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O12.

❝ 𝙀𝙡 𝙍𝙤𝙘𝙚 𝙙𝙚
𝙡𝙤 𝙄𝙣𝙚𝙫𝙞𝙩𝙖𝙗𝙡𝙚 ❞

               Cuando llegó a casa, sacó todo lo que había comprado. En camino al ascensor, chocó con la señora Sandra y su hijo menor, que regresaban de la terapia física del niño. Pero Milo tuvo que ir sólo en el ascensor porque iba a ocupar bastante espacio con todas las cosas que traía.

               Ya en su apartamento, movió casi todo en la sala. Reacomodó sus sillones para hacer espacio e instalar el caballete y demás. Se trajo una banca para ponerla frente al caballete y una mesa plegable que felizmente había guardado. Ahí podría poner sus nuevos materiales.

               Se había hecho un pequeño espacio en su sala de estar para poder pintar y dibujar.

               Pensó que, con toda la ayuda de la tecnología, podía encontrar videos y cursos virtuales que le ayudaran a que lo suyo no se quedara solo en conocimiento escolar y talento.

               Además, solo lo estaría haciendo como un pasatiempo, ¿verdad?

               Sería una forma de escapar de la presión del trabajo, de las exigencias de su padre y de todo lo malo que podría suceder.

[•••]

               Durante el resto de la semana, y hasta el viernes exactamente, no coincidió mucho con Aurora en persona, pero gracias a que podían conversar de manera virtual, ya no se sentía tan lejano.

               A Milo le interesaba saber si le había ido bien en su día, contarle algunas cosas que le pasaron, y, en realidad, escribirle cualquier cosa, solo con la excusa de conversar al menos unos minutos.

               Conquistas antiguas también le escribían, por diferentes redes sociales, pero él se encontró ignorando esos mensajes deliberadamente.

               También estuvo practicando dibujar mejor en el tiempo libre que tenía, justo en aquellas cartulinas especializadas que había comprado, ayudándose con videos tutoriales para perfeccionar varias cosas, como los rasgos de rostros humanos.

               Y el viernes, cuando estaba practicando cómo mejorar los dibujos de ojos, se encontró a sí mismo dibujándoles un brillo especial y conocido a cada uno de ellos. Incluso a los que no salían "perfectos".

               Genuinamente no se dio cuenta, y si lo hacía, posiblemente no admitiría que estaba dibujando los ojos de Aurora en todos lados.

[•••]

               Para el sábado, coordinó con su vecina que saldrían a las diez de la mañana, así tendrían tiempo suficiente para ir a la heladería a la que Milo quería llevarla, conversar, y luego él la llevaría al trabajo sin apuro.

               Por primera vez, el pelinegro fue tan puntual, porque ya estaba listo a las 9:30, totalmente aseado, vestido casualmente pero presentable, y con algo de perfume.

               Esperó hasta las 9:55 dando vueltas por su sala, algo impaciente, y cuando al fin era hora, salió de su apartamento emocionado.

               Tocó la puerta del departamento de Aurora y esperó.

               Su vecina abrió, y ya estaba con su uniforme de trabajo y su típica bolsa de tela, porque, por tema de tiempo, no podrían regresar para que ella se cambiara. Solo tenían hasta antes de las dos de la tarde.

[•••]

               —¿Te hiciste algo nuevo? —preguntó Milo mientras comenzaban a caminar juntos al ascensor.

               Aurora pareció confundida y negó con timidez. —No... Estoy igual que siempre. ¿Por qué?

               Milo se sonrojó, pero no pudo evitar la pregunta. —No, por nada. Solo... te ves muy bonita.

               No la pudo mirar; por primera vez, le dio vergüenza darle un cumplido así a una mujer. Y no sabía cómo interpretar eso.

               Aurora pareció no saber cómo reaccionar, pero le dio las gracias en un susurro nervioso.

[•••]

               Cuando ya llegaron al primer piso y fueron al garaje del edificio, el pelinegro quería que todo saliera bien. Le abrió la puerta del auto, fue lo más caballeroso posible, y lo mejor era que lo hacía sinceramente, no porque quería impresionarla.

               Milo tenía una heladería favorita, que, si bien estaba un poco lejos, valía la pena. Los helados eran artesanales, había una variedad de sabores que no era exagerada, y los de fruta no sabían para nada artificiales.

               Durante el camino en el auto, Milo bajó las ventanas para que el aire fresco los refrescara. Y no pudo evitar ver, por el rabillo del ojo, cómo el viento desacomodaba el cabello de su vecina.

               Puso música, más para distraerse del aspecto que, en cualquier momento, podría estar mirando como un gran tonto.

[•••]

               Cuando llegaron a la heladería, casi a las once de la mañana por el tráfico y la distancia, Milo estacionó cerca, ambos bajaron del auto, y el muchacho le abrió la puerta del local.

               Aurora le agradeció con su timidez de siempre, y los dos jóvenes se adentraron en el local.

