
28. » Día 108
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» 25 . 12 . 2010
Lo llevaban atado de pies y manos. Sus manos encerradas en unas esposas que se apretaban con el más ligero movimiento. No sabía qué estaba pasando, ni dónde se encontraba, tampoco que día era ni mucho menos el rumbo de sus pasos.
Se sentía extraño en su propia piel, vacío por dentro, como si la realidad en la que se encontraba fuese una película proyectada ante sus ojos y él un mero espectador.
Estaba rodeado, seis agentes armados lo acompañaban en su travesía por aquel pasillo frío y apagado. Podía escucharlos, la conversación que mantenían entre ellos, sin embargo, el zumbido en sus oídos se encargó de reducir sus voces a simples murmullos imposibles de descifrar.
Lo próximo fue entrar a la parte trasera de un furgón blindado y esperar, en total oscuridad, a su siguiente destino.
― ¡Todo preparado! ¡Vámonos! ― uno de los agentes golpeó el lateral del furgón. Segundos después dos todoterrenos y el furgón que encerraba al Soldado se encontraban en la carretera.
Diez minutos más tarde la gigantesca ciudad de Nueva York se alzaba ante sus ojos y el silencio que antes reinaba comenzó a desvanecerse. Detrás de los cristales tintados la estampa era completamente distinta, la noche neoyorquina estaba en su máximo esplendor, las calles nevadas y los edificios, altos e imponentes, iluminados hasta el ultimo centímetro. Todo en aquel lugar gritaba navidad, sueños, felicidad.
― Vaya... creo que ya lo entiendo ― dijo con un ligero silbido, admirando la imagen que estaba presenciando.
― ¿Ah? ― Smirnov lo miró sin entender, atento a la carretera, pronto llegarían.
― Hablo de Pierce, no me extraña que prefiera pasar estos días aquí y no en la base ― Rumlow rió ligeramente ― Es más, yo también haría lo mismo si pudiese...
― ¿Y si tuvieses una hija también lo harías? ― preguntó directo, sin importarle el tono de sus palabras.
― ¿De qué estás hablando? ― Rumlow frunció el ceño mirándolo, Smirnov parecía tenso.
― Es irónico, ¿no crees? Pierce aquí y Brianna... encerrada en la base ― respiró hondo, tragando incómodo.
― Pues no lo creo, solo está protegiéndola ― el joven defendió a su jefe, siempre leal y fiel.
― ¿Protegiéndola de qué? ¿De la familia perfecta y resplandeciente que tiene? Brianna no significa nada para él ― gruñó conteniéndose.
― Brianna es el futuro de HYDRA, la única persona en la que Pierce confía para que continúe con su legado y eso es algo que ninguno de sus otros hijos podrá conseguir jamás ― sentenció firme, con una leve sonrisa.
― Pero está sola... ― murmuró apenas audible.
― Nunca ha estado sola, a pesar de todo Pierce siempre ha estado al tanto de cada detalle de la vida de Brianna. Se mantuvo a su lado, aún cuando su madre decidió abandonarla sin mirar atrás ― Smirnov contuvo la respiración ― ¿Cómo se llamaba?
― Nina... ― apretó los labios ― se llamaba Nina...
― ¿Es cierto eso que dicen? ― Rumlow sabía perfectamente a dónde quería llegar ― Que tú y Nina... ― pero antes de terminar, Smirnov lo interrumpió hablando por el intercomunicador.
― Alpha a posición central. Situación. ― exigió con la voz dura y la mirada apagada.
"Posición central a Alpha. Todo preparado. Sistema de seguridad saboteado. Salidas y entradas bloqueadas."
― No hace falta que contestes. Queda más que claro ― ocultó su sonrisa burlesca ― Debió de ser una putada... la mujer que querías dejándote tirado de la noche a la mañana... ― Smirnov apretó los puños, la fuerza de su agarre volviendo blancos sus nudillos ― Tiene una hija y decide desaparecer... Brianna solo tenía...
― Solo tenía una semana de vida... ― terminó la frase por él, dejando que miles de recuerdos volviesen del golpe.
