
O16.
❝ 𝘿𝙞𝙜𝙣𝙤
𝙙𝙚 𝙀𝙡𝙡𝙖 ❞
—Mónica, Aurora me importa, ¿sí? —empezó—. Sé que no debes haber escuchado lo mejor de mí... pero recién nos hemos conocido el domingo —explicó Milo con tranquilidad—. Dame la oportunidad de demostrarte que ya no quiero ser, ni estoy siendo, el mismo tipo del que te han hablado. Estoy haciendo las cosas bien ahora, y quiero seguir así...
La mirada de la hermana mayor de Aurora no se suavizó; más bien, pareció analizarlo con más profundidad.
—¿Y por qué te importa tanto mi hermana, si puedo saber? —preguntó aún con los brazos cruzados.
Milo no sabía cómo responder.
—Yo... Aurora es... —se trabó—. Es lo más bonito que me ha pasado en mucho tiempo.
Mónica pareció bajar la guardia un poco, pero siguió observándolo.
—¿Cómo sé que no mientes? —preguntó con escepticismo, pero con más tranquilidad.
Milo tomó un respiro, tratando de encontrar las palabras en su mente mientras movía las manos.
—Mira, sé que mis palabras no pueden servir de mucho, pero en verdad, te lo juro. Aurora significa mucho para mí, más de lo que imaginas, más de lo que siquiera... quiero admitir.
—Si la aprecias tanto, entonces sabes que ella no merece que la hagan sufrir. Y que tú cumples, o "solías cumplir", con todas las características de alguien que puede hacerlo —contestó Mónica en un tono tranquilo, aún poniendo en duda lo que Milo había dicho sobre su cambio.
El pelinegro asintió.
—Lo sé, lo sé bien. Pero yo jamás quisiera herirla. Tienes razón en querer protegerla, en no creerme, pero te prometo que puedo probarte que soy digno de merecer su amistad y confianza... por favor, no te cierres en el mal concepto que tienes de mí.
—Lo intento, Milo, porque sé que no te conozco más allá del almuerzo que compartimos —suspiró—. Pero Aurora es mi hermana, y no quiero verla desgastarse por entenderte, consolarte, acompañarte o yo qué sé —continuó.
Milo bajó la cabeza, algo avergonzado. No era su intención consumir la energía de Aurora, pero entendía por qué podía parecer que lo hacía.
[•••]
Hubo silencio entre ambos, y Mónica pareció tomar un respiro antes de hablar de nuevo.
—No sé si pueda cambiar de opinión —declaró y calló de nuevo—. Pero te dejaré intentarlo —suspiró.
Milo se sintió ligeramente más aliviado y levantó la cabeza esperanzado. Había un espacio, aunque fuera pequeño, para probar que no mentía. Se llevó una mano al pecho mientras soltaba el aire retenido, dispuesto a agradecerle a Mónica, pero se vio interrumpido.
—De todas formas, te dejaré algo claro —comentó de nuevo la hermana, dando un paso hacia él.
Milo asintió, callado.
Mónica lo miró.
—Aunque seas el hombre con la mejor redención del mundo, Aurora seguirá siendo mucho más de lo que podrías merecer —habló casi en voz baja, como un recordatorio de lo que quería que el muchacho no olvidara.
Milo solo tuvo una sonrisa apenada en el rostro.
—Lo sé —declaró con dolor, pero con sinceridad.
La hermana lo analizó un momento más y regresó a la habitación de Aurora, cerrando la puerta detrás de ella.
[•••]
El pelinegro quedó en el pasillo del hospital, aún con el peso amargo de las palabras de la mujer. Si bien le había dado algo de esperanza, también lo había sacudido con la honestidad de sus palabras.
Una gran verdad cayó ante él. Y, le gustara o no, ante varios ojos siempre sería el muchacho con un pasado autodestructivo y con la habilidad de arruinar todo lo que tocaba.
Siempre lo había sabido, pero escucharlo en voz alta lo hizo más real. Como si su peor temor hubiera tomado forma y le hablara directamente.
Milo no se perdonaría nunca si arruinaba las cosas con Aurora. No podía permitírselo. Y se juró a sí mismo que no lo haría.
[•••]
Quiso huir del hospital al inicio, pero no lo hizo. Solo recobró fuerzas y regresó a la habitación de Aurora, dispuesto a afrontar la incomodidad, porque se trataba de ella.
[•••]
Mónica pareció ligeramente sorprendida al notar que Milo no se fue después de su conversación en el pasillo, pero aceptó su presencia.
Aurora seguía dormida, por lo que ninguno hizo ruido para no despertarla.
Pero una enfermera interrumpió poco después, trayendo y dejando la bandeja con el almuerzo de la castaña.
