
3. » Día 3
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Había logrado sorprenderlo, sacarlo mínimamente de esa aura ausente y fría en la que el Soldado vivía.
Quitó la mano con lentitud, apartado sus ojos de los de Brianna. Su mirada transmitía serenidad, calma, demasiada confianza como para que sus palabras fuesen mentira.
Contuvo la respiración durante un par de segundos arrojando el algodón sucio a la bandeja. Apretó los labios, su mente empezaba a confundirse y él odiaba esa sensación.
Sentía que perdía el control, que nuevamente unas simples palabras lograban desestabilizarlo y comenzaba a preguntarse cómo de frágil era en realidad su cabeza. No estaba escuchando aquella serie de palabras frías y perfectamente pronunciadas que lo llevaban a su lado más oscuro, que despertaban al monstruo que vivía en su interior, no, estaba escuchando a una niña.
A una niña de diecisiete años que hablaba sincera, con voz dulce y sumisa, como una caricia para sus oídos.
― Responde, por favor... ― pidió buscando su mirada. Brianna lo observaba, seria y curiosa, buscando algún ápice de humanidad en el Soldado.
― Basta de preguntas ― replicó el Soldado poniéndose de pie, llevando la bandeja entre sus manos y nuevamente, dejándola encerrada entre esas cuatro paredes prácticamente negras.
Brianna se dejó caer en el modesto colchón en el que había estado sentada durante horas. Pasó las manos por su frente, arrepintiéndose al segundo. Su herida aún estaba fresca y toda la zona dolía, apostaría cualquier cosa a que tenia un aspecto horrible.
"Genial Brianna, una cicatriz nueva para la colección. Gracias, Soldado del Demonio."
Todo lo que sus labios no se atrevían a pronunciar, su mente lo relataba sin censura, sin ningún tipo de contención, utilizando todas y cada una de esas expresiones que siempre consideró prohibidas para ella y sus labios.
Había aprendido muy bien la lección, siempre cauta, siempre contenida. Quisiera o no, ella callaba. Nunca protestaba, jamás replicaba, no tenía autoridad para hacerlo.
Su padre se había encargado de dejárselo muy claro.
― Brianna Elizabeth Pierce ― su padre siempre fue cauto, continuamente sereno e impasible, manteniendo esa elegancia y contención que le caracterizaba. Brianna jamás había recibido un grito por su parte, o una mala palabra, sin embargo, él sabía como manipularla. Bastaba con un par de palabras firmes y serias, y una mirada ligeramente decepcionada para que su hija obedeciese sin rechistar.
― Papá... ― palideció al verlo, parado a los pies de su cama. No sabía qué hacer, ni dónde meterse. Estaba metida en un buen lío.
― ¿Puedo saber por qué no has ido al entrenamiento de hoy? ― preguntó atormentándola con su mirada. Brianna pestañeó, un mar de lágrimas se avecinaba, pero ella no podía llorar.
― Yo... ― suspiró tratando de mantenerse tranquila ― ayer me caí en el entrenamiento, sobre los arbustos que adornan el patio... Me hice daño papá... ― confesó escondiendo la mirada. Fue mucho más que una simple caída sobre un par de plantas débiles. Brianna cayó sobre ramas y espinas, llenando su espalda y brazos de golpes y arañazos.
― ¿Qué haré contigo Brianna? ― Alexander negó con la cabeza varias veces. Su hija era débil y la debilidad era la característica que él más odiaba del mundo.
― Lo siento ― pidió perdón, saltando de la cama hacia su padre, tratando de tomar sus manos, pero él se apartó.
― Eres lo más importante que tengo Brianna... ― murmuró dándole la espalda, doblegándola en silencio.
― Lo haré mejor, lo prometo ― replicó nerviosa, angustiada por no poder ser lo que su padre quería.
― Vístete y ve hacia la sala de entrenamientos. Ya has perdido suficiente tiempo ― sentenció caminando hacia la puerta.
― No... ― aquella fue la primera y la última vez que Brianna se atrevió a replicar, a partir de ese momento, siempre se mordería la mejilla interna antes de dejar que una sola palabra replicante saliese de sus labios.
