
26. » Día 101
⋮
𝟣𝟪 . 𝟣𝟤 . 𝟤𝟢𝟣𝟦
⋮
Caminaba descalza, aletargada por la habitación, escurriendo la humedad de su cabello con una toalla, pensando en nada y en todo al mismo tiempo. Brianna respiró hondo sentándose al borde de la cama, centrando su atención en la simpleza de la tarea que estaba realizando, buscando que su mente dejase de atosigarla con ese impulso que no dejaba de revolotear por su cabeza, que inundaba sus pensamientos, su cuerpo.
Un impulso que inconscientemente la llevaba a clavar sus ojos en el Soldado, a observarlo a través de la puerta levemente abierta.
Lo estudiaba atenta, siguiendo sus movimientos, analizando cada aspecto con tanta intensidad que fue imposible para el Soldado no darse cuenta, y lejos de encontrarlo incómodo, de sentirse acorralado o juzgado, sintió comodidad.
Su mirada atravesaba su piel, recorría su cuerpo centímetro a centímetro adentrándose en rincones que incluso él desconocía de sí mismo.
El Soldado apretó los labios, había cierto grado de diversión en aquella situación, en sentirse invadido por ella, en ese cosquilleo placentero que Brianna era capaz de generar en él con solo mirarlo.
Quería darse la vuelta, encontrarse con esos ojos verdes e intensos, con esa mirada inocente y enfurecida a partes iguales. Quería ceder, ignorar los reclamos de su cabeza, la culpabilidad por hallar confort en algo que debería despreciar, por rendirse ante el placer, por olvidar quién era ella y cuál era el propósito de todo eso, por olvidarse de su propia libertad.
Brianna apartó la mirada cansada de examinarlo, de estudiarlo como si de un sujeto de laboratorio se tratase y de no sacar nada en claro. Ni siquiera sabía qué era lo que estaba buscando.
Bufó poniéndose en pie, abandonando la toalla sobre el respaldo de la silla para luego dejarse caer en aquel colchón en el que pasaba la mayor parte del tiempo.
Suspiró rindiéndose, girando sobre sus pies dispuesto a toparse con sus ojos observándolo, sin embargo, la imagen que descubrió fue totalmente distinta. Tumbada boca abajo, atravesando la cama de lado a lado, su cabello deslizándose por el borde mientras las puntas de sus dedos dibujaban formas aleatorias en el suelo.
Sus pupilas se dilataron y pestañear se convirtió en una tarea desterrada al olvido, se perdió en ella, en su figura, en como su camiseta ancha y holgada cubría su cuerpo, como envolvía su cintura, su cadera, hasta detenerse sobre la curva de su trasero.
Rodó sobre su propio hombro dándole la espada a un Soldado de Invierno que aún no podía apartar sus ojos de ella. Estaba cansada, aburrida, hastiada de sentir como la frustración corría por sus venas, de adentrarse en ese bucle infernal en el que constantemente revivía su pequeña salida al mundo exterior y también, su patético intento de escapar de las garras del Soldado.
Lo había probado, dulce y atractivo, el sabor de sentirse libre y ahora, ese deseo por vivir, por tomar las riendas de su propio destino crecía imparable en su interior.
Hace tres días el mundo parecía ser suyo, amplio y extenso, mágico y emocionante, capaz de generar en Brianna una necesidad imparable, que aumentaba con cada respiración. Sus pulmones llenos de aire fresco y limpio, y su rostro enrojecido soportando la brisa helada de un paisaje propio de cualquier libro de fantasía.
Pero él fue claro, jamás volvería a poner ni un solo pie fuera.
» Día 98
― No deberías de jugar tanto con tu suerte ― murmuró despacio, detrás de su oreja, provocando un ligero cosquilleo en su piel.
― O si no ¿qué? ― preguntó desafiante, sin importarle en lo más mínimo su respuesta.
