actividades y costumbres que había perdido, rememorando cada momento trágico en donde se percataba que no contaba con las mismas capacidades ya fuera porque él había perdido las posibilidades o porque su entorno se las había quitado como si se tratara de un castigo. — ¡Perdí mi vida por culpa de esto!
— Alastor...
— ¡Destrocé las almas de todos los overlords para demostrar quién era yo, asesiné a los ingratos que intentaron reírse en mi cara, transmití sus gritos por todo el pentagrama para que todos se dieran cuenta de QUIÉN había llegado al infierno! — Sus garras temblaban frenéticamente, buscando dónde clavarse para aliviar la desesperación e impotencia que por primera vez era puesta en palabras. — ¡Pero ya nadie ve eso cuando intento dar dos pasos fuera de nuestra habitación! ¡Lo único que ven es que llevo a TU hijo y que soy patético por dejar que todo esto me sucediera! ¡NADIE ME RECONOCE PORQUE SOY DÉBIL!
— ¡No eres débil, jamás lo fuiste! — Ni siquiera había dejado que Alastor terminara de hablar cuando corrió hacia él, tomando sus manos para envolverlas con las suyas, apretándolas para que reaccionara. El par de diales le miraron con indignación, reacio a creer en las palabras que a su juicio eran puras mentiras de consuelo, humillante. Negó con la cabeza cuando Lucifer volvió a hablar, no quería oír más cuentos, no era cierto, cuando se veía al espejo veía muchas cosas, pero no a su propia persona. El rey no podía entenderlo, nunca lo haría por más que intentara ponerse en su lugar. — Alastor, escúchame, por favor.
— ¿Qué debo escuchar? No puedes comprenderlo, Lucifer. — Sus ojos volvieron a la normalidad, únicamente para brillar por las lágrimas que otra vez se acumulaban, amenazando con arruinar la imagen del demonio una vez más. — Sé que has estado ahí y no flaqueo al decir que lo haces todo menos agobiante, pero ni en cien años podrías entender lo que significa que ya nadie te vea a ti. Ahora sólo represento la inminente llegada de tu hijo, nada más y nada menos. — Evitó la afligida mirada del ángel para soltar lo siguiente. — No me sorprendería si tú también sólo me vieras como tu... Pareja.
El asco que sentía hacia si mismo era gigante, pero no porque su cuerpo no cumpliera expectativas personales o ajenas, no porque no fuera suficiente para Lucifer, no porque no creyera que diera la talla como un buen padre, no por lo que pensara el infierno de su papel como pareja del soberano, no, ninguna de esas cosas le importaban a Alastor. El rechazo que sentía se debía a haberse fallado a sí mismo, a sus planes, a todo lo que había creado desde que había caído, la imagen de poder y terror, su estatus, su lugar como uno de los pecadores más fuertes, el tétrico e imponente Demonio de la Radio, aquel que hacía temblar a todo el que estuviera cerca con solo ampliar su sonrisa, quien controlaba a las masas con simples amenazas porque nadie dudaba de sus capacidades... Pero Alastor ya no se respetaba a sí mismo, ni su figura, ni su reputación, mucho menos a su persona.
La habitación cayo en un largo silencio luego de eso, ninguno volvió a emitir sonido, las manos del rey no soltaron las de su novio, pero tampoco volvieron a moverse, estático, permaneció allí, dejando que Alastor lo observara con decepción, pues al parecer había acertado. Por supuesto, que lo había hecho, toda la mierda del embarazo y el aparente enamoramiento daría como fruto una distorsión como esa, sólo había sido cuestión de tiempo.
Siempre había pensado que los sentimientos románticos no eran lo suyo, no le interesaba, jamás había sentido aquello que todos los que conocía anhelaban como si fuera lo mejor que podria pasarles, un suceso que "eventualmente" les llegaba a todos, pero que nunca surgió ni por un instante. Alastor dio por hecho que simplemente no ocurriría nunca, y estuvo bien con eso.
Considero los beneficios de aquello y sólo encontró pros y no contras, la ausencia de un individuo que fuera capaz de "atravesar" sus barreras y se encontrase con cosas que no le agradacen, de alguien que lo distrajeras de sus labores y metas, de alguien que consumiera su tiempo en actividades banales e inútiles, preocuparse por otro individuo que no sea él mismo y caer en preocupaciones que a nadie más que a él le afectaran porque sería la única persona tan atenta a quien sea el afortunado de siquiera considerarlo algo suyo... No, definitivamente la ausencia de un acompañante de vida no fue ni sería un problema para Alastor, había estado bien por su cuenta por cien años, era suficiente prueba de que era la clase de hombre que prefería disfrutar del camino solo.
No necesitaba que le dieran flores, no necesitaba cenas a la luz de las velas, no necesitaba citas tontas y no necesitaba que nadie tomara su mano entre la multitud. Alastor podía hacer todo solo sin la presencia de un indeseado entrometido.
Pero luego llego el rey del infierno.
Y antes de darse cuenta había recibido un abrazo, un gesto caballeroso, un beso inocente, por primera vez experimento lo llamado "mariposas en el estómago", le interesaba el estado de ánimo de otro y no porque quisiera disfrutar de su desgracia, sino porque si no estaba bien, Alastor sentía una incomodidad incomprensible. Quiso oír su voz, verlo, sentirlo, reír junto a él, ser observado por él, ser tomado en cuenta por él, dejar que se acercara a las profundidades de su mente, que conociera lo que nadie más... Alastor no entendió cómo ni cuándo, pero Lucifer logró despertar en su ser, algo que creyó no existía.
