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𝙎𝙞𝙣 𝙣𝙤𝙢𝙗𝙧𝙚𝙨, 𝙨𝙞𝙣 𝙧𝙤𝙨𝙩𝙧𝙤𝙨, 𝙨𝙤𝙡𝙤 𝙪𝙣𝙖 𝙫𝙚𝙯...

2022, vísperas de año nuevo.

Jeon Nara miraba con cansancio y dolor a aquel pequeño círculo de oro que abrazaba su dedo anular, ese pequeño elemento que simbolizaba un matrimonio, un acuerdo que se suponía que no debía romperse, algo que según debía llevarse hasta el final. Ella se había aferrado fuertemente a ese juramento, hizo de todo para que no se rompiera, pero se dio cuenta que soportar y dar amor por ambas partes o para que al menos no todo fuera tan frío era una perdida de tiempo. Ya había dado mucho de ella, lágrimas, dolor y su corazón ya estaba suficientemente roto como para seguir en lo mismo.

Ella aún tenía viva en su mente la pelea de la noche anterior con su marido, aquel hombre del que alguna vez se había enamorado se había esfumado, ahora era más bien como un verdugo, alguien que la torturaba solo con su presencia. Las palabras de consuelo brindadas por su ex-mejor amiga se repetían en una burla cansina en su mente.

"Va a cambiar" "solo esta exhausto por el trabajo" "él te ama" todas fueron mentira y aunque le dolía admitirlo se aferró a ellas incontables veces.

Si tan solo hubiera sido un poco más lista, si tan solo lo hubiera notado antes, nada de esto hubiera pasado, pero no entendía cuál era la necesidad de mentir, de romper a alguien más para ser feliz.

Tenía vívido en su mente el momento en el que su marido llegó a casa la noche anterior con una marca de labial rojo en su blanca camisa, era la tercera vez que pasaba en una semana. Nara entendió que las supuestas salidas tarde del trabajo y las reuniones hasta la madrugada se trataban de una mentira, una en la que ella había caído como una tonta, su marido le mentía, su mejor amiga también.

Nara y Sonja eran inseparables, Nara siempre era el lado calmo, la parte sensata y buena, pero Sonja siempre había sido la chica problemas, aquella que no es buena influencia, una chica de la que su madre le pidió muchas veces se alejara pero que ella no obedeció. Cuanta razón tenía su madre.

Su marido, un importante empresario millonario dueño de una compañía de tecnología inmensa, se enredaba con su mejor amiga, con Sonja. Debió verlo venir pero para cosas como esta nadie te advierte.

¿Cómo había pasado? Su marido solía ser bueno, amoroso y casi perfecto con ella, pero de la noche a la mañana parecía despreciarla, ya no le hacía el amor por las noches y tampoco parecía interesado en seducirla y si Nara tomaba la iniciativa él simplemente la miraba en blanco. Le dolía, vaya que sí. Lamentarse ahora no tenía caso, solo le quedaba recoger sus pedazos y tratar de sanar sola, sabía que quedarse en cada e intentar salvar el matrimonio era caso perdido, se humillaria más.

Los gritos y las malas caras de su marido eran suficiente prueba de que no había más por hacer, sobre todo porque este pronto se convertiría en padre. Sonja embarazada de su marido le recordó que eso era algo que ella jamás podría darle, jamás podría tener un bebé, se sentía incompleta.

¿Era esa la razón de que su marido se haya ido a la cama de otra? En su mente no había justificación para nada, no era válido engañar de esa manera, pudieron haberlo solucionado de otra manera. Darse cuenta en una sola noche que su marido la engañaba y que sería padre fue un golpe bajo, pero ella estaba dispuesta a dar una última estocada.

Se levantó del escalón en el que estaba sentada llorando, dispuesta a hacer lo mismo, a engañar, a dejarse tocar por otro hombre, a tocar a otro y dejar que le hicieran el amor de todas las maneras posibles, quería libertad y venganza. Lamentarse no tenía caso ahora, los hechos ya estaban y eran más que claros, demasiado dolorosos como para ignorarlos.

Subió las escaleras hasta su gigantesca habitación, un lugar que le traía demasiados recuerdos, la cama en la que su marido le había hecho el amor por primera vez luego de su boda, el lugar en donde una vez se había sentido amada, un lugar en donde muchas veces rió y amó, pero ahora todo eso parecía que se había esfumado, solo viviría en su memoria.

Buscó en su armario una maleta pequeña donde podía guardar pocas de sus cosas, iba a huir, divorciarse y de ser posible acostarse con otro hombre. Empezó a llenar la maleta con ropa necesaria y cuando acabó la dejó lista de nuevo en su armario, lista para que cuando volviera a casa pudiera salir con la frente en alto. Nara sacó su celular de su bolsillo y le envió un texto a su hermano, necesitaba hacer todo de una vez para así poder escapar cuanto antes.

;"Jungkook, procesa mis documentos de divorcio. No quiero ningun bien de mi marido, solo mi libertad"

La respuesta de su hermano fue inmediata.

;"No sabes cuanto tiempo había esperado por esto"

Jungkook siempre habia mostrado su descontento con su elección de esposo, pero como ella estaba enamorada jamás prestó atención a nada de lo que se le dijera.

Caminó por la habitación pensando que más hacer, cuando de repente miró en la mesa de noche de su marido un pequeño sobre cubierto hasta la mitad por la lámpara de noche.

Caminó hasta el sobre y lo tomó, era una invitación.

"El cisne negro"

Abrió el sobre con curiosidad y empezó a leer el contenido.

"El placer de lo desconocido se mezcla bien con el deseo a lo prohibido, si es amante de lo fácil y amigo de lo exótico, este lugar es para usted"

31 de diciembre del corriente año, 9:30 p.m.

Contraseña: Morbidez

Antiguo edificio químico, Seúl.

Psd: llevar el rostro cubierto para mayor seguridad.

Era como una señal enviada del cielo, aunque dudaba mucho que Dios quisiera que se fallara un pacto, pero por primera vez no se iba a tratar de lo que los demás querían, esta vez se trataba de ella, de su deseo y su venganza.

Dejó la invitación sobre la cama y fue hasta su closet en busca del atuendo perfecto, dudaba mucho encontrar algo adecuado para una noche en donde disfrutaría de su libertad, pué Nara en todo tiempo prefería vestirse demasiado remilgada, mostrando lo mínimo de su piel, lo que sí tenía en abundancia era lencería, demasiado buenas prendas eroticas y muy reveladoras.

Unas dos horas más tarde y luego de tener una cita con su cera de depilación y su exfoliante favorito para dejar su piel suave y agradable para el tacto, porfin pudo cambiarse.

El vestido que logró conseguir era plateado, abierto de la espalda y con corte recto en el cuello, de tirantes que se unían con unas cintas que cruzaban en la espalda. Tenía el lado izquierdo abierto por toda la pierna, casi llegando hasta donde se suponía que empezaba su ropa interior.

Obviamente usó uno de sus conjuntos de lencería, uno que no había usado nunca. La tanga y el sostén eran diminutos, apenas cubrían lo esencial, el sostén lo ajustó para que en la espalda no se notara nada y pudiera usar el vestido libremente.

Llevaba medias negras que se dejaban ver bajo el vestido, la pierna que exponía el corte del vestido iba adornada con una cadena de otro que colgaba de las correas de la media, dándole así un toque aún más atrevido.

Se sentía lista, más que preparada para hacer lo que a ella le habían hecho a su espalda.

Tomó su bolso de mano y la caja donde tenía su antifaz, un pequeño accesorio que había encontrado en una esquina de su armario, talvez era de algún traje del halloween, no le importaba.

Antes de salir de su habitación decidió enviar un mensaje a su amiga o ex-amiga. Sonja aún no sabía que Nara había descubierto su mentira, así que ella como la mujer inteligente que siempre había sido iba a ocupar eso como arma.

