OO5.
❝ 𝙀𝙣 𝙡𝙤𝙨 𝘽𝙤𝙧𝙙𝙚𝙨
𝙙𝙚𝙡 𝘾𝙖𝙢𝙗𝙞𝙤 ❞
Caminaron en silencio hasta la puerta del edificio, donde, una vez que entraron, Aurora pudo bajar y cerrar su paraguas.
Estaba con su uniforme de trabajo, la llamada pijama quirúrgica, y aunque también se había mojado un poco, no era nada comparado con cómo estaba él.
Milo podía sentir cada centímetro de su ropa empapada, y el sonido de sus zapatos mojados acompañaba sus pasos al interior del edificio.
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—No tenías que hacerlo... ya estaba empapado igual. —Milo decidió hablar por fin mientras caminaban lado a lado rumbo a las escaleras. Su voz quiso sonar bromista, pero sonó un poco más vulnerable de lo que pretendía—. Mi auto se quedó sin gasolina unas cuadras atrás y, bueno, después de que la grúa se lo llevó a la gasolinera... vine caminando —se explicó algo nervioso.
Aurora asintió suavemente, entendiendo lo que había pasado.
—Puedes resfriarte. Parece como si te hubieras metido a una piscina con ropa puesta —comentó en voz baja.
Milo quiso reír, pero solo terminó con una mueca extraña impregnada en el rostro.
—Bueno, digamos que sí quiero enfermarme —confesó—. Estos días han sido espantosos para mí. ¿Qué más da una neumonía? —bromeó y luego suspiró—. Además, quiero evitar ir a una reunión el viernes, si me enfermo tendré una mejor excusa para que no insistan. Igual diré que no, pero estar resfriado será como un extra —continuó, callándose antes de empezar a compartir de más.
Aurora parecía estar escuchándolo con atención.
Pero mientras seguían subiendo al séptimo piso, ella se detuvo en las escaleras un momento, como si estuviera recuperando el aire. Revisó su bolsa de tela, sacó su inhalador, dio una calada y se tomó unos segundos.
Milo se detuvo con ella, esperándola y recordando su condición de asma con algo de preocupación.
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—¿No has pensado mudarte a un piso más bajo? Por lo de tu asma ... Puede ser peligroso tener que subir, más cuando no hay ascensor, como ahora —el pelinegro comentó, algo preocupado.
Aurora guardó su inhalador.
—Lo sé, pero el del séptimo piso es el que más se acomoda a la renta que puedo pagar —confesó tímidamente—. Los apartamentos de abajo tienen más habitaciones y cuestan más...
Milo asintió; no había pensado en eso. Aurora pagaba renta, a diferencia de él.
—Lo entiendo —respondió comprensivamente—. Podemos subir más lento, si eso te ayuda.
—Gracias por preocuparte —dijo Aurora de repente, en un tono avergonzado pero suave.
Milo quiso verse confiado, pero algo hizo corto circuito en él.
—No es nada —respondió torpemente, aclarándose la garganta—. ¿Te fue bien en tu trabajo hoy? —cambió de tema.
Aurora asintió.
—Hoy llevé galletas a mis compañeros de trabajo para compartir en algún momento libre —contó—. Pero, generalmente, solo la paso con la señora Yadira y la señora Anita... O sea, no se llama Anita, se llama Anna, pero todos le decimos Anita —su voz sonaba más nerviosa mientras hablaba.
Era notorio que no estaba acostumbrada a hablar mucho.
Milo sonrió, algo enternecido, mientras recuperaban el paso al subir las escaleras, esta vez a un ritmo mucho más lento.
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—¿Tu trabajo estuvo bien? —Aurora preguntó de repente, jugando con el paraguas en sus manos mientras subían.
Milo hizo una mueca.
—Bueno... no. —Suspiró—. Te contaré, pero te advierto que es posible que se me escape otro "pedo" verbal. Espero que eso no te moleste.
Aurora pareció resistir una pequeña sonrisa.
—Está bien.
El pelinegro suspiró.
—Pues, como contexto... Mi papá y yo nunca hemos tenido una relación muy afectuosa. Siempre ha sido más de hacerlo sentir orgulloso, de retribuir todo lo que él me ha dado. Y, ante sus ojos, nunca he llegado a esa altura, ¿sabes? Siempre cometo algún error o hago algo que me haga ganar más desaprobación de su parte.
La castaña frunció el ceño ligeramente mientras lo escuchaba.
Milo sintió que cada vez estaba más cerca de hablar sin pensar, y a pesar de que lo advirtió, quería evitarlo hasta el final.
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—No mucha gente sabe esto, al menos no de mi propia boca, pero... mi papá no es, en realidad, mi padre biológico —confesó, como soltando algún tipo de presión en su corazón—. Es, en realidad, mi abuelo, el papá de mi mamá. Pero yo siempre le he dicho "papá", porque, bueno... a mi verdadero padre biológico no lo conozco.