Largos meses donde todo fue tan confuso y críptico, dónde antes hallaba respuestas lógicas ahora encontraba sin sentidos. Quería encontrar una razón para que su corazón latiera tan fuerte cada vez que le dirigía la palabra, quería entender por qué de repente el tonto rostro que había visto tantas veces comenzó a resultarle precioso, por qué cuando no estaba esperaba ansiosamente su llegada para verle de nuevo.
No comprendía por qué Lucifer lo comenzó a convocar para tomar luego de ceanr, por qué le preguntaba su opinión sobre asuntos diminutos, por qué era tan honesto cuando no era necesario, por qué todo lo que decía sonaba como un trabalenguas torpe, por qué le daba obsequios tontos como patos o postres.
¿Por qué le sonreiría de una manera tan radiante el Rey?
¿Y por qué se sentía bien?
Todo cobró sentido luego de una tarde.
Recibió una propuesta, unirse al ángel en lo que se le llamaba una "relación amorosa", algo que anteriormente le hubiera causado carcajadas hilarantes, incrédulo de que alguien realmente creyera que le interesaba ser parte de algo así, ahora le causó un ardor que se extendió por todo su sorprendido y estático rostro.
La suavidad en la voz de su alteza fue encantadora, la fragilidad que le demostró, incomparable. Lucifer dejo todo de sí mismo en su tímida propuesta, así como también se dejó llevar en las palabras de los poemas que escribió para ser oídos por únicamente su destinatario, el dueño de los sentimientos que vieron nacer la inspiración para lograr pasar el bolígrafo en el papel sin detenerse hasta que la última gota de su sentir fuera derrama. Escritos plagados en sinceridad que luego serían leídos en voz alta frente a Alastor.
Quien, al parecer, había robado el corazón de su majestad sin saberlo.
Las risas incrédulas que recibió cuando preguntó a qué se refería con tanto palabrerío fueron molestas, así como también el rostro estupefacto de Lucifer cuando el demonio le explicó que recién en ese momento se daba cuenta lo que significaron todos los detalles y atenciones. Se excuso, se quejó, reclamó, gritó, todo junto tratando de explicar que no era algo que ocurriera seguido, nunca había prestado suficiente atención para siquiera saber que gestos así podían tener segundas intenciones.
Las risas que en ningún momento se detuvieron lo hicieron peor, Alastor ya no quería oír nada más. Pero el rey tenía una última sentencia que dar.
"Sí, me enamore de ti, Alastor".
"Gracias por la aclaración".
"No es nada".
Más sonrisas torcidas.
"Y qué... Ejem, ¿Y qué se supone que se debe hacer luego de... Todo eso?"
Señaló la cantidad de hojas escritas, Lucifer las abrazó contra su pecho, volviéndose un hombre tímido y ruborizado.
"P-Pues, yo quería saber si sentías lo mismo por mí y si... Quisieras salir conmigo".
"¿Salir a dónde?"
"..."
Luego todo escaló muy rápido, tanto que el título de "pareja" fue conocido por sus cercanos y posteriormente la relación fue noticia de última hora en todos los anillos del infierno. Nunca dejó de sentir lo mismo por su alteza, sin embargo, todo fue más que estresante e inoportuno, tanto que en menos de cinco años se encontró con una sorpresa que no consideró nunca.
Aparecieron las dos líneas y con ellas el miedo, el pánico, la incertidumbre y la ira.
Y ahora lo había perdido todo, cada cosa que había construido con sacrificio se había hecho añicos al haber caído en una sonrisa infantil, misma sonrisa que luego le aseguro que todo estaría bien si formaban una familia. Pero Alastor ya no estaba tan seguro de que esas palabras fueran ciertas, no podrían serlo, no podían conocer el futuro y ya nada se sentía como en los primeros meses donde la ingenuidad, ignorancia e inocencia le permitieron momentos de paz. Eso ya no existía, ya no era lo mismo.
No se sentía bien.
— ¿Recuerdas el día que nos conocimos?
Esa pregunta fue una sorpresa. Rompió el silencio de manera abrupta, tomándolo con la guardia baja y, por tanto, provocó que sus orejas se inclinasen por un fugaz momento.
— Lo hago.
— Charlie nos presentó, yo había llegado al hotel por primera vez porque creí que podría acercarme a ella, pero en cambio me encontré con un pecador insolente y molesto, de los pocos que lograron sacarme de mis casillas, porque el desgraciado tocó mi único nervio. — Mientras relataba sus recuerdos, sus dedos comenzaron a mover con lentitud, recorriendo las manos del demonio, desde sus muñecas hasta sus palmas, arrastrándolas contra las ajenas hasta finalmente entrelazarlas. Se aferró a ellas, apreciando como encajaban una con la otra y, mirando con adoración esa unión, continuó. — Decidió meterse con la escasa relación que tenía con mi hija, y caí en su provocación.
— Majestad...