― Escúchame bien Brianna Pierce porque no lo repetiré dos veces. Irás al entrenamiento y obedecerás todo lo que Karpov te diga, sin rechistar, sin protestar y esforzándote al máximo. No me gustaría enterarme de que mi hija se comporta como una auténtica mediocre. Me daría vergüenza... ¿y tú no quieres avergonzar a tu padre, o si? ― su mano sujetó su mentón con fuerza. Brianna negó asustada, sumisa y obediente.
Nunca fue capaz de reconocer que esa escena lejos de ser un regaño, estaba siendo una amenaza. Y al igual que no pudo identificar esa realidad, tampoco pudo ver qué detrás de cada reprimenda se hallaba un mundo de manipulación e intimidación que la doblegaba.
Brianna terminó convirtiéndose en una muchacha débil y fuerte al mismo tiempo, incapaz de replicar ni una sola palabra. Siempre reprimiendo su verdadero yo en su interior.
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El ruido de la puerta resonó sobre sus hombros, la madera crujiendo con sus toscas pisadas. El Soldado se sentía confundido, algo desorientado y todo por culpa de Brianna.
Se sentó en una de las viejas sillas del salón, haciendo rechinar la estructura, sintiendo que si se movía demasiado se vendría abajo con él encima.
Dejó la bandeja sobre la mesa, su mente llevándolo a una zona incómoda y alejada de su actitud fría y severa.
Miró hacia el contenido, el fondo cubierto de trozos de cristal de diferentes tamaños, todo ellos impregnados por sangre y ligera suciedad, muchos de ellos cargando sobre sus bordes fibras del traje de Brianna. Esparcidos y entremezclados con trozos de algodón aún impregnados de alcohol y diminutos coágulos que asquearían a cualquiera, pero a él no.
El Soldado miraba fijamente los restos, analizándolos, como si dentro de todo ese desastre sangriento quisiera buscar alguna respuesta para las preguntas que se asomaban por su cabeza.
¿Brianna simplemente había huido?
¿No lo estaba persiguiendo por la nieve dispuesta a devolverlo al infierno que orquestaba su padre?
¿Todo fue una simple casualidad?
¿Acaso... se había equivocado al retenerla?
Resopló apoyando una mano sobre su nuca, moviendo el cuello con incomodidad, incapaz de identificar porqué todas esas preguntas le perturbaban tanto.
Tomó un trozo de cristal, limpiándolo con un poco de alcohol, mirándolo con detenimiento. El borde agrietado e imperfecto. Lo tocó lentamente, deslizando uno de sus dedos, dejándose llevar por sus propios pensamientos.
Había visto las heridas de Brianna, cortes profundos y contenidos por el mismo cristal que la había lastimado. Los mismos que sangraron en cuanto él arrancó con todo el desprecio posible aquellos pedazos afilados.
Su propósito fue claro y premeditado, poco le importaba el bienestar de Brianna, lo único en lo que su juicio podía centrarse era en hacerle daño, en arrancar súplicas de sus labios y miradas clamando compasión, pero ella ni siquiera reaccionó. Era como si de alguna manera Brianna estuviese acostumbrada, familiarizada con el escozor de las heridas. Incluso parecía agradecida con él, musitando ese diminuto "gracias", como si encontrase reconfortante que alguien la estuviese curando.
Aquella no era la conducta propia de una persona normal, no la de una muchacha asustada y temerosa. Brianna no parecía tener miedo, como si aquello, verse encerrada y retenida fuese algo cotidiano para ella.
Sus ojos volvieron al metal, a mirarlo con detenimiento, un completo caos de vidrio, alcohol y sangre entremezclados, pero cuanto más lo miraba más claro veía el verdadero significado de todo eso.
Nunca fue una persecución, ella no lo buscaba, nadie lo estaba buscando. Lo que tenía ante sus ojos no era más que la prueba de un intento desesperado por huir. Brianna no había salido por la puerta principal, como si de una misión se tratase, dispuesta a encontrar al Soldado de Invierno, enfrentarlo y devolverlo a las fauces de su padre. Ella había escapado, escabulléndose para no ser vista, haciéndose daño a sí misma al perseguir su propia libertad.
Ahora lo sabía, encontrarse con ella no había sido más que un error fortuito.