― Puedo hacer de tu vida un infierno... ― dijo tranquilo, frío, reafirmando su agarre ― Graba este momento en tu memoria, porque jamás volverás a salir...
Cerró los ojos, aún podía sentir su respiración sobre su cuello, su voz gruesa y desafiante recordándole que era él quien tenia todo el control, el movimiento de su pecho pegado a su espalda, sus brazos fuertes y robustos rodeándola como si de una presa se tratase... y lejos de atemorizarla, lo único que consiguió fue despertar su interior, revivir las fuerzas que hasta ella misma creyó muertas y destruidas.
Sus ganas por luchar regresaban. Valiente, energética, retomando ese anhelo por aquello que el mundo se había encargado de prohibirle desde que tenía memoria.
Sin embargo, era incapaz de pensar con claridad, de mantener esa actitud fría y serena que siempre se obligó a tener.
Se mordió el labio impaciente, salir fue como recibir un caramelo, delicioso y satisfactorio, y no podía simplemente no desear más. Si tan solo hubiese tenido un poco más de idea de donde se encontraba, si tan solo hubiese tenido algo más de tiempo, pero en ese puñetero paisaje lleno de puñetera nieve hallar el camino hacia su libertad fue prácticamente imposible.
No podía dejar de pensar en ello, en intentarlo una vez más, luchar un poco más, pero estaba perdida, sin ideas, sin un plan. Lo había probado prácticamente todo y no tenía nada, no tenia armas,no tenia aliados, estaba sola, su cabeza atormentada y su creatividad dormida como únicos acompañantes.
Tragó ahogándose con su propia necesidad, con la desesperación, dios, vendería su alma al mismísimo diablo con tal de ser libre.
"Siempre puedes ofrecerle tu miserable alma al Soldado..."
Y de repente una idea atravesó su cabeza.
Brianna abrió los ojos de golpe, sentándose aún más rápido. Eso era, lo único que le faltaba por probar: ofrecerle dinero.
Sin embargo, no tardó ni medio minuto en descartar esa idea, los escasos y únicos ahorros que tenía eran controlados por el Soldado. Fue inútil pensar que podría lograrlo, a no ser... que mintiese un poco.
Reaccionó sin pensarlo, complaciendo a su necesidad, a su deseo de ser libre. Caminó decidida hasta la puerta, con un plan que se tambaleaba por todos lados, y no se detuvo hasta que tuvo la espalda del Soldado a un metro de distancia. Se miró los pies, estaba nerviosa, impaciente, inundada por la adrenalina que corría por sus venas, que cubría cada poro de su cuerpo.
― ¿Qué quieres? ― escuchó su voz, fría, cansada. El Soldado preguntó dándole la espalda, ignorando que hace tan solo unos minutos se había quedado embelesado mirándola, que solo pudo apartar la mirada cuando sus pies dieron un paso al frente.
― Ser libre ― la emoción, la excitación del momento hicieron que sus palabras salieran de golpe y sin freno. Brianna parpadeó con rapidez, sorprendida consigo misma, aunque internamente agradecida por haber podido formular algo medianamente coherente. Tal vez hubiese sido mejor pensar qué decir, ensayarlo un par de veces en su cabeza. Sintió la boca seca, la respiración pesada y sus manos comenzaban a enfriarse. Pronto dejó de enfrentarse a su espalda ancha y fornida para toparse directamente con sus ojos.
― Quiero mi libertad ― repitió intimidada, sintiéndose pequeña ante él, indefensa. Tragó con un nudo en la garganta, apretó los puños y respiró conteniéndose ― No sé que pretendes, ni me importa... solo quiero... salir ― su discurso fue perdiendo fuerza, la mirada silenciosa del Soldado lograba debilitarla, su postura indiferente era desconcertante y Brianna no sabia si simplemente estaba dejándola hablar o si solo estaba ignorando sus palabras como un robot sin humanidad ― así que abre esa puerta y... déjame ser libre... n-no diré nada... nunca volverás a verme... ― aquellas palabras resbalaron por sus labios, como un susurro desvaneciéndose lentamente, capaz de arrebatarle el aire al Soldado por una milésima de segundo.
― No ― rió pasando por su lado. Brianna se mordió el labio, su vista se empañaba, para él era tan sencillo imponerse, recalcar su poder, continuar con ese juego macabro.
― ¿Cuánto quieres? ― siguió luchando ― Di una cifra y te la daré, lo que sea, puedo conseguirlo ― temblorosa hizo su oferta, nada más que una triste y frágil mentira.
― ¿Realmente piensas que esto es por dinero? ― murmuró sin atreverse a mirarla, huyendo de la incomodidad, del nerviosismo que la desesperación de Brianna generaba en él.
― Entonces, ¿cuál es el motivo? ― no obtuvo respuesta, solo una respiración cansada ― Dímelo, el porqué ― de nuevo silencio ― ¿Crees que puedes retenerme así porque sí? ― interrogó limpiándose una lágrima con rabia ― ¿Simplemente porque te crees con la autoridad para hacer esto? ― el Soldado permaneció callado, esforzándose por ignorar sus palabras ― ¡soy un ser humano! ¿dónde está tu compasión? ¿¡tú humanidad!? ¿¡es que acaso no tienes sentimientos!? ― chilló enfurecida, dejando que sus lágrimas corriesen por sus mejillas ― ¡Respóndeme! ― gritó llevándose las manos a la cabeza.
Los puños del Soldado impactaron contra la mesa, no podía contenerlo más y furioso gritó aquello que se esforzaba por ocultar.
― ¡Claro que siento! ¡Claro que tengo sentimientos! ¡Aún cuando no quiero aparecen, y tú! ― se giró señalándola con rencor ― ¡tú no tienes ni la más mínima idea de todo por lo que tengo que pasar! ¡Es una mierda!
Su confesión arrasó con la conciencia de Brianna. Por primera vez era testigo de su dolor, de su fragilidad, de su tormento interno, por primera vez podía ver al humano detrás del Soldado, a alguien tan herido y roto como ella misma.
Se quedó paralizada, sin saber qué hacer o qué decir, incapaz de apartar la mirada. Atenta a aquel hombre que volvía a darle la espalda, que parecía estar a segundos de romperse como una vaso de cristal. La tensión de su cuerpo era desbordante, sus músculos apretados, las venas de sus brazos marcadas, sus nudillos blancos por la presión, su respiración agitada y pesada.
Había pasado por eso tantas veces que contarlas sería imposible. La ansiedad asfixiante, el sufrimiento desgarrador, el deseo por una bocanada de aire, la desesperación por hallar consuelo, un poco de paz.
Quería tocarlo, calmar su dolor, todas esas emociones que veía en él, que conocía a la perfección, quería dar ese consuelo, contención que siempre quiso y nunca pudo obtener.
Su mano temblorosa tocó su espalda y el Soldado, asustado decidió huir de su tacto, alejarse de una Brianna que solo pudo sentirse tonta por haber hecho eso.
Retrocedió arrepentida, dispuesta a irse y esconderse debajo de las sábanas, sin embargo dio dos pasos y no pudo continuar. Frunció el ceño confundida, buscando con la mirada aquello que la retenía.
Dubitativo y perdido el Soldado sujetaba su muñeca deteniéndola, sus dedos metálicos encerraban su piel delicada. Necesitaba su calidez, necesitaba escapar de la oscuridad y el tormento que amenazaban con acabar con él. Un segundo de ella y su cuerpo lograba encontrar la calma que ansiaba para continuar respirando.
― Yo... ― dijo titubeante, sin soltarla, deslizando sus dedos hasta sus nudillos.
― ¿Qué es lo que quieres de mí...? ― musitó abatida, cediendo a las caricias sobre sus nudillos.
― Paz... ― susurró acercándose, invadiendo el espacio personal de Brianna que lejos de alejarse dio un paso adelante.
¿Realmente iba a pasar?
Nadie lo entendería nunca, como dos personas tan dispares, con tanto odio mutuo podían pasar del desprecio más absoluto a buscar refugio en sí mismos, pero estaban solos, abandonados a la deriva en un mar de dolor, carentes de algún tipo de apoyo, rotos y sin consuelo, solos, él y ella.
Sus ojos conectaron, su mirada entristecida capaz de alejarlo de su cruel realidad. Abandonó su mano, sus dedos recorriendo lentamente su brazo, erizando su piel hasta llegar a su mejilla. Brianna cerró los ojos, sus caricias confundían su mente, borraban su sufrimiento, la ansiedad se difuminaba.
Rozó sus labios con los suyos, un aviso sutil de lo que estaba por llegar.
Sus bocas se deslizaron suaves y calmadas, ambos disfrutando del sabor de sus labios, de aquellas caricias con las que conseguían sentirse vivos, y era en ese instante en el que de repente todo parecía dejar de importar. Atrás quedaba el pasado, la soledad, la tortura, las heridas sin cicatrizar.
Era inútil resistirse, luchar contra el deseo, contra el calor que emanaba de sus cuerpos. El Soldado se perdía en su boca, en la excitación que Brianna despertaba en cada fibra de su ser.
Abstraído en su dulzura, el Soldado bajó sus manos por la espalda de Brianna, llegó a su trasero y lo apretó con fuerza, acercándola a él, a su pecho, a su piel que clamaba más y más. No había sitio donde sus manos no quisieran estar, rincón que no quisiera recorrer hasta cansarse.
Sostuvo sus caderas, empujándola hasta que su trasero apenas cubierto chocó contra la primera superficie estable que se interpuso en su camino. Una mesa, la misma donde se sentaba a escribir y desahogar su mente, la misma donde guardaba bajo llave, en uno de sus cajones, sus diarios, sus pensamientos más oscuros.
La sentó de golpe sobre la mesa, rápidamente adueñándose de la curva de su cuello, mordiéndola, besándola, rozándola con su barba, irritando su piel pálida y sensible, calmándola con su lengua al mismo tiempo.
Brianna jadeó, el placer, el calor que sentía era superior a cualquier cosa, su juicio estaba completamente nublado, cada parte de su ser rendido ante el Soldado.
Sus cuerpos parecían arder, sus respiraciones se agitaban por momentos, y el aire parecía escasear. Se separaron de golpe.
Jadearon mirándose a los ojos, sus labios rojos e hinchados, sus pechos subiendo y bajando frenéticamente mientras se esforzaban por recuperar el aliento, sus bocas separadas por apenas unos milímetros, desesperadas por volver a unirse en un vaivén de caricias desordenadas.
Tragó con dificultad observándola, su mirada amplia y dilatada, las motas marrones de sus ojos brillando con intensidad. Tembló al sentir sus pequeñas manos sobre su rostro, conteniendo sus mejillas, sus pulgares delineando su barba, provocando en él una extraña y mágica sensación capaz de estremecerlo.
Algo había cambiado, desde aquella vez en ese sofá desgastado que tenían a pocos pasos, ya no solo era deseo, había algo más, más allá de la carne, de lo físico, quería ignorarlo, pero cuanto más la miraba más lo sentía, y nuevamente fue Brianna la encargada de distraerlo, adentrando sus dedos por debajo de su camiseta hasta descubrir el torso marcado del Soldado.
Pronto tenía a Brianna prácticamente desnuda, entregada a su voluntad, retorciéndose ante el tacto de sus dedos metálicos deslizándose por su piel, viajando entre sus pechos hasta llegar al borde de sus bragas. Se agachó para quitarlas, bajándolas lentamente por sus piernas, sintiendo la mirada ansiosa de Brianna.
La empujó con su cuerpo, tumbándola sobre la mesa, pegándose a su pecho, apoyando una mano sobre la madera y otra sobre su cadera. Quería tocarla, sentir como se deshacía sobre sus dedos, ver su rostro embriagado por el placer, entrar en ella fuerte y seguro, escuchar sus gemidos. Quería que su respiración agitada, que sus gritos llenos de excitación inundasen su cabeza.
Abrió sus piernas e introdujo sus dedos fríos y mojados en su centro, acariciando su interior caliente y apretado, atacando cada punto sensible de su anatomía, persiguiendo su propio placer a través de ella.
El sonido de su humedad, sus gemidos y lloriqueos fueron más de lo que el Soldado pudo soportar, aumentó el ritmo, su palma torturando el clitoris de la mujer a la que juraba odiar, mientras su otra mano desabrochaba desesperadamente el cierre de su pantalón.
Brianna gritó tratando de cerrar las piernas, cada músculo de su ser tensándose para luego liberarse de la forma más satisfactoria posible, y aquella espiral de oxitocina y diversión aún no terminaba.
Tiró de sus piernas colocándolas al rededor de su cadera, gimiendo con solo sentir su centro húmedo y sensible. Brianna alzó la vista, deleitándose con un Soldado sudoroso y exasperado, con la imagen de su erección dura y goteante para ella.
Entró despacio, encogiendo los hombros, frunciendo el ceño, quedándose sin respiración. Su figura fuerte, autoritaria, imponente convirtiéndose en un amasijo de gruñidos y quejidos.
Tenía ante sus ojos a la imagen más gloriosa que podía imaginar. Brianna desnuda y expuesta para el, sus piernas abrazándolo, sus mejillas rojas, su cuerpo cubierto con una fina capa de sudor, sus gemidos apoderándose de su cabeza mientras sus caderas chocaban sin descanso.
Siguió hasta que no pudo mas, hasta que sintió su interior contraerse, oprimiéndolo con fuerza, exprimiéndolo sin piedad.
Abandonó su cuerpo reticente, obligándose a alejarse de su piel suave, aún caliente, sin ser consciente de lo que había causado entre sus muslos.
» «
Regresaba al puente, a aquel día en el que su mente empezó a romperse. Lo recordaba, claro y nítido, su sed de destrucción, el ímpetu de su cuerpo por completar la misión sin importarle a quien se llevaba por delante.
El sonido de las balas martilleaba su cabeza, el estruendo de las explosiones erizaba su piel y los intentos de aquellos tres sujetos por seguir con vida se repetía en bucle.
Falló en completar la misión, en acabar con la vida del hombre con el escudo al que Hydra había marcado como objetivo. El mismo que lo miró como si de un fantasma se tratase cuando su máscara cayó al suelo.
Lo siguiente fue volver a su jaula, a esas cuatro paredes de hormigón armado, a verse encerrado como si de un animal se tratase, a la espera de que ellos fuesen a llevárselo para torturarlo una vez más, y fue en ese preciso momento en el que su mente comenzó a resquebrajarse.
El dolor se apoderó de él, su cabeza retumbaba con recuerdos, ideas, caras a las que era incapaz de poner un nombre, voces que parecían llamarlo.
― Pero le conocía... ― murmuró indefenso, confundido, incapaz de distinguir entre lo real y lo irreal.
Estaba absorto en aquella pesadilla, atrapado en ese instante, tratando de hallar alguna respuesta a las preguntas que azotaban su conciencia. El miedo se apoderaba de él, aprovechándose de ese minúsculo momento en el que cerraba los ojos para inútilmente tratar de descansar.
Despertó de golpe, escapando de las garras de ese infierno, sintiendo una mano sobre su pecho. La observó agitado, Brianna dormida, tocándolo, arrastrándolo de vuelta al mundo real.
La miró extrañado, confundido, cuestionándose porque una lágrima silenciosa corría por su mejilla.
•
•
•
I'm back! o eso espero 😅. Gracias por seguir aquí ♥️
💞
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro