Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

OO6.

❝ 𝙁𝙧𝙖𝙘𝙩𝙪𝙧𝙖𝙨
𝙄𝙣𝙫𝙞𝙨𝙞𝙗𝙡𝙚𝙨 ❞

              Notó a Aurora ligeramente aturdida por el mal chiste, por lo que él entró en pánico. 

             —Estoy bromeando, por supuesto. —Milo aclaró asustado ante lo mal que podían interpretarse sus palabras. 

             La castaña solo asintió, más tranquila, dejando que la incomodidad se disipara poco a poco en ella. 

              El pelinegro se aclaró la garganta y volvió a tomar aire suficiente, decidiendo destapar cuidadosamente la caja entre sus manos. 

              —¿Son de vainilla nuevamente? —preguntó para aligerar el ambiente y cambiar el tema de conversación. 

              —Son de avena ahora. —Contestó su vecina en voz baja. 

              Las mejillas de Milo volvieron a arder sin razón, pero decidió ocultarlo disimulando al probar de una vez una de las galletas, que, una vez más, también tenían forma de estrellas. 

              Y, si bien el resfrío limitaba un poco su sentido del gusto, podía sentir el agradable dulzor y la textura de las galletas, lo que lo hizo suspirar contento. 

              —¿No has pensado venderlas? —dijo una vez pasó el bocado—. Son muy buenas, en serio, y podrías ganar un dinero extra. —Sugirió amable. 

             —No se me había ocurrido. —Aurora respondió algo avergonzada. 

             Milo sonrió. 

             —Puedes considerarlo... Además, tendrían un fantástico sello personal: forma de estrella y una linda caja de cartulina hecha a mano. 

             Aurora sonrió suavemente ante la sugerencia de Milo y negó con la cabeza mientras entrelazaba los dedos tímidamente. 

             —No lo sé... Nunca las he hecho para recibir algo a cambio —confesó nerviosa. 

             Milo la observó por unos segundos en silencio, apoyándose mejor en la puerta. Había algo en la forma en que hablaba, esa humildad casi dolorosa, que le resultaba impresionante. Y lo empezaba a dejar cautivado. 

             —Eso es lindo —susurró—. Pero... si decides venderlas, quiero ser tu primer cliente —habló sinceramente, pero con algo de humor. 

             La muchacha asintió amablemente, con una pequeña pero linda sonrisa en el rostro. 

[•••] 

             Se despidieron después de eso. Aurora debía alistarse para ir al trabajo y aprovechar para comer algo, ya que entraba a las dos de la tarde y salía poco antes de las nueve, según lo que contó. 

             Y tenía sentido, ya que coincidía con la hora de la noche en la que ya se habían encontrado dos veces. 

             Milo solo asintió, a pesar de que algo dentro de él quería seguir hablando con ella. Su vecina regresó a su apartamento y él hizo lo mismo. 

[•••] 

             Por un momento olvidó su resfrío. Estaba disfrutando de las deliciosas galletas de avena en paz y con un sentimiento cálido invadiendo su corazón. 

             No fue hasta que una llamada entró a su teléfono que salió de la especie de ensoñación en la que estaba. 

             Era su amigo Alex, así que decidió contestar para aprovechar y decirle que no iba a poder asistir a la dichosa reunión al día siguiente. 

             —¿Sí? —contestó Milo, dejando de comer por un segundo. 

             —¿Qué pasó, hermano? Fui a visitarte al edificio de tu papá y me dijeron que no fuiste a trabajar hoy. —La voz de Alex sonó tranquila, algo apagada por el ruido de la calle. 

             —Ah, es que me enfermé —el pelinegro contó de una vez—. ¿Para qué querías visitarme de todas formas? —preguntó algo confundido. 

             —¿No puedo visitar a mi mejor amigo? —Alex bromeó—. Tenía unas horas libres y quería hablar contigo sobre mañana y qué llevaremos a la fiesta. Estaba pensando en llevar latas de cerveza para todos o comprar una botella de licor un poco más costosa... ¿Sí irás, no? Puedes tomar un antigripal y estarás como nuevo. 