― Me pregunto si sigue viva... ―
― Hemos llegado. Ya sabes lo que hacer. ― espetó bajando del furgón con un sonoro golpe.
Todo pasó muy deprisa. El Soldado salió armado, su cabeza repitiendo una y otra vez los nombres de sus víctimas.
¿El resultado? Nueve cuerpos ensangrentados tendidos en el suelo, un ascenso para Pierce y un Smirnov que desapareció como si la tierra se lo hubiese tragado.
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Amanecía ante sus ojos, los rayos de luz lentamente deshaciéndose de la oscuridad de la noche. Apagó su cigarro lanzándolo sin importarle donde caía. Hacía frio, la brisa helada golpeaba sus mejillas. Suspiró mirando al suelo, tenía que darse prisa.
― Perfecto... ― murmuró para sus adentros. Aquel supermercado que siempre parecía estar vacío ahora estaba repleto. No había punto que no estuviese infestado de personas comprando como si fuesen a contrarreloj. Señoras empujándose las unas a las otras, señores discutiendo por el ultimo pavo envasado y decenas de niños corriendo por los pasillos. Bufó dudando si aceptar ese desafío o darse la vuelta y volver con las manos vacías. Apretó los puños ― Que sea rápido ― susurró acomodándose la gorra, buscando cubrir su rostro lo máximo posible.
Se encontraba incómodo rodeado de tanta gente, temeroso de ser reconocido por cualquiera, pero tenía un motivo por el que estar aquí, un motivo al que aún no estaba dispuesto a enfrentarse.
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Abrió la puerta dubitativa, cansada de esperar un desayuno que nunca parecía llegar. Recorrió el búnker, estaba completamente sola, ni rastro del Soldado.
― Vaya... otra navidad sola... ― respiró hondo ― adoro esta tradición... ― espetó irónica, con una sonrisa triste.
― No puede ser tan difícil... si él puede hacerlo tú también puedes Brianna... ― continuó con aquella conversación donde ella misma hacía de emisor y receptor ― Por favor no explotes, por favor no explotes ― repitió temerosa, acercando una cerilla a uno de los fogones, cerrando los ojos en el último momento ― ¡Eso es! ― gritó victoriosa viendo el círculo encendido.
Lo encontró entretenido porque para alguien cuya existencia se centraba en ser un proyecto perfecto, hasta la tarea más simple e insignificante representaba una aventura.
Y ahí estaba, atenta, concentrada, inconscientemente buscando la perfección en cada uno de sus movimientos, aunque solo estuviese preparando su propio desayuno.
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Llegó cargado con varias bolsas, ansioso por volver a encerrarse y no tener que volver a salir por lo menos en un par de semanas. Se frotó las manos, su mano humana padeciendo por el clima gélido, el termómetro del supermercado marcaba varios grados bajo cero. Resopló viendo la chimenea apagada y caminó hasta ella sin importarle el rastro de nieve que dejaban sus botas sobre el suelo.
Se concentró en revivir el fuego, tanto que no se dio cuenta que la puerta de Brianna estaba abierta y su habitación vacía. Se puso de pie sintiendo una corriente fría atravesar su cuerpo, aún más helada y áspera que la brisa exterior.
Entró de golpe, las cosas de Brianna aún seguían en su sitio. Caminó hasta el baño, también vacío. El Soldado comenzó a agobiarse. ¿Acaso Brianna había conseguido escapar?
― ¡Blyat! ― la escuchó gritar desde la cocina.
― ¡¿Se puede saber qué estás haciendo?! ― preguntó en cuanto vio el desastre que Brianna había formado.
― Yo... ― retrocedió sujetando una cuchara de madera contra su pecho ― El desayuno... ― se mordió el labio nerviosa.
―¿El desayuno o incendiar la cocina? ― espetó alejando la olla del fuego, limpiando la leche derramada por los bordes.
― дурак... ―musitó en voz baja.
― Te he entendido ― contestó dándose la vuelta, mirándola fijamente ― ¿Cómo es posible que hayas formado todo esto? ― preguntó rendido, conteniendo una leve sonrisa burlesca.
― No es mi culpa, yo no... yo no sé hacer estas cosas ― movió los hombros algo avergonzada, al tiempo que le entregaba al Soldado un bol.
― ¿No sabes preparar un simple desayuno? ― dijo alzando una ceja, sirviendo el desayuno de Brianna sin ser consciente de que lo estaba haciendo.
― Nunca he tenido que hacerlo ― extendió la mano, esperando su ansiado bol, pero el Soldado siguió hablando.
― ¿Acaso las niñas mimadas como tú no saben hacer nada por si mismas? ― mencionó irónico. Brianna apretó los labios.
― ¿Acaso tienes envidia ― soltó arrebatándole su desayuno ― He..he hecho para ti por si quieres ― habló rápido, desapareciendo antes de obtener una respuesta.
Siguió sus pasos, apareciendo en el salón con un bol de avena entre sus manos. No sabía porqué había aceptado su oferta, pero ahí estaba, sentado en el sofá, desayunando tranquilo mientras la observaba con disimulo.
Suspiró cansado, Brianna parecía relajada, ajena al torbellino de emociones que era capaz de despertar en el Soldado. Capaz de arrastrarlo del estrés más extremo al alivio más placentero en cuestión de segundos.
― Brianna ― pronunció su nombre poniéndose en pie, aún sin saber bien qué decir ― Toma ― dejó un par de bolsas encima de la mesa.
― ¿Qué es? ― soltó su cuchara mirándolo con curiosidad.
― Son restos, supongo que nadie los quería y el supermercado decidió regalarlos ― respondió con una mentira ― Puedes... quedártelos si quieres ― continuó con fingida indiferencia, viendo como Brianna abría una de las bolsas con recelo.
― Son... decoraciones de navidad ― aguantó la respiración ― Gracias ― sonrió como no hacia en meses, cautivando al Soldado que tuvo que obligarse a sí mismo a no sonreír.
― Haz lo que quieras con todo eso ― sentenció antes de irse, no sin antes observarla de reojo.
El día pasó en completo silencio. El Soldado escribía totalmente absorto en sus propios pensamientos y Brianna decoraba, ambos concentrados en su propio universo.
Dejó de escribir cuando llegó a la ultima hoja en blanco de aquel cuaderno. Ni siquiera era consciente del tiempo que había pasado perdido en sí mismo, ni de las horas que llevaba sin vigilar a su prisionera.
Una prisionera que parecía un torbellino moviéndose de un lado al otro, como una niña hiperactiva atiborrada de azúcar. Su ilusión era desbordante, una estampa de la que el Soldado no podía apartar sus ojos y sin saberlo, algo de esa ilusión llegó hasta él.
― ¿A dónde vas con esa silla? ― habló sobresaltándola, cruzándose de brazos.
― Me gustaría colocar estas luces y... a menos de que crezca repentinamente, creo que necesito subirme a la silla para llegar al techo ― explicó tímida.
― Siendo sincero, ni subiéndote a la silla llegas al techo ― habló levantándose, acercándose a ella con pasos lentos ― Dámelas ― estiró su mano metálica ― ¿Dónde las quieres? ― preguntó desenredando las luces.
― Por todo el techo ― Brianna volvió a sonreír.
― Bien, ve pasándome las pegatinas mientras yo voy... colocando todo esto ― el Soldado ordenó subiéndose a la silla. Trabajaron en silencio, él poniendo las luces como ella quería y Brianna atenta a cualquier error, corrigiéndolo varias veces en el camino.
― Por fin ― bufó bajando de la silla.
― Soldado ― dijo deteniéndolo ― Gracias...
― Es tarde... ― se esforzó por ignorar su amabilidad.
― Iré... me iré a mi habitación ― señaló dando un ultimo vistazo al salón.
― Voy a asar malvaviscos, por si quieres quedarte ― ofreció nervioso, preguntándose internamente qué diantres estaba haciendo.
― Quiero... ―
Se sentaron en el suelo, frente a la chimenea, aquella bolsa de malvaviscos como única separación entre ambos. Brianna lo miraba curiosa, imitaba sus movimientos a conciencia, sin percatarse de la mirada divertida del Soldado. Parecía un niña descubriendo algo totalmente nuevo por primera vez.
Permanecieron en silencio, completamente sumidos en ese pequeño momento de paz y serenidad. Rodeados de decoraciones y luces diminutas que parecían estrellas en medio de la oscuridad, juntos en el mismo espacio sin sentir la imperiosa necesidad de expresar a los cuatro vientos todo el odio que juraban profesarse.
La observó atento, perdido en cada detalle de su rostro, en como el reflejo de las llamas parecía iluminar su sonrisa, en el brillo en unos ojos que siempre parecían estar apagados. Estaba cayendo en su magia, dejándose envolver por ella, inconscientemente dejando atrás al monstruo que aseguraba ser. Su humanidad volvía sigilosa, dispuesta a rescatarlo de sí mismo, a alejarlo de todos esos años de vacío y terror, pero aún era demasiado pronto para ser consciente de ello.
― ¿Algún día me dirás como te llamas en realidad? ― preguntó distraída, dejándose llevar por aquel debate interno que cada día trataba de silenciar sin éxito.
― Probablemente no ― probablemente nunca llegaría a saber cuál era su verdadero nombre.
― ¿Por qué no? ― murmuró débil.
― ¿Por qué te interesa saberlo? ― Brianna suspiró pesadamente, sabia la respuesta, y también sabía que responder a esa pregunta supondría adentrarse en algo que en el fondo la asustaba.
― Porque no sé nada de ti... ― contestó apartando la vista del fuego. Conocía al Soldado, tenía grabado en su memoria cada detalle de su informe, sin embargo, desconocía al hombre detrás del uniforme, a aquel que ahora la miraba tranquilo, el mismo que cuando clavaba su mirada sobre sus ojos generaba en ella una sensación para la que no encontraba palabras ― Queda menos de media hora para que se acabe el día... ― optó por cambiar de tema, por huir ― y... ― Brianna soltó el aire de sus pulmones ― este es el primer año en el que siento que realmente es Navidad... nunca había decorado nada y mucho menos había... ― apretó los labios ― había asado dulces ― rió levemente ― así que... Feliz Navidad Dev... ― lo miró con dulzura.
― ¿Dev? ― el Soldado preguntó confundido.
― Si no me dices tu nombre, tendré que inventarme uno ― contestó poniéndose en pie, caminado hacia su habitación.
― ¿Y qué significa? ― siguió viendo cómo se alejaba, sintiéndose vacío de repente.
― ahhh... ― Brianna abrió la puerta ― son... solo unas letras ― dijo con una sonrisa.
― Feliz Navidad Bri-Brianna ― corrigió lo más rápido que pudo.
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El reloj marcó las doce, finalmente el día del Navidad había terminado, posiblemente el único día en meses que valía la pena guardar en su memoria. Recogió la bolsa de malvaviscos del suelo, aún quedaba uno. Decidió asarlo, de pie junto al fuego, viendo como el caramelo lentamente iba derritiéndose.
"¿Algún día me dirás como te llamas en realidad?"
Le hubiese gustado pensar que no contestó a su pregunta por voluntad propia, que no lo hizo por simple orgullo o por algún otro motivo que no fuese el real.
Negó con la cabeza obligándose a escapar del tormento que se avecinaba sobre su cabeza, optando por perderse en las llamas, en como ondeaban frente a sus ojos. Fue como un embrujo, su mente se quedó en blanco y sin proponérselo encontró la respuesta que tanto ansiaba.
― ¡Vamos, muévete! ¡No quiero ser el último en llegar a la fogata! ― gritó ansioso, caminado a paso ligero.
― ¡Tranquilo playboy, tu publico no se moverá del sitio! ― escuchó su voz y rió.
― ¡De eso no me cabe duda! ― bromeó girándose, abriendo los brazos con superioridad.
― ¡Bucky Barnes eres idiota! ―
― Bucky Barnes... ―
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*Blyat = Mierda
*дурак = Idiota
💞
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