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OO3.

❝ 𝙀𝙘𝙤𝙨 𝙙𝙚
𝙞𝙣𝙘𝙤𝙢𝙤𝙙𝙞𝙙𝙖𝙙 ❞

             No pudo mirar a Aurora a los ojos, y mucho menos en su dirección. 

             El paso de los minutos se sintió eterno, y la espera por ayuda resultó estresante. 

             Todo había sido culpa de Milo. Estaban conversando con tanta tranquilidad, hasta que su boca pudo más que su cerebro. 

             Sentía que debía disculparse más, disculparse mejor. Pero no quería terminar hablando otra vez y hacer que todo se volviera peor de lo que ya estaba. 

[•••] 

             Habrían pasado unos 15 minutos más y, felizmente, antes de que el silencio se volviera aún más espantoso entre ambos, algo sonó por fuera de las puertas del ascensor. 

             —Bomberos de Los Ángeles, ¿cuántas personas hay dentro? —una voz fuerte traspasó las puertas. 

             —Dos —contestó Milo en voz alta—. Una mujer y un varón —informó. 

             Ambos jóvenes se pusieron de pie, algo ansiosos por salir al fin. 

[•••] 

             Milo no tenía idea de qué estaban haciendo los bomberos afuera para poder sacarlos, ya que lo único que podía ver era la puerta temblando un poco, junto con el sonido de lo que parecía ser alguna especie de aparato. 

             Les pidieron retroceder y pegarse a la pared. Los jóvenes obedecieron. Con un ruido fuerte, la puerta finalmente se abrió, haciendo que el ascensor temblara un poco. 

[•••] 

             Eran solo tres bomberos quienes vinieron a atender el caso. Uno de ellos traía un fierro de metal grueso y curvado, con el que parecía que habían podido abrir la puerta. 

             Milo dejó salir primero a Aurora, y él salió detrás de ella. 

             Al estar ambos en el pasillo, los bomberos les preguntaron detalles sobre el incidente, si ambos se encontraban bien, y revisaron sus signos vitales como protocolo con una simple medición de la presión arterial. 

             También notó que varios de sus vecinos habían salido a ver lo que estaba pasando, movidos por la curiosidad. 

             Aurora agradeció a los bomberos; Milo hizo lo mismo. Los tres hombres se despidieron con una sonrisa y un apretón de manos a cada joven. 

[•••] 

             Fue justo entonces cuando los vecinos del quinto piso que habían salido a curiosear se acercaron a ellos. 

             O más bien, solo se acercaron a Aurora. 

             —Aurorita, ¿estás bien? —preguntó una mujer, a quien Milo solo ubicaba de vista, ya que vivía con su familia en el edificio. 

             Detrás de la mujer salieron dos niños en pijamas que corrieron a abrazar a Aurora. 

             —Sí, señora Sandra, estoy bien —respondió Aurora, asintiendo con tranquilidad y correspondiendo a los abrazos de los niños, quienes no debían pasar de los 5 y 8 años, respectivamente. 

             Otro vecino, del departamento contiguo en el quinto piso, también se acercó. Era un anciano que caminaba con bastón. 

             —Estos aparatos son peligrosos —comentó molesto, como si intentara insultar al ascensor—. Hay que tener más cuidado y pedir un mantenimiento, porque se supone que este es un buen edificio —dijo refunfuñando. 

             Ningún vecino siquiera habló con Milo. Él se sintió invisible, pero tenía sentido: jamás se había tomado el tiempo de conocerlos. 

             Su excusa siempre había sido que el edificio era grande, a pesar de que solo tenía dos apartamentos por piso y ni siquiera todos estaban ocupados. 

             Se sintió fuera de lugar, preguntándose si debía subir a casa así, simplemente, porque, de todas formas, no notarían si se iba. Estaba siendo completamente ignorado. 