;"Sonja, estuve pensando en lo que dijiste la última vez, ¡cuanta razón tienes! Necesito liberarme un poco, he decidido tener una aventura de una noche, talvez así puedo superar la mala racha que llevo"

Envió el mensaje consiente de que Sonja hablaría con su marido y eso era lo justo que necesitaba.

Era casi la hora de la fiesta, así que salió de su habitación lista para irse.

Al bajar las escaleras se encontró al mayordomo de su casa.

— ¿Sale hoy señorita Jeon? — preguntó amablemente el señor Choi — ¿Tiene una cita con él señor Hae?

— No, voy por mi cuenta esta noche. Si viene mi marido dile que regresaré tarde — el señor Choi asintió ante ella.

Todo el personal de la casa sabía lo mal que trataba Hae Jonghe a su esposa, todos alguna vez habían escuchado los gritos de este, habían presenciado los desplantes y humillaciones ante ella.

— Tenga una linda noche hoy, Nara.

Nara hizo una reverencia y salió de la sala. Abrió la puerta de salida de su casa y miró por última vez adentro, el señor Choi aún estaba de pie junto a la escalera y la miraba con una sonrisa. Suspiró y cerró la puerta.

Salió al patio y se dirigió al garaje en busca de su auto, un Bugatti de color negro. Tomó su lugar en el auto y lo puso en marcha.

Casi una hora de camino después y varias direcciones incorrectas pudo llegar a su destino. El lugar por fuera parecía austero y demacrado, incluso ella llegó a dudar en si la infraestructura era fuerte y segura como para entrar, pero no tenia tiempo para pensar y no iba a dar la vuelta.

Bajó de su auto y avanzo hasta la puerta del lugar, dos hombres con traje negro aguardaban la puerta, ella tomó su antifaz y lo puso sobre su rostro, por esta noche sería una desconocida, sería libre.

— ¿Contraseña? — preguntaron los guardas en la puerta.

Morbidez — respondió ella fuerte y claro.

Los hombres se movieron de la entrada y le dieron el pase. Todo el ambiente cambió. El espacio por dentro era lujoso, brillaba con luces cálidas que resaltaban cada detalle de los ahí presentes. El lugar estaba lleno y todo tenían su cara cubierta, no podía reconocer a nadie, así que confió en que nadie supiera de ella.

Recorrió el salón y tomó unos tragos, la música era suave y el ambiente placentero pero después de unos minutos de estar ahí empezaba a aburrirse.

Se acercó al bar dando la espalda a la pista de baile, estuvo tranquila por unos segundo hasta que alguien se presionó contra su espalda.

— ¿Le apetece bailar? — preguntó una suave pero profunda voz a su espalda. Sintió unas manos colocándose en su cintura, incendiando sus sentidos — ¿O talvez una copa?

Ella aún no volteaba pero estaba deseando hacerlo.

— Ya he tenido varias copas, así que me gusta más la primera opción — Nara se dio la vuelta y se encontró con el hombre con los labios más tentadores que alguna vez había imaginado.

El desconocido sonrió y le tendió la mano.

— Sería un placer, señorita.

Ella tomó su mano y ambos empezaron a caminar hacia la pista, las luces eran bajas y cálidas, dando ese toque de erotismo perfecto para la ocasión.

El desconocido la pegó a su pecho y la tomó de la cintura, Nara puso sus manos sobre sus hombros y ambos empezaron a balancearse. La canción era lenta, cada movimiento y roce era demasiado fuerte, demasiado vívido. Su espalda desnuda temblaba pero no de frío, se sentía nerviosa, un extraño la estaba tocando y le encantaba.

Recostó su cabeza en el pecho del desconocido, este bajo sus manos un poco más y las puso sobre su trasero. Este al sentir la suavidad y la redondes de la parte femenina no pude evitar volverse loco.

