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OO4.

❝ 𝙈𝙤𝙢𝙚𝙣𝙩𝙤𝙨 𝙙𝙚
𝙄𝙣𝙨𝙚𝙜𝙪𝙧𝙞𝙙𝙖𝙙 ❞

               Sacudió la cabeza; era de lo más tonto ponerse nervioso por una sonrisa. 

               Además, podía ser él quien se estaba imaginando cosas o analizando la expresión de Aurora cuando no era más que eso: una simple sonrisa amable. 

[•••] 

               Ayudó a la familia a poner las mochilas en el maletero de su auto y, después de despedirse amablemente, se dirigió a su propio vehículo.  

[•••] 

               Llegó al trabajo tras hacer lo posible por evitar el tráfico de la mañana. Felizmente, llegó temprano y continuó con su rutina en el gran edificio. 

               La idea de qué inventar o qué hacer ante la invitación de Alex lo distrajo un poco. Pensaba que podía simplemente decir que tenía mucho trabajo, que tenía una reunión con su padre o algo por el estilo. 

               Estuvo revisando documentos y redactando contratos que algunas empresas habían solicitado. Revisó todo cuidadosamente, pero sin entusiasmo. Tomó breves descansos de la pantalla de la computadora en su escritorio, frotándose los ojos, ya que la concentración hacía que le ardieran de vez en cuando. 

               Afortunadamente, al menos ese día pudo tomarse su hora de almuerzo y comer una buena comida que calmó su hambriento estómago. 

               Almorzó solo en un bonito restaurante, y no habría habido ningún problema, pero se encontró prestando atención a las personas que lo rodeaban. 

               Fue extraño porque no le había pasado antes y nunca se había considerado chismoso... pero ahí estaba. 

               Había familias, gente almorzando sola como él, y parejas. Se fijó en una en particular, donde ambos se reían a gusto de algo que solo ellos entendían. Sus ojos brillaban con solo mirarse. 

               Y Milo se preguntó: ¿qué se sentiría tener algo así? Nunca había tenido relaciones formales duraderas y, si lo pensaba bien, no estaba seguro de haberse enamorado... nunca. 

               ¿Cómo se sentiría? ¿Sería como decía la gente? ¿Por qué se estaba preguntando esas cosas de repente? 

               Apartó la mirada y siguió comiendo, tratando de pensar en otra cosa. 

               Él siempre había estado acostumbrado a ser el más divertido, el que todos miraban, con quien todos pasaban un buen rato. Las relaciones amorosas nunca habían sido algo que se tomara en serio; le parecían muy llenas de expectativas y, al final, nunca terminaban bien. Siempre prefirió disfrutar el momento, estar con quien le gustara y con la libertad de no estar atado a nadie. 

               Y eso siempre había estado bien. Siempre le había gustado y siempre había sido cómodo. 

               Pero en la especie de crisis que afrontaba, ya nada tenía sentido. No se entendía; sus pensamientos se contradecían como nunca antes. Era extraño, y solo esperaba poder salir de eso y sentirse bien de nuevo. 

[•••] 

               Terminó de comer, pagó y dejó propina al mesero que lo atendió. 

               Salió a las calles y encendió un cigarrillo, esperando distraerse mientras caminaba de regreso a la notaría. 

               Se encontró con Evie en el camino, quien también regresaba de su hora de almuerzo, y no le quedó más opción que regresar juntos. 

               La recepcionista y secretaria de su padre fue especialmente amable mientras caminaban lado a lado. Él fue amable de vuelta, sin ninguna segunda intención; solo estaba siendo cortés. 

               Evie, en cambio, insistió en que debían salir un día, ya que no hablaban hacía tiempo y necesitaban distraerse y desestresarse. 

               Milo entendió en un instante a lo que se refería, y habría aceptado en otra época, si se sintiera bien, pero simplemente no pudo hacerlo. 

               —Lo siento, Evie. Voy a estar ocupado —respondió, tratando de sonar lo más amable posible para que Evie no se sintiera mal ante la negativa. 

               La chica rodó los ojos con algo de humor.  —¿Incluso para mí? —bromeó, pegándose más a él mientras caminaban. 

               —Sí... lo siento —respondió Milo, evitando mirarla mientras daba una calada a su cigarrillo para disimular la sensación de incomodidad. 

               La chica sonrió algo coqueta, dispuesta a hacer su último intento.  —Vamos, ¿o acaso estás saliendo con alguien y no quieres contarme? —Evie volvió a bromear, aunque su voz sonó curiosa. 

               Milo rió casi sarcásticamente, expulsando el humo del cigarrillo en el proceso.  —¿Yo? —Se señaló cómicamente—. Parece que no me conoces. —quiso bromear. 

               —De hecho, no lo hago —respondió Evie un poco más seria, aunque bastante tranquila—. Solo nos acostamos a veces... Y si estás saliendo con alguien, solo dímelo, y lo respetaré. No es que yo quiera algo más que sexo contigo tampoco... 

