
𝗖𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝗼𝗰𝗵𝗼 - 𝗩𝗜𝗜𝗜
Mike y Once se acercaron. Se miraron con nada más que amor puro. Ya no les importaba estar delante de todos, y sin soportarlo ni un minuto más se abrazaron fuertemente. Ahora Ce tenía que ponerse un poco de puntillas para alcanzarlo. Trescientos cincuenta y dos días habían sido suficientes para cambiar al chico.
—¿Ella es...? —Lia asintió al instante ante la incompleta pregunta de Max.
—No me rendí nunca —el azabache tragó saliva—. Te llamaba todas las noche. Cada noche durante-
—Trescientos cincuenta y tres días —terminó ella entre lágrimas—. Te oí.
—¿Por qué no dijiste nada? ¿Qué estabas bien?
—Por que yo no la dejé —dijo Hopper tras ellos, acercándose a la pequeña—. ¿Qué es esto? ¿Dónde estabas?
—¿Dónde estabas tú? —Ce se hundió en los brazos de Jim y este la abrazó de vuelta.
—La ha escondido —murmuró Mike sintiendo su sangre arder—. ¡La ha escondido todo esté tiempo! —gritó a la vez que empujaba al policía.
—¡Eh! —exclamó agarrando al azabache por la camisa— Vamos a hablar. A solas —dijo antes de llevarse a Mike consigo.
Once miró la escena y se sintió vacía al no tenerlo en sus brazos. Su vista volvió a fijarse en su hermana. La niña lloraba y parecía no poder moverse. Sin soportarlo más sacó todas las fuerzas que tenía y se acercó a Ce rápidamente. Sus lágrimas caían sin control, pero eran de felicidad esta vez.
Once la abrazaba con la misma fuerza, asustada por el miedo a que la alejaran de ella otra vez. Se sentía segura con ella a su lado. Su rostro enrojecido estaba escondido en su hombro, tal y como una niña pequeña haría.
—Intenté buscarte en la oscuridad —habló Lia—. Pero no sé hacerlo, no lo conseguí —dijo con dificultad debido al nudo de garganta que se le había formado—. Lo siento mucho, Once.
—¿Cómo? —pregunto la niña confundida.
—¿Cómo qué?
—Me dijeron que habías muerto, que habías entrado a explorar el portal, dijeron que ya no estabas —esas palabras causaron una inmensa ira dentro de la rubia.
—Eso es mentira, me llevaron a una sala de castigo durante una semana sin apenas comer y beber —explicó—. Encontraron la tarjeta que le había robado a uno de los guardias en mi almohada.
—Pensé que estabas muerta —dijo abrazándola con aún más fuerza—. Por eso no te busqué, lo siento muchísimo, Diez.
—Dahlia —la corrigió—. Ahora me llamo Dahlia.
Once la miró sorprendida, pero con una sonrisa en sus labios. Después de Lia la joven fue abrazar a sus otros dos amigos a la vez. Dustin y Lucas la abrazaron de vuelta sin pensarlo.
—Te hemos echado de menos —dijo Lucas.
—Y yo a vosotros.
—Hablábamos de ti casi todos los días —contó el rizado.
Cuando se separaron Ce no pudo evitar fijar su vista en los dientes de Henderson. Acercó con curiosidad uno de sus dedos para tocarlos, pero el niño se apartó sin entender.
—Dientes —dijo la niña.
—¿Qué?
—Tienes dientes.
—Ah. ¿Te gustan mis perlas? —dijo antes de soltar un pequeño rugido que sobresaltó a Ce.
—Once —la pelirroja se hizo paso entre los presentes y de forma decidida se posicionó detrás de Dustin y a un lado de Lia—. Soy Max, he oído hablar mucho de ti —dijo con ilusión.
Ce observó indiferente a Mayfield durante unos segundos. Acto seguido ignoró la mano extendida de la niña y pasó por su lado chocando sin fuerza su hombro.
La pelirroja entreabrió los labios y cerró los ojos, como si eso realmente le hubiese hecho daño de verdad. Lia la miró apenada y confundida. ¿Qué tenía Max que a la gente parecía irritarle? Era una duda que realmente tenía. A ella le agradó desde el primer momento en que la vio.
[...]
—No está como la última vez, ha crecido mucho —explicó Hopper—. Y aunque consigamos entrar ahí, está plagado de perros.
—Demoperros —corrigió Dustin.
—Perdona, ¿Qué? —cuestionó Jim sin entender.
—He dicho demoperros, como demogorgon y perros —dijo con una sonrisa—. Si juntas las palabras queda de puta madre.
—¿Qué más dará el término ahora?
—Es cierto, lo siento.
—Puedo hacerlo —afirmó Once.
—Creo que no me has oído —dijo el policía.
—Te he oído. Puedo hacerlo.
—Aunque Ce lo consiga tenemos otro problema —esta vez fue Mike el que habló—. Si el cerebro muere el cuerpo muere.
—Creía que era el objetivo —dijo Max confundida.
—Pues sí pero, si no nos equivocamos, si Ce mata al ejercito del azotamentes...
—Will forma parte del ejercito —terminó Lucas.
—Cerrar el portal le mataría.
Tanto a Lia como a Joyce se les formó una expresión de conmoción y preocupación muy notoria en el rostro. No iban a matar a Will.
Cuando fueron a ver al niño la mujer se dio cuenta de algo, algo que su hijo le había dicho días antes.
—Le gusta el frío.
—¿Qué?
—Es lo que Will no paraba de decirme —le explicó a Jim—. Le gusta el frío. No paramos de darle lo que quiere.
—Si se trata de un virus, y Will es el huésped —empezó Nancy—, entonces...
—Hay que hacer que el huésped sea inhabitable —finalizó Jonathan.
—Y si le gusta el frío tenemos que sacarlo con calor —dedujo Joyce.
—Hay que hacerlo en algún lugar que él no conozca —recordó Lia, ya que el cobertizo no era una opción esta vez.
Una idea llegó rápidamente a la mente de Hopper. Una vez que le dio las indicaciones a Jonathan para que llevara a Will, tocaba la parte de cerrar el portal.
—Ce —la llamó.
Cuando la niña se dispuso a subirse a la camioneta Lia no dudó en seguirla, pero el policía la frenó rápidamente.
—Tú no vienes.
—¿Por qué? —preguntaron ambas niñas al mismo tiempo.
—Lo último que esas criaturas del demonio saben es que estabais aquí, no podemos dejar a los niños desprotegidos —explicó.
—Pero tienen a Steve, además con mi ayuda será todo más fácil.
—Si vienen los demogorgons quiero que los hagas invisibles y huyáis —dijo haciendo caso omiso a Dahlia—. ¿Entendido?
—Pero-
—He dicho, ¿entendido?
—Sí, jefe —dijo a regañadientes.
—Perfecto, cuidad los unos de los otros.
Después de despedirse de su hermana volvió a la casa en rendición, sabiendo que sería mucho más útil en el laboratorio.
No pasaron ni diez minutos cuando Mike empezó a estresarse, estresando al resto en consecuencia.
—Mike, ¿Quieres parar de una vez? —preguntó Lucas irritado porque Mike no paraba de ir de un lado a otro.
—Tú no lo has visto, ¿Vale, Lucas? El laboratorio está plagado de cientos de perros.
—Demoperros —corrigió Dustin, como ya era costumbre.
—El jefe cuidará de ella.
—Como si necesitara protección —habló Max con sarcasmo.
A Dahlia se le escapó una sonrisa. A la gente podía llegarle a molestar tanta ironía y sarcasmo en una persona, pero a ella le gustaba.
—Oye tíos, si el entrenador ordena una jugada tienes que ejecutarla —intervino Steve.
—Para empezar esto no es un ridículo partido. Y segundo, nosotros estamos en el banquillo —replicó el azabache.
—Ya, pero me refiero —miró a todos en busca de ayuda, pero nadie contestó—. Sí, estamos en el banquillo, y no podemos hacer nada.
—Eso no es del todo cierto —habló Dustin—. Los demoperros tienen mentalidad de colmena, cuando huyeron del autobús algo los llamó.
—Y si captamos su atención... —continuó Lucas.
—Podríamos atraerlos a todos —Max.
—Y abrir camino al portal —finalizó Lia.
