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O22.

❝ 𝙏𝙧𝙖𝙯𝙤𝙨
𝙙𝙚 𝘼𝙢𝙤𝙧 ❞

              Aurora se puso nerviosa con las palabras; aquel apodo parecía aún algo a lo que debía acostumbrarse. Milo era su primera pareja, después de todo.

              Pero estaba bien, tenían todo el tiempo del mundo para que Aurora se sintiera cada vez más cómoda y para conocerse como pareja. 

[•••] 

              Para la semana siguiente, Aurora ya había hecho la recomendación a su jefa sobre Milo como posible candidato a recepcionista. 

              Y, para su buena suerte, la señora Elena había accedido a hacerle una entrevista al muchacho el miércoles a las dos de la tarde. 

              Además, Aurora le pasó el correo de la mujer, donde debía enviar sus datos: su nombre, dirección y número de teléfono, para que así tuvieran su contacto. 

              Cuando llegó el miércoles, Milo llegó totalmente puntual. Fue con ropa formal, un buen perfume y lo más organizado posible. 

              Era la primera vez que veía el centro de terapia física por dentro; se veía como un lugar adecuado y amplio, además de muy limpio. 

              Subió a la oficina de la mujer en el segundo piso. Traía un archivador entre las manos con documentos sobre su experiencia laboral y certificados de trabajo (requisitos que le habían pedido en otro correo). 

[•••] 

              Cuando conoció a la señora Elena, Milo quedó sorprendido. Era una mujer muy amable, posiblemente llegando a los sesenta años, bastante delgada y sin un brazo, ya que, según sus palabras, este había sido amputado después de un grave accidente cuando era niña. 

              Milo estuvo ligeramente nervioso a la hora de responder las preguntas de la mujer. No quería arruinar nada y dio lo mejor de sí. 

              Por otro lado, la jefa, mientras lo evaluaba y escuchaba, estuvo sumamente extrañada por las razones que tenía el muchacho para postular a un trabajo como ese. 

              ¿Qué hacía un abogado postulando para ser recepcionista? ¿Por qué un muchacho con un a antiguo trabajo tan beneficioso ahora estaba ahí? 

              Lejos de inventarse cualquier historia para responder, Milo decidió contarle la verdad: que había renunciado porque eso no era lo que quería, que en realidad quería ser artista y que necesitaría el trabajo para solventar los gastos que se le venían. 

              Trató de evitar detalles para no hablar de más, como usualmente terminaba haciendo, pero de todas formas habló desde la sinceridad de su corazón. 

              La amable mujer le dijo que su decisión había sido muy valiente. Empezar de nuevo desde abajo no era algo que cualquiera hiciera, pero, de todas formas, le informó que, por su experiencia y antiguo trabajo, parecía estar sobrecalificado para ser solo recepcionista. 

              Le informó, además, que la paga no era nada alta comparada con la de los fisioterapeutas que trabajaban ahí. Pero que, si aun a pesar de todo eso, Milo quería el puesto, lo iba a tener en consideración. 

              Con eso, finalizó la entrevista, comentando que, para cualquier noticia nueva, iban a llamarlo o contactarlo. 

              Milo le agradeció, sabiendo que eso de "darle una llamada" la mayoría de las veces significaba que no lo harían. 

              De todas formas, no se sintió derrotado ni nada por el estilo. Estaba muy agradecido con la oportunidad que le había facilitado Aurora y muy contento consigo mismo por haberlo intentado. 

[•••] 

              Varios días después, el sábado, Milo aún no había recibido ninguna llamada, pero no estaba preocupado. 

              Decidió buscar en línea más oportunidades de trabajo y encontró una opción para trabajar en un Starbucks cercano, pero lo malo era el horario, ya que ocupaba todo el día. 

              Otra cosa negativa era que, en los otros lugares donde enviaba su currículum vitae, le terminaban diciendo lo mismo que la señora Elena: que estaba sobrecalificado para el tipo de trabajo al que postulaba. 

              Eso le generó un poco de ansiedad, inevitablemente; no podía evitarlo. Pasar de ser un abogado en una notaría conocida a un empleo de un perfil más bajo era complicado. Las empresas no aceptaban gente sobrecalificada porque eso significaba pagarles más, y era precisamente lo que querían evitar. 