— En realidad no me apetece ni un poco bailar en medio de tanta gente — dijo él en su oído, toda su piel y sus sentidos se activaron — Todo lo que quiero hacer esta lejos de ser esto.

Las manos siguieron acariciando el trasero de Nara, a ella le gustaba sentir que alguien la tocaba, que su cuerpo no estaba muriendo y que aun podía haber alguien que la deseara.

— Entonces vamos a donde desees — respondió ella.

— ¿Segura? No soy de los que se conforman con unos cuantos besos, siempre llego al fondo de todo — ella no dudó de sus palabras.

— ¿Ves que estoy poniendo pegas? — preguntó Nara con sarcasmo.

— Excelente, porque una vez que te saque de aquí y te lleve a una habitación no habrá lugar para que te marches porque voy a tomar cada parte de su cuerpo — ambos habían dejado de balancearse y se miraban al rostro — ¿Aún quieres?

Ella asintió.

El desconocido la tomó de la mano y arrastró en medio de la gente y la llevó hasta una ala solitaria de la casa, una entrada de servicio.

— ¿No dijiste que vamos a una habitación?

— Lo pensé mejor y creo que no me gustaría estar en un lugar desconocido para todo lo que pienso hacerte.

Ambos pasaron caminando por una sala llena de espejos, Nara no lo podía creer. Era como una orgia sucio y de calle todo lo que se desarrollaba en ese lugar.

Los espejos son duda eran de gran ayuda para el erotismo. Las personas que estaban en la sala no estaban jugando, estaban todas teniendo sexo a la vez, cuerpos desnudos se exponían por todos lados, pechos y penes eran visibles. Nara se detuve y el desconocido con ella también, ambos miraban al rededor. Nara sintió que su cuerpo picaba al ver la imagen más erotica de su vida, el desconocido se situó tras ella y empezó a hablarle al oído.

— ¿Te gusta lo que ves? — preguntó él. Nara asintió con los ojos cerrados, disfrutando del calor transmitido por el cuerpo de él — ¿Has hecho algo así?

— No... — Nara gimió bajito — Nunca.

El desconocido empezó a dejar besos húmedos en su cuello, tentando su ser y casi torturandola. Algunas partes de su cuerpo empezaron a despertar, sintió un cosquilleo en medio de sus piernas imposible de obviar.

— Si me dejas esta noche te haré cada una de las cosas que estás viendo, besaré cada centímetro de tu cuerpo, voy a reclamar cada espacio de ti — susurró bajo contra mi oído.

El desconocido empezó a mover a Nara hasta la puerta de salida.

Nara divisó un coche aparcado correctamente justo al lado del suyo, un Mercedes ostentoso. El la llevó hasta el flamante auto y como todo un caballero abrió la puerta.

Una vez ambos adentro él puso el auto en marcha, mientras avanzaban no pudo sentir ni un poco de remordimiento. Ambos aún tenían el antifaz puesto.

Nara y el desconocido se encontraban en un muelle, cerca de un lago, habían conducido por al menos dos horas, tiempo suficiente para pensar que podía estar en peligro al ir en un auto con un desconocido, pero no, no sintió nada de miedo, aún estaba ansiosa y quería de su toque. El antifaz en su rostro ayudaba a maquillar la rojes de sus mejillas, no quería que el desconocido supiera que esta era la primera vez que se iba con un desconocido y que por el nerviosismo terminara confesando que en efecto estaba casada.

El dedo donde solía ir su anillo de bodas estaba vacío, solo una fina línea marcada por todos los años que lo había llevado le recordaba que esto era una infidelidad. Su mente quería torturarla y decirle que lo que hacía estaba mal, que no debía hacer lo mismo que su marido. Recordó lo que siempre decían en la iglesia, lo que decían de Dios y la venganza "mía es la venganza, yo soy el que paga" pero Nara quería esto para ella, quería vengar su integridad, todos esos años que le dio amor incondicional y talvez probar lo que su marido había sentido.

— Vamos por acá — aquella voz suave le trajo de regreso a la realidad, aquella en la que iba con un desconocido.

