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8. » Día 28


𝟨 . 𝟣𝟢 . 𝟤𝟢𝟣𝟦

Se sentía como en una burbuja, su cabeza adormilada y al mismo tiempo despierta, reaccionando más rápido de lo que su cuerpo hacía.

Abrió los ojos encontrándose de lleno con una luz fluorescente que lo obligó a apartar la mirada, ladeando la cabeza a un lado, dándose cuenta de dónde estaba y cómo estaba.

Estaba tirado en el suelo, boca arriba, encerrado en un cubículo de paredes grises y adornadas con manchas de humedad.

No recordaba cómo había llegado a ese lugar, ni cual era la explicación para su estancia en el mismo. Era frío y sombrío, tan callado que podía escuchar el ruido de las cañerías a través de las paredes, tan reducido que sí se estiraba un poco sus dedos podrían tocar la pared sin el menor esfuerzo.

Sintió su cuerpo adormecido, una especie de hormigueo extraño recorriendo cada fibra de su ser, como si por sus venas corriese electricidad. Quemaba, era molesto, pero desconcertantemente familiar.

Negó un par de veces, tratando de acabar con esa molesta sensación de cansancio y confusión. Rodó sobre su hombro, apoyando una mano en el suelo, quería ponerse de pie, sin embrago, su cuerpo no parecía estar preparado para atender ese deseo.

Notaba la tensión de sus músculos, la rigidez de cada uno de sus movimientos.

Escuchó la puerta, ahí estaba prácticamente de rodillas, incapaz de ponerse en pie.

Buenos días Soldado alguien entró, sus ojos rápidamente se centraron en los zapatos del desconocido. No podía controlarlo, el frío y el miedo comenzaban a invadirlo, no obstante, ninguna de esas emociones básicas y humanas parecían perturbarlo, era como si algo dentro de él no fuese capaz de sentirlas plenamente Espero que haya dormido bien los pies del desconocido se movieron un par de pasos hacia la derecha Levantadlo exigió, abandonando el tomo amable que su voz pareció mostrar en un principio.

Mucho mejor, odio que me miren a los pies cuando hablo dijo con sorna, mostrando una sonrisa oscura y prepotente. El Soldado apenas reaccionó, dos hombres trataban de sujetarlo, y él lo único de lo que era capaz era de ceder. No opuso resistencia alguna.

Rumlow habló con seriedad y el Soldado por un momento pensó que se estaba refiriendo a él, sin embargo, un joven apareció detrás de aquel hombre rubio y trajeado El informe exigió sin apartar la vista.

Aquí tiene señor a su lado se colocó quien supuso que era Rumlow, completamente uniformado y cargando una arma bastante intimídate. Instintivamente, el Soldado quiso retroceder, pero por alguna razón que él no entendía, solo se quedó tranquilo en el sitio.

Dentro de esta carpeta se encuentra toda la información que necesita para actuar. Quiero que el trabajo sea limpio y preciso, sin complicaciones señaló abriendo la carpeta, ojeando su contenido para luego cerrarla y dejar que cayese al suelo, justo en frente de las botas del Soldado Quiero que parezca un suicidio avisó antes de salir por la puerta.

Soltadlo aquel agente, joven y de acuerdo a lo que había escuchado, de nombre Rumlow, fue quien dio la orden. Dos segundos después sus rodillas volvían a encontrarse con el suelo, sus manos cayeron a ambos lados de esa carpeta beige Escoltadlo fuera, el señor Pierce quiere que el trabajo se complete esta misma noche.

Fue escoltado hacia el exterior, caminando por pasillos sombríos y vacíos en el que el único ruido que se escuchaba era el de sus propias pisadas.

Acabó en otra sala, esa vez más amplia, con una mesa y una silla en el centro. Se sentó, abrió la carpeta y comenzó a leer.

Diez minutos después, alguien llamaba a la puerta. No hizo falta ninguna instrucción o ninguna orden, el Soldado se levantó, caminó hacia la puerta y abrió, saliendo por su propio paso hacia la sala de armas, repasando una y otra vez cada paso que tenía que par, cada movimiento, y cuando más lo repetía en su cabeza, más normal le parecía.

Tan normal como respirar.

Tenía un objetivo, una misión, y su instinto, su naturaleza más interna y primaria lo obligaban a completarla.