Aurora se levantó en el momento en que su hermana la sacudió levemente. Se saludaron con cariño, y Mónica, con ternura, la ayudó a sentarse para que pudiera comer.
Su vecina se sorprendió al notar que Milo no se había ido. Pero él solo le sonrió con dulzura y se aseguró de que la bandeja estuviera lo suficientemente cerca de ella para que pudiera comer.
Le habían traído una especie de sopa que se veía espantosa, pero que se notaba saludable.
De todas formas, Aurora comió sin remedio. No se quejó ni comentó nada al respecto.
Mónica se sentó en la silla que estaba cerca de la camilla. Y, como felizmente aún había una más por ahí, Milo también pudo sentarse después de arrastrarla cerca.
La tensión entre el pelinegro y la hermana de Aurora no era difícil de notar. Pero ambos parecían sobrellevarla por el bien de la castaña.
[•••]
Milo se mantuvo en el hospital el mayor tiempo posible. Y mientras la conversación avanzaba junto a las horas, se supo que Aurora se quedaría ahí hasta la mañana del domingo.
[•••]
Eran casi las seis de la tarde. Mónica se había mantenido leyendo un libro que trajo en su bolso y supervisando a Aurora todo el tiempo. Mientras que él había estado haciendo lo que estaba en sus manos para hablar con ella y hacerla reír.
Aurora, al ver la hora, le insistió a Milo en que se fuera, porque tenía que comer algo y lo notaba cansado.
El pelinegro se negó al inicio; él quería quedarse aún, pero su vecina siguió insistiendo.
—No has comido desde que llegaste, Milo —continuó Aurora en voz suave—. Al menos Mónica ha comido bien antes de venir, pero sé que tú no. —Pausó—. No te estoy echando, no quiero que pienses eso. Solo no quiero que tengas hambre... No puedes pasar tu cumpleaños sin comer. —le explicó con una dulce timidez.
El corazón de Milo volvió a oprimirse en su pecho acompañado de un revoloteo.
"Ay, Aurora, ¿por qué tendrás que ser tan... así?" pensó.
—Bien —accedió el muchacho después de un segundo—. Pero solo lo haré porque me lo pides tú —dijo con cierta ligereza—. Mañana, sábado, vendré también... y el domingo, cuando te den de alta, te llevaré a casa.
—Gracias —susurró Aurora con timidez y un leve sonrojo en el rostro.
Milo solo hizo un gesto modesto y, sin poder evitarlo, se despidió de ella tomando su mano y dejando un beso dulce en sus nudillos, olvidando por un segundo que Mónica seguía ahí.
Cuando se dio cuenta, se aclaró la garganta nervioso, y se despidió de Mónica de una forma más cortés, evitando lo punzante que aún se sentía su mirada.
Luego se fue de la habitación, con las manos en los bolsillos del pantalón de su traje.
[•••]
Salió del hospital aún sin ganas de hacerlo, pero esta vez sí usó el ascensor. En el primer piso, se dio cuenta de lo terriblemente mal estacionado que había dejado su auto en el apuro de la mañana.
Subió con algo de vergüenza, se puso el cinturón, tomó el volante y manejó hasta encontrar un restaurante que lo convenciera. Pero no es que tuviera hambre precisamente, solo estaba obedeciendo los deseos de Aurora.
Manejó en dirección a una avenida no tan lejana donde sabía que había buenos lugares y terminó entrando en una pizzería nueva que parecía buena, pues tenía varios clientes.
Inevitablemente, el tipo de comida que escogió le recordó la vez que cenó con Aurora hace ya un tiempo.
Recordó la conversación que habían tenido, las horas que pasaron hablando y lo lindo que se había sentido…
[•••]
Después de comer y mientras manejaba de regreso a casa, el cielo estrellado también lo hizo pensar en ella. En lo bellos y cautivadores que eran sus ojos. Y en cómo la estrella que tenían dentro parecía encapsular la luz de su alma.
Al llegar a su edificio, estar en el ascensor le provocó la misma sensación que aquella vez que quedaron atrapados allí y cómo, desde ese momento, todo pareció empezar a cambiar entre ellos.
Ya en su apartamento, los tantos dibujos que había hecho lo hicieron pensar en ella aún más. En cómo Aurora era su inspiración y lo que dibujaba con más atención.
[•••]
La llamada de su madre lo sacó de aquel pequeño trance. Era para desearle feliz cumpleaños.
La mujer se disculpó por la demora, explicando que había estado ocupada.
Milo dijo que no había problema y hablaron unos minutos.
La conversación se sintió un poco seca, pero no en un mal sentido. Su madre nunca había sido muy buena demostrando cariño con palabras o actos físicos, pero eso no significaba que no quisiera a su hijo.