               El lugar estaba relativamente lleno, pero aún quedaban mesas libres. Por lo que tuvieron tiempo de acercarse a la vitrina y ver todos los sabores disponibles que había ese día.

               —¿Cuál te convence, Aurorita? —preguntó Milo, pegándose un poco más a su costado.

               Aurora pareció seguir mirando la vitrina unos segundos más. —Estoy entre el de mango y fresa.

               —Pide los dos entonces. Una bola de cada uno. —dijo Milo con ligereza.

               —¿En serio?

               —Por supuesto, yo estoy invitando. Pide lo que quieras. —animó Milo.

               Aurora se sonrojó de nuevo y le volvió a agradecer.

               Así ambos hicieron sus pedidos. Aurora pidió una bola de mango y una bola de fresa en un lindo vasito de plástico. Y Milo pidió lo que usualmente pedía: una bola de pistacho y otra de vainilla, servidas en un waffle cubierto de salsa de chocolate.

               Se sentaron en una mesa libre con dos asientos mientras esperaban que les trajeran los helados.

               Milo le fue contando mejor sobre su compra impulsiva de materiales de arte, el espacio que se había hecho en la sala, y cómo había estado practicando con videos tutoriales.

               Aurora lo escuchó con atención sincera, sus ojos más bonitos que nunca. El pelinegro se trabó al inicio de varias de sus oraciones por eso, pero lo disimuló bien al hablar con su habitual elocuencia.

[•••]

               Pronto trajeron los helados, y con algo de emoción, Milo se fijó en la reacción de Aurora. Esperaba que de verdad le gustara.

               Vio que la chica estaba contenta con su pedido, y eso lo puso contento a él. Comenzó a comer más tranquilo.

               El timbre que anunciaba la llegada de clientes volvió a sonar, y el rostro de Milo cayó al notar quién había entrado.

               Era Alex, que también venía con una chica que Milo nunca había visto en su vida.

[•••]

               El ambiente se hizo sumamente incómodo de repente. Milo evitó la mirada.

               Su antiguo amigo pareció reírse de él y susurrarle algo a la chica con la que venía. Ignorándolo también, se dirigió a la vitrina.

               Era tan extraño ignorar a alguien que había sido su amigo durante tantos años. Pero era lo mejor, su amistad no volvería; los dos estaban en caminos totalmente diferentes ahora.

               Aurora notó la incomodidad de su vecino.

               —¿Estás bien? —Preguntó preocupada.

               —Sí. Sólo es Alex, a él también le gusta el lugar, supongo. Yo qué sé. —se encogió de hombros, mirando hacia su postre.

               —¿Él es el que te golpeó? —Aurora volvió a preguntar en un susurro.

               —Sí, pero yo lo golpeé también. Fue culpa de los dos. —Dijo con un tono amargo.

               —¿Quieres que nos vayamos?

               —No, para nada. —Milo se negó rápidamente. —No puedo dejar que me incomode tanto, porque puede que me choque con él en varios lugares... y no voy a huir en cada ocasión. —Explicó. —Quiero estar contigo aquí.

               Aurora asintió. Su mirada fue comprensiva, y siguieron comiendo.

               Parecía que, desde ese momento, la castaña puso muchísimo esfuerzo en hablar más. Como si quisiera distraerlo también, a pesar de cuánto le costaba.

               Aurora comenzó a contar cosas de su trabajo. Y cómo su amiga más cercana de allí era la famosa señora Anita, una mujer que ya tenía nietos, pero que era muy amable.

               Milo la escuchó, dejando que la estruendosa risa que Alex hacía para llamar la atención desapareciera en algún rincón de la heladería.

               Había mucha ternura en las historias de Aurora. Ella no lo notaba, pero por sus anécdotas, todos parecían tener la misma reacción ante ella: apreciar su amabilidad y conmoverse por su bondad.

               Apoyó el codo sobre la mesa y dejó la mejilla descansar sobre su mano. La siguió escuchando, apreciando de corazón el esfuerzo que hacía por hablar con él.

               Él había comido muy rápido. A Aurora le faltaba terminar un poco aún, su helado se derretía ligeramente.

[•••]

               Una vez Aurora también terminó de comer, hablaron un poco más. Alex seguía allí, ignorándolo también, pero era claro que ambos seguían notando la presencia del otro, sin importar qué.

               Aun así, ya no era tan incómodo para Milo. Con Aurora allí, tal vez, ya nada era tan malo.

[•••]

               Se levantaron de la mesa debido al paso de las horas. Milo pagó y dejó propina. Ambos jóvenes agradecieron a los vendedores y salieron del lugar.

               Caminaron hasta el auto de Milo. El día parecía aún más soleado. Milo volvió a abrirle la puerta, y una vez sentados lado a lado, emprendieron camino al trabajo de Aurora, con la ayuda de la ubicación que había enviado la muchacha.