La noche cayó, dejando la cuidad a su merced. Las calles estaban oscuras, completamente vacías, el entorno perfecto para que él, un fantasma sin identidad pudiese moverse sin se descubierto. Afirmó las manos en el manillar de la moto, apretando el acelerador. En su mente solo se encontraba la imagen estática de su próxima víctima. Ni siquiera sabía quién demonios era, o porqué ellos la querían muerta, sin embargo, dentro de él, solo había odio y frialdad. Incluso parecía personal, el deseo de verla muerta crecía sin que él pudiese hacer nada al respecto.

Fue extremadamente fácil entrar en su apartamento. Un espacio sencillo, con pocos muebles a su alrededor, como si la persona que estaba viviendo ahí acabase de llegar y estuviese formando una vida nueva. Merodeó con cuidado, pero aún así la madera crujió bajo sus pies. No era algo que él pudiese controlar, él era tosco, sus movimientos eran inconscientemente rudos. En sí, el Soldado era una máquina de destrucción.

Encontró la habitación principal, vacía al igual que el resto del lugar. Según el informe, la víctima tardaría una hora en llegar. Tiempo que tardaba en llegar a su modesto hogar desde su trabajo como camarera.

Minutos después escuchó el ruido de la cerradura. Ni siquiera hizo el fuerzo de esconderse, simplemente se quedó parado en medio del pasillo, esperándola, dispuesto a cumplir con su misión.

Todo ocurrió en cuestión de segundos.

Por favor suplicó casi sin aire, sintiendo su brazo sobre su cuello y el cañón del arma sobre su sien Haré lo que me pidas balbuceó caminando torpemente, siendo empujada rudamente por el Soldado hasta la habitación.

La arrojó a la cama.

¡Trabajaré para ellos! ¡Les daré la fórmula! alzó la voz completamente desesperada, sabía cuál iba a ser su final.

El Soldado la miró, terror y pánico cubriendo su mirada, y aún así, él no dio su brazo a torcer. Se colocó en frente de ella, siendo testigo de sus lágrimas y gimoteos. Aquella mujer temblaba, ahogándose con su propia respiración.

Por favor... fue lo último que alcanzó a decir.

El Soldado tomó la mano de la mujer, enrollando su dedo índice en el gatillo, luego llevó el arma hacia su cabeza y disparó sin dudarlo.

La sangre salpicó su rostro escondido detrás de una máscara y el cuerpo de su víctima cayó desplomado sobre la cama, formando un charco de sangre y materia gris que se extendía lentamente sobre las sábanas blancas.

Miró el cuerpo, sus ojos estaban abiertos, como si lo estuviese mirando, juzgándolo con esa expresión de horror y súplica con la que había muerto.


Despertó de golpe, llevándose las manos a la cara con desesperación, tratando de limpiar toda la sangre de su rostro. Jadeó agotado, sintiendo el sabor metálico entrar en su boca. Se retorció en aquel viejo sofá, luchando contra todo lo que ocurría en su mente.

Cayó al suelo, de rodillas, luchando por respirar, por escapar de esa espantosa sensación que atrapaba su cuerpo, apretándolo, acabando con él.

Huyó hasta el baño, la asquerosa e incómoda sensación de la sangre aún permanecía en su piel. Abrió el grifo y frenéticamente empezó a lavarse el rostro, frotaba, utilizaba jabón, todo lo que estuviese a su alcance para acabar con ese recuerdo que su mente decidió reproducir.

Suspiró tembloroso, apoyando ambas manos sobre el borde del lavabo, forzándose a sí mismo a respirar de forma calmada. Inhalaba y trataba de retener el aire en sus pulmones mientras su cuerpo parecía querer implosionar, luego, lentamente, iba soltándolo.

Se vio en el espejo, sus ojos azules totalmente apagados y sin brillo, y detrás de ellos, el rostro desencajado de su víctima.

Cerró los ojos con fuerza y agitó la cabeza de lado a lado.

Quería olvidarlo, necesitaba sacarlo de su subconsciente o se volvería loco. No era él, pero eran sus recuerdos, memorias que Brianna había despertado con su actitud...


» Día 21 19 . 9 . 2014

Gracias otra vez escuchó su voz, sin darse cuenta Brianna se había vuelto a poner de pie, estirando el bol vacío hacia él. Su mirada aún conservando cierto brillo.

De acuerdo aceptó el bol, viendo los huesos de fruta que había dejado. Tomó aire y habló Ahora quítate la ropa.

El brillo de sus ojos desapareció de golpe, dejando que cada centímetro de su cuerpo se llenase de un irrefrenable miedo capaz de paralizarla.