— Por alguna razón se metió en mi canción y afirmo que mi hija podría llamarlo "papá" si eso quería, fue inteligente con su propósito, aun si su amiga lo salvo al último momento, pues si tardaba un solo segundo lo hubiera destruido. — Su sonrisa se amplió con diversión e ignoró la estática brusca que desprendió el overlord. — Pensé que era otro pecador más del montón, un arrogante, mal agradecido, violento y caótico humano que cayó aquí por sus propios medios, no pensé tanto en él, pues no estaba allí para pelear con pecadores, sino por mi hija.
— ...
— Pero, aun así, logró meterse debajo de mi piel, logró que su irritante actitud y sonrisa se quedaran en mi mente, cada vez que pensaba en él me quedaba un mal sabor de boca de sólo pensar que mi hija podría estar confiando y conviviendo con alguien así.
— El sentimiento es mutuo.
— Ja. — Sus pulgares acariciaron la oscura tez de su novio propia de sus manos. — Luego llegó el día del exterminio, le rompí la cara a Adán y me enteré de que ese pecador protegió a mi hija, la apoyó... Claro, hasta que le patearon el trasero.
Lucifer tarareó contento cuando sintió que apretaron sus manos.
— Disculpa, pero no entiendo a qué quieres llegar.
— Remodelamos el hotel, me mudé para estar con Charlie, y, por tanto, tuve que compartir estancia con ese molesto pecador sonriente. Fue curioso, ambos estábamos en puntas opuestas, eso hizo que nos gritáramos algunas veces desde nuestras habitaciones... En retrospectiva, fue tonto e infantil.
— Tú empezaste la mayoría.
— Y tú las seguiste, primor.
— No me llames así. — Tensó su sonrisa y repitió. — ¿A qué quieres llegar?
— A eso voy. — Rio, complacido de que Alastor estuviera más calmado como para seguirle la corriente, eso le alivio. — Resumiendo, la convivencia con ese pecador fue un verdadero castigo, pero lo respetaba por lo que hizo por mi princesa, por haberse plantado frente al líder de los exterminadores, por haber arriesgado su vida cuando pudo haber huido sin remordimientos... Pero no lo hizo, y eso despertó cierta curiosidad en mi sabes, no lo entendía, pero quería hacerlo.
— Oh, por eso comenzaste a acosarme. — Bromeó con amargura, conociendo cada detalle de lo que se le estaba contando.
— Me di cuenta de que era más que un pecador insolente, era...Distinto, a lo que había conocido desde que caí aquí, diferente a todo aquello que tuve el placer de experimentar, no era igual al resto, y no lo digo porque mantuviera una sonrisa escalofriante todo el tiempo, tampoco porque siempre buscara provocarme, tentando a su segunda muerte como nadie más... — Sus ojos viajaron por el rostro de Alastor, admirando los detalles pequeños de su ser como si fueran un tesoro a resguardar con suma protección, aun si ese tesoro no lo necesitaba. Su ceño fruncido con confusión, sus mejillas ruborizadas por la timidez que no podía esconderle a su rey, su cabello y esponjosas orejas, atentas a cada sonido que soltaba, el pequeño colmillo que sobresalía de sus labios, apretando la piel con nervios que no era capaz de disimular. Lucifer se sintió culpable de no haber visto lo que sucedía en la mente de su amor, fue ignorante y perdió la noción del cuidado, cayó en generalizaciones y no se preocupó por indagar en la profundidad de su ser, un error tonto. La línea que formaron sus labios fue ligera, apenada y arrepentida de sus propias equivocaciones. — Si no porque se trataba de un sobreviviente, un poderoso y virtuoso ser de gran intelecto, tanto como para poder meterse bajo mi piel y salir intacto. Nadie había podido capturar mi atención así, sabes.
— Entonces... ¿Se supone que soy especial por haber llamado tu atención? Pues gracias, alteza, no sé qué haría sin su consideración.
— ¿Puedes dejarme hablar cinco minutos sin interrumpirme? — Pronuncio con pesadez sin desvanecer su amorosa expresión. El demonio no fingiría que no se divirtió al molestarlo con una irónica pero cierta oración, pues no elegiría ser el afectado en toda la situación si tenía la oportunidad de hacer que su pequeño ángel caiga en su misma frustración.
Debía agradecer que aun estuviera escuchando sus delirios.
Quitó algunas de las molestas lágrimas que enfriaban su rostro, a la vez que su sonrisa se torcía en una burlona. — Bien, adelante.
— Eres un overlord que fue capaz de destronar a los que reinaron mi anillo por cientos de años, en cuestión de meses varios desaparecieron y lo único que quedó de ellos fueron los alaridos que tú transmitías. Se me fue avisado de este incidente, pero no le di importancia hasta que conocí al causante, comprendiendo por qué tanto alboroto, eras misterioso, emblemático, inteligente, poderoso, te alzabas sobre otros como si tú caída al infierno fuera planeada, como si hubieras nacido para terminar aquí, jugando con las almas de tus víctimas. Es... Impresionante lo lejos que has llegado tú solo, únicamente con tus habilidades e ingenio.
— ...
— Se qué sabes perfectamente lo que has hecho, nunca se había visto que otro ser humano perpetrara tanto en las mentes de mis asquerosos pecadores, de mi reino, Alastor. Lo sabes, no eres alguien normal, finges con una sonrisa todo el tiempo, pero nunca estás exento de los detalles que otros pierden en la ignorancia mientras tú ya imaginas maneras de contrarrestar cualquier contratiempo... Eres aterrador.