               Era la una de la tarde, pero gracias al tráfico llegarían a tiempo. Además, como Milo seguía las indicaciones del GPS del auto, debía tener más cuidado de no equivocarse de carretera.

               El pelinegro volvió a poner música y a bajar las ventanas para que el aire fresco entrara al vehículo.

               El cabello de Aurora volvió a volar con gracia, pero esta vez se lo desordenó un poco más.

[•••]

               El centro de terapia física donde trabajaba Aurora se llamaba TFH (Together for Health - Juntos por la salud).

               No era un edificio muy alto, de máximo cuatro pisos, pero bastante ancho, cubriendo una buena parte de la calle.

               En palabras de Aurora, la construcción era así porque varios pacientes no podían subir muchas escaleras, y además siempre tenían un ascensor muy amplio para las personas que entraban en silla de ruedas o que simplemente lo deseaban usar.

               Milo estacionó lo más cerca posible y vio la hora. Eran las 1:40 p.m. por lo que estaban con tiempo suficiente.

               Bajaron del auto y el muchacho quiso acompañarla hasta la puerta.

               Fue un silencio muy cómodo, en el que Milo se fijó en los edificios, los árboles y otros detalles. Era una zona muy bonita.

               Aurora vio la hora en su teléfono, sacó su inhalador de su bolsa de tela, dio una calada y con eso ya estaban frente a su trabajo.

[•••]

               —Gracias por el helado. —Comentó la muchacha con ternura. —Me gustó mucho.

               —No hay de qué. Te lo debía. —Contestó Milo con una sonrisa.

               —Nos veremos mañana entonces. Mis papás me dijeron que podemos llegar a mediodía, porque quieren que te quedes a almorzar. —Informó avergonzada mientras jugaba con los dedos de su mano discretamente.

               Milo sonrió cálidamente. —Estaré más que encantado. Trataré de comprar algo para no llegar sin nada... En verdad significa mucho para mí poder visitar a tu abuela.

               —Estoy segura de que será un encuentro emotivo. —Contestó la castaña con ternura.

               —¿Te puedo recoger en la noche? —Milo habló antes de pensar. —Es decir. —Trastabilló. —Sales tarde, a las nueve, y considerando que la ciudad cada vez se vuelve más peligrosa... no quisiera que nada te pase, no es que piense que no te puedas cuidar sola.—Habló nervioso, sin poder parar. —Solo que como siempre vas y vienes en autobús, podría yo ayudarte y...

               —Gracias. —Interrumpió Aurora con una voz baja y reconfortante.

               Eso fue suficiente para calmar la torpeza del pelinegro, que solo asintió.

               Notó que a la puerta del edificio se asomaron dos cabezas, una mujer pelinegra, morena y con un delineado prominente, y otra mujer, una señora de cabello claro que parecía de unos 60 años.

               Supuso que eran la señora Yadira y la señora Anita respectivamente, las compañeras de trabajo de las que hablaba Aurora.

               Se sintió observado, porque los estaban mirando a los dos mientras hablaban entre ellas con ligeras sonrisas.

               Aurora también lo notó, y se sonrojó un poco más.

               Milo se aclaró la garganta.

               —Vengo a las nueve entonces. —Dijo, pero su voz salió más baja de lo que quiso.

               La castaña asintió, mirando hacia abajo unos instantes.

               Nuevamente un impulso que no pudo controlar atacó a Milo. Su cuerpo se movió antes de que su cerebro pensara, y con cuidado, ordenó el corto cabello de Aurora.

               Pasó sus dedos por unos mechones que estaban desordenados y los colocó detrás de su oreja, ayudándose de ambas manos.

               A pesar de la sorpresa en el rostro de Aurora, no retrocedió. Como si el tacto la hubiera dejado aturdida. Había sido, técnicamente, una caricia en el rostro.

               Milo puso las manos en su espalda torpemente, mientras los dos se evitaron la mirada un instante. Nunca había tocado a alguien con tanto... cariño.

               El pelinegro se llenó de vergüenza y el rostro le quemó. Pero lo disimuló despidiéndose de nuevo con el tono más natural que podía fingir.

               Aurora también se despidió, solo que con un ligero tartamudeo. Y cuando avanzó unos pasos, se giró para agitar la mano una última vez. Milo correspondió al gesto y se aseguró de verla entrar al edificio.

               Las cabezas de la señora Yadira y la señora Anita seguían allí, esperando a Aurora con sonrisas divertidas.

               En un momento, con Aurora ya en la puerta, la mujer mayor miró a Milo y le levantó el dedo pulgar con gracia.

               —¡Felicidades muchacho! ¡Nuestra Aurorita es un encanto! —Habló fuerte, pero con alegría.

               Milo no sabía si reírse o morirse de vergüenza.

               —¡Anita! —La regañó la señora Yadira. —Tú siempre quieres hacer de cupido... —Dijo de nuevo de manera cómica, mientras las tres se adentraban completamente en el lugar y la pobre Aurora  cubría su rostro llena de vergüenza.

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