¿Q-que...? jadeo su pregunta. Las palabras del Soldado habían tenido la suficiente fuerza para dejarla sin aliento, sin fuerzas. Sentía sus piernas temblorosas, todo su cuerpo endeble.

El Soldado la observó, su piel se había tornado pálida, mucho más pálida de lo que solía ser, prácticamente parecía una hoja de papel.

Vio sus movimientos, ella retrocedía con pasos cortos buscaba escapar de él, alejarse todo lo lejos posible y hallar un escondite lejos de sus garras.

Analizó su expresión, su postura. Había cerrado completamente las piernas, y sus puños se encontraban apretando con fuerza el dobladillo de su camiseta mientras sus brazos trataban desesperadamente de bajar todo lo posible aquella tela.

Y entonces, se dio cuenta de lo que había hecho, de cómo habían sonado sus palabras.

Quiso ser frío, todo lo inhumano posible y al hablar toda esa frialdad se combinó con su propia oscuridad y aquella mezcla peligrosa le dio un significado totalmente distinto a sus palabras.

Se comparó a sí mismo con un animal, una bestia asustando a un cachorro indefenso.

No le gustó.

Algo se revolvió en su interior.

Quería asustarla, pero no de ese modo.

Dame tu ropa se mostró exigente, incapaz de dar un paso atrás y mostrarse más humano con ella. Brianna lo miraba sin pestañear, sus pupilas dilatadas por el miedo. Todo su cuerpo gritaba socorro, sin embargo, Brianna no tenía la capacidad para mostrar sus verdaderos sentimientos, no cuando cada vez que lo hizo en el pasado recibió un castigo por ello Tienes un minuto para meter toda tu ropa sucia en tu mochila y dármela sentenció firme, saliendo con seguridad de la celda, aunque por dentro solo estuviese huyendo de ella y de esa situación que él mismo había provocado con su hostilidad.

Brianna lo observó congelada, pensando que si se movía él se lanzaría hacia ella y acabaría con ella de la manera más horrible posible.

No podía moverse, no podía respirar. Era como si su cerebro hubiese sufrido una especie de cortocircuito dejándola totalmente desorientada.

Treinta segundos volvió a escuchar su voz y por fin reaccionó. Sus manos temblorosas tomaron toda su ropa, metiéndola torpemente en su mochila vacía.

Trae se la quitó de golpe, sin miramientos ni delicadezas, manteniendo esa postura tosca que él creía que era la adecuada. Alzó la vista, topándose con la suya y al igual que en todas las veces que ella lo miraba se sintió analizado, juzgado e invadido La camiseta exigió dándose cuenta de que Brianna llevaba varios días con la misma prenda.

No esperó respuesta, él había dado una orden y ella tenía que cumplirla, así funcionaba la cosa, solo así podía sentirse seguro. El control sobre sus manos, a su antojo y no al de nadie más.

Volvió al salón, tomando sus propias pertenencias y metiéndola a fuerza en la mochila de Brianna.

¿Es que acaso no me he expresado con claridad? preguntó con rudeza, viendo como Brianna no había hecho ni el más mínimo intento por atender a su petición.

No tengo otra cosa dijo con fingida seguridad, el tono de su voz simulando una disculpa. Quería meterse fuerte, aunque por dentro estuviese luchando para que la sangre volviese a correr por sus venas.

Mierda gruñó exasperado, quería salir, ahora más que nunca se sintió como un animal enjaulado. Necesitaba respirar fuera de ese sitio, se sentía inquieto y no sabía porqué Maldito incordio... murmuró entre dientes.

El Soldado se giró dándole la espalda a su cautiva. Bufó y soltó la mochila con desdén, dejando que cayese al suelo. Tomo el borde de su propia camiseta y se la quitó con rapidez.

Póntela, está limpia ordenó lanzándola sin ver, sin importarle si aterrizaba en el suelo o en el rostro de Brianna. Terminó entre las manos de su prisionera Mira niña si quieres ropa limpia póntela de una puñetera vez.

Brianna tragó hondo, sin poder salir de ese estado de confusión y sorpresa en el que se encontraba. Sus mejillas se tornaron completamente rojas, adoptando el aspecto de dos tomates colorados.

Dio gracias internamente por no poder sentir su mirada, por poder camuflar su vergüenza detrás de la propia espalda del Soldado, y es que la verdad era que Brianna no estaba acostumbrada a ver tanta anatomía masculina.

Lo único que sabía era lo que había leído y visto en sus libros de biología.

Se giró y sin quitarse su propia camiseta y haciendo ciertos malabares consiguió deshacerse de su camiseta cubriéndose con la del Soldado.

