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O15.

❝ 𝘾𝙤𝙧𝙖𝙯𝙤𝙣𝙚𝙨
𝙚𝙣 𝘼𝙨𝙛𝙞𝙭𝙞𝙖 ❞

             El resto de la semana, los días parecieron mejores. Incluso a pesar de las exigencias de su padre, porque Milo parecía afrontarlas con más calma.

             Posiblemente era porque, al estar tomando el pasatiempo del arte, podía descargar todo su estrés, y también porque su vida estaba más tranquila; no estaba afrontando dramas innecesarios, se había alejado del estilo de vida que no lo hacía feliz y, sobre todo, estaba aprendiendo lo valiosas que eran las conexiones genuinas.

             El viernes sería su cumpleaños, porque justo en ese día de la semana caía el 6 de marzo.

             Pero nunca había sido una fecha tan importante para él. Generalmente, solo recibía una llamada de su mamá y una carta de cumpleaños de su abuelo. Y en el pasado, se la pasaba en una fiesta, con falsos amigos, bebiendo hasta no acordarse de su nombre.

             Ahora solo sería un día cualquiera, y estaba contento con eso. Honestamente, su cumpleaños sería magnífico con tan solo ver a Aurora ese día.

[•••]

             El viernes en la mañana, fue a trabajar con normalidad.

             Estaba con un traje formal, como era requerido en la Notaría, y se acomodó la corbata mientras iba al ascensor. Cuando estaba por el quinto piso, chocó con la señora Sandra y sus dos hijos, a quienes saludó.

[•••]

             —¿Visitarás a Aurora? —Le preguntó la mujer de repente, rompiendo el silencio que se instaló durante el corto viaje.

             La pregunta lo confundió, y la mujer pareció notar el desconcierto en su rostro.

             —En el hospital... —Se explicó.

             Milo se alarmó. —¡¿Hospital?!

             La mujer pareció sorprenderse. —Sí, tuvo un ataque de asma... Como vives al frente de ella, pensé que lo sabías. Ayer en la tarde entró a hospitalización.

             El rostro de Milo se desfiguró en preocupación. ¿En qué momento ocurrió eso?

             Si bien no se habían visto ni chocado después del domingo, sí se habían estado escribiendo. Pero la castaña no mencionó ni una sola vez sentirse mal, enfermar, y mucho menos ir al hospital.

             Milo palideció del susto. ¿Por qué le tenía que pasar eso a Aurora? ¿Por qué no le dijo nada?

             —¿En qué hospital está? —preguntó, notando su tono temeroso y una desesperación que empezaba a crecer.

             La señora Sandra lo miró unos segundos. —En el de Pearson, es el más cercano, 15 minutos en auto.

             —Nosotros ya fuimos ayer —El pequeño Dylan agregó, incluyéndose en la conversación. —Está respirando por unos tubitos que le pusieron en la nariz.

             En el primer piso, el pelinegro ni llegó a despedirse de la familia, porque salió corriendo al garaje. Iba a ir a ese hospital sin importar qué.

             Llamó al teléfono de Aurora, pero nadie contestó. Milo necesitaba alguna explicación del porqué no le contó nada. Él pudo haberla ayudado, hubiera corrido desde cualquier lado, hubiera hecho cualquier cosa.

             Después, llamó a su padre.

             —¿Qué? —Contestó el hombre a través de la línea.

             —Hoy no iré, papá.

             —Aquí no hay días libres por cumpleaños, Milo. Ya dejé una tarjeta en tu oficina. Este trabajo es... —El hombre empezó a regañar.

             —No es por eso. —Milo interrumpió. —Es una emergencia, no importa si me descuentas dinero. Hoy no voy a ir. —Espetó.

             —Milo, ni se te o...

             El joven colgó sin más.

             Fue la primera vez que le hablaba así a su papá. Pero no estaba arrepentido.

[•••]

             Condujo por las calles, casi pasándose la luz roja de un par de semáforos.

             Cuando llegó al hospital, ni siquiera estacionó bien. Corrió hasta la recepción y preguntó por el área de hospitalización.

             La recepcionista le pidió el nombre de la persona a la que visitaba para poder darle el número de la habitación. Milo dio el nombre de Aurora, y le informaron que estaba en el octavo piso, en la habitación 806.

             Milo salió corriendo hacia los ascensores del gran hospital, pero cuando llegó había mucha gente esperando también, en todas las puertas. Todos necesitaban usarlos.

             Se desesperó y decidió ir por las escaleras, sin importar que eran ocho pisos los que tenía que subir.

[•••]

             Una ligera capa de sudor cubrió su rostro por el apuro y la cantidad de escaleras que subió en pocos minutos.

             Trató de recuperar el aire mientras llegaba al octavo piso, pero la necesidad de encontrar la habitación 806 podía más que cualquier cansancio.

             Cuando la encontró, la puerta estaba entreabierta. Tomó una bocanada de aire y la empujó con cuidado, asomando la cabeza primero, para examinar el interior. También podía ser que Aurora estuviera durmiendo, y no quería despertarla.

