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31. » Día 123

𝟢𝟫 . 𝟢𝟣 . 𝟤𝟢𝟣𝟧

Se encontraba cruzado de brazos, con la vista perdida en las maderas del suelo mientras esperaba a que la cafetera terminase de preparar una nueva tanda de café. Suspiró cansado, había perdido la cuenta del número de tazas de café que llevaba consumiendo desde que tomó su decisión.

Días y noches en las que solo podía pensar en lo que estaba a punto de hacer. Bufó dejando que sus pulmones soltasen todo el aire que retenían. Eso era lo correcto, conseguiría su libertad, sería el dueño de su vida y la pesadilla acabaría.

Todo acabaría, y ya no había vuelta atrás.

Reaccionó al escuchar el burbujeó de la cafetera. La apartó y apagó el fuego mientras vertía el líquido en su taza tal y como llevaba haciendo toda la noche.

Volvió a recorrer sus propios pasos, el mismo viaje repetitivo del salón a la cocina y viceversa, siempre con una taza en la mano.

Resopló parado frente a la mesa, observando el desorden que había formado sobre ella. Decenas de papeles desperdigados por la madera, unos lisos y otros arrugados por él mismo cuando la desesperación lo abordaba. Dejó su taza a un lado, utilizando uno de sus diarios como posavasos y continuó enfocado en formular un plan lleno de complicaciones y lagunas.

Observó el mapa en el centro, lleno de líneas y trazos confusos que competían por convertirse en la ruta elegida para el propósito del Soldado.

Las horas pasaron lentas y desapercibidas, completamente ajenas a un soldado que llevaba varias noches sin dormir.

― Mierda ― gruñó moviéndose lo más rápido que pudo, tratando de limpiar el desastre que el café había formado sobre el caos que había sobre la mesa ― Joder... ― murmuró quitando su diario, viendo algunas esquinas manchadas. Suspiró y lo abrió, los necesitaba, cada hoja y cada palabra, para entender quién era, quien fue, para entenderse a sí mismo. Eran como piezas de un puzzle, rotas y desgastadas, pero sus piezas.

Llegó hasta la última hoja manchada aunque prácticamente intacta, el café solo había llegado a tintar levemente la esquina superior derecha. Vio la fecha, había pasado bastante tiempo, varias líneas alborotadas y el nombre de Brianna saltando de vez en cuando.

Respiró hondo recorriendo sus propias palabras, frenando cuando aparecía su nombre, evitando pronunciarlo aunque solo fuese mentalmente.

Abandonó el cuaderno de golpe, deshaciéndose de la distracción que eso suponía. Tenía que centrarse y resolver de una buena vez el enigma que había sobre la madera.


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Pensó en llamar a la puerta, tomar aire y formular una frase fría y distante para luego girarse, darle la espalda y fingir que nada le importaba, que no estaba pasando por el que, probablemente, era el momento de más incertidumbre que había vivido, pero no pudo, alzó la mano, tragó hondo, y no pudo.

Así que entró despacio, tratando de no hacer ni el más mínimo ruido, cuidando la fuerza de sus pisadas y la intensidad de su respiración. Sus ojos enfocaron al pequeño cuerpo que se escondía bajo las mantas. Brianna dormía, su rostro estaba relajado, su respiración era tranquila, y por un instante, el Soldado sintió calma.

Una calma que duraría lo mismo que un suspiro. Apretó los labios, faltaba una última parte de su plan por resolver, irónicamente, la parte más sencilla. Una frase, varias palabras ordenadas y listo, sin complicaciones, sin explicaciones. Entonces, ¿por qué le estaba costando tanto hallar las palabras adecuadas?

Suspiró agachando la cabeza, tomando la silla a su derecha y moviéndola con sumo cuidado. El Soldado tomó asiento, pegado a la pared, justo en frente de aquella muchacha que dormía plácidamente.


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Sintió las mejillas heladas, la sensación incómoda del frío de la mañana sobre su rostro. Adormilada buscó cubrirse, meter la cabeza debajo de las mantas y seguir durmiendo, sin embargo, algo no iba bien, su subconsciente lo sabía. Abrió los ojos de golpe, sentándose aún más rápido, solo para encontrarse a un Soldado que la observaba fijamente.

Brianna se revolvió incómoda, desconcertada por su actitud, por la forma en la que sus ojos la miraban. Cansado, ausente, desolado tal vez.

― ¿Qué haces aquí...? ― preguntó desviando la mirada, centrándose en la puerta abierta.

― Te he traído el desayuno ― contestó con desdén, levantándose, caminando hasta ella con un bol entre las manos.

― No tengo hambre ― murmuró alejando su cuerpo a medida que él se acercaba.

― No recuerdo haberlo preguntado ― dijo dejando el bol sobre la cama, como siempre, avena ― Cuando termines... ― añadió girándose, cerrando los ojos un par de segundos ― tienes que recoger tus cosas... ― apretó los labios ― porque esto se ha acabado ― fue incapaz de decirlo mirándola a la cara, de formular algo coherente mientras luchaba contra el efecto de sus ojos sobre los suyos.

― ¿Qué...? ― parpadeó perpleja, viendo como su figura alta y fornida salía sin dar la más mínima explicación ― ¿De qué estás hablando? ― saltó de la cama persiguiéndolo, azotando el suelo con sus pasos desesperados.

― El tiempo corre Brianna ― murmuró haciendo lo posible por ignorarla, por mantener un semblante frío y distante.

― ¿Qué está pasando? ― preguntó observándolo, el Soldado se movía deprisa, metiendo dentro de una mochila sus diarios. Sintió un nudo en la garganta, una presión en el pecho aplastante.

Realmente se había acabado, todo había acabado y ahora... ahora llegaba el oscuro desenlace para el que no estaba preparada. Parpadeó poniéndose alerta, su instinto de supervivencia tomaba el control liberando una ráfaga de adrenalina capaz de sacudir cada fibra de su ser.

Rápidamente empezó a pensar, a tratar de adivinar de qué iba todo eso, el significado de sus la palabras, la distancia que trataba de poner entre él y ella cuando en realidad parecía querer esconderse de su ínfima presencia.

¿Qué era lo que planeaba el Soldado?

¿Acaso iba a ejecutarla? ¿Y ya está? ¿Así acabaría aquel infierno? Descartó la idea, estaba claro que por alguna razón que Brianna desconocía, el Soldado necesitaba que ella siguiese respirando.

¿Entonces... iba a venderla a algún líder de alguna banda criminal escondida en algún punto remoto? Puede que inverosímil aunque no del todo descartable.

Brianna regresó a su habitación, tenía que ganar algo de tiempo, lo suficiente como para que su cabecita llena de incertidumbre y desconcierto formulase algún tipo de plan descabellado con el que milagrosamente pudiese evitar el desconocido final que el Soldado de Invierno tenía para ella.

― Toma ― formuló entregándole su traje táctico, el mismo con el que intentó escapar de Hydra meses atrás.

Era oficial, estaba jodida, realmente jodida.


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― Es la hora ― Brianna cerró los ojos, esforzándose por mantener sus miedos a raya, y siguió a su verdugo, perfectamente uniformado con su uniforme de Soldado de Invierno.

Recorrieron en completo silencio el pasillo que conectaba el búnker con el mundo exterior. Él concentrado en su plan de libertad, en repetir en su memoria cada paso y movimiento, mientras Brianna se esforzaba por controlar su respiración, por calmar el temblor nervioso de sus manos.

― Sin estupideces Brianna ― advirtió frenando junto a la puerta de acero, mirándola fijamente, notando el temor de su mirada. Suspiró tratando de ignorar el efecto que su semblante de cachorro asustado causaba en él.

El Sol impactó directamente contra sus ojos cegándola, forzándola a parpadear con rapidez hasta que pudo acostumbrarse a la intensidad de la luz. Soltó el aire de sus pulmones, a pesar de todo, se sintió aliviada de salir, de respirar aire fresco, de sentir la nieve una vez más.

Empezaron a caminar, a marcar la nieve con las huellas de sus botas, a alejarse de ese búnker en el que habían estado encerrados durante tanto tiempo y de cada momento que se quedaba guardado entre sus paredes.

Pasó alrededor de una hora, más de sesenta minutos atrapada en la constante idea de que en cualquier momento se toparía de golpe, y completamente indefensa, con el tortuoso destino que él tenía planeado para ella.

― ¿Qué piensas hacer conmigo? ― preguntó deteniéndose en medio de la nada.

― Camina ― escuchó su voz ausente.

― ¿Me vas a matar? ― alzó la voz ligeramente, esta vez frenado al Soldado en seco.

― ¿De qué diantres estás hablando? ― pronunció dándose la vuelta, observándola con el ceño fruncido.

― Porque... porque si me vas a matar... ― tomó aire ― si es eso lo que planeas, no pienso dar ni un solo paso más ― jadeó con la respiración agitada, la boca seca y las mejillas congeladas.

― No estás en posición de decidir Brianna ― habló desafiante.

― Bueno... no tengo nada qué perder... así que... no pienso moverme ― abrió los brazos y los soltó con tranquilidad, aunque por dentro se sintiese perdida y sus ojos amenazaran con llorar.

― Joder... ― el Soldado murmuró entre dientes ―  No, ¿de acuerdo? No pienso matarte, no... no pienso hacerte daño ― confesó tragando con dificultad ― así que ahora camina ― ordenó dándose la vuelta.

Sin embargo, Brianna lejos de acatar su orden simplemente decidió dejarse caer, tumbarse y dejar que la nieve camuflase su cuerpo.

― Empiezo a pensar que sí quieres morir... ― murmuró observándola desde arriba, sin entender qué estaba pasando por la mente de esa mujer ― Tienes tres segundos para levantarte y ponerte a caminar ― quiso amenazarla, pero Brianna siguió ignorándolo, mirando hacia el cielo ― Muy bien, se acabó ― zanjó agachándose a su altura, tirando de ella y colocándola encima de uno de sus hombros.

Cargó con ella durante varios minutos hasta que algo en su cabeza hizo click. Brianna, la misma que en cualquier otro instante hubiese pataleado y gritado, ahora se mantenía imperceptible sobre su hombro. Definitivamente algo no iba bien.

― Lo has hecho a propósito, el numerito de "me niego a dar un paso más si voy a morir" ¿no es así? ― gruñó apretando la mandíbula, dejándola de pie en el suelo.

― Vaya... ¿cuánto tiempo ha tardado tu magnífico intelecto en llegar a esa conclusión? ― replicó con una leve sonrisa ― Realmente solo necesitaba algo más de tiempo, lo suficiente para que alguien viese cómo llevabas en extrañas circunstancias a una chica joven e indefensa ― continuó desafiante.

― De acuerdo, chica joven e indefensa ― rodeó su brazo acortando la distancia que los separaba ― No voy a matarte, pero como se te ocurra alguna otra tontería te juro que te vendo por lo primero que me ofrezcan así sea una paquete de chicles a medio terminar ― advirtió sobre sus labios.

― Qué miedo... ― murmuró irónica. Lo sabía, por algún motivo sabía que él no se desharía de ella tan fácilmente.

Solo tenía averiguar porqué.




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