Agitó la cabeza, empujando con desgana la bandeja fuera de su campo de visión, evitando el camino tenebroso al que sus propios pensamientos lo estaban conduciendo, hacia su conciencia, hacia la empatía dormida que se hallaba en lo más profundo de su ser.
Conocía la verdad, sin embargo, él ya había tomado una decisión.
Se levantó huyendo de todo, queriendo alejarse de toda esa realidad que ahora conocía, porque pasara lo que pasara, su decisión seguía firme.
Brianna era su objetivo y no había marcha atrás.
Dio dos pasos y su cabeza empezó a dar vueltas. Su cuerpo se debilitaba y él no había sido consciente hasta ese momento.
Jadeó dolorido, llevando su mano humana hacia su abdomen, justo debajo de las costillas. Rápidamente una sensación fría y mojada cubrió su palma. El Soldado apartó la mano, mirándola de forma temblorosa, sobre su piel una gran mancha de sangre.
Las fuerzas abandonaban su cuerpo, de un momento a otro toda la rabia que lo sostenía había decidido abandonarlo, dejándolo a merced del dolor.
Tambaleándose consiguió llegar hasta el baño. No era capaz de entender qué estaba pasando, de dónde salía toda esa sangre. Pensó incluso que solo se trataba de una ilusión malévola de su cabeza, pero entonces, un pequeño recuerdo de hace un par de días atravesó su mente.
"Excelente trabajo Soldado... lastima que solo uno de los dos va a poder salir de aquí... gracias por tus años de servicio Soldado, pero todo tiene que terminar..."
El sonido del disparo volvió a repetirse, tan real y auténtico como la primera vez y junto a ese sonido, también se repitió es escozor y ardor de la bala atravesando su cuerpo.
Quitó los broches de su chaqueta, negra como la noche, el color perfecto para que una mancha de sangre fuese imperceptible.
Pronto el olor metálico y pesado de la sangre llegó a sus fosas nasales, condensándose en el ambiente. Intenso y mareante, nauseabundo.
Terminó de desvestirse, dejando el suelo cubierto de prendas ensangrentadas, prácticamente inundadas y él, absorto en su furia, no había sido capaz de darse cuenta hasta ese preciso instante.
Jadeó asustado mirándose las manos, la sangre cubría carne y metal, alzándose hasta los codos, escurriéndose entre sus dedos. El Soldado tiritaba, la gélida y fría sensación de la muerte empezaba a cubrirlo.
Tembloroso y atemorizado alzó la mirada, sus ojos chocaron de lleno con una imagen horrorosa. Ante él su reflejo en el espejo, un ser roto, albergando sobre su abdomen una bala que lentamente lo estaba matando. Respiró pesadamente, tratando de controlar el pánico que empezaba a correr por sus venas.
Su labio inferior tembló, sus ojos se llenaron de lágrimas. Alrededor de la bala, una gran mancha violácea y rojiza, prácticamente negra, y junto a ella, un camino granate y viscoso, recorriendo su piel sin control, abriéndose paso por su abdomen musculoso hasta el inicio de sus pantalones de combate.
Abrió el armario del espejo con desesperación, revolviendo los estantes frenéticamente. El Soldado quería salvarse, frenar esa hemorragia que segundo a segundo iba acabando con él.
Tenía que quitar la bala, pero el miedo parecía frenarlo.
― ¡Por favor! ¡Es solo una niña! ¡Te daré lo que quieras! ¡La fórmula es tuya! ― los gritos de aquel hombre llenaban la habitación, no obstante, el Soldado no hizo ningún gesto. Alzó la pistola, apuntando a la niña, estaba dispuesto a matarla. Era su misión.
Cerró los ojos con fuerza. Comenzaba a escuchar voces, a alejarse de la realidad, a perderse en ese mundo de pesadillas y demonios que lo dejaban sin respiración.
― ¡No! ¡¿Quieres que me ponga de rodillas?! ¡Lo haré! ¡Te lo suplico, déjame ir! ― aquella mujer suplicaba, desgarrándose la garganta con cada palabra, era inútil, el Soldado tenía una misión y después de unos interminables segundos, una bala atravesó sus sienes.
La bala cayó sobre el lavabo, tiñendo de rojo la cerámica, sin embargo, los ruegos y gritos desgarradores de sus víctimas no dejaron de golpearlo ni un solo instante. Sus piernas fallaron, su conciencia y su cuerpo parecían haberse unido para destruir al Soldado de Invierno, pero él no quería morir, por primera vez desde que despertó de ese horrible embrujo no sentía ganas de acabar con su propia vida.
Tenía que coser su herida, frenar ese rio de sangre que brotaba sin control.
El tiempo corría, al igual que las pequeñas gotas de sudor frío que llenaban su frente. Jadeó atemorizado, sosteniendo una grapadora entre sus dedos metálicos, vibrando con temor según la iba acercando a su cuerpo. No había otra solución, debía de hacerlo.
"Ayude a mi esposa, por favor... ¿Sargento Barnes? Por favor... "
"¿Howard? ¡Howard!"
Las grapas se iban clavando sobre su abdomen, desgarrándolo, sintiendo como cada punta afilada rasgaba su piel.
El Soldado terminó de curarse, limpiando con su propia camiseta los últimos restos de sangre. El baño completamente sucio, digno de cualquier película de terror.
Gimió abatido, sudoroso, tratando de controlar su propia respiración. Se sentía al borde del abismo, a punto de caer hacia el peor de los infiernos.
Se miró al espejo una vez más, era incapaz de reconocer al tipo que tenía en frente. Desaliñado, con la mirada atormentada y perdida, y el cuerpo lleno de cicatrices, todas y cada una de ellas representado un castigo, una tortura, un crimen cometido a manos del Soldado.
Su pecho empezó a doler, como si miles de dagas ardientes se clavaran atravesando su cuerpo de lado a lado.
Apretó los puños con fuerza, con tanta fuerza que sus minúsculas uñas fueron capaces de cortar su piel. Tensó la mandíbula con rabia, tan fuera de sí que sus dientes podrían explotar en cualquier momento. Lo único que su mente y su cuerpo querían era gritar, golpear a aquel monstruo que se alzaba ante sus ojos.
Su puño impactó con el espejo, volviéndolo añicos con un solo gesto. Gruñó desconsolado, cientos de heridas comenzaron a formarse sobre sus nudillos destrozados. Su labio tembló y las lágrimas amenazaron con salir de sus ojos.
La primera lágrima salió sin permiso, seguida de la segunda y de la tercera. Ninguna pidió permiso para recorrer su mejilla y el Soldado no hizo nada para frenarlas. Aquella estaba siendo la primera vez en décadas que se permitía llorar.
― Lo siento... lo siento... ― susurró entre sollozos, lanzando sus súplicas al aire, sintiéndose más humano que nunca. Más roto que nunca.
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El reloj marcó las seis de la mañana, había estado viendo toda la noche como las agujas iban pasando de hora en hora.
Se negaba a cerrar los ojos y dormir, temiendo ser atrapado por una de esas pesadillas que tanto lo atormentaban, sintiendo que si lo hacía, no volvería a abrirlos.
Suspiró cansado, agotado tanto física como psicológicamente, queriendo hallar una mínima distracción para que toda esa tortura cesara de una vez por todas.
Levantó su cuerpo entumecido de aquel sofá viejo y desgastado, arrastrando los pies hasta lo que parecía una cocina después de que un huracán hubiese pasado por ella. Necesitaba comer, alimentarse a él y alimentar a Brianna.
La quería fuerte y despierta, quería que fuese consciente de cualquier castigo, de sus gestos llenos de desprecio.
Quería hacerla sufrir.
Gruñó al no ver nada, todos los muebles completamente vacíos, desprovisto de cualquier cosa. Muy a su pesar, tendría que salir a por comida.
Hurgó en sus bolsillos, tomando el dinero de Brianna, al parecer, no solo le había quitado las balas de su pistola, sino también los ahorros de toda una vida, pero él eso no lo sabía.
Entró sin llamar, disparando los nervios de Brianna, que apenas había podido pegar ojo en toda la noche, sin embargo, una vez más, ella se encargó de fingir normalidad.
Llegó dispuesto a esposarla, a atarla con fiereza a los barrotes de la cama. No podía arriesgarse a que ella intentase escapar mientras él estaba fuera.
― No ― sentenció sin controlar su voz ― por favor... no lo hagas... ― murmuró más delicada, buscando sus ojos ― M-me duelen las muñecas... ― sus palabras salieron temblorosas, las rozaduras de sus muñecas inaguantables.
― ¿Crees que me importa? ― señaló frío, mirando su piel roja e irritada, a un paso de romperse y sangrar.
― Por favor... ― ahogó un gemido cuando la primera esposa rodeó una de sus muñecas ― No haré ninguna tontería... lo prometo... ― Brianna sonaba débil, sumisa, pero todo eso no era más que una treta para manipular al Soldado.
― Si haces alguna tontería... te juro que acabo contigo con mis propias manos... ― susurró sobre uno de sus oídos, estremeciéndola.
La puerta se cerró, el cerrojo crujió y en cuanto el más absoluto silencio inundó aquel lugar Brianna saltó de la cama. No sabía cuánto tiempo tenía hasta que él volviese, lo único que sabía era que debía de ser rápida.
― Piensa Brianna... piensa... ― murmuró para sí misma, merodeando dentro de esas cuatro paredes ― No puede ser tan difícil, esto es HYDRA, tú eres HYDRA... ― continuó mientras se acercaba a una de las paredes, golpeándola con sutileza, escuchando cada ruido, buscando algún escondite o entresijo.
― Vamos... vamos... ― musitó llenando las paredes de pequeños toques. Recordando todos y cada uno de los secretos de la base, como las puertas muchas veces no eran puertas y las paredes a menudo daban a salas perfectamente escondidas.
Gruñó frustrada al no encontrar nada, resopló pensando en alguna otra alternativa, sintiendo el tiempo correr en su contra. Quería salir, investigar el sitio donde estaba atrapada, pero no era tan tonta como para hacerlo, no sabiendo que muy probablemente el psicópata del Soldado le estaría tendiendo una trampa.
Centró entonces su atención en el suelo, clavando las uñas sobre las uniones de las maderas, buscando alguna un poco más floja, un escondrijo como el que ella solía tener en su habitación. Recorrió el suelo de rodillas, arrastrando las uñas por cada junta, doblándolas en un intento de obtener algo.
― Por favor... por favor... ― susurró a los pies de la cama, incrustando sus uñas adoloridas sobre la última madera.
Dobló la uña, alzando esa última oportunidad, sonriendo con satisfacción al encontrar lo que ella tanto deseaba. Estaba oscuro, no podía ver nada, sin embargo, metió el brazo, aún sabiendo que cualquier cosa podría atacarla, palpo un par de objetos irreconocibles al tacto, parecían papeles arrugados y algo más. Estiró el brazo, su mejilla pegada al suelo tratando de ir más allá.
La punta de sus dedos rozó algo metálico y fuerte, medianamente pequeño, en seguida supo que era un arma, había tenido tantas veces una entre sus manos que era inconfundible para ella. Sonrió aliviada, tratando de llegar hasta ella, pero antes de que pudiese alcanzarla la puerta crujió.
Se levantó deprisa, colocando la madera en su sitio y lanzándose a la cama, fingiendo no haberse movido ni un solo centímetro.
El Soldado atravesó la puerta, inspeccionando el lugar con la mirada, asegurándose de que Brianna no se había movido de su sitio.
La encontró tal y como la dejó, sentada en su cama, con las piernas cruzadas, sus ojos mirándolo con curiosidad, había algo en ella, algo que no estaba cuando él se fue hace una hora.
Caminó despacio, marcando sus pisadas en el suelo, analizándola, como si quisiese encontrar alguna respuesta, pero su mirada era fuerte, intensa y al mismo tiempo relajada.
Era Brianna quien lo estaba invadiendo, atravesándolo con su mirada.
Se acercó y cerró la puerta lentamente. No le gustaba su mirada sobre él, ni el efecto incómodo que causaba en él.
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Holi 🙋🏼♀️
Votación:
¿Crees que Brianna dice la verdad o que solo está mintiendo?
- Verdad: 💚
- Mentira: 🖤
P.D.: En el próximo capítulo se revelará la verdad, cualquiera que sea.
Muchas gracias por vuestro apoyo. Disfruto de cada comentario, son geniales ❤️
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