[•••]

             La habitación olía fuertemente a medicina. Aurora estaba recostada en la camilla con una cánula en la nariz, que eran precisamente los "tubitos" que el pequeño Dylan describía.

             Parecía dormida, pero no lo estaba. Porque al escuchar el crujir de la puerta, giró la cabeza para ver de quién se trataba.

             Al darse cuenta de que era Milo, su expresión cambió a sorpresa, intentando sentarse con dificultad.

             —¿Cómo... —Empezó a preguntar aturdida.

             Pero el pelinegro interrumpió, adentrándose por completo a la habitación. —Me lo dijo la señora Sandra. —Respondió mientras se sentaba al lado de la camilla, trayendo una de las sillas que estaba en la habitación. —¿Por qué no me dijiste nada? Casi me da un infarto. Me asusté como no tienes idea. Aurora, podías avisarme, pude haberte ayudado. —habló desesperado.

             Aurora bajó la mirada y se sentó mejor. —No quería que te preocuparas por mí, ni tampoco quería arruinar tu semana. —confesó, su voz salió baja, como si físicamente no pudiera hablar más fuerte. Además, había mucha vergüenza en su mirada, como si no quisiera que Milo la viera así.

             El corazón del pelinegro se estrujó ante aquella vista. —No digas esas cosas, Aurora. ¿Desde cuándo te estabas sintiendo mal? —preguntó preocupado, sintiendo que su tono salía parecido a un regaño.

             —Desde el martes... —Aurora respondió acomodándose la cánula en un gesto nervioso. —Pensé que solo era un resfrío, pero se complicó.

             —Aurora... —Milo suspiró sin saber qué responder. Sintió que le oprimía el pecho. ¿Por qué a ella le importaba tanto no preocuparlo?

             —Cuando nos estábamos escribiendo, noté que tu semana estaba yendo muy bien, y no quería que eso cambie —Aurora volvió a explicar. —Además, hoy es tu cumpleaños. —Susurró muy apenada. —Se supone que es un día especial, no uno en el que la pases en el hospital...

             La debilidad en el semblante de la muchacha era notoria. Estaba con ojeras pronunciadas, con la respiración dificultada a pesar del oxígeno que le daba la cánula.

             Pero sus ojos, sus lindos ojos, seguían brillando. Eso fue lo único que pudo bajar el estado de alerta y desesperación en el que él se encontraba.

             El joven se llevó las manos al rostro, sacando todo el aire que estaba reteniendo. Notó su respiración temblorosa y la opresión de un sentimiento que no podía nombrar.

             Ella lo había hecho por él... para no arruinar su cumpleaños. Incluso enferma, siguió teniendo esa consideración tan conmovedora.

[•••]

             —...Estoy bien. —La castaña consoló al verlo en ese estado. A pesar de que posiblemente estaba mintiendo solo para no preocuparlo más.

             Milo desenterró el rostro de sus manos y buscó la mano de Aurora, tomándola entre las suyas.

             —No vuelvas a hacerme eso, por favor. —Rogó, sintiendo que las lágrimas llenaban sus ojos. —Nunca arruinarías algo para mí... No minimices las cosas que te suceden solo por no "incomodarme". Si algo te pasa y no me entero, voy a enloquecer.

             Aurora pareció sorprendida por la intensidad de las palabras del joven, pero solo llegó a asentir con una expresión arrepentida en el rostro.

             Milo volvió a suspirar por milésima vez en el día, permaneció sentado en la silla al lado de la camilla y sostuvo mejor la mano de Aurora entre las suyas, notando su fría temperatura.

             —Lo siento... —Aurora susurró.

             Milo negó fervientemente. —No estoy molesto. No te disculpes. —Afirmó. —Solo, no me gusta verte así... dame tu otra mano, estás helada. —Ordenó suavemente al final.

             La chica obedeció con timidez, y Milo, ahora sosteniendo las dos manos de su vecina, acercó sus labios a las mismas para soplarles aire caliente al mismo tiempo que las frotaba.

             Fue un momento silencioso, donde solo pudo escuchar la respiración ronca de la castaña, debido a su enfermedad.

[•••]

             —¿Qué pasó con tu trabajo? —Aurora se animó a preguntar, con un tono preocupado en su voz.

             Milo se encogió de hombros con sencillez. —No fui, ni iré hoy. Ya es un problema que solucionaré, ¿sí? No te preocupes por eso, déjame acompañarte. —Respondió en un tono seguro. —¿Tu familia sabe que te pusiste mal?

             Aurora asintió. —Sí. Mónica vendrá más tarde. —Comentó. —A la única persona que no le dije nada, fue a ti. —Confesó en un tono triste. —Terminé preocupándote más por no avisarte, cuando eso era lo único que quería evitar... perdón. —Se disculpó de nuevo.

             Milo negó nuevamente con la cabeza. —Tranquila, lo bueno es que estoy aquí. —Dijo, moviendo una de sus manos para acomodar el cabello de Aurora detrás de su oreja con cuidado. —Me quedaré hasta que llegue tu hermana, o hasta que te duermas. ¿Está bien?