             En algún momento chocó miradas con el anciano, y Milo esperaba que solo fuera su imaginación, pero sintió su mirada de desprecio. Eso lo hizo encogerse un poco. 

[•••] 

             De todas formas, algo le impidió moverse, como si estuviera esperando a Aurora. Ahí estaba, hecho a un lado. 

             Sabía que debía irse, subir a su piso de una vez, pero sus piernas simplemente no le hicieron caso. 

             Se quedó viendo la interacción: cómo Aurora escuchaba con tranquilidad a los niños hablar de su "plan maestro" para rescatarla si los bomberos no venían; cómo la señora Sandra y el anciano también se preocupaban por ella, y no superficialmente. 

             ¿Cómo habría conectado Aurora con los vecinos del quinto piso? ...¿Sería que también conocía al resto del edificio? 

             No fue hasta que la señora Sandra casi arrastró a sus niños dentro del departamento que la interacción terminó. Los vecinos se despidieron de Aurora, nuevamente sin siquiera dirigirse a Milo. El anciano le lanzó una última mirada de desprecio antes de entrar a su hogar. 

[•••] 

             Aurora también se sorprendió al notar que Milo seguía ahí, que la había esperado. 

             Ella no había notado que se quedó, lo que inconscientemente fue un poco doloroso para él. 

             —Pensé que te habías ido —confesó la castaña en voz baja, sin mirarlo a los ojos. 

             Milo negó, sintiéndose algo extraño mientras miraba a sus pies. 

             —Me quedé viendo. Lo siento, no... sé cómo explicarlo, no me pude mover —se disculpó. 

             El ambiente seguía tenso entre ambos. El pelinegro bajó la mirada. Aurora siguió callada. Y un nuevo silencio incómodo se instaló entre ellos. 

             —Parece que te quieren aquí... —comentó Milo después de un minuto, con algo de vergüenza, nueva para él. 

             —Ah... Es que a la señora Sandra y al señor Firth los conozco por otra razón —Aurora evadió el cumplido con timidez y sencillez, revelando el apellido del anciano—. Al señor Firth le damos terapia en el centro médico donde trabajo, y al hijo menor de la señora Sandra también... Es por eso. Es solo una coincidencia que vivamos en el mismo edificio —contó con tranquilidad. 

             Hubo silencio otra vez. Milo solo pudo asentir, sintiendo cómo la tensión volvía al encontrarse solos en el pasillo. 

[•••] 

             —Perdón por no notar que seguías ahí —se disculpó Aurora con sinceridad, rompiendo el silencio—. Te hubiera unido a la conversación —dijo con timidez, al mismo tiempo que jugaba con sus manos. 

             Milo quedó aturdido. ¿En serio Aurora estaba disculpándose? ¿Incluso después de la tremenda estupidez que él habló en el ascensor? ...¿Incluso a pesar de estar visiblemente incómoda con él? ¿Seguía siendo amable? 

             El pelinegro negó fervientemente, sintiendo cómo algo le daba cosquillas en el pecho. 

             —No te disculpes, Aurora. Está bien, yo también me ignoraría si fuera ellos —trató de aligerar el ambiente con un tono más bromista—. Yo te pido perdón a ti —aclaró—. Te incomodé en el ascensor, y no era mi intención —habló con sinceridad—. Siempre tiendo a tener "pedos" verbales. 

             Aurora casi se rió. —¿"Pedos" verbales? 

             —Sí... Es cuando digo algo que se me sale sin querer... Ya sabes, como un pedo —se intentó explicar, queriendo mantener la ligereza de su tono, aunque se notaba nervioso. 

             La castaña ahora sí soltó una risa que aunque baja, contagió a Milo. 

             Y a pesar de que la incomodidad y la tensión no desaparecieron por completo entre ambos, se habían aligerado notablemente. 

[•••] 

             Solo así, ambos pudieron subir los dos pisos restantes hasta llegar al suyo. 