              Aun así, sus esperanzas no flaquearon. Sabía que podría conseguir lo que se propusiera. No sería fácil, pero tenía que seguir adelante, seguir buscando, seguir intentando. 

              Y, respecto a las academias de arte, había dos que llamaban especialmente su atención. Una era Otis College of Art and Design, y la otra, California Institute of the Arts. 

              Pero, felizmente, aún tenía varios meses para decidir, por lo que podía seguir averiguando todos los beneficios que cada lugar tenía para ofrecer.

[•••]

              El domingo de la semana siguiente lo pasaron casi por completo juntos. 

              Ninguno tenía ganas de salir, así que decidieron quedarse en el departamento de Milo, cocinar algo o simplemente hacer cualquier cosa. 

              Antes de preparar el desayuno, Milo avisó que iría a ducharse, dejando a Aurora la opción de esperarlo o ir adelantando algo si ya tenía hambre. 

              Dicho esto, se dirigió al baño y disfrutó del agua caliente, sintiendo cómo relajaba sus músculos. 

[•••] 

              Al salir, planeaba ir directamente a su habitación para vestirse. 

              Pero una idea maliciosa cruzó por su mente. Se rió para sí mismo mientras caminaba hacia la cocina. 

              Se aseguró bien la toalla alrededor de la cintura y, al llegar, vio que Aurora estaba concentrada en lo que preparaba, aún sin mirarlo. 

              El vapor de la ducha aún lo envolvía, su cabello goteaba ligeramente y su piel despedía un leve aroma a jabón. 

              —Estoy haciendo tostadas con huevos revueltos —comentó ella suavemente al notar su presencia, pero sin apartar la vista de la comida—. También dejé algo de café… —señaló con tranquilidad la cafetera, sin imaginar el estado en el que él se encontraba. 

              Milo avanzó unos pasos hasta quedar más cerca, reprimiendo una risa. 

              —¿Te ayudo? —preguntó, apoyándose en la encimera. 

              Aurora iba a responder con naturalidad, hasta que lo vio. 

              No se asustó, pero sí estuvo lo suficientemente sorprendida como para cubrirse los ojos con vergüenza. 

              —¡Milo! —lo regañó, su rostro encendiéndose bajo sus manos. 

              —¿Qué? —preguntó él con fingida inocencia. 

              —No puedes andar así… —susurró nerviosa. 

              —¿Por qué no? Es mi apartamento, puedo andar como quiera —bromeó, dando otro paso más hacia ella—. Además, estoy cubierto… al menos parcialmente. 

              Aurora no se movió, con los dedos aún cubriendo su rostro y los hombros rígidos. Milo notó el conflicto en ella: la parte que intentaba mantener la compostura y la otra, la que él intuía que sentía tan intensamente como él.   

              —Aurora… —bajó el tono de su voz, grave, casi un susurro. 

              Ella no respondió, solo tensó los hombros. 

              Milo se inclinó levemente, dejando que su aliento rozara su mejilla. 

              —¿Por qué sigues tapándote los ojos? —preguntó con una sonrisa traviesa. 

              Aurora apretó los labios. 

              —Porque… —Su tono sonó inseguro—. Porque me pones muy nerviosa ¿Sí? Y no sé por qué te divierte tanto. —confesó en un murmullo avergonzado. 

              Milo rió suavemente. Con movimientos lentos y medidos, rozó la parte externa de sus muñecas con la punta de los dedos y, con un agarre delicado, bajó lentamente sus brazos hasta que sus miradas se encontraron. 

              —Sí, me divierte… —admitió, sin dejar de sostener sus muñecas, evitando que volviera a ocultarse—. Pero no porque quiera burlarme de ti. —Su voz se tornó más grave mientras se inclinaba un poco más, dejando que las gotas que caían de su cabello se deslizaran por el rostro de Aurora—. Me gusta verte nerviosa. Me gusta ser yo quien lo provoque. 

              La mirada de Aurora brillaba con algo que la hacía respirar entrecortadamente. 

              Con movimientos lentos, Milo deslizó sus manos por sus antebrazos, acariciando su piel con la yema de los dedos. Luego subió hasta sus hombros y bajó por sus costados, marcando el recorrido con la misma calma. Quería que lo sintiera, que supiera que estaba ahí, que no tenía que huir de lo que fuera que ardía en su interior, porque él se sentía exactamente igual.

              Pasó una mano por su espalda, dibujando el contorno de su columna hasta llegar a su cintura, atrayéndola hacia él lentamente. Su pecho húmedo se pegó al de ella. 

              —Sabes que puedes detenerme cuando quieras… —susurró. 

              Con una paciencia cruel, sostuvo su rostro con una mano mientras la otra se mantenía en su cintura. Luego, rozó la curva de su mandíbula con los labios. 

              El aliento de Milo ardía contra su piel mientras dejaba un rastro de besos húmedos y mordiscos suaves en su cuello, haciéndola estremecer. 

              Aurora cerró los ojos con fuerza y tragó en seco. Sus manos temblorosas se apoyaron en su pecho, pero no con la intención de apartarlo, sino como si intentara contener el último hilo de control que le quedaba. 

              —Milo… —murmuró, más bajo esta vez. 

              Su voz temblorosa fue suficiente para encenderlo aún más. 

              —Dímelo… —susurró contra su piel—. Dime que me detenga y lo haré… 

              Milo no se movió de inmediato. La miró, dándole tiempo, esperando que se alejara si así lo quería. 

              Pero Aurora no dijo nada. 

              Porque, en lugar de apartarse, sus dedos se aferraron a sus hombros con una desesperación que le quemó la piel. 

              Milo sonrió contra su cuello antes de rozar sus labios con los suyos, provocándola sin llegar a besarla del todo. Una tortura deliberada, una forma de darle la oportunidad de decidir, aunque cada fibra de su cuerpo gritara por más. 

              —Aurora… —susurró su nombre con anhelo. 

              Ella tragó con dificultad. Sus ojos brillaban con algo nuevo. Sus mejillas estaban encendidas y sus labios entreabiertos parecían a punto de decir algo… 

              Pero en lugar de palabras, fue su acción lo que respondió. 

              Con un suspiro tembloroso, se inclinó hacia él y rozó su boca con la suya en un beso tímido e inseguro. 

              Milo se quedó quieto un instante, dejándola explorar a su ritmo. Pero cuando sus labios se movieron con más confianza, cuando su respiración se mezcló con la suya y sus manos temblorosas subieron hasta enredarse en su cabello húmedo, él dejó de contenerse. 

              Con un gemido bajo, la atrajo más contra su cuerpo, inclinando la cabeza para profundizar el beso. Fue lento, pero intenso. Saboreó cada parte de ella, deslizando una mano por debajo de su camiseta, sintiendo la suavidad de su piel en caricias desesperadas. 

              Aurora jadeó contra su boca, su pecho rozando el de él con cada respiración entrecortada. Su inexperiencia se mezclaba con su deseo, creando una combinación que lo hacía perder la cabeza mientras no deseaba dejar de besarla de esa manera.

             Delineó su labio inferior con su lengua, antes de que Aurora le de completo acceso a su boca. Señal que él no pasó por desapercibida, entrelazando sus lenguas en un beso aún más rápido y apasionado.

[•••]

              La levantó en brazos con facilidad y la sentó sobre la encimera de la cocina. Sus besos recorrieron su rostro con una mezcla de ternura y pasión antes de descender por su cuello en un camino húmedo y sensual.

              Sus manos la acariciaban sin prisa, sin restricciones, y con poca vergüenza.

              Los dedos de Aurora se aferraban con una mezcla de desesperación y ansiedad a su espalda, a sus hombros y a su cabello, como si necesitara sostenerse de algo, como si fuera a desvanecerse si lo soltaba. 

              Milo solo estaba perdiendo el control poco a poco, con cada roce de sus dedos en su cuerpo y con cada suspiro que lograba arrancarle al besar y mordisquear la dulce piel de su mandíbula, cuello y hombros con un anhelo incontrolable. 

[•••] 

              De repente, el sartén prendiéndose en alarmantes llamas fue lo único que los separó por el tremendo susto que les sacó. 

              Ambos habían olvidado por completo los huevos revueltos que Aurora estaba preparando. 

              En necesidad de atender aquella emergencia, Milo corrió asustado por el extinguidor en su apartamento, sosteniendo la toalla en su cintura para que no se le cayera. 

              Pero cuando regresó, Aurora ya había apagado el fuego colocando un trapo húmedo encima del sartén, al que vigilaba asustada por si el pequeño incendio volvía, a pesar de su rápida acción. 

              Luego, ambos compartieron una mirada desconcertada, quedándose así unos largos segundos, solo para empezar a reírse con ganas después. 

[•••] 

              Tuvieron que echar el sartén carbonizado a la basura. Milo se encargó de limpiar la cocina después de guardar el extinguidor y ponerse ropa. El humo era dañino para la condición de Aurora, así que era mejor que él se encargara del desastre, mientras ella esperaba en otra parte del departamento.

[•••] 

              El desayuno quedó arruinado, por lo que ahora no tenían más que café y tostadas. 

              Se sentaron en el comedor, aún riéndose de lo que había pasado mientras comían con paciencia. 

              —Me debes un sartén. —Milo bromeó. 

              —¿Por qué? Si el que empezó fuiste tú. —Aurora se defendió en un tono suave, a pesar de un sonrojo que no había desaparecido de su rostro—. Yo estaba haciendo el desayuno tranquila hasta que viniste a tentarme... 

              —Pues no recuerdo que te hayas quejado. —El pelinegro respondió hábilmente, con una risa juguetona. 

              Aurora enrojeció aún más de vergüenza, haciéndolo reír un poco más.             

[•••] 

              Después, Milo se dedicó a mirarla con una sonrisa llena de ternura por unos minutos. 

              —¿Te arrepientes... de lo que pasó hace un rato? —preguntó en un tono más suave. 

              La castaña negó  fervientemente y luchó un poco para encontrar su voz. 

              —No, para nada, es solo que... fue un poco intenso para mí. —Confesó, mirando sus tostadas—. En un buen sentido, quiero decir. —Aclaró con vergüenza. 

              —Me alegra. —El muchacho contestó mucho más tranquilo—. A mí me gustó... demasiado. —Confesó con nerviosismo—. Pero tenemos tiempo, ¿sabes? Para todo. Y... si en algún momento llegamos a... bueno, ya sabes... quiero que tú lo desees tanto como yo. —Habló con sinceridad. 

              Aurora asintió con dulzura y tomó su mano por encima de la mesa con cariño. —Gracias...Y no te preocupes. Estoy segura, que lo que tenga que pasar pasará, y que si es contigo, será especial. —Comentó mientras se volvía a sonrojar.

            Milo sonrió enternecido y completamente enamorado.

            Correspondió a su tacto, entrelazando sus dedos, dispuesto a decir más si no fuera porque su teléfono sonó con una llamada. 

[•••] 

              Era un número desconocido, pero decidió contestar ante la posibilidad de que fuera alguno de los trabajos a los que postuló. 

              De todas formas, no soltó la mano de la castaña al contestar. 

              —¿Sí? Buenos días. —Dijo el muchacho a través de la línea. 

              —Buenos días. ¿Me comunico con el señor Milo Manheim? —Una voz masculina respondió. 

              —Sí, sí, él mismo. —Respondió el pelinegro tranquilo. 

              —Qué gusto. Le habla Ralph Wilson, encargado del departamento de recursos humanos del Centro de Terapia Física TFH. —Contestó el hombre. 

              Milo apretó la mano de Aurora instintivamente y puso la llamada en altavoz de inmediato. 

              —Por supuesto. —Milo respondió, respirando ansioso—. Dígame, ¿en qué lo puedo ayudar? —Añadió amable. 

              Ambos se inclinaron hacia el teléfono para escuchar mejor. La muchacha pasó a usar sus dos manos para sostener tiernamente la del muchacho, con una expresión esperanzada.

             El solo agarre tan dulce de Aurora era suficiente para llenarlo del mismo sentimiento. Ella volvía todo mejor.

[•••] 

              Se escuchó al señor Ralph teclear algo en la computadora antes de hablar con amabilidad. 

              —Bueno, le llamo para informarle que su solicitud para el puesto de recepcionista ha sido aceptada... 

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