— ¿Lo soy? — Repitió con sarcasmo, ajeno a la emoción que demostraba el rubio con esa sonrisa de enamorado sin remedio.
— Lo eres, un maniático sin escrúpulos, un sociópata con tantos problemas mentales que, mierda, podría estar siete días completos enumerándolos. — El demonio no sintió el cómo apretaron sus manos, demasiado inmerso en las palabras que se le eran dedicadas con tanto fervor como para preocuparse en tonterías. Lucifer ya era ajeno a sus propias acciones. — Tu sadismo, tu demencia, esa manera tan retorcida en la que te ríes cuando pisas los cráneos de aquellos que intentan anteponerse a tu mando, cuando desfiguras almas con simples ademanes tan elegantes y sofisticados, como si no se tratara de un vil asesinato, sino un arte proveniente de un artista que me enloquece con cada obra. Cuando deformas tu cuerpo y todos tus huesos se parten, cuando tus ojos muestran el vacío de tu corazón y tus diales se clavan en una próxima víctima, pobre desgraciado el que sea tu próxima cena, peor cuando ni siquiera les cubres la boca porque adoras oír sus agudos gritos de dolor, rogando piedad a un hombre que no tiene idea de lo que eso significa.
Alastor ya no era capaz de diferenciar si estaba siendo halagado o insultado, pues la manera en que la profunda y ronroneante voz del diablo no concordaba con las palabras que, en primera instancia, deberían espantar a los simples mortales de mente pequeña. Pero Lucifer se veía extasiado, ese brillo en sus ojos dejaba en evidencia lo que había en aquella mente tan misteriosa y totalmente ocupada por el demonio de la Radio.
Fuera cualquiera de las dos opciones, era gratamente bienvenida.
Desvío sus ojos del hermoso paisaje de su pequeño, rompiendo el contacto visual para que su cabello cubriera la mayor parte de su rostro. No quería demostrar que había logrado mover algo en él, no debía dejarle desconcentrarse del problema, de lo que realmente estaba mal, de lo que los había llevado a esa situación.
Pero Lucifer lo conocía tan bien, que sus palabras resonaron en las paredes de su mente como un eco y es que no era para menos. A ojos del rey, Alastor era su principio y fin, aquel que lo dominó, aquel que lo tenía en la palma de su mano y a quien le entregaría todo sin pensar porque no temería que su final ocurriera en sus brazos, siempre que se tratara de su Alastor.
Lucifer estaría dispuesto a cualquier cosa, entre ellas, recordarle quién era cuando ni siquiera él lo supiera, o simplemente, se perdiera a sí mismo.
Esa era su responsabilidad como pareja, a lo que había accedido cuando decidió darle su vida al demonio de la radio a cambio de la suya. Un intercambio equivalente que no rompería jamás.
— Amor, nadie cree que seas débil, mucho menos yo. Si hasta ahora has logrado cargar con nuestro hijo es porque eres fuerte. — Al pronunciar aquello, sus manos viajaron hasta el vientre ajeno, las reposo allí con una sonrisa ligera. Sus parpados bajaron y subieron con lentitud, gozando el tacto contra lo único que, físicamente, distanciaba a su futuro bebe con sus padres. — No dejaste que nada de lo que me dijiste te haya hecho renunciar, seguiste manteniendo tu sonrisa por mí y por nuestro príncipe, ¿Crees que cualquiera podría hacer eso? Eres inquebrantable, determinado, incluso más que yo, eres todo lo que podría esperar de un overlord de tu calibre, de un pecador lo suficientemente vigoroso como para hacerse un lugar en mi reino. — Alastor inclinó sus orejas cuando tomaron su mano izquierda, fue acercada a los labios de la realeza y se le fue depositado un beso en el dorso, uno que perduró varios segundos hasta que Lucifer se separó. Pronunció en contra la piel canela y los escalofríos que esa acción provocaba en su amante. — Sigues siendo tú, jamás dejaste de ser tú.
— Pero. — Sus palabras fueron más rápidas que su mente, soltándolas sin pensar ni medir la desesperación con las que estaban bañadas. No quería que olvidase que nada se resolvería con algunas palabras románticas y un ambiente acaramelado, los problemas seguían allí, Alastor se negaba a ignorarlos e insistía con ellos. — No puedo salir del hotel sin que todos me vean como si fuera alguna clase de rareza.
— Porque es la primera vez que un pecador queda en cinta, porque eres mi pareja y porque... Si, es verdad, no están acostumbrados a verte así, pero no es por ti específicamente, verían así a cualquiera en tu misma situación. — En mitad de su monólogo, Lucifer aprovechó la calma que finalmente había llegado y jaló a su pareja hacia la cama. Suave y gentil, dio un paso hacia atrás y el demonio le siguió a paso lento, pues tampoco podía mentir y decir que estar parado por mucho tiempo no le cansaba teniendo tres kilos de más en su vientre. Obedeció con timidez disimulada. — ¿O realmente crees que serían capaces de pensar que te quedarías de brazos cruzados si tan sólo hacen mueca hacia ti? Te recuerdo que aún tenemos una pila de cadáveres en el palacio de la última vez que intentaron hablar de nuestro hijo.
— En el hotel todos me tratan como si fuera un inválido y un inútil.
— No te cuidan porque crean tú no eres capaz de hacerlo por ti mismo, te cuidan porque te quieren, amor. — Se sentaron, Lucifer movió una de sus manos con cómico carisma y alrededor de Alastor cayeron varias almohadas y mantas, abrazándolo con protección y brindándole la misma comodidad con la que usualmente descansaba. El demonio no omitió queja y se permitió ser caprichoso, agradeciendo el gesto y tomando uno de los almohadones para abrazarlo. Lucifer se tomó un momento para apreciar la adorable escena antes de continuar. — ¡Y sí! Se que no te gusta que te lo digan, sé que detestas pensar que tanta gente está pendiente a ti y se preocupan por ti porque es cursi y el sentimentalismo es malo, "soy tan rudo y frio" bla bla bla... — Llevó una mano a su pecho, mirando a su pareja con determinación y afecto. — Pero yo te amo, Alastor, me preocupo por ti todo el tiempo y, hasta donde sé no me odias, así que puedes dejar esa visión de chico malo y oír lo que te diré.
— ... Aún te odio, pero en menor medida.
— Por supuesto. — Rodó los ojos, sonriendo sin pena ante la obvia mentira. Cruzó sus piernas sobre la cama y comenzó a hablar una vez más, ya que al parecer no lo habían hecho lo suficiente y por eso acabaron en la situación actual. Según su hipótesis, Alastor ni había visto los gestos de los demás como eso, favores y detalles, sino como ataques directos a su ego y orgullo, lo cual si lo analizaba con detenimiento tenía sentido. Se sintió tonto de no verlo, algo que obviamente alguien tan egocéntrico e irónicamente inseguro como Alastor mal interpretaría con facilidad porque aún con los años que habían pasado, seguía pensando que todos estaban en su contra esperando el momento adecuado para aprovecharse de él, por supuesto, al fin y al cabo, eso lo que él hacía. Enterró sus manos entre sus piernas, asimilándose inocentemente a un niño, y pronunció. — Si Husk te prepara un trago sin alcohol no es porque se burle de ti, sino porque sabe que te gusta beber y adaptó su servicio para que puedas seguir disfrutándolo.
[. . .]
— Jefe, tome.
Ya no podía seguir viendo la manera en que el demonio intentaba disimular las miradas que le daba cada vez que preparaba una bebida para los pecadores o trabajadores del hotel, siempre que se oía el sonido de los vasos de vidrio golpear la barra las orejas de ciervo se alzaban atentas únicamente para luego inclinarse resignadas. Era triste, y Husk más que nadie podía entender la necesidad de darse aquel delicioso gusto.
— ¿Qué es esto, Husker?
— Se que ahora no puedes tomar... — Permaneció en silencio unos segundos, pensando que palabras usar. — Prácticamente nada de lo que te gusta por el embarazo, así que, eh... Hice esto. — Al presentar la bebida frente al demonio se hizo obvio que captó su atención en su totalidad, parecía algún tipo de jugo adornado con una fina rodaja de naranja en uno de los bordes. — No contiene alcohol y es más fruta que otra cosa, no es perfecto, pero es lo que puedo hacer respecto a pues, tus restricciones.
— ...
— Disfrútalo. — Fue lo último que dijo antes de voltear para continuar con su trabajo, siendo ajeno a como Alastor gruñía en voz baja.
[. . .]
— Si Niffty limpia cada lugar a dónde vas no es porque no crea que puedas hacerlo por tu cuenta. Solo hace su trabajo, cielo, y sabe que no te has sentido bien estas últimas semanas y quiere hacerte sentir cómodo porque sabe que te disgusta el desorden.
[. . .]
— Niffty, querida, no es necesario que interrumpas mi camino para limpiar cada lugar al que voy, yo puedo encargarme.
La pecadora que hasta el momento había estado barriendo cada lugar al que el demonio intentaba ir, se detuvo y negó con brusquedad, casi partiéndose el cuello, pero sin tener la misma capacidad de quién ahora la veía irritado.
Niffty podía ser alocada y salvaje, pero también era una dama cuidadosa cuando se lo necesitaba, mucho más si se trataba de su chico malo favorito.
Alzó su plumero con determinación. — ¡No! ¡Lo haré yo! ¡Tú cuida al príncipe cucaracha!
— ...
[. . .]
— Si Charlie no te permite levantarte del sofá y te trae almohadas es porque te duele la espalda, tú se lo comentaste más de una vez. — Le recordó con una sonrisa inofensiva. — Y si Maggie te trae té y tus bocadillos favoritos es porque sabe que comer te hace sentir mejor a ti y a nuestro patito, no porque se burle de tu apetito.
[. . .]
— ¡Alastor, espera! ¡Te traeré almohadas y mantas- ¿O preferirías un sofá sólo para ti? ¡Mejor los dos! ¡Vuelvo en un segundo!
No le permitió responder, la princesa corrió escaleras arriba como si se tratara de una emergencia dejando al demonio con las palabras en la boca cuando lo único que quiso hacer fue preguntarle si necesitaba ayuda en el papeleo del día. La estática que comenzó a emanar preso de la frustración y ofensa fue interrumpida por la pequeña ángel cuando le llamó.
— Hey, Alastor. — Junto a una pequeña sonrisa debido a la reciente escena, dejó una bandeja repleta de repostería fina propia del barrio caníbal sobre la mesa de té de la sala, reluciendo con su "apetitosa" presentación. — Rosie me dijo que te gustan estos, ayer parecías hambriento y no quisiste nada de lo que había, así que yo y Charlie creímos que querrías algo más... De tu estilo.
— ...
[. . .]
— ¿Entonces cómo explicas que esa prostituta larguirucha me mire tanto? — Cuestionó, sacando su rostro de la almohada por un momento y entrecerrando los ojos, escéptico a la excusa que pudiera usar la realeza para tapar las miradas constantes que recibía.
Como si no fuera suficiente que el infierno entero tuviera los ojos puestos en él, y no por las razones que le gustaría, en el mismo hotel tenía que soportar que le observaran fijamente, sin un gramo de educación o consideración.
— Te recuerdo que hace varios meses dijo que él vio a su madre embarazada de su hermana, le debes recordar a esos momentos. — Cruzó sus brazos. — Además, es la tercera persona, contándonos a Charlie y a mí, que más ropa y accesorios ha comprado para el bebé y si observaras por un momento las bolsas y regalos, notarías que todos tienen diseños minimalistas, sencillos, y bordados hechos a mano, tal y como te gustan.
— ...
[. . .]
— Ejem, ¿Se te perdió algo, querido amigo?
La pregunta sacó a Ángel de su ensoñación silenciosa. Parpadeó un par de veces antes de reincorporarse, pues estaba recostado en el largo sofá sin percatarse de que había estado admirando el abultado vientre del demonio de rojo, quien se encontraba sentado a su lado siendo víctima de la descuidada falta de respeto ajena. La araña sonrió apenada, avergonzada de su propia actitud.
— No es nada, sonrisitas, solo pensaba. — Sus ojos bajaron hasta su teléfono, apretándolo ligeramente mientras las memorias volvían a su mente como hermosas y efímeras estrellas fugaces.
Alastor y el pequeño que esperaba serían afortunados de ser amados, estarían protegidos y nada malo les sucedería mientras estuvieran bajo el cuidado del rey. No todos tenían la suerte de contar con un entorno tan afectuoso; no fue así en su caso ni en el de sus hermanos, y por eso se esforzaría en hacerlo mejor con el niño. Incluso si fuera solo por nostalgia, porque veía a Charlie como una hermana, o simplemente para sentirse mejor consigo mismo, se dedicaría a mimar al príncipe de una manera que los adultos de su familia nunca intentaron.
Y siguiendo el hilo, había visto unas ofertas en su celular, quizás podría comprar un babero más.
[. . .]
Hubo silencio luego de eso, uno largo e incómodo, al menos para Alastor. Negado totalmente a encontrarse con la mirada de Lucifer, enterró su rostro en las almohadas y se dejó hundir en la cantidad exagerada de mantas que le dio, al menos, en lo que le permitía su condición física.
— Sigues siendo tú, Alastor. — Añadió, no satisfecho con todo lo que había dicho, pues tampoco creía que fuera suficiente para calmar el herido ego de su pareja. Si Lucifer hubiera sabido que sufriría tanto, habría intercambiado lugares desde un principio y habría cargado con su patito él mismo, pero ahora ya era tarde y lo único que le quedaba era estar presente para consolar al amor de su vida y futuro padre su hijo. Su pobre ciervo había sido muy fuerte durante todos esos meses, merecía desmoronarse y que alguien más compartiera el peso con él. Lucifer le repetiría las mismas palabras una y otra vez si eso calmaba su atormentada mente. — Sigues siendo el overlord más poderoso, temido y respetado.
Sus orejas se inclinaron con recelo, aún avergonzado e irritado. — Mm...
— Peeero. — Juntó las puntas de sus dedos mientras explicaba su punto, bajando la mirada por un momento para concentrarse en elegir las palabras adecuadas. — Atraviesas por una etapa muy importante en tu vida ¿Sí? Tendremos una familia, es imposible que no cambies, lo harás inevitablemente, en algunos aspectos los notaras y en otros no... Pero no quiere decir que dejaras de ser tú por eso.
— ¿Cómo lo sabes?
— Porque conozco al hombre que amo.
— ...
Fue casi mágico cómo el ambiente se aligeró de repente, la pesadez y tensión se disiparon y en su lugar, una calidez desconcertante pero suave lo envolvió, acariciando cada centímetro de su cuerpo y besando su alma. El problema anterior ya no era inmenso ni doloroso y el malestar se esfumó de su ser. Como si de una chimenea recién encendida se tratase, su cuerpo se calentó por completo, sus orejas se esponjaron en un instante, su rostro se tornó ardiente y no le importó si era visible o no; eso no era lo importante.
No si su atención había recaído en el detalle de que había empezado a llorar de nuevo.
Lucifer pudo sentir con exactitud cuando su corazón dio un vuelco. Gota tras gotas, cayeron por las mejillas de una expresión inmóvil, sonrisa estática y ojos fijos en los del rey mientras se aferraba lentamente al cojín en sus brazos. Parpadeó, y sus largas pestañas se encargaron de deshacerse del acumulamiento de lágrimas, cayendo en una fina y delicada cascada, paisaje incomparable para el ángel.
Lucifer cayó como un efecto dominó, ruborizándose ligeramente ante la vista, y replanteándose si no estaba soñando y realmente había logrado estar con un ser tan precioso y bello, con una hermosura y elegancia intactas incluso cuando lloraba. Sintió que se enamoró de nuevo, como venía sucediendo todos los días desde que leyó aquellos poemas.
Comprendió al instante qué había causado una reacción tan adorable. — Oh, Al...
Pero Alastor se negó a oír cualquier palabra, sabía que lo único que lograría la voz de su alteza sería colocarlo en un peor estado, aunque ya no estaba seguro de que fuera necesariamente algo malo, pero aun así no deseaba ser tan expuesto. Ya había sido demasiado por el día, a esas alturas cualquiera diría que ya no tenía más emociones que derramar, pero al parecer el embarazo siempre le traía más y más sorpresas inesperadas, entre ellas, que nunca eran suficientes lágrimas.
Las grandes y holgadas mangas de su suéter cubrieron sus ojos con timidez y rapidamente se apresuró a limpiar el desastre rojizo que era su cara mientras su sonrisa temblaba. El nudo en su garganta fue más que molesto. — S-Son las estúpidas ho-hormonas.
Lucifer le creía, por supuesto que lo hacía, tenía evidencia de sobra para saber que eso era cierto, pero tampoco evadía que al final se trataban de sus verdaderos sentimientos.
Extendió sus brazos hacia Alastor.
— Ven aquí.
— No, cállate, déjame en paz. — Pero a pesar de los reclamos, nada de eso sirvió contra la bestial fuerza del rey y lo ligero que resultaba para él el demonio de la radio aun con kilos de más. Mientras era arrastrado por la cama, intentó alejarlo con manotazos inútiles, colocando sus manos sobre el rostro ajeno sin obtener resultado alguno por más que estuviera haciendo uso de toda su fuerza disponible. Parecía un gato arisco. — Lucifer.
— Shhh, no digas nada y yo no diré nada. — Dijo cuando logró su objetivo y la espalda de Alastor fue recostada en su pecho, quedando sus mejillas entre las peludas orejas del demonio.
Lucifer cerró los ojos con una gran sonrisa satisfecha. Colocó sus manos sobre el vientre del más alto y lo acarició con lentos movimientos circulares, sus pulgares frotando rítmicamente bajo la mirada molesta y avergonzada del demonio mientras observaba como era mimado, una acción inusual que nadie más había realizado, algo que nunca había permitido a otro ser del infierno.
Aunque ya llevaba años al lado del ángel y estaba acostumbrado a esa clase de gestos, no lo estaba a la consideración hacia sus sentimientos que acababa de experimentar, para él seguía siendo extraño y complicado. Se sentía fuera de lugar tanto por el trato que recibía como por el que él daba. La protección, el servicio, la devoción y el cariño inmenso, para Alastor eran sensaciones nuevas, territorios por explorar, realidades a las que acostumbrarse.
Sus ojos dieron con el paradero del futuro príncipe; vaciló por un momento, pero rindiéndose a imitar las acciones contrarias, posó sus manos sobre las del rey, cubriéndolas casi en su totalidad. A veces olvidaba cuán pequeño era.
Una pequeña melodía débil fue lo que de repente Alastor oyó luego de unos momentos, dándose cuenta que creyó ingenuamente que su pequeño ángel inquieto podría permanecer en silencio por demasiado tiempo. Tan cerca de sus orejas, pareciera que era un canto dedicado únicamente para él, una canción de cuna para aliviar la tensión de su cabeza.
Un gesto dulce y considerado, propio del rey.
...
Un mes más, suponía que podía soportar treinta días más si con eso todo lo que hasta ahora le atormentaba desaparecería. Aunque luego empezaría otro dilema, pero no quería pensar demasiado en eso, lo más probable es que Lucifer nuevamente tranquilizaria sus nervios y le diría que todo estaría bien, que sólo debía confiar en que no haría nada solo.
Alastor no fue capaz de responder de inmediato, aún estaba tratando de procesar todo lo que Lucifer le había dicho. El demonio de rojo no quería creer en las palabras del soberano; Lucifer le estaba diciendo lo que quería escuchar, todo para evitar que se humillara más o para apaciguar su irritante mal humor, debía ser la única respuesta posible, pero no era así. Las palabras de Lucifer habían sido francas, sinceras y, sorprendentemente, dulces. Todo estaba cuidadosamente pensado para calmar los temores y molestias que lo carcomían por dentro.
Le habían dejado en claro que seguía siendo el temible demonio de la radio: poderoso, letal, inteligente, respetado. Había recalcado aspectos de su persona que Alastor no estaba seguro de si debía tomar como halagos o insultos, muy comicamente ambiguos, pero, al final, Lucifer le había hecho saber que no lo consideraba una simple e inferior "incubadora". Que tal vez el hotel no lo veía como alguien débil o inútil debido al trato especial que recibía, que tal vez no todo era tan catastrófico, que quizás todo había sido peor en su mente. Tal vez había imaginado el peor escenario posible y no estaba tan degradado como había pensado. Después de todo, Lucifer aún lo veía por lo que fue y por lo que es, se lo había dejado en claro con palabras de sobra, con atención y cuidado, con aparente sinceridad, dudas se inscrustaron en su mente, dudas que le susurraron que su rey podria no haber deformado su visión sólo por ser su pareja o por estar cargando con el siguiente príncipe del infierno.