             Permanecieron manteniendo distancia al subir, lo cual era entendible. Su relación no pasaba de lo cordial, y, a pesar de que parecía que esos dos últimos días estaban hablando más de lo usual, seguían siendo lejanos. 

[•••]

             Ya por el sexto piso, Milo decidió hablar de nuevo. 

             —Y... ¿del edificio solo conoces a la familia de la señora Sandra y al señor Firth? ¿O también hablas con los demás? —preguntó, rompiendo nuevamente el silencio. 

             Aurora tardó unos segundos antes de responder. 

             —Bueno, también conozco a la señora Jones, del sexto piso, es otra anciana. A veces le ayudo a regar sus plantas —contestó con suavidad—. Pero eso es todo... No soy buena hablando con los demás. Me cuesta mucho —dijo en un tono bajo y aún nervioso, pero bastante honesto. 

             El pelinegro asintió. La timidez de Aurora era notable, pero parecía que, aun así, tenía relaciones sociales mucho más sanas y genuinas que él. Lo que era admirable y, en el fondo, le causaba cierta envidia. 

             En su ignorancia, siempre pensó que cuanto más sociable y extravagante era, más genuinas serían sus interacciones... Y bueno, últimamente se estaba dando cuenta que tal vez no era así. 

             Suspiró mientras continuaban subiendo las escaleras con paciencia. 

             —¿Y siempre has sido así? Callada, me refiero —preguntó el pelinegro otra vez con curiosidad. 

             Aurora asintió. —Sí, siempre. Cuando era pequeña incluso me llevaron a clases de oratoria y liderazgo... pero no funcionó mucho, como podrás ver —contó casi en un susurro, teñido de una pequeña chispa de humor. 

             Milo rió, y en un par de escaleras más, llegaron a su piso. 

[•••] 

             Despedirse se sintió extraño, al menos para Milo. Era como una mezcla de tensión y la sensación de no querer irse al mismo tiempo. 

[•••] 

             Cada uno entró a su apartamento. Con un hambre creciente por no haber almorzado ese día, Milo fue a su cocina a ver qué podía prepararse. 

             No había mucho; tenía que hacer compras. Pero pudo hacerse un sándwich decente que devoró en pocos segundos. 

[•••] 

             Se alistó para dormir, y justo cuando estaba por acostarse en su cómoda cama, una llamada entró a su teléfono.

             No iba a contestar hasta que vio que era su amigo Alex, su mejor amigo desde la escuela, con quien también estudió en la universidad. 

             Siempre habían sido amigos, y siempre se habían acompañado. Alex también había estudiado para ser abogado, pero estaba especializándose en el área penal, ya que quería convertirse en juez. 

             —¿Qué pasó? —Milo contestó con normalidad, resistiendo un bostezo. 

             —¿Estás libre el viernes? —preguntó su amigo, mientras se escuchaban risas y algo de música de fondo, lo que indicaba que debía estar en alguna reunión. 

             Milo supo lo que se venía, así que solo suspiró. 

             —No lo sé —respondió. 

             Escuchó a su amigo reír. —Eso significa que sí. Iremos a festejar que Jack ya terminó de pagar su apartamento. Ya sabes la dirección

             Milo se sintió indeciso. Todas esas reuniones terminaban en lo mismo.

             Y, si bien Jack también era su amigo, no sabía qué responder considerando la especie de crisis que estaba atravesando. 

             —No sé... —respondió Milo con un suspiro. 

             —Sé que igual vendrás, así que no pretendas dudar —bromeó Alex—. En fin, ahora estoy con unos amigos del trabajo, tengo que irme. Te veo el viernes, hermano. Hasta pronto —dijo animado, colgando después. 

             Milo suspiró. Poner como excusa que era su amigo Alex quien lo arrastraba e influenciaba a ser como era sería una completa mentira. Los dos eran iguales; por eso eran amigos. 

             La única diferencia, tal vez, era que Alex seguía contento con el ritmo y manejo de su vida, y Milo, últimamente, ya no. 

             Supuso que ya solucionaría su problema. Aunque en el fondo no quería ir, sentía que debía hacerlo, para no quedar mal con Alex, ni con Jack. Pero pensó que podía inventar una excusa, o enfermarse a propósito.

[•••]

             Esa noche tampoco durmió bien. Estuvo mirando al techo hasta la madrugada, tratando de contar hasta cien por si así lograba dormirse. Y, aunque lo consiguió, no fue un sueño placentero. 
 

[•••]

             Cuando se levantó en la mañana, lo hizo más temprano, ya que, como el ascensor no estaba disponible debido a su avería, tomaría tiempo bajar los siete pisos desde su apartamento. 

             Bajó con pasos rápidos y automáticos. Pero cuando estaba por el quinto piso, se encontró con la señora Sandra y sus hijos, quienes también bajaban. 

             Milo se animó a dar los buenos días, que fueron correspondidos con amabilidad por los tres integrantes de la familia. 

             Los niños llevaban sus mochilas para la escuela, y la madre iba detrás de ellos con un manojo de llaves en una mano y la otra ocupada con una especie de caja grande y cerrada, donde parecía llevar algo importante. Por lo tanto, no tenía manos para ayudar a sus hijos. 

             Estaban bajando bastante lento, y Milo notó que el niño menor bajaba con dificultad, cojeando notablemente. Esto no lo había observado el día anterior cuando los vio hablando con Aurora, y entonces entendió por qué se tomaban tanta paciencia. 

             El niño menor era regordete y pequeño. Su mochila parecía pesada y, a pesar de la ayuda que le daba su hermano mayor, seguía bajando con dificultad. 

             Recordó que Aurora mencionó que ese niño recibía terapia física en el lugar donde trabajaba. Y, aunque no sabía si lo que sintió fue pena precisamente, algo revolvió su corazón. 

[•••]

             Sintió que debía hacer algo, no solo pasar de largo como si nada. Necesitaba probarse a mismo que podía ser útil, que él también era bueno, que quería serlo.

             —¿Necesitan ayuda, señora? —preguntó mientras se acoplaba al ritmo al que ellos bajaban las escaleras. 

             —Ah, no se preocupe, joven —respondió la mujer con cordialidad—. Solo nos tomamos nuestro tiempo, ya que no hay ascensor hasta que lo arreglen. 

             —Puedo ayudarla con su caja o con las mochilas de sus hijos —ofreció nuevamente. 

             El rostro de la mujer pareció suavizarse. —Yo estoy bien... Pero puedes llevar las mochilas, si deseas. —priorizó a sus hijos. 

             Milo asintió. 

             —Muchas gracias, señor —dijeron los niños al mismo tiempo mientras se quitaban las mochilas. 

             Él las tomó sin problema, y continuaron bajando juntos. 

[•••]

             El hermano mayor seguía ayudando al pequeño a bajar, lo que se le hizo tierno. El niño confiaba en su hermano, sosteniendo su mano para descender mientras hacía su mejor esfuerzo a pesar del cojeo. 

             Ya en el primer piso, los acompañó hasta afuera, pues sus caminos coincidían hasta el garaje del edificio. 

             Fue entonces cuando, por casualidad, vio a Aurora a lo lejos, tirando su basura en los contenedores cercanos. 

             Sus miradas se encontraron, y ambos se sonrieron. La familia no la notó, por estar concentrada en llegar a su destino, así que el saludo quedó entre los dos jóvenes. 

             Milo sintió que la sonrisa de Aurora era diferente, porque se quedó viendo la escena con una mirada tierna y una expresión de aprobación. 

             Sin darse cuenta, él se sonrojó. Una sensación reconfortante llenó su pecho mientras seguía ayudando a la familia. 

             Nunca le habían sonreído tan bonito. 

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