Le preguntó cómo le había ido y qué había hecho, ya que había terminado enterándose de que Milo no fue al trabajo.
El pelinegro le contó una verdad a medias, diciendo que tuvo una emergencia que atender porque alguien cercano a él estaba hospitalizado.
Su madre lo lamentó, pero le recalcó que no podía perder un día de trabajo por eso, que su abuelo estaba muy molesto y que sería mejor que Milo no siguiera poniendo a prueba su paciencia con sus impulsos.
El muchacho solo terminó accediendo a las palabras de su madre para no ganarse más problemas.
[•••]
Al colgar, Milo suspiró. Su cumpleaños no había sido un día cualquiera, como pensó al inicio.
Si cerraba los ojos, aún podía sentir el susto de saber que Aurora había tenido un ataque de asma.
Las palabras de Mónica seguían rondando su mente, pero no en un mal sentido. De alguna forma, pudo transformar esa tristeza en la motivación que necesitaba.
Ya no sería un intento de hombre bueno. Ahora lo sería por completo, demostrando que, a pesar de que su pasado siempre lo acompañaría, ya no lo definiría más.
[•••]
Al día siguiente, el sábado, Milo fue a visitar a Aurora como prometió y decidió llevarle un bello ramo de flores que compró en el camino.
Para su mala suerte, en el hospital le dijeron que no podía pasar con ellas, ya que, en el caso de los pacientes con asma, el polen podía funcionar como un alérgeno y empeorar los síntomas.
Milo se sintió tan tonto. Justo el día anterior había leído sobre esas cosas y olvidó por completo la cantidad de cosas que podían causar alergia a Aurora.
Supuso que la emoción de llevarle flores lo había bloqueado y, con la cabeza gacha, tuvo que manejar de vuelta a la florería para pedir una devolución.
Todo eso lo retrasó porque, además, con el miedo de que algo de polen se hubiera transferido a su ropa, también regresó a casa para poner las prendas en la lavadora, bañarse y cambiarse.
Trató de apresurarse, pero con todo aquel incidente, llegó dos horas más tarde de lo planeado.
[•••]
Respecto al domingo, había recibido un mensaje de Aurora que decía que le darían de alta a las siete de la mañana.
Milo se levantó tan temprano y tan comprometido ese día que llegó media hora antes al hospital.
Al llegar, vio a Aurora terminando de guardar en una pequeña maleta de mano todo lo que había traído durante su estancia en el hospital.
No se metió a ayudarla porque ahí tenía sus cosas personales.
Además, ¿qué pasaría si, al ayudarla, por accidente terminaba viendo su ropa interior dentro de la maleta? Qué vergüenza.
Si a él eso lo incomodaría, la pobre Aurora se moriría ahí mismo.
[•••]
Por otro lado, fue un completo alivio verla sin esa cánula y sin la debilidad que había notado el viernes y parte del sábado.
A las 6:45, una enfermera regresó con el documento del alta médica. Aurora lo firmó y, con eso, ya podían irse.
Milo llevó la maleta de mano en el hombro y ofreció su brazo como apoyo para que Aurora se sostuviera.
Con bastante timidez, ella entrelazó su brazo con el de él para caminar con más seguridad. A pesar de todo, aún existía la posibilidad de que se mareara por la cantidad de medicación que había recibido.
[•••]
Milo se acomodó a los pasos lentos de Aurora con toda la paciencia del mundo. Bajaron en uno de los ascensores del hospital y se dirigieron al auto del muchacho.
Había dejado una cobija ligera en el asiento trasero, que recogió para colocar sobre las rodillas de Aurora en cuanto la vio sentarse en el asiento del copiloto.
Ella le agradeció avergonzada, pero Milo negó con modestia, recalcando que las siete de la mañana siempre eran frías, a pesar de vivir en Los Ángeles.
[•••]
Durante el viaje, Milo no abrió las ventanas del auto para que el aire frío no incomodara a Aurora ni en lo más mínimo.
Se la pasó mirándola con el rabillo del ojo para confirmar que todo estaba bien.
Y, posiblemente, no estaba siendo muy discreto, porque Aurora se dio cuenta de su persistente preocupación.
—Estoy bien, Milo —le aseguró en su típico tono bajo.
—Lo sé. Pero solo quiero asegurarme de que estés súper bien, ¿sí? —contestó el muchacho suspirando.
Justo en ese momento, llegaron a un semáforo. Milo iba a continuar diciendo algo, pero lo olvidó por completo cuando sintió las dos manos frías de Aurora acunar su rostro para darle un beso en la mejilla.
Y que lejos de ser un beso nervioso, esta vez se pareció más al que Milo le dio a ella el día que se despidieron después de visitar a Augusta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro