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O2O.

❝ 𝙋𝙞𝙣𝙘𝙚𝙡𝙖𝙙𝙖𝙨 𝙙𝙚 𝙪𝙣
𝙉𝙪𝙚𝙫𝙤 𝘿𝙚𝙨𝙩𝙞𝙣𝙤 ❞

               Milo salió con una sensación de libertad que no recordaba haber sentido hace tiempo. 

               Sintió la mirada confundida de Evie en la recepción, como si ella esperara verlo devastado. Pero no fue así. 

[•••] 

               En su oficina, Milo guardó en una caja sus pertenencias, como lapiceros, libretas y una pequeña maceta con un cactus que tenía ahí. 

               Sabía que su padre ya le daría alcance sobre lo que debía firmar para formalizar la renuncia, por lo que ahora solo quedaba irse, por fin. 

[•••] 

               Cuando llegó a la puerta del ascensor y estaba a punto de apretar el botón para que se abriera, sintió una mano en su brazo, por lo que giró para ver de quién se trataba. 

               Era Evie, con la misma mirada confundida con la que lo vio salir del despacho de su padre. 

               —¿Qué pasó? —preguntó, aturdida. 

               —Me voy de aquí, Evie —contestó Milo con tranquilidad. 

               —¿Tu papá te despidió? —La secretaria pareció preocupada. 

               —Sí, bueno… no sé, algo así —explicó—. Yo renuncié, pero técnicamente también le pedí que me despidiera... De todas formas, al final es lo mismo —respondió con ligereza, acomodando mejor la caja en sus brazos—. Ya no trabajaré aquí. 

               —¡¿Qué?! ¿Y cómo diablos estás tan tranquilo? —Evie pareció algo alterada—. ¿Estás bien? ¿Tu padre no te quiere matar? ¿Qué sucede? —preguntó aún aturdida. 

               Milo rió. —Sí, estoy bien, Evie —aseguró—. Resulta que no me fue tan mal, y estoy tranquilo porque por fin estoy en mi camino… No te preocupes por mí —habló amablemente. 

               Milo apretó el botón del ascensor, y cuando la puerta se abrió, se despidió de la confundida secretaria con un gesto cortés de la cabeza y se fue. 

[•••] 

               Mientras conducía a casa, no podía esperar para contarle a Aurora lo que había pasado. 

               Pero después de pensarlo un poco, prefirió hacerlo en persona, por lo que decidió no molestarla con una llamada o un texto. 

               Le daba algo de ansiedad tener que presentarla a su abuelo pronto porque, conociendo al hombre, haría miles de preguntas y su mirada no sería la más amable, a pesar de que tampoco estuviera siendo hostil. 

               Aún no terminaba de procesar la conversación que tuvo con él. Por un momento se preguntó si no estaba en una especie de sueño profundo o si no se lo había imaginado todo. 

               Posiblemente la relación con su familia seguiría teniendo ciertas incomodidades, ciertas barreras, pero lo que había pasado era al menos el primer paso hacia algo más saludable. 

               No iba a desperdiciar su vida de nuevo, porque esta vez su vida sí tenía sentido. 

[•••] 

               En su departamento, se quitó el traje y se puso lo más cómodo que pudo encontrar, porque terminaría de dar los detalles finales a la pintura de Aurora en el lienzo. 

               Se la pasó ensimismado en eso un buen par de horas, usando el pincel más delgado que tenía, con una precisión impecable, para delinear cada cabello o cada pestaña. 

               Terminó el cuadro repasando el brillo de los ojos de la muchacha con más pintura blanca. Había retratado a la perfección las estrellas que iluminaban su mirada. 

               Sonrió ante su obra de arte y la dejó a un lado, esperando la noche, cuando vería a la muchacha, podría regalarle el cuadro y hablar con ella. 