Él puso su mano en su espalda y la empujó a caminar por el muelle hasta que a pasos lentos llegaron a un pequeño pero lujoso Yate.

— ¿No tienes casa? — preguntó ella con voz temblorosa. Sentía que había estado tanto tiempo en silencio.

— ¿Te molesta? — preguntó él — podría llevarte a mi casa sin ningún problema, pero resulta que tengo un pequeño fetiche con los yates.

— Pues que raro. Usualmente los fetiches suelen ser eroticos — contestó, nada más por no permitir estar callada. Tenía que dejar de sentirse nerviosa de una vez.

A través de su antifaz le vio sonreír levemente. Esos labios pomposos y rosados eran muy tentadores para ella, nada comparado con las finas líneas que tenía su próximo ex-marido.

Ambos entraron en el Yate y ella se deleitó en lo lujoso que era también por dentro, el desconocido no se perdía ninguna de sus reacciones. Ni siquiera le había visto el rostro por completo pero ya sabía quién era, ya sabía quién era la mujer que estaba junto a él.

Nara dio un pequeño paseo por toda la instancia mientras él iba y buscaba unas copas con hielo. Nara sentía que de algún lado había visto a ese hombre, que sus labios eran conocidos, pero no lo lograba recordar para nada. El antifaz de él era demasiado denso como para ver sus ojos o la forma de estos. Ella estaba ansiosa por desprenderse de ese toque místico que le brindaba el antifaz, quería desinhibirse por completo ante él.

El regresó con ella con una copa llena de hielo y una botella de vino en sus manos. Ella tembló.

— Recuestate en el sillón — pidió con voz suave.

Nara no replicó, no se resistió pues su cuerpo iba por delante.

El desconocido se acercó a ella y empezó a bajarle las tiras de su vestido, dejándola desnuda y a espera de más. Para él, ver los pechos de ella eran una invitación a llevar las cosas rápidas y liberarse por completo, talvez después jugar un poco con ella.

Los pezones de ella tenían un color rosa claro, casi desaparecían con el color de su piel, justo como los imaginó la primera vez que la vio colgada del brazo de su socio.

Le quitó el vestido por completo y se apartó para tomar la copa con el hielo. Tomó un cubo entre sus dedos y lo paso sobre la clavícula de ella, Nara se arqueo por la impresión pero no se quejó. Lentamente fue bajando el cubo hasta llegar al prominente bulto de sus pechos, lo paso por toda la circunferencia evitando deliberadamente tocar los pezones de ella.

De una vez tomó otro cubo de hielo y sin pensarlo los puso sobre sus pezones.

— Ahhhh... — gimió alto. Justo como deseaba.

El se apartó, tomó la botella de vino y dejó caer un chorro sobre sus pezones, rápidamente él se fue a por ellos. Los lamio y los mordió, arrancando de su boca gemidos que eran más que música para sus oídos. Cuanto lo había deseado, estar así con ella.

Con mucha fuerza él destrozó su tanga y tiró los pedazos al suelo, después vertió otra parte del vino sobre su pubis, su liso pubis. Enterró su cara en el y se aseguró de lamer cada gota.

— No... — dijo ella cuando sintió con él se abría pasó lamer más abajo. Nunca se lo habían hecho.

— Yo creo que sí — dijo él y no se reprimió.

Cada lenguetaso fue el paraíso para ella, su marido jamás le había besado ahí, jamás. Gimió, se retorcio y se encontró pidiendo más, eso aumentaba el ego de él y lo llevaba a ser aún más expeditivo, más exigente e ir más duro.

El no pudo esperar más, se separó de él y se desabrocho lo pantalones, sin pensar en un preservativo y sosteniendo las piernas de ella al rededor de su cintura se enterró en ella en un solo movimiento.

— Ahhhh... — ambos gimieron.

Él se movió para seguir embistiendo pero primero quería revelar su rostro, sin esperar más se quitó el antifaz y ella abrió los ojos como platos.

¡No podía ser! Ese era Park Jimin, él socio de su marido. Quiso apartarse pero él no le dejó, empujó de nuevo contra ella y la dejó clavada en su mismo lugar.

— No sabes cuanto te he deseado... — murmuró él contra su oído — Desde que te vi en la empresa colgada del brazo de ese imbécil...

— Esto no puede ser... — dijo ella entre gemidos mientras él embestia con mas fuerza.

— Ese imbécil nunca te ha merecido y si alguna vez firme contrato con él fue por ti... para verte... — seguía empujando y estimulando partes que ni siquiera sabía que tenía — Cada vez que te miraba me ponía duro y lo único que pensaba era cuándo estarías entre mis brazos.

Ella se mordía los labios para evitar gemir.

— Te deseo Nara y te pido, mientras estoy en lo más profundo de ti, que dejes a ese imbécil por mi — beso sus labios, no lo había hecho antes.

Jimin calló sus gemidos y se los trago con el beso. Que bien se sentía esa mujer, como la deseaba, cómo esperaba que la noche fuera eterna.

— Dime que vas a dejarlo — demandó él. Ella no podía mas, estaba a punto de tener el mejor orgasmo de su vida — Correte gritando mi nombre.

Ella se retorcio y no pudo evitarlo mas. Gritó, fuertemente mientras sentía como sus paredes se comprimian. Jimin sintió la presión sobre él también...

— Jimin... — susurró ella contra sus labios cuando se sintió libre, llevándose con sus palabras a Jimin.

Sintió en su interior lo caliente de él, Jimin no se apartó, quedó dentro de ella, su calor y esa cercanía tenía que ser eterna. Al final salió y no pudo evitar ver con morbo esa parte de ella que lo había exprimido.

Se puso de pie y tomó a Nara como una princesa entre sus labios, la llevó hasta la cama y la recostó suavemente, le quitó el antifaz y así pudo ver su hermoso rostro por completo.

Él se desnudo por completo y se unió a ella en la cama.

— Mi marido me es infiel... — dijo ella.

— Lo sé. Lo se todo desde siempre, por eso créeme cuando te digo que él no te merece — Jimin tocó su mejilla suavemente — Déjalo y ven conmigo.

— No nos conocemos tanto. No va a funcionar.

— Déjame el manejo de esto a mi, tu solo di que sí vienes conmigo — respondió él. No se iba a dar por vencido — Me voy a Italia a trabajar con la producción de vino, ven conmigo.

Sonaba tentador, pero no estaba segura.

— Solo se que eres Park Jimin...

— Bien, te diré todo. Soy huérfano, fui abusado cuando era niño por las personas encargadas de la casa hogar en la que crecí, suelo tener pesadillas en la noche pero estoy yendo con un especialista para mejorar. Nunca he tenido una relación formal porque ninguna mujer me ha gustado lo suficiente hasta que te vi a ti. No aguanto más de una copa de alcohol, soy billonario y si aceptas venir conmigo prometo hacerte la mujer más feliz del mundo... — dijo rápidamente — Lo único que te estoy pidiendo es que lo dejes a él por mí...

Ella le miró como si acabara de confesar un asesinato. No supo si fue por un impulso, por ilusión o por devolver el favor, ella asintió...

— Y no te preocupes, si aun no has olvidado a tu marido me aseguraré de dártelo fuerte toda esta noche hasta que entiendas que ese imbecil no vale la pena — Jimin se colocó sobre ella una vez más.

Alineó sus cuerpos y listo para entrar en ella otra vez, Nara lo detuvo.

— ¿Queda vino en esa botella? — preguntó sonriendo. Jimin asintió — Perfecto, porque yo también quiero beber de él.

Sin pensarlo, tomó entre su mano la punta del miembro de Jimin y lo apretó, este sonrió y supo que esa mujer lo iba a tener agarrado de las bolas por el resto de su vida.

Los fuegos artificiales tronaron en el cielo, era 2023.


Fin.



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