Lucifer lo veía por quien realmente era: Alastor, el temible demonio de la radio.
Alastor dejó escapar un suspiro. Las palabras de Lucifer resonaban en las paredes de su mente, produciendo ecos cada vez más altos. ¿Podría ser cierto? ¿Podría, tal vez, permitirse creer en esas palabras? ¿Ceder?
Pero aún si era cierto, pensó con resignación, aún si todo eso era verdad, aún no se sentía mejor. Porque era verdad que lo que más detestaba eran los ojos ajenos encima suyo, ¿Qué pasaba cuando esos ojos eran los propios?
¿Qué sucedía cuando él mismo no podía dejar el rencor atrás? Pues el asco ya había traspasado las barreras y habían llegado a las profundidades de su ser, el rechazo estaba en Alastor.
No sabía cuanto necesitaría para sentirse mejor, porque sabía que aunque ahora su llanto haya sido calmado, no duraría para siempre. Y quizás eso también le aterraba, no saber cuando acabaría todo.
Mientras observaba las manos de Lucifer, la pequeña chispa de esperanza empezó a encenderse en su interior, un destello que, aunque sumamente frágil, se negó a ser apagado. Y tal vez, eso era suficiente por ahora. Alastor seguiría adelante, confiando en que tal vez, sólo tal vez, podría aferrarse a Lucifer y dejar que lo guiará para no caer más en aquel pozo en el que ahora se encontraba.
Porque dudaba que la sensación que lo atormentaba desapareciera por completo, y le preocupaba que incluso prevaleciera luego de tener a su príncipe en brazos, podría ser incluso más aterrador que perderse a si mismo, el no reconocer a quien esperaba con tanto anhelo. Pero debía relajarse, esto estaba pasando y no podía hacer nada en contra de ello, ya no. Sólo quedaba esperar, aferrarse a los brazos de Lucifer y desear que tuviera razón, porque actualmente, es lo único que tenía.
Eso desembocaba en otro deseo.
Le encantaría correr a los brazos de su madre y pedir respuestas a cada incognita que cruzaba su mente, a cada duda y miedo, que le dijera qué hacer, cuál era el camino correcto, como desaparecer su doloroso sentir, por qué las cosas sucedían de la forma en que lo hacian. Sería tan reconfortante solamente oír su "todo estará bien", pero sabía que tal escenario no era posible.
Se preguntaba si ella sintió alguna vez un vacío mínimamente similar, si ella tuvo las mismas dudas, si ella también tuvo tanto miedo como él, probablemente sí. Pensar que ahora estaba en su lugar y no podía recibir sus consejos era destructivo para su corazón, porque finalmente comprendía todo lo que ella pudo haber pasado, aún si no fue de manera exacta, no era tan dulce y romántico como ella se lo había planteado en su niñez.
Todo era tan complicado, todo era tan asquerosamente horripilante, tenía tanto miedo e inseguridades que incluso estaba llegando a romperse en cualquier lugar por no reconocer a la persona que fue durante décadas. Dudaba de haber tomado la decisión correcta pero no dudaba del deseo de mantener a salvo al pequeño cervatillo que conocería en un mes, era tan confuso que se volvía molesto.
Justo cuando comenzaba a asimilar lo que había escuchado, los pensamientos oscuros se deslizaban en su mente como una cascada que lo arrastraba indefenso, recordándole que la sombra de la duda no se iría.
— Te amo.
Pero tal vez no debía pensar demasiado en ello.
— Dijiste que no dirías nada.
Tal vez todo se sentía mal e incorrecto, tal vez se sentía perdido y confundido, tan solitario como nadie más en una situación en la que nadie podía interferir para ayudarlo lo suficiente.
— Lo siento. — Respondió con gracia, apretando los labios con una sonrisa cosquilluda cuando las orejas de su ciervo se movieron con inquietud sobre sus marcadas mejillas.
El bebé dió pataditas justo en ese momento, provocando que ambos padres abrieran los ojos con sorpresa, únicamente para que luego las manos del rey dieran pequeñas palmaditas emocionadas, riendo con adoración y enterrando su rostro en el esponjoso cabello del demonio.
Alastor parpadeó con lentitud.
Tal vez podría concentrarse en otras cosas y respirar, recordar que no todo era malo, aún si lo era la mayoría. Que por hoy, solo necesitaba un abrazo para recordar que debía continuar sin rendirse porque sus acciones ahora no lo afectaban sólo a él.
Alguien más dependia de Alastor, no podía sucumbir.
El ardor de su rostro fue un detalle secundario, sus palabras fueron soltadas como un susurro tímido, uno que hablaba con sinceridad pero al cual lo acompañaba una carga de angustia disuelta pero presente.
— También te amo, Lucifer.
Cerró sus ojos, permitiéndose descansar una vez más en un lugar seguro, uno que no le garantizaba su futuro ni que sería de él o su cervatillo, pero que le daba la seguridad de que por ahora, podía relajarse en los brazos de su amante y no pensar en lo demás.
Allí, mientras Lucifer volvía a tararear aquella melodía sinfónica tan serena, mientras perdía la conciencia poco a poco y seguía sintiendo las caricias en su vientre, los últimos avistamientos de miedo se disipaban.
Porque por hoy, aceptaría los cambios.
[. . .]
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