               Quiso escribirle, pero lo resistió. Ya eran horas de la tarde y Aurora estaba trabajando; además, ninguna interacción virtual se comparaba con lo que se sentía tenerla al frente, ni con la emoción de contarle las noticias de aquel día. 

[•••] 

               Para no perder tiempo, Milo estuvo en su laptop averiguando todo sobre academias de arte en Los Ángeles, los requisitos de ingreso, los precios y los beneficios de cada lugar. 

               Como era de esperar, las clases empezaban en septiembre, pero los documentos y procesos de admisión se tramitaban y solicitaban desde julio. 

               Los requisitos variaban de academia en academia, pero la mayoría requería un examen escrito y uno práctico. 

               Aún estaban en marzo, por lo que tenía tiempo suficiente para decidir su mejor opción y hacer un plan para manejar sus gastos. Porque, sea como sea, poner en acción sus planes significaba tener cinco años de estudio más. 

               Podía encontrar un trabajo parcial algo que definitivamente no estuviera nada relacionado con la abogacía, pero que le diera lo suficiente para poder sustentarse y pagar las mensualidades de la academia a la que decidiera entrar. No tenía que ser algo magnífico, solo algo que le diera paz. 

               Había mucho que hacer, mucho en lo que pensar y mucho que planear con cuidado. Más ahora que todo había cambiado, que volvería a iniciar de nuevo, esta vez siguiendo sus sueños.

               Pero no estaba asustado, preocupado o abrumado. Tenía tiempo, tenía fe y se sentía valiente. 

               Afrontaría las dificultades que implicaba su nuevo camino con la gracia y la fuerza que aprendió de alguien muy especial. 

               Y estaría bien, a pesar de las adversidades que siempre manifestaba la vida, porque no estaba solo. 

[•••] 

               Pasada media hora después de las nueve de la noche, no sintió a Aurora llegar aún, por lo que se preocupó y la llamó. 

               Cuando la muchacha contestó, le dijo que no se preocupara, que solo había estado comprando un par de cosas. 

               Eso lo tranquilizó, y se ofreció a recogerla de donde estuviera, pero Aurora se negó amablemente, diciendo que ya estaba en camino. 

               Milo accedió, pero, incapaz de esperar dentro de su departamento, la esperó parado en el pasillo. 

[•••] 

               A las diez de la noche, el ascensor se abrió, mostrando la figura de Aurora con una gran bolsa pesada que arrastraba por el suelo. 

               Milo se apresuró a ayudarla, llevando la bolsa hasta la mitad del pasillo junto a ella. 

               —¿Compraste piedras o qué? —bromeó mientras se detenían en la puerta del departamento del muchacho. 

               Ambos se enderezaron, dejando la bolsa en el suelo, mientras compartían un suspiro cansado. 

[•••] 

               —¿Me estabas esperando en el pasillo? —preguntó Aurora con algo de comicidad. 

               —Sí... ¿Está mal? —preguntó Milo, algo nervioso. 

               Aurora negó con una sonrisa preciosa. —No, pero te veías como un perrito esperando a su dueño —bromeó. 

               Milo fingió ofenderse y le dio un leve toque con el dedo en uno de los costados, acción que la hizo reír por las cosquillas que le causó. 

               —¿Así me tratas cuando todavía te ayudo con tu bolsa de ladrillos? —bromeó Milo de vuelta. 

               Aurora volvió a reír y se agachó hasta la bolsa. Buscó algo dentro de la misma, que parecía contener muchas cosas. 

               —No son ladrillos —aseguró con humor—. Mira —dijo emocionada, sacando uno de sus contenidos: una caja pequeña bien adornada por fuera. La abrió y le mostró el contenido a Milo. 

               Eran un montón de plumones. 

               —Son plumones de acrílico... Te los compré —dijo con ternura, tendiéndole la caja. 

               Milo tomó la caja con ambas manos, como si fuera algo frágil. La conversación tomó un giro inesperado para él. 

               Aurora, que parecía entre emocionada y nerviosa, tomó aire para seguir hablando. 

               —Y... —se agachó de nuevo hasta la bolsa— también te traje muchas cosas —anunció, arrastrándola un poco más cerca de Milo, hasta sus pies—. Te compré más acuarelas de todos los colores, más acrílicos de diferentes texturas, una paleta más grande, más pinceles, espátulas de pintura... —fue señalando dentro de la bolsa con cuidado—. Dos mandiles, porque vi que no tenías ninguno para poder pintar, así que mientras lavas uno, podrás usar el otro —explicó con cariño—. Ah, y también te conseguí pinturas de óleo. Seguro tú ya sabes que esas secan en tres días, pero yo me enteré hoy cuando el amable señor me las vendió... Te iba a traer más cartulinas y lienzos, pero la bolsa ya pesaba mucho para mí, y no pude hacerlo ... —habló seguido, entre nerviosa y ansiosa, jugando con sus manos. 

               Incluso su tono pareció de disculpa cuando mencionó los lienzos, como si todo lo que había traído no fuese suficiente. 

               Milo siguió sosteniendo los plumones entre sus manos, leyendo cada etiqueta como si fueran sagradas. Sus dedos temblaban apenas perceptiblemente. Miró dentro de la bolsa como para confirmar que no estaba alucinando. Vio los pinceles, las pinturas, los mandiles… Todo. 

               El aire se sintió denso en su pecho. 

               Parpadeó varias veces, sin procesar del todo lo que estaba viendo. 

               Aurora, que lo observaba con expectación, inclinó la cabeza con una leve sonrisa. 

               —¿Te gusta? —preguntó con dulzura y los ojos brillantes, juntando sus manos con emoción, casi como si estuviera rezando. 

               Él levantó la mirada hacia ella, con los labios entreabiertos, pero sin encontrar palabras. 

               Soltó una risa temblorosa, pero la emoción se le atoró en la garganta. Sus ojos comenzaron a arder y la nariz le empezó a escocer. 

               —Ay, Aurora... —susurró, dejando la caja de plumones con cuidado en la bolsa nuevamente, solo para apretarla en un abrazo fuerte por la cintura, elevándola del suelo. 

               Hundió el rostro en el hombro de la muchacha, aferrándose a ella con todo el cariño y emoción que su cuerpo podía transmitir. 

               Aurora lo abrazó de vuelta por el cuello con un cariño y ternura que solo podía hacerlo enamorarse más de ella. 

               Milo la sostuvo en sus brazos con emoción, sin estar dispuesto a bajarla pronto. 

               —¿Por qué te gusta hacerme llorar? —susurró bromista en su hombro con la voz temblorosa. 

               Aurora rió un poco y acarició su cabello con cuidado.  —Solo hice algo que pensé que podía gustarte... 

              El pelinegro sintió un par de lágrimas recorrer su rostro y humedecer el hombro de Aurora, pero sonrió, estrujándola un poco más. 

               —Gracias, en verdad —susurró, sincero y lleno de sentimiento. 

               Tomó suficiente voluntad para bajarla y soltarla, porque si no, permanecería abrazándola hasta quitarle el aire. 

               Aun así, sostuvo sus manos entre las suyas, acariciando los nudillos de la muchacha con sus pulgares. 

               —Ojalá pudiera poner en palabras cuánto siento ahora mismo —suspiró—. No sabes cuánto significan para mí las cosas que haces por mí. 

               —No es nada, en verdad —Aurora aseguró con ternura—. Me gusta verte feliz. 

               Milo se sonrojó, sintiendo cómo el calor se iba hasta sus orejas. 

[•••] 

               Con paciencia, arrastraron la bolsa dentro del departamento de Milo. 

               El pelinegro parecía un niño que abría sus regalos en Navidad. Cada caja de pinturas o estuche de pinceles lo hacía dar pequeños saltos de alegría. 