             Aurora volvió a asentir. Y, un poco más tranquila, volvió a apoyar la cabeza en la almohada de la camilla. Milo la cubrió mejor con las cobijas y se quedó sentado acompañándola.

             —Gracias. —Susurró de nuevo la castaña.

             Milo sonrió, tomando la mano de su vecina de nuevo, esta vez dejando un beso en sus nudillos sin poder controlarlo. Gesto que hizo sonrojar y enmudecer a la muchacha.

             —Solo tengo una pregunta. —Milo añadió. Y Aurora lo miró expectante. —Si te duermes, ¿Puedo despertarte con un beso? Para ser fiel al cuento... quiero decir. —Bromeó, haciendo referencia al nombre que compartía con Aurora con aquella conocida princesa.

             La chica se rió avergonzada, el ambiente se aligeró gracias al chiste, sus manos no se habían soltado, y los nervios de la muchacha le impedían ver a Milo a los ojos.

             —... No dijiste que no. —Milo siguió bromeando mientras movía las cejas.

             —No seas molestoso. —Aurora regañó con comicidad, haciéndolos reír a ambos.

[•••]

             Las horas fueron pasando, mientras Milo encendió la televisión de la habitación del hospital para poder pasar el rato mientras esperaban a Mónica.

             No había mucho que ver, pero dejaron que el canal que transmitía las noticias los acompañara.

             Discretamente, Milo tomó su teléfono y se puso a buscar más información sobre la condición de Aurora. Era obvio que tenía la información básica sobre el asma, pero necesitaba saber cómo funcionaba en casos de complicaciones, como debería actuar, por si sucedía de nuevo.

[•••]

             Leyó que una crisis asmática es un empeoramiento de los síntomas del asma que dificulta la respiración. Se produce cuando los bronquios se inflaman y se obstruyen, atrapando el aire en los pulmones. Y podía tener diferentes desencadenantes, como infecciones respiratorias, resfriados o gripe, que era lo que le había pasado a su amiga.

             También, leyó más cosas sobre los síntomas a los que se debía prestar atención y los tratamientos comunes para sobrellevar ese tipo de situaciones.

[•••]

             Cuando miró a la camilla en un momento, notó que Aurora ya se había dormido.

             Milo miró la hora, dándose cuenta de que el mediodía se acercaba y que ya había pasado varias horas ahí. Pero aún no se iría, porque Mónica no había llegado.

             El joven dejó su teléfono a un lado y apagó la televisión para que el ruido no molestara el descanso de Aurora.

             Nuevamente, el silencio invadió la habitación, con la única bulla siendo el extraño sonido que emitía la máquina de oxígeno conectada a la cánula de Aurora.

             Milo no soltó su mano y se quedó mirándola. Supervisando su descanso con atención.

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             En un momento, la puerta crujió. Milo se giró, viendo a la hermana de Aurora entrar.

             Mónica se sorprendió de verlo ahí.

             —Hola, Mónica. —Milo se apresuró a saludar en un susurro, soltó la mano de Aurora con delicadeza y se levantó de la silla para estrecharle la mano.

             Mónica aceptó el gesto, a pesar de que se veía aturdida. —¿Desde qué hora estás aquí? —Susurró de vuelta.

             —Ah... no lo sé. Pero quería esperar que vengas. No quería dejar a Aurora sola. —Milo explicó.

             La hermana asintió comprendiendo, pero había cierto conflicto en su expresión que el pelinegro no entendía.

             —¿Puedo hablar contigo afuera un momento? —Le pidió la mujer.

             Milo fue quien se aturdió un poco entonces, pero asintió.

             Mónica dejó su bolso en la silla donde Milo había estado sentado y caminaron juntos fuera de la habitación, quedándose en el pasillo, donde sus voces podrían salir con normalidad.

[•••]

             —¿Cuáles son las intenciones que tienes con Aurora? —Preguntó Mónica sin ningún filtro, mientras se cruzaba de brazos.

             Milo quedó aún más aturdido. —Somos amigos, quise ver cómo estaba... me preocupa y...

             —No trates de engañarme. —Mónica lo interrumpió. —Puede que lo hayas logrado con mi familia, y hasta con Aurora. Pero no puedes mentirme a mí. ¿Qué quieres con mi hermana? ¿Por qué la miras así?

             El muchacho se sintió algo atacado, pero mantuvo la calma. —Mónica, Aurora es importante para mí y...

             —Por favor. —Mónica volvió a interrumpir con una risa amarga. —No creas que no sé quién eres. El mundo es pequeño, Milo Manheim. Ni siquiera tuve que averiguar nada para enterarme de la clase de persona que eres. —Comentó.

             El pelinegro enmudeció unos segundos. ¿Qué estaba pasando? Mónica había sido reservada en el almuerzo que tuvo lugar en casa de los padres de Aurora, pero Milo no la notó hostil como ahora.

             —Mónica... —Milo intentó hablar, pero sabía que estaba tartamudeando.

             Su reputación y su pasado aún eran algo que lo perseguía. La hermana de Aurora solo quería protegerla, estaba en todo su derecho. Pero Milo tenía que explicarle que no era el mismo de antes, que se estaba esforzando.

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