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OO9.

❝ 𝙀𝙡 𝘼𝙧𝙩𝙚 𝙚𝙣 𝙡𝙤𝙨
𝙎𝙚𝙣𝙩𝙞𝙢𝙞𝙚𝙣𝙩𝙤𝙨 ❞

             Continuó trabajando una vez reaccionó, dio su mejor esfuerzo y se dispuso a dar lo mejor de sí para que las cosas no salgan mal. No vaya a ser que su padre irrumpa en su oficina sin avisar, y se gane una interacción incómoda que no quería enfrentar.

             Justo cuando estaba en medio de redactar un contrato para una empresa, la puerta de su oficina se abrió.

             Se asustó a un inicio, saltando ligeramente en su asiento, pensando que era precisamente su padre.

             Pero no fue así, era Lily, lo que lo dejó bastante extrañado por la razón de su visita.

[•••]

             —¿No sabes saludar? —Lily bromeó.

             Milo se disculpó y se levantó de su escritorio para saludarla con un abrazo corto, pero seguía algo aturdido.

             El fuerte perfume de la muchacha invadió sus fosas nasales y la oficina. Volvió a tomar asiento detrás de su escritorio, y Lily se sentó al frente.

             —¿Pasó algo? —Preguntó el muchacho.

             Lily negó. —Solo vengo a visitar. No hemos hablado desde que escribiste que podía quedarme con tu sudadera. Te escribí de vuelta, pero no respondiste. —Contestó tranquila.

             —Lo siento, he estado ...ocupado. —Decidió responder Milo evitando detalles.

             Lily asintió comprendiendo. Pero de repente posó su vista en la esquina de la computadora del muchacho, donde notó parte del dibujo.

             La chica extendió su cuello, y vio aquel papel.

             —¿Quién es? —Preguntó curiosa.

             Milo se sintió expuesto por unos segundos. —Solo es un dibujo. —se excusó.

             —Pues tu dibujo tiene bonitos ojos ¿Lo hiciste tú? —Preguntó con sus ojos aún escaneando la hoja de papel.

             Milo solo pudo asentir bastante avergonzado.

             —Espera...—Dijo Lily, entrecerrando los ojos para analizar mejor el dibujo. —¿No es tu vecina? ¿La que vimos aquel domingo con sus bolsas de compras? —la reconoció.

             Un pequeño pánico invadió a Milo, Lily recordaba la interacción de aquella vez, aunque no se hayan hablado entre ellas.

             No tenía como negarse. Así que solo suspiró rendido. —Está bien, sí es ella. Pero, no es nada extraño ¿Está bien? ... solo es un dibujo.

             —Pues es un dibujo muy bien hecho.—halagó. —Nunca me has dibujado a mí. —Comentó con ligereza, aunque en su tono había algo de pena.

             El pelinegro no supo qué responder, solo jugó con la lapicera en su escritorio mientras se aclaraba la garganta.

             No pudo mirar a Lily directamente, pero su mente giraba en torno a sus palabras.

             —No sabía que querías que te dibujara. —Murmuró finalmente intentando sonar bromista, como si eso fuera una explicación válida.

             Lily ladeó la cabeza, dejando escapar una risa suave.

             —No es que lo quiera...—Confesó, inclinándose hacia adelante con los codos apoyados en el escritorio, su tono fue indicador de que mentía, pero que intentó disimular —Sólo es una observación. —Justificó. — ¿Por qué la dibujaste? —Preguntó curiosa.

             —Solo fue un impulso. —Respondió Milo rápidamente, como si quisiera zanjar el tema.

             —¿Impulso? —Lily arqueó una ceja, claramente no convencida por la respuesta. —Eso no parece algo que hagas sin pensar. —Comentó con algo de humor.

             El silencio se asentó entre ellos por un momento, roto únicamente por el leve zumbido de la computadora en el escritorio de Milo.

             —A veces dibujo para distraerme. —Admitió el muchacho con voz más baja, como si se obligara a decirlo. —Supongo que ella... su rostro me llamó la atención. —Evadió el tema y se aclaró la garganta. —Pero bueno, no creo que la razón de tu visita sea preguntar sobre mis dibujos... Dime ¿Necesitas hablar de algo?

             Lily pareció dudar, bajando la mirada hacia sus manos. Luego sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

             —Pues. —Suspiró, como si fuera a admitir algo. — En la fiesta del viernes en la noche, a la que no fuiste. Asistí yo, y Alex también...pero llegó golpeado. —Confesó.

             Milo suspiró sabiendo a dónde iba la conversación.

             Lily tomó la palabra de nuevo —Le preguntamos qué pasó, y nos contó furioso que había peleado contigo. Que no quería saber nada de ti...

             —Es mutuo. —Milo interrumpió. —Ya no somos amigos. —Su voz salió un poco más dura de lo que quiso. —Gracias por preocuparte Lily, yo también tengo moretones cubiertos con maquillaje...Pero estoy bien.

             La chica asintió. —Supongo entonces que deduces que Alex escupió todo lo que pasó entre ustedes... —Resopló—Bueno, iré al grano. —Dijo acomodándose el cabello detrás de la oreja. —Tú y yo no somos específicamente amigos, me caes bien, y me gustas físicamente, no por nada nos hemos acostado varias veces. Pero quiero saber, si con todo esto que te ocurre, tendremos el mismo tipo de interacción, o ya no. —Soltó. —Si te sientes incómodo yo me alejo sin problema.

             Milo se sintió un poco sorprendido por lo directa de la pregunta. Pero él ya tenía respuesta.

             —Gracias Lily. —Dijo aliviado. —Preferiría que ahora lo nuestro no pase de lo cordial. —habló con sinceridad. —Seguro Alex contó todo desde su punto de vista, pero no es que yo me crea mejor que nadie por este "ataque de moralidad". No hay nada de malo en querer divertirse y tener sexo casual. Yo lo he hecho por mucho. Sólo que ahora necesito algo diferente para mí porque no me siento bien conmigo mismo ...

             Lily sostuvo su mirada por un segundo más, evaluándolo, antes de asentir lentamente.

             —Entiendo. —Dijo, su tono era genuino y tuvo una ligera sonrisa. —Y sobre Alex, no te preocupes. A mí ni siquiera me agrada mucho, solo lo soporto porque cuando está ebrio paga por las bebidas de los demás. —Bromeó haciéndolos reír a los dos.

             Milo se sintió bastante agradecido por la conversación con Lily, había sido directa y sincera. Y a pesar de que la muchacha era conocida por ser extravagante (desde su perfume hasta su forma de vestir), no quitaba que fuese agradable.

             Además, también se sintió mucho mejor consigo mismo al fin, después de tantos días horripilantes.

             El camino a su redención personal, a perdonarse a sí mismo, y encontrar las respuestas a quién quería ser realmente. Ya no se veía tan truculento.

             Podía lograrlo.

[•••]

             Después del breve silencio que quedó después de las risas de los dos jóvenes, Lily volvió a hablar.

             —Bien. —Dijo con calma, poniéndose de pie. —No te molesto más. —Comentó, le dio una pequeña palmada en el hombro a Milo y caminó hacia la puerta.

             Pero justo antes de salir, se detuvo y lo miró por encima del hombro

             —Por cierto ¿Por qué no le regalas el dibujo a tu vecina en vez de tenerlo en tu computadora? Te apuesto a que le encantará. —Sugirió amablemente.

             Y con eso la puerta se cerró detrás de ella, dejando a Milo solo en su oficina.

             Se quedó mirando el papel en la esquina del escritorio, el dibujo de Aurora que ahora parecía mucho más significativo de lo que estaba dispuesto a admitir.

[•••]

             El fuerte olor del perfume de Lily seguía en la oficina, junto a un silencio que hizo que se pierda en sus pensamientos.

             La chica tenía razón. ¿Por qué no? Si el retrato era de su vecina, regalárselo era lo más coherente, y además sería un detalle dulce.

             Sería la primera vez en bastante tiempo que volvía a regalar un dibujo. Ya que, cuando era niño y solía dárselos a su madre, la misma nunca los guardó, e incluso Milo terminaba encontrándolos en la basura a veces. En las palabras de su madre, sólo eran papel, y a pesar de que fueran lindos, no servían para nada.

             Pero eso ya no importaba, le daría el dibujo a Aurora. Porque quería hacerlo, y porque las palabras que decía su madre durante su niñez no eran necesariamente verdad.

[•••]

             Despegó el dibujo de la esquina de su computadora y evaluó si su estado era lo suficientemente decente para regalarlo.

             Aún tenía rastros de las arrugas que su padre causó, a pesar de que la libreta había ayudado a aplanarlas. Pero si lo miraba bien, aquello le daba un toque de textura diferente, que no se veía mal.

             Se animó a seguir la sugerencia de Lily. Y guardó el dibujo cuidadosamente en su maletín, para entregárselo a Aurora cuando la viera.

[•••]

             Siguió trabajando, pero estaba distraído viendo el reloj, para que las horas pasaran rápido, que pronto fuera hora de salir a almorzar y que pronto también fueran las seis.

             ¿Cómo reaccionaría Aurora? ¿Le gustaría?

             Aquellas preguntas le causaban más emoción que preocupación. No podía esperar a que fuera hora de verla.

[•••]

             Cuando su jornada laboral terminó, casi salió volando al ascensor. Donde chocó con Evie esta vez, pero su interacción no pasó de saludarse amablemente.

             Conducir a casa se sintió tranquilo, el tráfico era soportable, su gasolina estaba llena y no había rastros de una posible lluvia.

             Y al llegar al edificio, el ascensor ya estaba funcionando de maravilla. Lo que lo alegró, y no tanto por él, sino porque así Aurora no subiría los siete pisos a pie y no se vería afectada por una falta de aire debido a su condición de asma.

             En el ascensor chocó con el señor Firth, el anciano del quinto piso. Milo lo saludó cordialmente, y a pesar de la constante mirada amargada que parecía traer el hombre, lo saludó de vuelta.

             Se dio cuenta de que el anciano tenía Parkinson, por el constante temblor en la mano que apoyaba en su bastón.

             Tenía más sentido por qué recibía terapia física, porque con eso podía mejorar su fuerza, además de reducir los temblores y la rigidez.

             Quiso hacerle conversación, pero no se animó; el anciano no parecía muy amable, y menos con él.

[•••]

             Una vez Milo entró a su apartamento, esperó a que fueran las nueve de la noche, hora en la que Aurora llegaba de su trabajo.

             Aprovechó para ponerse la pijama de una vez, limpiarse el maquillaje y sacar el dibujo de su maletín para tenerlo a la mano.

             Sintió que el par de horas pasó de manera lenta, posiblemente por la anticipación y ansiedad que sentía.

             Se miró al espejo en el baño, verificó que, a pesar de los rastros de sus moretones, estaba lo suficientemente presentable.

             A las nueve de la noche, un frío extraño le recorrió el cuerpo, pero salió de su apartamento para poder esperar a que Aurora llegara al suyo. Esperaba no verse extraño, o como un acosador al estar ahí esperándola en el pasillo.

             Casi unos 15 minutos más tarde, las puertas del ascensor se abrieron, mostrando la conocida figura de su vecina, con el uniforme de su trabajo, su usual bolsa de tela y una expresión cansada.

[•••]

             Aurora caminó por el pasillo, y Milo decidió saludarla para hacer notar su presencia, ya que su vecina caminaba mirando sus pies.

             —Hola, Aurora —dijo, escondiendo el dibujo detrás de su espalda para poder revelarlo después, en el momento indicado.

             Aurora levantó la cabeza, algo sorprendida.

             —Hola, Milo —la muchacha saludó de vuelta en su típico tono bajo.

             Ambos quedaron frente a frente, en una posición cómoda para hablar.

             —¿Qué tal el trabajo hoy? —preguntó animado. —¿Todo bien?

             La chica asintió, algo nerviosa. —Sí, pero estoy cansada. Hoy tuvimos terapia con un bebé con displasia de cadera.

             Milo se vio sumamente interesado y de manera genuina. —¿Y eso cómo se hace? ¿Es muy difícil? —preguntó.

             Aurora negó. —Se les pone una especie de arnés, y se les estimula a mover las piernas. —Aurora explicó suavemente. —Es más fácil recuperarse de esa condición cuando se es pequeño, pero a veces los padres no se dan cuenta hasta que es un poco tarde. Felizmente no era el caso del paciente del que te hablo. —explicó aliviada.

             —Me alegra, pero debe ser estresante. Los bebés pueden llorar mucho a veces, más cuando usan algo tan incómodo como un arnés. Además, imagino que esa condición ya debe ser dolorosa de por sí... —comentó empáticamente.

             Aurora asintió con timidez de acuerdo con las palabras de Milo.

             —¿Tú cómo estás? —su vecina se animó a preguntar, como si la pregunta le hubiera costado mucho valor.

             Milo sonrió con ternura, apreciando el esfuerzo de Aurora por hablarle. —Yo, mucho mejor. Hoy no fue un mal día. —contó. —Disimulé mis moretones con maquillaje, y no tuve ningún incidente de mala suerte. —rió.

             Aurora asintió con tranquilidad.

             Y antes de que el silencio se instalara entre ellos, el pelinegro tomó el suficiente coraje para sacar el dibujo de su espalda.

             —Tengo algo para ti. —confesó, sintiendo su voz más baja de lo normal, mientras le tendía el dibujo con un ligero temblor en las manos.

             La castaña, con una clara expresión de sorpresa, tomó delicadamente la hoja de papel en sus manos. Tomándose su tiempo para ver de qué se trataba.

             Una vez Aurora analizó el dibujo, un color rosado tiñó sus mejillas. —Soy yo. —susurró.

             —Sí. —Milo intentó sonar confiado, pero se terminó acomodando el cabello para disipar sus nervios. —Yo lo dibujé. Y quise regalártelo. —aclaró. —Espero no te incomode.

             Aurora negó, mientras seguía viendo aquel dibujo bastante ensimismada. En un momento, lo acercó aún más a sus ojos, para analizar sus detalles.

             Milo retuvo el aire por unos segundos, porque si bien sabía que Aurora no estaba criticando su dibujo, que le prestara tanta atención y con tanta ternura le hizo sentir que no iba a poder respirar bien.

[•••]

             —Me pusiste brillos en forma de estrella en los ojos. —Aurora susurró de nuevo, con una sonrisa dulce en sus labios y un nerviosismo encantador.

             La chica levantó los ojos, encontrándose con los de Milo. La mirada de su vecina denotaba halago. El pelinegro volvió a notar la forma curiosa del brillo de sus ojos y cómo parecía seguir ahí sin importar la hora del día.

              —Es que son así en la vida real. —respondió Milo con naturalidad, con una especie de suspiro que no notó que soltó.

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