Fue tarde para evitar hablar de más, porque ya lo estaba haciendo, y de una manera muy torpe, de hecho.
—Mi padre, mi abuelo... —se corrigió, confundido—. Siempre ha sido de esos hombres que no creía que mi mamá pudiera manejar la Notaría porque era mujer. Por eso, cuando ella me tuvo, a pesar de lo que haya pasado con mi verdadero padre... mi abuelo estuvo contento. Por eso me apellido Manheim. En realidad, mi apellido sería otro si mi progenitor me hubiera reconocido.
Aurora pareció algo sorprendida y abrumada por la cantidad de información.
Milo se sintió mal, sacudiendo la cabeza.
—Perdona. Otra vez yo...
—No, está bien. Te estoy escuchando —interrumpió Aurora nerviosamente.
Milo tomó un respiro, un poco más tranquilo.
—Es que, no lo sé. Él siempre me ha dado todo, ¿sabes? Y yo no cumplo sus expectativas. Siempre me lo recuerda, aunque no lo diga directamente. Hoy simplemente fue un día de esos.
Aurora guardó silencio durante unos segundos, procesando todo lo que Milo le había contado. Sus ojos, normalmente tímidos, ahora lo miraban con una mezcla de comprensión y compasión.
—Lo siento mucho —dijo en un susurro apenado.
Milo sacudió la cabeza, quitándole importancia.
—Vamos, no es como si yo fuera el único que tiene problemas o tristezas. Ya se me pasará, supongo... espero —suspiró, rendido.
—Lo que me cuentas... ¿está relacionado con lo que me dijiste en el ascensor? —preguntó Aurora en un susurro curioso, pero nervioso—. Sobre sentirte mal y eso.
Milo asintió.
—Sí, es como si toda mi vida hubiera sido un desorden. Y recién me doy cuenta. Es como si necesitara probar que no soy la mierda que siempre he sido... y que ya no quiero ser —empezó a soltar—. Sé que nunca he sido el mejor vecino, y que nunca te he dado la mejor impresión. Tienes toda la razón en sentirte incómoda conmigo; soy absolutamente todo lo malo que has podido ver en mí. Y, desde el fondo de mi corazón, te confieso que no entiendo por qué eres amable conmigo —terminó, soltando una risa amarga.
[•••]
Justo después de esa declaración fue cuando llegaron, por fin, al séptimo piso. Pero ninguno pudo cruzar a su respectivo departamento.
Había algo que faltaba decir, algo de lo que faltaba hablar.
—Prefiero ser amable a ser indiferente —respondió Aurora después de unos segundos de silencio, jugando con el paraguas en su mano—. Que no tenga el mejor concepto de ti no me impide tratarte bien.
Milo sintió una especie de nudo en la garganta que no supo cómo manejar. Conocía a Aurora desde hacía más de un año, pero nunca habían compartido una conversación tan sincera y abierta como en ese momento.
Se sentía diferente. No en un mal sentido.
—No sé qué responder —confesó Milo en un susurro—. Yo...
—Tienes derecho a disfrutar tu juventud de la forma que quieras, sin importar los juicios de los demás, incluyendo el mío —continuó Aurora con un poco más de valor—. Si tu deseo de ser diferente es por los demás, no lo hagas. Pero si es por ti, entonces vale la pena intentarlo.
Fue la forma más bonita de alentarlo y regañarlo al mismo tiempo.
Milo solo asintió. —Lo tendré en cuenta —suspiró—. Gracias por escucharme... en verdad.
Aurora quitó importancia a las palabras de Milo con un gesto modesto y ligeramente nervioso.
[•••]
El silencio entre ellos era denso, pero no incómodo.
Por un momento, Milo dudó si debía decir algo más. Pero al final, optó por un simple gesto.
—Bueno... —comenzó, con una leve sonrisa—. Ya llegamos a la parte donde nos despedimos, ¿verdad?
—Parece que sí —respondió Aurora nerviosa, mirando hacia un costado—. Espero que mañana sea un día mejor para ti —deseó con cordialidad, gracias a la conversación que habían tenido—. Y suerte con ese resfrío, supongo —añadió con duda.
Milo rió. —Gracias.
Después ambos parecieron compartir un respiro al mismo tiempo.
La castaña entonces empezó a retroceder hasta su puerta, y Milo imitó su acción.
—Buenas noches —se terminaron deseando al mismo tiempo, antes de que cada uno abriera su puerta y entrara a su respectivo espacio.
[•••]
Una vez dentro de su apartamento, Milo fue a cambiarse con la ropa de dormir, dándose cuenta de que estaba tan empapado que estaba dejando gotas y charcos por el piso de su apartamento al caminar.
Dejó su ropa secándose en el tendedero del espacio que tenía como lavandería y no se molestó en secarse el cabello, ya que quería asegurar las posibilidades de un resfrío.