—Sí, y luego morimos todos —dijo Steve negándose por completo al plan.
—Es una forma de verlo.
—No, no es una forma de verlo tío, es un hecho.
Mike de pronto jadeó y miró a una dirección con los ojos bien abiertos. Caminó hasta la pared pasando entre Dustin y Steve y se agacho para señalar un camino que había dibujado Will un par de días antes.
—¡Espera! —exclamó— Aquí es donde el jefe cavó el agujero. Es nuestra entrada el núcleo y... —volvió a levantarse, pero esta vez se dirigió al salón, donde habían más hojas pintadas y acumuladas— Esto es como un núcleo, así que todos los túneles van a dar aquí.
—Tal vez si le prendiéramos fuego —sugirió Lia.
—Pues va a ser que no.
—El azotamentes avisaría a su ejercito —Dustin ignoró al mayor.
—Y todos vendrán a detenernos —dijo Sinclair agitando sus manos.
—Iremos hasta la salida, y cuando vean que ya no estamos... —Mike.
—Ce estará en el portal —Max.
—¡Eh, eh! —Steve dio varias palmadas para captar la atención de los niños, pues le estaban ignorando olímpicamente—-. No vamos a hacerlo.
—Pero...
—¡No, no, no! Nada de peros. He prometido manteneros a salvo, y es lo que pienso hacer. Nos quedaremos aquí, en el banquillo, y esperaremos a que el equipo titular haga su papel. ¿Os ha quedado claro?
—No estamos jugando a ningún deporte —bufó el azabache.
—He dicho que si os ha quedado claro a todos —cogió el trapo que tenía en su hombro y lo quitó de allí sin dejar de mirarlos—. Quiero un sí.
El rugido de un motor de un coche cortó la conversación, o mejor dicho, el sermón de Steve. Max corrió hacia le ventana completamente asustada al haber reconocido el ruido, e insultó por lo bajo.
—Es mi hermano. No le digáis que estoy aquí, me mataría. Nos mataría a todos —dijo mirándolos.
—Escondeos, vuelvo en un minuto —dijo Steve remangando sus mangas.
Cuando él salió de la casa los niños se asomaron por la ventaba. Estaba claro que el hermano de Max no imponía lo suficiente. Billy parecía claramente irritado, y Lia tenía la sensación de que había sido una malísima idea haberse asomado.
Llego un momento en el que la conversación entre ellos Billy los señaló con el cigarrillo. Steve se giró a mirarlos y se escondieron todos de inmediato.
—Joder, ¿Nos ha visto? —preguntó Dustin.
—Moveos —ordenó Lía levantándose del sillon.
Los chicos la siguieron, pero la puerta se abrió de repente. Dejaron de caminar y se giraron para verlo. Por su expresión podían deducir que no estaba especialmente contento. Parecía que en cualquier momento se abalanzaría sobre Lucas. Cerró la puerta de un portazo, eso sobresalto a Lia, quien retrocedió un paso inconscientemente.
—Vaya, vaya, vaya. Lucas Sinclair, menuda sorpresa —habló con odio acercándose a ella—. A pesar de que me alegro de que no seas una puta maricona, recuerdo haberte dicho que no te juntaras con él, Max.
—Billy, márchate —dijo ella tratando de sonar firme.
—Me has desobedecido. Y sabes lo que pasa cuando me desobedeces —el corazón de Lia no podía latir más rápido en ese momento debido a la tensión.
—Billy —lo llamó de nuevo, sin éxito alguno.
—Que rompo cosas.
Rápidamente las grandes manos de Billy fueron a parar a los brazos del chico, quien fue elevado varios centímetros del suelo. El mayor caminó hasta una repisa y no paró hasta que la espalda del niño chocó con dicha repisa de la estantería. Gimió del dolor por el duro golpe y trató de zafarse de sus manos, sin conseguir nada.
—¡Billy, para! —pidió Max en un grito.
—Cómo Maxine no me hace caso tal vez lo hagas tú. Aléjate de mi hermana, aléjate de mi hermana. ¿Me has oído? —gruñó cerca de su rostro.
—¡He dicho que me dejes en paz! —Lucas le dio una patada en el abdomen para dejarlo sin aire, logrando soltarse.
—Estás muerto Sinclair, estás muerto.
—No, tú lo estás —dijo Steve dándole un puñetazo a Billy.
De un momento para otro empezaron a pelear. Y aunque Steve parecía estar ganando, a Billy no parecían importarle los golpes que recibía, de hecho se rió en su propia cara. Estaba vacilándolo. Cuando Billy se subió encima de Harrington para darle puñetazos sin parar, Lia extendió la mano para usar sus poderes, pero fue detenida por Mike.
—Él no puede saberlo —dijo negando mientras el resto de niños gritaban.
—¡Lo va a matar! —rebatió la rubia con disgusto.
—Yo me encargo —dijo Max cogiendo una enorme jeringa con un liquido transparente en su interior.
Se la veía decidida al caminar. Se acercó por detrás a Billy y sin vacilar ni un momento le clavó la jeringa con la medicina. Instantáneamente dejó de golpear a Steve y se levantó tambaleándose. Se quito el objeto de la nuca y miró a su hermana con la mirada perdida.
—¿Qué coño es esto? —preguntó acercándose a ella— ¿Mierdecilla, qué has hecho? —después de decir eso cayó rendido al suelo.
La pelirroja cogió el bate con clavos de Steve y se puso entre los pies de Billy.
—A partir de ahora nos vas a dejar a mí y a mis amigos en paz. ¿Queda claro?
—Que te den.
Una Max enfadada golpeó con rabia cerca de la entrepierna de su hermanastro con el bate. Los clavos se clavaron por completo en el suelo de madera, y al quitarlo miró con más enfado a Billy.
—¡Di que queda claro! —ordenó sin recibir respuesta—. Dilo. ¡Dilo! —gritó Max causando que se le pusiera la piel de gallina a Lia y su corazón latiera más rápido. La pelirroja realmente podía intimidar si se lo proponía.
—Está claro.
—¿Qué?
—Está claro —cerró sus ojos con cansancio después de soltar un suspiro.
Max soltó el bate y se acercó a Billy. Se agachó y le quitó las llaves de su coche del bolsillo. Después, se giro hacia los demás alzando las llaves sin expresión.
—Vale, nos largamos —dijo balanceando las llaves de un lado a otro.
Después de un viaje que sin dudarlo atentó contra la vida de todos los presentes entraron en el túnel. Todos llevaban unas gafas y algunos paños para protegerse junto a algunos tanques de gasolina.
Al bajar Lia no pudo evitar abrir la boca del asombro. Era un oscuro y lúgubre lugar en el que costaba respirar. además de que hacía bastante frió.
Mike se miró el pequeño mapa que había dibujado antes de irse de la casa de los Byers y apuntó con su linterna para después quedarse murmurando algunos segundos.
—Parece que es por aquí.
—¿Te lo parece o estás seguro? —cuestionó Steve colocándose bien la mochila.
—Estoy seguro al cien por cien. Seguidme y lo veréis.
—Eh, de eso nada —interrumpió el mayor quitándole el mapa al azabache—. Como alguno de vosotros muera aquí abajo el responsable soy yo, ¿entendido capullo? A partir de ahora yo voy delante. Venga, vamos, espabilad.
Después de un rato siguiendo a Steve sin encontrar aún el núcleo Lia se había comenzado a estresar. Lo único bueno que tenía en ese momento era el tener a Max a su lado. Moría por hablar con ella como hace unas horas, pues nunca se había sentido tan cómoda con alguien contándole su vida. Quería seguir hablándole por horas sobre sus pensamientos sobre el mundo, el por qué no hablaba demasiado, lo mucho que quería tenerla.
—¿Está todo bien? —preguntó gentilmente, sacándola de sus pensamientos. Una sonrisa se asomaba en sus labios siempre que le hablaba. ¿Sería solo a ella o le sonreía a todos?
—Sí, claro —dijo con una tonta sonrisa—. Solo estaba pensando.
—¿Me cuentas en qué? —preguntó con curiosidad.
—¿Alguna vez te ha gustado alguien? —preguntó con inseguridad.
—Bueno, yo... —la pregunta tomó por sorpresa a la pelirroja, y al principio no supo muy bien que contestar— Supongo que sí.
—¿De quien?
—De una chica, en California —se atrevió a confesar, pero a diferencia de lo que esperaba, la rubia no cambió su expresión en ningún momento—. Me gustaba muchísimo —se animó a seguir contando—. Pero a ella le gustaban los chicos, y además unos meses después nos mudamos aquí, así que ya sabes.
—¿Y cómo es?
—¿Cómo es qué? —preguntó confundida.
—Ya sabes, estar enamorada.
—Bueno, sientes que podrías abrazar a esa persona para siempre y que nunca te aburrirías. Crees que no existe una persona más bonita en todo el universo, y que podrías hablar con esa persona sobre absolutamente todo —no pudo evitar ruborizarse después de decir eso, pues se había dado cuenta de que tenía una persona en mente mientras lo decía.
—Ya entiendo —dijo Lia, estando segura de que le gustaba Max.
—¿Y tú? ¿Te has enamorado alguna vez? —preguntó la pelirroja, con miedo de saber la respuesta.
—Eso creo —dijo con una sonrisa cuando el grito de Dustin las sacó de su burbuja.
—¡Joder! —gritó la lejana voz del rizado— ¡Socorro!, ¡Lo tengo en la boca, se me ha metido en la boca!
Corrieron por el laberinto hasta dar con el chico. Estaba tirado en el suelo junto con Steve, Lucas y Mike. Al parecer ninguno se había percatado de que las chicas se habían quedado atrás. Dustin empezó a toser y a escupir en el suelo. Cuando dejó de hacerlo los miró a todos con expresión neutra.
—Estoy bien.
—Vale, no tiene gracia —se quejó Max.
—Muy divertido.
Siguieron caminando algunos metros más hasta que Steve les dijo que pararan. Era una sala aún más oscura y fría que los demás, y lo único que faltaba era empaparla por completo y quemar el lugar. Se dieron prisa en rociar la maloliente gasolina por toda la cueva. Lucas lo hacía con un rociador al igual que Dustin, y por otro lado Steve, Lia, Mike y Max lo hacían con un tanque.
Se aseguraron de pasar por cada centímetro cuadrado del lugar. Estaban realmente decididos a terminar con eso de una vez por todas.
Cuando acabaron se fueron a uno de los caminos para poder salir lo más rápido posible de la cueva sin quemarse.
—Dadle caña —dijo Mike.
Steve encendió el mechero y lo lanzó al suelo de la cueva. Como si de una película se tratase, todo pareció ir a cámara lenta. El mechero cayó ligero como una pluma al suelo, y el fuego creció velozmente por el lugar, matando a cientos de enredaderas.
—¡Vamos! —gritó el mayor.
Todos empezaron a correr desesperadamente mientras Dustin no paraba de maldecir. En el camino se encontraron a Dart, quien después de comer uno de los chocolates del rizado los dejó marcharse. Y en una de esas Mike cayó al suelo por culpa de una de esas dichosas enredaderas, por suerte lograron sacarlo entre todos. Una vez que estaba a salvo continuaron corriendo, o al menos hasta que unos temblores similares a los de un terremoto los tiraron al suelo.
—¿Que ha sido eso? —preguntó Lia levantándose.
—Ya vienen —dijo Mike mirando por donde habían ido—. ¡Deprisa tenemos que irnos!
—¡Ahí! ¡La salida! —exlamó Lucas.
Steve se quitó la mochila y dejó el bate a un lado. Agarró entre sus brazos a Lia y la subió. Tiró fuertemente de la cuerda hasta que por fin había salido al exterior. Pareciera que hubiera estado días metida ahí dentro. Luego ayudó a Lucas a subir con sus poderes, Mike lo siguió, y luego de él, Max.
Y por último, faltaban Steve y Dustin.
—¡Dustin! —gritó Mike al ver a los demoperros— ¡Deprisa!
Pero por alguna razón extraña, las criaturas ignoraron completamente a los chicos. Todos soltaron un enorme suspiro de alivio. Cuando subieron del pozo, las luces de los faros del coche empezaron a iluminarse mucho más de lo que deberían, cegando a los seis. Las luces continuaron así unos segundos y después volvieron a su brillo normal.
—Once —murmuró Lia.
Todo había acabado, por fin.
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