               Acomodó todo en su estudio improvisado en la sala, notando que iba a necesitar una especie de mueble organizador debido a la cantidad de material que tenía ahora. 

               Le mostró a Aurora el cuadro del día anterior completamente terminado. La castaña estaba maravillada y también se sonrojó hasta las orejas al verse de una forma tan bella en una pintura. 

               Milo le regaló el lienzo, y a pesar de que Aurora modestamente le dijo que no en un inicio, él insistió. Quería que ella se quedara con ese cuadro, porque era algo especial. 

[•••] 

               —Cuando alguna persona entre a mi apartamento y vea una pintura mía colgada en la pared, pensará que soy una vanidosa —bromeó Aurora con el cuadro entre manos. 

               Milo rió. —Pues solo respondes que tu novio te pintó, y verás cómo se mueren de envidia —respondió con ligereza. 

               Aurora volvió a enrojecer y desvió la mirada. —¿Mi novio? 

               Milo se puso crecientemente nervioso, notando el peso de sus palabras. 

               —Sí... Digo, si quieres. Es decir, como quieras llamarme, o definir... esto. —trastabilló señalando torpemente a ambos. —. Vecinos que se besan ...No sé —habló nervioso.

               La castaña rió —Creo que "novio" me gusta.

               —¿Sí? —Milo levantó la mirada, ilusionado. 

               Aurora asintió con una sonrisa hermosa. 

               Milo sintió que podía saltar de la felicidad. —¡Genial! ... Entonces... —Se aclaró la garganta para sonar más casual. —. Gracias —susurró. 

               La castaña rió un poco más, dejó el lienzo a un costado un momento y se acercó cautelosamente al muchacho.

               —¿Puedo...? —preguntó en un tono nervioso, mientras su mano se levantaba lentamente al rostro de Milo. 

               —¿Besarme? —respondió el muchacho, deduciendo la pregunta de la castaña, mientras contenía el aire, para luego reir. —. No tienes que pedirme permiso para eso, amor —contestó, honesto y divertido. 

               Dejó que esta vez ella tomara la iniciativa, solo agachándose a su altura y esperando el ansiado contacto. 

               Aurora pareció tomar un respiro y, con un poco más de valentía, tomó su rostro y juntó sus labios en un beso lleno de un cariño que lo hizo suspirar, totalmente cautivo. 

[•••] 

               Después, mientras Milo le contaba las importantes noticias sobre su día, totalmente emocionado, tuvo la gran idea de probar sus acuarelas nuevas en el rostro de Aurora, dibujando corazoncitos de diferentes colores con un pincel mediano. 

               Nunca había estado tan feliz. 

               Y cuando reveló los resultados de la conversación con su padre, sintió que nadie había estado tan feliz por él como ella. 

               La muchacha se sacudió ligeramente con alegría, tratando de no moverse en exceso ni tocarse el rostro, ya que Milo estaba dibujando en él. 

               Milo le contó todo lo que había hecho en la tarde desde que salió del despacho de su abuelo. Le habló sobre las academias que había investigado, sobre cómo se tomaría su tiempo para elegir la mejor opción, sobre algunas preocupaciones económicas que tenía debido al cambio en su vida, y cómo a pesar de ese último punto,  estaba completamente motivado. 

               Se sentía orgulloso, en paz. Porque todo tenía sentido con ella. 

               Milo sabía que la palabra "noviazgo" estaba destinada a una relación con posibles fines llenos de compromiso serio, y no le molestaba haber definido su relación como tal. Quería algo formal con Aurora, algo que pudiera apuntar a un futuro juntos.  

               Aunque, honestamente, no podía predecir el futuro ni si efectivamente se casaría con ella o si les esperaba una relación larga, estaba completamente seguro de que pondría cada fibra de su ser para que así fuera... Ella era el tesoro que no estaba dispuesto a perder. 

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