Ya está... susurró dándose la vuelta, sujetando ese trozo de tela entre sus manos nerviosas. Él solo la tomó, lanzándola a la mochila y saliendo del lugar, dejándola encerrada en la habitación.

Brianna se sentó en la cama, agarrando el borde del colchón con fuerza mientras ponía en práctica uno de los muchos ejercicios de respiración que había aprendido con los años, pero nada parecía poder devolverle ni un poco de esa calma que siempre parecía acompañarla, porque extrañamente nunca en su vida se había sentido tan vulnerable, tan temerosa de su propia seguridad.


"Ahora quítate la ropa."


Lo recordaba y un escalofrío estremecedor recorría su columna.

Realmente había pasado miedo, temor, solo esperaba que él no lo hubiese notado.

El Soldado salió, respirando con profundidad en cuanto su cuerpo llegó al exterior.

Caminó por la nieve, acercándose hasta el pequeño pueblo que se encontraba a cinco kilómetros de distancia. Lo había visto hace días, cuando volvía de uno de sus viajes furtivos al supermercado, se trataba de una lavandería de autoservicio.

Cerró la lavadora y se sentó, apoyando los codos en sus rodillas, sujetando su propia cabeza y por primera vez desde que formó esa extraña situación, sintió que podía respirar.

Ahora tenía preguntas, quería una explicación, un nombre para esa molesta sensación que lo perturbaba.

Miró hacia la lavadora, el contador bajando segundo a segundo. Tendría que esperar una hora ahí sentado, exponiéndose a que alguien entrase y descubriese quién era. Lo odiaba.

Salió fuera, refugiándose detrás de la fachada del local, pateando las rocas y los trozos de nieve compactos. Tiritó con algo de frío, lamentando no llevar nada debajo de su chaqueta, arrepintiéndose de haberle cedido su última camiseta limpia a Brianna. Ni siquiera entendía porque lo había hecho, simplemente lo hizo.

Horas más tarde, calmado, habiendo olvidado y dejado atrás todas esas sensaciones que lo alteraban volvió al refugio.

No dijo nada, solo dejó la mochila de Brianna con sus cosas cerca de la puerta y se fue, no sin antes escuchar un tímido "gracias" por parte de ella.


Agitó la cabeza, negándose a pasar otra vez por ese momento.

Salió del baño y se sentó de nuevo en el sofá. Tomó su botas y se calzó con cierta prisa. Había tomado una decisión, no quería volver a exponerse tanto, ni tener que esperar una hora sentado sintiendo que en cualquier momento alguien le tendería una emboscada.

Arrugó un par de billetes en su bolsillo y salió.

No se había fijado en la hora, tampoco le importaba. Necesitaba aunque solo fuesen unos minutos de paz.

Lo encontró reconfortante, sentir el aire aunque gélido sobre su rostro. Hacía una semana que no había vuelto a pisar el exterior y ahora parecía que eso era lo único que podía reconfortarlo.

¿A quién quería engañar?

Su libertad era lo único que él precisaba para vivir.

Llegó al supermercado y se hizo con un pequeño cargamento de latas y comida en conserva. Empezaba a aborrecerlo, pero era barato y rápido de preparar. 

Con todo listo el Soldado se dispuso a caminar hacia la zona de cajas, el momento más tanto de sus travesías al supermercado. ¿Lo reconocerían esa vez? pero antes de que su manía persecutoria se pusiese a jugar con su mente algo captó su atención.

En una esquina estaba lo que necesitaba, el motivo por el que había salido esa mañana con tanto frenesí.

» «

Rodó por la cama de lado a lado, preguntándose porque el monstruo que la retenía no se había dignado a alimentarla.

― Estúpido mercenario... ― susurró entre dientes y es que la sensación de hambre despertaba su carácter más arisco e irritante.

Brianna tenía hambre, detestaba el gruñido de su estómago. Bufó mirando hacia la puerta, moviéndose de un lado al otro como un animal encerrado.

Encerrado y hambriento.

No lo entendía, según sus cuentas y aproximaciones mentales, él ya tendría que haber llegado a mirarla y analizarla mientras comía, sin embargo, ella esperaba y ahí no aparecía nadie, no hasta lo que ella creyó que fueron horas cuando en realidad solo fue media hora de espera.

― El desayuno ― llegó como siempre, casi con monosílabos y al igual que siempre ella lo esperaba dócilmente sentada en la cama, tapada con las mantas. Le tendió el plato y Brianna comió despacio, no podía permitirse que él viese que realmente tenía hambre, eso sería como exponer una de sus muchas debilidades y no estaba dispuesta a hacerlo.

Comió tranquila, olvidándose que él estaba ahí, tanto que cuando alzó la vista no lo vio apoyado sobre el marco de la puerta como acostumbraba. Aunque para su disgusto el Soldado apreció segundos más tarde, portando entre sus manos una bolsa de papel algo arrugada. No dijo nada, intercambió el plato por la bolsa y se fue.

Brianna miró la bolsa y dudó. Podría ser cualquier cosa, un castigo, una tortura, una bomba o simplemente la nada en sí misma. Todo podía esperarse de alguien como él.

Decidió abrirla, su curiosidad más fuerte que su propio instinto de seguridad y para su sorpresa solo encontró ropa nueva.

Tres camisetas, dos sudaderas, tres pantalones de chándal, calcetines y...

― Qué considerado... ― murmuró con ironía, sujetando entre sus manos un paquete de bragas. Se sintió asqueada y agradecida al mismo tiempo, una mezcla extraña, pero no podía negar que toda eso le daba cierta comodidad.

Salió de la cama y se quitó la camiseta ancha que llevaba, tirándola a la esquina de su celda donde había cedido que sería el espacio para su ropa sucia.

Se colocó una camiseta, abrazando con gusto el tacto de la tela, siguió con uno de los pantalones y finalmente con una de las sudaderas.

Sonrió inconscientemente sintiéndose segura, escondiéndose de sí misma detrás de toda esa tela.

Cogió el resto de la ropa y empezó a doblarla y colocarla ordenadamente en su armario improvisado, la mesa sencilla y robusta que adornaba su fantástica habitación.

Era delicada, en general sus movimientos eran controlados y sutiles, toda su vida se centraba en eso, en parecer delicada, casi imperceptible y lo llevaba tan integrado que hasta una simple tarea como doblar ropa la desempeñaba de ese modo. Ellos se habían encargado de moldearla.

― Espera... ― su subconsciente comenzó a trabajar en cuando la imagen de HYDRA y de su padre volvió a sus pensamientos.

Se alejó, dio dos pasos hacia atrás y observó la situación.

No lo entendía.

¿Por qué él le había traído todo eso?

¿Y por qué exactamente ese tipo de ropa?

Nunca había vestido nada que no llevase las insignias ni los logos de HYDRA. No era normal que justo en ese momento empezase a vestirse con ropa "extraña".

Frunció el ceño, estirando las mangas de su sudadera, tratando de encajar las piezas de ese pequeño puzzle de desconcierto que se había formado en su mente.

¿Cuál era el propósito de todo eso?

Era como si indirectamente le estuviese avisado de que su estancia en ese lugar iba a prolongarse en el tiempo.

Tiempo.

¿Cuánto tiempo más tendría que aguantar hasta que su padre fuese a por ella?

¿Se abría olvidado de ella?

Sus castigos nunca duraron tanto. Jamás.

¿Acaso él había permitido esa acción tan anormal?

No, por mucho que el Soldado fuese el títere favorito de su padre, él definitivamente no permitía que su hija llevase algo que no fuese de su tan adorada organización.

Siempre recordaría todas las reprimendas que recibió a causa de su uniforme, incluso un cordón mal atado o la más mínima arruga en su camiseta era motivo de regaño.

Nada tendía sentido, pareciera que el Soldado en sí mismo había tomado esa decisión, como si de algún modo él tuviese algún grado de poder.

Entonces lo recordó, sus palabras llenas de rencor y odio:


"¡Tú padre es escoria!"


"Eres la misma escoria que tu padre. Mentirosa y manipuladora."


"¿Y cuál fue tu intención? ¿¡Atraparme y devolverme a la base!? ¿¡Entregarme al hijo de puta de tu padre!?"


Cada vez que el Soldado se refería a Alexander lo hacía con rabia, sus palabras ásperas e hirientes evocaban al desprecio que alguien siente por el peor de sus enemigos.

― ¿Cómo es que tu títere favorito habla tan mal de ti, papá? ― musitó con una idea en la cabeza. Una idea que parecía imposible, tan descabellada que irónicamente sonaba tan real que asustaba.

¿Y si todo eso era obra del Soldado?




🙈

*hehehe* ¿Alguien pensó mal? 🌚

Friendly reminder: el texto en cursiva corresponde a flashbacks y pensamientos internos. Se que hay varios, espero que no sea muy confuso 😅

💞

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