Antes de acostarse, revisó su teléfono, solo para notar que tenía mensajes de Lily que no había respondido. Los abrió por curiosidad, leyendo que Lily compartía su deseo de devolverle la sudadera que Milo le había prestado el domingo. Casi había olvidado ese detalle por completo.
El pelinegro lo pensó. No era que esa sudadera fuera su objeto más preciado, y además, recuperarla significaba ver a Lily, y así como con Evie, eso siempre terminaba en otro tipo de encuentro.
Así que, con algo más de seguridad, decidió responder al texto de Lily con una negativa amable, diciéndole que se podía quedar con la sudadera y que no debía preocuparse.
Dejó el teléfono a un lado, sin preocuparse mucho por la respuesta de Lily, ya que la muchacha lo entendería.
[•••]
Se recostó en su cama, sintiendo la suavidad del colchón mientras dejaba que el cansancio y el sueño lo invadieran, esperando poder dormir bien esa noche.
Recordó una vez más lo que le pasó en el trabajo ese día. Recordó también su dibujo.
¿Por qué dibujó a Aurora? No estaba pensando mientras dibujaba, pero sus manos terminaron dibujándola a ella.
¿Sería porque habían estado interactuando seguido esos días? Supuso que sí. Era la explicación más lógica a aquello.
Si Milo se ponía a pensar mejor, siempre había sido alguien orientado a lo artístico: bailar, cantar, pero sobre todo pintar y dibujar.
En la escuela siempre le decían que dibujaba precioso, y sus calificaciones más altas eran en la materia de arte.
Pero en casa eso nunca interesó. No recordaba que ni siquiera su madre hubiera guardado un solo dibujo que él le hizo de niño. Y ni qué decir sobre su padre... o bueno, su abuelo.
Solo había una persona que adoraba sus dibujos en casa, y era su niñera. Una mujer mayor que lo cuidó hasta los once años. Se llamaba Augusta Miller, y era la mejor niñera de todas. Le hacía waffles con forma de "Mickey Mouse", le cortaba la fruta en formas lindas, y lo acompañaba a hacer sus tareas.
No supo de ella desde que dejó de trabajar en casa de los Manheim. Solo supo que la tuvieron que despedir porque ya era una mujer mayor.
Nunca tuvo tampoco cómo volver a contactarla, y simplemente se quedó ahí, extrañándola, hasta que los años pasaron y no se volvió más que un grato recuerdo.
[•••]
Ya en la mañana, no despertó con ningún malestar aún, por lo que se sintió frustrado al inicio.
[•••]
Pero, a la hora de estar preparándose un café, varios estornudos lo atacaron y su nariz empezó a sentirse llena de secreción mucosa. Supo que estaba empezando a resfriarse.
Fue la primera vez que festejó por estar enfermo.
Y si bien no le dio una neumonía, como bromeó al inicio, el resfrío fue lo suficientemente fuerte para impedirle ir al trabajo y estar en reposo al menos unos tres o cuatro días.
De todas formas, cuando llamó a su padre para comunicarle el incidente, el hombre no estuvo contento, pero le dio el permiso de descanso hasta el lunes, día en el que debía volver sin falta.
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Adolorido, con escalofríos, malestar, tos e imparable secreción nasal, se metió a su cama de nuevo.
Llevó consigo una caja de pañuelos a su mesa de noche, se cubrió bien con las sábanas e intentó descansar.
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No se preocupó por su auto, ya que seguía en la gasolinera. Tampoco se preocupó por sus mensajes o llamadas. Ese día no estaba para nadie.
O eso pensó, porque casi a las once de la mañana tocaron suavemente la puerta.
No iba a abrir. No quería ver a nadie. Pero se dio cuenta de que podía ser Aurora quien tocaba la puerta, así que solamente así se levantó de la cama.
Al abrir la puerta, sí era ella. Milo, a pesar de estar en pijama, se acomodó las prendas de manera decente.
Aurora traía una caja entre manos, muy parecida a la que le entregó hace días con aquellas galletas, por lo que el pelinegro podía deducir su contenido.
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—¿Otra vez hiciste de más? —preguntó con algo de humor, sorbiendo su nariz debido al resfrío.
Aurora negó algo avergonzada. —No, pero como no te escuché salir en la mañana, supuse que tu plan de resfrío funcionó —se explicó nerviosa, mirando a la caja—Entonces traje esto. A pesar de que querías enfermar, no creo que sea divertido sentirte...mal.
Milo sintió sus mejillas quemar. —Bueno, al menos no tengo fiebre. Con eso sí me muero, lo detesto —bromeó, recargándose en el umbral de la puerta para parecer más confiado—. Pero sí estoy adolorido y todo eso —dijo, volviendo a sorber su nariz.
La castaña le tendió la caja en silencio pero con una pequeña sonrisa, y Milo la recibió suspirando.
—Muchas gracias, Aurora —agradeció el pelinegro con sinceridad, sintiendo que abrazaba la caja instintivamente—. A este paso... vas a enamorarme y ni te darás cuenta...
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