               El pelinegro se sintió un poco más incómodo, pero suspiró.  —No, Evie, no salgo con nadie. —Suspiró. —Es solo que no deseo nada casual por ahora, y en verdad estaré ocupado. Quiero hacer unas cuantas cosas, y bueno...hacerlas bien. No lo sé, no he estado muy bien estos tiempos.

               Evie asintió comprensivamente, y siguieron caminando. 

               Milo fue honesto con ella al final, a pesar de no entrar en detalles, ya que quería evitar desahogarse con alguien que no tenía nada que ver con sus problemas, como pasó con Aurora.

               La secretaria parecía tranquila, lo que significaba que aceptaba la respuesta de Milo con madurez, y eso era perfecto, porque lo que menos quería él era ofenderla. 

               El camino, aunque continuó en silencio, no se sintió pesado. Milo se sintió algo mejor; si había podido ser sincero con Evie respecto a sus deseos, tal vez podía ser igual de sincero con Alex, y no tendría que buscar excusas que solo le harían sentir más ansiedad. 

[•••] 

               En el edificio, cada uno tomó su camino después de despedirse amablemente. Milo volvió a su despacho, y la muchacha regresó a la recepción de la oficina del padre. 

               El pelinegro tuvo menos trabajo que en la mañana, lo que fue un alivio, ya que significaba que saldría a tiempo y podría llegar a casa temprano. 

               Tuvo al menos unos 20 minutos en los que no había nada que hacer, y en vez de mirar su teléfono, tomó su lapicera de tinta líquida y comenzó a garabatear unas hojas en blanco que ya nadie iba a usar. 

               Siempre le habían gustado ese tipo de cosas. Cuando era niño, su madre le regañaba por llenar de dibujos "tontos" los márgenes de sus cuadernos. Sus profesores de arte le decían que tenía talento, pero él nunca tomó ni consideró eso como una opción para su futuro. 

               Garabateó la hoja hasta que un dibujo empezó a formarse. Dibujaba sin pensar, solo para distraerse, hasta que un rostro humano terminó impregnado en el papel. 

               Carecía de detalles magníficos, pero, para haberlo hecho en 20 minutos, era un dibujo precioso y muy bien hecho. Terminó dibujando cabello al rostro que había trazado; le hizo cabello corto y ondulado, solo para darse cuenta de que el dibujo se parecía mucho a alguien que conocía. 

               Aurora... pero el dibujo solo se parecía, ¿no? En realidad, no era ella... ¿verdad? 

               Se quedó mirando el dibujo entre sus manos, notando como había lo había retratado con una sonrisa... la sonrisa que vio en la mañana.

[•••]

               El sonido de la puerta abriéndose lo sobresaltó y lo sacó de ese estado de ensoñación.

               Era su padre. 

               El hombre entró serio e imponente, sin saludar a Milo, a pesar de que este sí lo hizo. 

               —¿Terminaste lo que tenías que hacer hoy? —preguntó, parándose frente al escritorio de su hijo. 

               Milo asintió. —Sí, solo estoy esperando que la empresa que pidió que redactemos un contrato avise si quiere añadir una cláusula más o algo así... —empezó a explicar, hasta que vio cómo su padre fruncía el ceño al notar los garabatos en las hojas de su escritorio. 

               Se asustó un poco e, inconscientemente, una de sus manos cubrió los dibujos. 

               Pero fue tarde, porque su padre ya había levantado la hoja con el dibujo que se parecía a Aurora. 

               —¿Qué es esto? —preguntó con seriedad. 

               —Ah, un garabato... es que mientras esperaba, yo... —empezó a responder nervioso. 

               —¿Quién es? —lo interrumpió, mirando el dibujo con detenimiento, aunque sin mucho interés. 

               —Nadie —respondió Milo a la defensiva. 

               El padre levantó la vista de la hoja para mirarlo. —Parece un dibujo muy humano para que no sea nadie —dijo con tono severo, antes de arrugar el papel sin miramientos, convirtiéndolo en una esfera—. No te distraigas en dibujos tontos —advirtió, echando el papel al cesto de basura de la oficina—. Sigue haciendo tu trabajo —ordenó, y sin más, se fue. 

               Milo esperó a que el hombre estuviera completamente fuera de la oficina para soltar el aire contenido. Se sintió frustrado y ligeramente dolido. ¿Por qué siempre algo tenía que salir mal en su día? 

               Desde el fin de semana, algo malo había pasado cada día. 

               Primero, llegar ebrio a casa el domingo. 

               El lunes, olvidar su alarma y decepcionar aún más a su padre. 

               El martes, quedarse atrapado en un ascensor e incomodar a Aurora. 

               Y ahora, miércoles, volver a ganarse la desaprobación de su padre por hacer garabatos en el trabajo. 

               Qué mala suerte. 

               Se levantó, fue al cesto y sacó la esfera de papel, desarrugándola con cuidado para no romperla. Sintió algo estrujarle el corazón: tristeza, pena... no lo sabía. 

               Logró rescatar su dibujo y, aunque en mal estado, decidió ocultarlo en el cuaderno de apuntes de su escritorio para intentar que no se deteriore más. 

[•••]

               Pero su mala suerte ese día no terminó ahí. Cuando por fin salió del trabajo y empezó a conducir a casa, una ligera lluvia comenzó a caer. 

               Los Ángeles no era un lugar precisamente frío, al estar ubicado en California, un estado costero de los Estados Unidos. 

               Aun así, llovía a veces. Nunca era una lluvia torrencial, pero sí una lluvia menuda que resultaba fastidiosa. 

               Condujo con algo más de dificultad, usando el parabrisas de vez en cuando para ver mejor la pista. 

               Y ojalá se hubiera quedado en eso, una lluvia molesta sin más. Pero, como cereza del pastel, su auto quedó completamente varado de repente, probablemente por falta de gasolina, justo a unas cuantas cuadras de llegar a su edificio. 

               Qué desastre.

               —Puta madre —maldijo con frustración, dejando caer la frente en el volante del vehículo, haciendo sonar la bocina por unos segundos. 

               El sonido de la lluvia invadió las ventanas del auto. Milo suspiró con fuerza, intentando calmarse. Todo estaba saliendo mal esa semana, y apenas era miércoles. 

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               No le quedó más remedio que llamar a una grúa para que lo ayudara a llevar el auto a una mecánica o gasolinera cercana, y eso hizo. 

               Lamentablemente, debido al tráfico y los problemas que generaba la lluvia, tuvo que esperar casi dos horas dentro de su auto, acompañado únicamente por las gotas de agua rodando por las ventanas. 

               Inevitablemente, esa soledad lo hizo hundirse nuevamente en sus pensamientos, en sus contradicciones, en todo lo que quería hacer bien, pero siempre terminaba haciendo mal. 

[•••]

               Cuando llegó la ayuda, pudo bajar de su auto. Todavía llovía, y no tenía paraguas, pero a esas alturas, ya no importaba. Ya nada importaba. 

               La grúa se llevó su auto a la gasolinera, informándole que, debido a la lluvia, sería mejor recogerlo al día siguiente. Milo asintió sin remedio, pero agradeció sinceramente al conductor, pagándole por el servicio. 

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               Decidió ir caminando al edificio. Si la lluvia iba a resfriarlo, era mejor que lo hiciera correctamente. 

               Incluso pensó que tal vez era una oportunidad para enfermarse a propósito. Recordó que esa fue una de sus ideas iniciales para inventar una excusa y no asistir a la invitación de Alex. Tal vez el destino le estaba enviando una señal. 

               Aprovecharía el casi seguro resfriado para que Alex no insistiera en llevarlo a la fiesta. Porque tal vez ser honesto de como se estaba sintiendo no sería suficiente para su terco amigo. Además, con suerte, también podría evitar el trabajo y el desdén tan doloroso de su propio padre. 

               No era tan malo. No podía serlo. Solo tenía que verle el lado bueno a su mala suerte, o terminaría volviéndose loco. 

               Esperó que ojalá le de neumonía. Y estar enfermo un buen par de semanas, para poder alejarse un momento del tormento mental que le estaba trayendo la vida últimamente.

[•••]

               Sus pasos bajo la lluvia fueron deliberadamente lentos, dejando que el agua cayera sobre su cabeza y cuerpo. No era una lluvia fuerte, pero sí tediosa y duradera. 

               La gente que pasaba con paraguas lo miraba extraño, pero él simplemente los ignoró. No era gente que conociera, y sus miradas no eran nada comparadas con la serie de eventos desafortunados de esos días. 

[•••]

               Era de noche, y los faros de la ciudad iluminaban la oscuridad. Posiblemente eran más de las ocho, considerando las dos horas que había esperado la grúa. 

               Mientras más caminaba, más empapado estaba. Su cabello negro ya chorreaba en su frente, y el traje se pegaba a su cuerpo. 

               Por suerte, su traje no era de los que se encogen, así que incluso se permitió mojarse más. 

               Faltaba apenas una cuadra para llegar al edificio cuando, de repente, un paraguas amplio se posó sobre su cabeza. Lo protegió de la lluvia. 

               Se sintió extrañado. Primero miró el paraguas, luego a quien lo sostenía. 

               Se sorprendió al notar que era Aurora, quien, gracias a la diferencia de altura, sostenía el paraguas con un brazo levantado, de tal forma que ambos estaban protegidos. 

               El gesto lo dejó completamente desconcertado. No porque se preguntara de dónde había salido la chica (era obvio que también iba llegando a casa), sino porque había algo tan amable, sencillo y simple en su acción que lo dejó sin palabras. 

               —Vamos —escuchó que Aurora susurró, haciéndolo darse cuenta de que se había quedado estático en medio de la calle. 

               Él se quedó sin habla, pero logró asentir, recuperando el andar y caminando torpemente junto a su vecina. Ahora compartía un paraguas… con alguien como él. Incluso por un tramo corto, incluso cuando no tenía que hacerlo. Incluso a pesar de la distancia entre ellos. ¿Por qué? 

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