             Milo pensó en qué responder. 

             —Pues, no me siento bien. No creo poder llegar —respondió intentando sonar firme. 

             Escuchó a Alex suspirar en frustración. 

             —¿En serio? Vamos —su amigo reclamó entre molesto y con algo de comicidad—. ¿Qué pasa si te digo que Lily va a la fiesta posiblemente? —trató de convencer. 

             Milo se sintió un poco más incómodo. 

             —No cambiaría nada... En verdad me siento enfermo. Además, ya la vi hace poco —contestó con algo más de firmeza. 

             Alex suspiró. 

             —Bueno, qué decepción causas —bromeó de nuevo—. Pero para la próxima invitación no hay excusas —aclaró riendo—. ¿Sigues en tu apartamento? 

             —Sí, me quedaré aquí todo el día y mañana también... hasta estar mejor —Milo respondió. 

             —Te echaré una visita entonces, ya que no te veré mañana. ¿Te parece si te llevo almuerzo? —Alex propuso. 

             —Sí, hermano, muchas gracias —Milo agradeció en un suspiro. 

             —Bien... Llegaré máximo a la una de la tarde... Adiós, ya te veo —dijo animado antes de colgar. 

             Milo suspiró, esperando que cuando Alex llegara no causara ninguna incomodidad, porque con la personalidad tan similar que compartían, se podía esperar cualquier cosa. 

[•••] 

             Decidió seguir comiendo sus galletas en silencio, disfrutando del sabor, el dulzor y el cuidado que parecía tener cada una de ellas en su preparación. 

             Una vez terminó, no desechó la caja y decidió ponerla junto a la otra que guardó bajo el mueble de su televisor. Ni siquiera sabía por qué estaba guardando esas cajas; solo sabía que no quería tirarlas a la basura. 

             Decidió ponerse algo más decente para recibir a su amigo y, cuando fue al baño a lavarse el rostro, se notó espantoso: ojeroso, despeinado y con la nariz roja de tanto sonársela. 

             Suspiró otra vez, yendo a su habitación a cambiarse la pijama por un pantalón de buzo y una sudadera abrigadora. Buscó si tenía una bufanda, y cuando la encontró también la envolvió alrededor de su cuello y cubriendo su nariz. 

[•••] 

             Estaba a punto de servirse un té caliente cuando tocaron nuevamente a la puerta de su apartamento. Miró la hora en el reloj de su pared y notó que faltaban unos diez minutos para la una. 

             Fue a abrir, sabiendo de quién se trataba. Al hacerlo, vio a su amigo. 

             —¿Qué pasa, enfermo? —Alex apareció con una bolsa de comida en una mano y una sonrisa descarada en el rostro. Traía un cigarrillo entre las manos, del que dio una calada y exhaló el humo en el rostro de Milo, bromeando. 

             —¿Cómo te dejaron entrar fumando? Está prohibido en este edificio —el pelinegro respondió, disipando el humo de su rostro con la mano. 

             Alex solo se encogió de hombros cómicamente. 

             —Es que recién lo prendí cuando entré —confesó. 

             —Como sea, apaga esa mierda. Mi vecina tiene asma... —Milo aclaró algo preocupado; el humo podía ser molestoso para ella. 

             Alex casi se rió. 

             —¿Tu vecina? ¿La ojona? 

             —Sí, ella. Y no le digas así; se llama Aurora. Ahora apaga eso, o te quito la bolsa y no entras —respondió Milo algo irritado. 

             Alex apagó el cigarrillo contra el marco de la puerta, sin importarle que Milo lo mirara con desaprobación, y lo guardó en un pequeño cenicero portátil que llevaba en el bolsillo. Luego levantó la bolsa de comida como una señal de tregua y pasó al interior del apartamento. 

[•••] 

             —Tranquilo, amargado, no más humo —bromeó, dejando la bolsa en la mesa del comedor. 

             Se quitó la chaqueta de cuero y la arrojó sobre el respaldo de una silla donde se sentó. 

             Milo suspiró, cerrando la puerta y girándose para ver a su amigo. 

             —¿Qué trajiste? —le preguntó, acercándose y tomando asiento en la silla frente a él, con la bufanda aún envolviéndole el cuello. 

             —Comida china. Nada gourmet, pero suficiente para revivir a un muerto —respondió Alex, abriendo la bolsa y sacando dos envases de comida. Luego lo miró con una sonrisa burlona—. Aunque, viendo tu cara, creo que ni esto te arregla. ¿Te viste en un espejo? Te ves horrible. 

             —Gracias por el halago —respondió Milo con sarcasmo, tomando un tenedor y empezando a comer. 

               Alex comenzó a comer también. Hubo un momento de silencio mientras ambos atacaban la comida. Pero Milo sabía que la tranquilidad no duraría mucho; Alex nunca podía quedarse callado por mucho tiempo. 

             —Entonces, ¿qué tal tu vecina? —preguntó finalmente Alex con un brillo travieso en los ojos. 

             Milo lo miró con el ceño fruncido. —¿Qué con ella? 

             —No sé, tú dime. —Se rió. —"Mi vecina tiene asma" —lo remedó cómicamente—. ¿Desde cuándo te importan esas tonterías? 

             —No es una tontería, el asma no es como un resfriado. Imagínate que le dé alguna crisis de esa enfermedad, sería horrible para ella. No quiero eso. —Milo aclaró. 

             Alex levantó una ceja, algo divertido. —¿Te preocupa esa chica? 

             —No... no lo sé. —Milo miró a su comida mientras jugaba con el tenedor un rato—. Solo es buena conmigo a pesar de que posiblemente no le agrado por completo. Y no quiero arruinar eso. 

[•••] 

             Alex aceptó las palabras de Milo, aunque lo seguía mirando con algo de comicidad de tanto en tanto. 

             Mientras terminaban de comer, el ambiente se mantenía relajado, aunque Alex no dejaba de soltar pequeñas bromas que a Milo le costaba ignorar. Pero no tenía de otra, así siempre había sido su amigo. 

             Y nunca le había incomodado, al menos no hasta ahora. No sabía si era porque estar enfermo lo hacía más irritable o porque, efectivamente, ya estaba cuestionando el tipo de gente con la que se relacionaba. 

             Conocía a Alex desde hacía muchos años, y siempre habían sido inseparables, similares, encantadores. Pero ahora se sentía diferente, como si su amistad ya no estuviera unida por lo mismo, como si cada uno ya no conectara como antes con el otro. 

[•••] 

             Una vez terminaron de comer, Milo se encargó de desechar los envases vacíos al basurero de la cocina, mientras que Alex fue al baño un momento. 

             Milo aprovechó para acomodarse mejor la bufanda, y cuando regresaba al comedor, vio que Alex ya había salido del baño y estaba en la sala de estar. 

             Iba a unirse a él, posiblemente para ver algo en la televisión, pero notó que Alex traía algo entre manos. 

             Las cajas de cartulina. 

             Un susto sin razón lo invadió, y no supo cómo reaccionar al principio. 

[•••] 

             —¿Y esto? —dijo Alex extrañado, sacudiendo las dos cajas cerca de su oído. 

             —Nada. —Milo se apresuró a quitárselas, pero Alex lo esquivó riéndose. 

             Su amigo las abrió, quedando más extrañado al ver que no tenían nada. 

             Alex comenzó a burlarse mientras miraba las cajas vacías. —¿Por qué guardas cajas de cartulina? ¿Te sirven para guardar algo? ¿Te las regaló alguien? 

             Milo intentó arrebatárselas una vez más, pero falló; Alex lo esquivó otra vez, escondiéndolas detrás de su espalda y siguiéndose riendo. 

             —Uy, hermano, son solo un pedazo de cartulina. ¿Por qué te pones así? —se rió. 

             Alex tenía razón, Milo lo sabía bien. Era una gran estupidez irritarse por eso. Pero no podía evitarlo, porque a pesar de que no eran más que un pedazo de cartulina que solían contener galletas, para él significaban algo más, aún no sabía qué, y aún no lo terminaba de comprender.

             —Como sea, igual son mías. Dámelas. —pidió, intentando estar lo más tranquilo posible. 

             Alex siguió escabulléndose mientras se reía y Milo lo persiguió por la sala unos minutos, hasta que Alex se rindió. 

             —Qué sensible. —Dijo su amigo—. Parece que alguien no tuvo sexo anoche. —Volvió a bromear, tendiéndole las cajas en señal de paz. 

             Milo las tomó rápidamente entre sus manos, incómodo por la última broma, a pesar de que a su "yo" del pasado sí le hubiera dado risa. 

             De todas formas, el pelinegro se tomó el tiempo de revisar sus cajas, por si Alex las había roto o despegado sus dobleces por accidente. 

[•••] 

             —¿Por qué estás así últimamente? —continuó Alex—. Tan amargado, como si estuvieras al borde de una crisis existencial. ¿No puedes relajarte un poco? ¿Tan malos han estado tus días? —preguntó curioso. 

             Milo se sintió un poco expuesto, ya que las palabras de Alex lo habían descubierto. En realidad, "crisis existencial" era el nombre perfecto para lo que estaba afrontando, pero no se lo iba a admitir, menos cuando sabía que lo único que Alex haría sería reírse. 

[•••] 

             —No es que esté amargado, solo... ¿puedes dejar de tomarte todo tan a la ligera? No todo es un chiste, ¿sabes? Es molestoso. —Pidió Milo, suspirando para calmar su irritación. 

             —¿En serio me estás diciendo eso por un par de cajas vacías? —respondió Alex, entre incrédulo y aguantando una risa. 

             —No es por las cajas, Alex. Es todo: desde que entraste fumando sabiendo que está prohibido aquí, las bromas incómodas... No lo sé. —Milo respondió. 

             Alex parecía aturdido y confundido, como si no reconociera a su gran amigo en esos instantes. 

             —¿Te estás escuchando? —cuestionó sacudiendo la cabeza—. Hermano, no es la gran cosa. No es que haya fumado toda una cajetilla al entrar, era un solo puto cigarrillo. Y lo apagué cuando me hablaste de tu vecina la asmática ojona. —Se explicó—. Y te acabo de devolver tus estúpidas cajas, ¿no crees que estás exagerando? 

             —¿Y qué? —Milo estuvo más a la defensiva, sin soltar sus cajas, como si se estuviera aferrando a ellas—. Si estoy exagerando, es mi problema. Tal vez no estoy contento. Tal vez nada de lo que me hacía sentir bien antes ahora lo hace. Tal vez ahora quiero tomarme las cosas en serio ¡Y ya no quiero ser ese mismo imbécil! —soltó, elevando un poco la voz sin querer—. Y no le vuelvas a decir "asmática ojona", se llama Aurora. 

             —¿Es en serio? —preguntó Alex incrédulo, con una risa burlona. 

             —¡¿Puedes dejar de reírte de todo?! —respondió Milo, ya sintiéndose enojado y alzando la voz. 

             Alex resopló; la ironía en su rostro nunca desapareció. —¿Y qué esperas, Milo? ¿Que creamos que de verdad vas a cambiar solo porque tienes una crisis? Porque yo no te veo tan diferente del idiota de antes. —Soltó con seguridad—. Pero por alguna estupidez que se te ocurrió hace poco, crees que querer cambiar te hará mejor persona, que con eso tu cargo de conciencia disminuirá. —Lo encaró—. No te das cuenta de que sigues y seguirás siendo el mismo imbécil de toda la vida. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro