
O18.
❛❛ 𝙈𝙪𝙨𝙖 𝙮
𝘼𝙧𝙩𝙞𝙨𝙩𝙖 ❜❜
El beso se rompió con suavidad, pero el eco del mismo aún se sentía en el aire, dejando un cosquilleo en los labios que no terminaba de desaparecer.
Aurora mantuvo los ojos cerrados un instante más, como si intentara prolongar la sensación. Milo no se movió, ni se apartó, ni habló; simplemente la observó, aún sosteniéndola entre sus brazos, rodeando su cintura con el miedo irracional de que, si la soltaba, Aurora desaparecería.
Milo no quería decir nada aún, como si temiera romper la magia del momento. Su nariz aún acariciaba, a propósito, la de la castaña con una ternura que solo hacía aquella caricia más íntima.
[•••]
—¿Qué se supone que hace la gente después de besarse? —preguntó la muchacha de repente en un susurro, sin alejarse ni un poco, como si cada toque del muchacho solo la derritiera un poco más.
Milo rió suavemente, pero había ternura en el sonido, no burla.
—Depende —susurró, dejando un beso en su nariz mientras seguía completamente abrazado a ella—. Podemos hacer lo que quieras —susurró en su oído—. Quedarnos aquí, hablar, comer el desayuno que te hice... lo que sea. —Habló con una sonrisa llena de adoración.
Aurora abrió los ojos despacio, parpadeando como si volviera a la realidad. Sus mejillas seguían encendidas, pero no se apartó. No se escondió.
En lugar de eso, se atrevió a sonreír y a asentir con un poco más de seguridad.
[•••]
Milo, bastante contento, tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella para regresar al comedor. Allí los esperaba la fruta y el yogur que Milo había preparado.
El calor de sus manos unidas lo hizo sentir pleno, como si solo eso fuera suficiente para que todo fuera como lo soñó.
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Se sentaron lado a lado, con las sillas casi pegadas entre sí porque Milo las acercó.
Aurora le preguntó si él no desayunaría también. Milo dijo que no había problema, que él podía comer después, pero Aurora insistió en que al menos compartieran la fruta.
Incapaz de decirle que no, Milo aceptó.
De todas formas, se aseguró de que ella comiera la mayoría, probando él solo unas cuantas fresas y pedazos de manzana.
La miró atentamente mientras ella comía, y cuando la vio beber un poco del yogur, notó que se había manchado ligeramente el labio superior con el mismo.
Algo en él quiso avisarle y darle una servilleta, pero pensó en algo mejor.
Tomó su mentón para hacerla encararlo unos segundos y, aprovechando la oportunidad, la besó de nuevo.
Fue mucho más corto, pero le causó la misma fascinación que antes. Gracias al contacto, pudo limpiar los residuos de yogur en los labios de Aurora.
La muchacha quedó sorprendida, en el buen sentido, lo que le causó diversión.
Se separó sonriendo.
—Te habías manchado —dijo como si nada, relamiéndose los labios por el sabor de la espesa bebida.
El silencio que siguió no duró casi nada, porque los dos empezaron a reír con ternura.
[•••]
Después, Aurora bajó la mirada al recipiente, intentando recuperar la compostura, aunque el calor en su rostro delataba lo contrario.
Milo, en cambio, la observaba con una sonrisa satisfecha, apoyando el codo en la mesa y el mentón en su mano, como si tuviera todo el tiempo del mundo solo para mirarla.
—Te puedo dibujar de memoria... ¿sabes? —comentó suavemente.
—Me di cuenta —respondió Aurora en voz baja, con un claro pero sutil humor en su voz.
Milo rió, aprovechando para ordenar el flequillo de Aurora con un toque gentil.
—Creo que ya puedo intentar pintarte en un lienzo —volvió a comentar.
—¿Ahora mismo? —preguntó Aurora, algo confundida.
Milo siguió sonriendo de manera boba.
—Puede ser... si eso significa que te quedarás más horas conmigo. Solo que, como es posible que me demore, tendrás que besarme mucho para que no me canse...
Aurora rió dulcemente mientras enrojecía de nuevo.
—Sí. —Suspiró. — Creo que... esa es una buena idea —susurró, lo suficientemente valiente para mirarlo a los ojos.
Nuevamente, los dos se rieron al mismo tiempo con la misma ternura y nerviosismo.
[•••]
Milo esperó a que Aurora terminara de desayunar, sin poder evitar acariciar su rostro de tanto en tanto, de manera deliberada.
Después llevó el vaso y el recipiente a la cocina para lavarlos después.
Volvió a tomar la mano de Aurora, esta vez dirigiéndose a la sala.
El pelinegro volvió a acomodar el sillón de una forma en que le llegara la luz, de modo que, cuando Aurora se sentara, pudiera pintarla a detalle.
Y aunque en realidad podría pintarla sin verla, la luz de la sala la iluminaba de una forma preciosa que no podía dejar de retratar.
Sacó sus pinturas acrílicas; esas se verían excelentes en el lienzo y secarían rápido.
Acomodó su caballete frente a Aurora y trajo sus pinturas a su costado. Usaría uno de los lienzos medianos, por lo que esperaba hacerlo bien.
[•••]
—¿Debería posar o algo así? —preguntó Aurora, nerviosa.
—Si quieres, pero procura que sea lo más cómodo posible para ti —Milo se encogió de hombros con naturalidad mientras tomaba su paleta de pintura—. Puedes ponerte como en Titanic ... —sugirió.
Los ojos de Aurora se abrieron de manera exagerada mientras su rostro se llenaba de sorpresa y vergüenza, quedando aún más delatada por el color carmesí que empezaba a subir por su rostro por milésima vez en el día.
Milo se empezó a carcajear.
—Lo digo en el sentido de que puedes echarte si quieres —se explicó—... Mal pensada. —Se burló.
Un cojín voló hacia su cabeza, uno que no pudo esquivar debido a que aún se estaba riendo.
Pero eso solo le dio más risa, y a pesar de que Aurora trataba de seguir fingiendo su molestia, se notaba que quería reír también.
—Eres un tonto —murmuró la muchacha con comicidad, desviando la mirada.
Milo aprovechó para recoger el cojín del suelo, tirándolo con precisión hacia el rostro de la muchacha, devolviéndole el favor. —Insolente —bromeó.
La risa de Aurora salió, escondiendo el cojín detrás de ella en señal de tregua.
[•••]
Cuando aquel momento divertido se fue disipando a uno más tranquilo, la castaña se sentó mejor, de una manera más cómoda para ella, y aunque al inicio seguía dudando de cómo hacerlo, al final encontró una pose que la convenció.
Se recargó ligeramente en el respaldo del sillón, se acomodó el flequillo y el resto del cabello, cruzó las piernas y descansó las manos sobre las rodillas.
Milo ya tenía todo listo, por lo que sacó, al final, todos sus pinceles.
—Si necesitas algún descanso, solo avísame. Es imposible quedarse quieto por horas —añadió el pelinegro con dulzura.
Aurora asintió con timidez.
[•••]
Milo comenzó a pintar con una concentración casi reverencial, como si cada trazo en el lienzo fuera más que solo pintura: era la manera en que sus manos traducían lo que su corazón sentía.
De vez en cuando, alzaba la vista para mirarla, estudiando los detalles de su rostro con un esmero casi obsesivo. No era solo su expresión lo que quería capturar, sino algo más difícil: la forma en que ella lo hacía sentir.
Cada vez que la miraba, Aurora desviaba la vista, abrumada por la intensidad en sus ojos.
Pero Milo no podía evitarlo. Aurora era su inspiración, su musa, un concepto en el arte en el que no solía creer, hasta que se fijó en ella.
Sostenía un pincel delgado en la boca, mientras que el más grueso lo usaba primero para las formas iniciales.
Su respiración era pausada, su pecho subía y bajaba con cada trazo preciso del pincel, y sus dedos se movían con la certeza de quien ya conoce la imagen antes de plasmarla.
[•••]
Posiblemente pasó una hora. Milo se detuvo un instante, dejando el pincel suspendido en el aire, y la miró de nuevo.
—¿Todo bien? —preguntó, por si Aurora necesitaba algo o estirarse un momento.
Pero la chica solo asintió tranquila.
—¿Segura? —Milo preguntó de nuevo.
Aurora volvió a asentir. —Estoy cómoda, en serio —aseguró dulcemente.
—Bueno... Pues yo sí me he cansado un poco —comentó con diversión, señalando sus labios con toquecitos.
La castaña volvió a avergonzarse de manera encantadora.
—¿No se supone que no debo moverme? —preguntó con algo de humor, como si estuviera tentándolo solo un poco.
El muchacho sintió un escalofrío en la espalda. —Bien, voy yo entonces —rió, dejando su paleta y pinceles a un lado unos segundos.
Se acercó al sillón más rápido de lo que su cerebro procesó.
Sus manos estaban llenas de pintura, por lo que no tocó a Aurora, solo se inclinó lo suficiente para darle aquel beso mientras ella seguía sentada.
Sintió a la muchacha sonreír dulcemente contra sus labios, y algo tan simple como eso solo lo derritió más.
[•••]
Pasaron un par de horas más, en las que Milo siguió pintando. En cierto momento, Aurora descansó porque necesitaba ir al baño y porque su cuerpo iba a adormecerse al estar sentada tanto tiempo.
Cuando regresó, Milo la ayudó a acomodarse exactamente como estaba antes.
Y después con un par de pinceladas más, pudo suspirar de satisfacción.
—Listo... Aún faltan los últimos detalles, pero los haré después. Ya te tuve sentada cuatro horas —anunció, poniéndose de pie y sacando el lienzo del caballete, girándolo para que Aurora pudiera apreciarlo.
La castaña pareció quedar sin respiración por varios segundos. Sus ojos parpadearon varias veces, como si intentara creer lo que estaba viendo.
—Milo... —fue lo único que alcanzó a susurrar.
—¿Te gusta? —preguntó el muchacho, casi en un tono infantil.
Aurora seguía enmudecida. Parecía bloqueada, pasmada, con los ojos fijos en el lienzo. Su respiración era pausada, como si no quisiera alterar el momento.
[•••]
Solo después de unos minutos pudo reaccionar.
—Es… hermoso —su voz salió en un susurro, casi temblorosa.
Milo sintió un ligero escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Sí? —preguntó con una leve sonrisa, aunque había algo genuinamente vulnerable en su tono.
Aurora asintió sin apartar la vista del cuadro. Sus ojos brillaban con una emoción que no trató de ocultar.
La muchacha se levantó del sillón, y Milo volvió a colocar el lienzo en el caballete porque pensó que Aurora quería verlo más de cerca.
Pero no fue así.
La chica se dirigió a él y se lanzó a sus brazos en un abrazo lleno de sentimiento.
Milo quedó aturdido, pero maravillado por la dulzura del contacto. Aurora se aferró a él por debajo de los brazos, con la cabeza en su pecho. Solo con eso hizo que Milo estuviera a un instante de derretirse aún más.
Pero él no la abrazó de vuelta, y no porque no lo deseara, sino porque tenía pintura en las manos y los brazos, y no quería estropear la ropa de la muchacha ni ensuciarla.
—Abrázame —susurró Aurora, apretándolo un poco más. Su voz sonaba conmovida, llena de un cariño capaz de hacerlo llorar.
Milo respiró temblorosamente. La sola palabra tenía estaba desarmándolo por completo.
—La pintura acrílica no sale de la ropa... Si lo hago, echarás a perder por completo lo que estás usando —explicó.
—No me importa —susurró Aurora de nuevo, con ese mismo sentimiento con el que pidió que la abrazara de vuelta.
Milo ya no pudo resistir más y la envolvió en sus brazos con fuerza. Cerró los ojos por un instante, hundiendo el rostro en el cabello de Aurora. Su fragancia era cálida, suave, con un leve toque a pintura y algo dulce que no pudo identificar del todo.
—Eres la persona más talentosa que conozco —susurró Aurora—. Poder verme a través de tus ojos en una pintura... es algo que nunca imaginé. Eres un artista en toda la extensión de la palabra —continuó—. Pensar que tal vez te cortaron las alas en algo que pudo hacerte muy feliz me entristece... —Aurora suspiró. Su tono era íntimo, mucho más sensible—. Eres mucho más de lo que crees, Milo. Eres más que tu pasado y más que tus errores... Eres muy valioso —habló, pero algo en su tono denotó un sentimiento tan profundo que lo dejó completamente conmovido.
Milo, inconscientemente, la apretó más hacia él. Le picó la nariz y su respiración se hizo más irregular.
No esperaba palabras así. No esperaba que alguien le hablara con tanto cariño. Aurora había hablado con el corazón totalmente expuesto, y eso lo había dejado completamente desmoronado.
Empezó a llorar sin darse cuenta, embargado por una cantidad de emociones que no podía contener.
La vergüenza que siempre le causaba llorar lo invadió, por lo que se separó ligeramente de Aurora con la cabeza gacha.
—Perdón —declaró temblorosamente, a punto de frotarse los ojos, por si eso detenía sus lágrimas.
Pero Aurora detuvo las manos de Milo antes de que lo hiciera.
—Tus manos siguen con pintura... Se te meterá en los ojos —respondió dulcemente.
Con eso, fue Aurora quien le limpió las lágrimas, acunando su rostro. Pero eso, inevitablemente, puso a Milo aún más sensible.
La timidez de Aurora no había desaparecido. El encanto que había en su sencillez y nerviosismo constante solo hacía el momento más emotivo.
—Te veo, Milo, y estoy agradecida de que todo mi concepto de ti haya cambiado —dijo mientras sus delicados pulgares limpiaban el rostro de Milo con un cuidado hermoso—. Ahora sé que estás volviendo a lo que siempre fuiste... y que solo te perdiste un momento.
El labio inferior de Milo tembló ligeramente mientras sorbía por la nariz.
—Me vas a hacer llorar más —declaró, intentando sonar bromista, pero decía la verdad. La vulnerabilidad y el temblor de su voz lo delataron.
Aurora sonrió y le besó la punta de la nariz. Las lágrimas de Milo siguieron bajando por su rostro, y la muchacha las siguió limpiando.
—Pues llora —consoló Aurora—. Llora todo lo que quieras, yo estaré feliz de recoger cada una de tus lágrimas con un beso.
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