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25. » Día 98

𝟣𝟧 . 𝟣𝟤 . 𝟤𝟢𝟣𝟦

No podía quitársela de encima, otra sensación nueva y alejada de su conocimiento, aunque afortunadamente para él, aquella sensación desconocida no representaba ningún tormento. Era constante, como el goteo lento y tranquilo de un grifo mal cerrado, está ahí, apenas hace ruido, pero es imposible de ignorar.

Desvió la mirada, abandonando la oscuridad de aquel techo en el que había estado enfocado desde que su espalda tocó el sofá. Soltó el aire de sus pulmones, clavó los pies en el suelo y juntó las manos para luego frotarlas con nerviosismo.

― No piensas dejarme en paz ¿verdad? ― murmuró hablando consigo mismo, cansado de darle vueltas a esa misma sensación que llevaba acompañándolo sin cesar desde que escuchó la voz rota y apagada de Brianna. Su voz, sus palabras se repetían pausadamente en su cabeza, como un recuerdo a cámara lenta.

Suspiró hundiendo los hombros, mirando hacia el suelo entre sus pies mientras trataba de hallar por su cuenta, en aquella mente desestructurada con la que convivía, una respuesta a lo que sentía. Pensaba que si lograba ponerle un nombre a esa emoción que lo perseguía podría gestionarla, sin embargo, fue incapaz de hacerlo. Era totalmente nueva, extraña y ningún recuerdo en su turbio pasado era capaz de proporcionarle ninguna respuesta.

― ¿Qué quieres de mi? ― preguntó llevándose las manos a la cara, cubriéndose el rostro al tiempo que negaba con la cabeza. Irónicamente, aquella emoción que no lo dejaba tranquilo se encontraba completamente alejada de cualquier tipo de dolor. No era culpa, no era tristeza, tampoco remordimiento, pero era insistente, llenaba su cuerpo de inquietud, generaba en él la necesidad de hacer algo al respecto, aunque aún no sabía qué exactamente.

Miró hacia el reloj colgado en la pared, aún faltaban varias horas para el amanecer. El Soldado se levantó, caminó descalzo, con el torso descubierto y paró frente a la chimenea. Observó las llamas, aquellas figuras aleatorias con tonos rojizos que lentamente consumían la madera. Dio una respiración profunda, era reconfortante verlo, sentir el calor sobre su piel, sin embargo, nada se comparaba al calor que desprendía Brianna, a esa sensación tierna y delicada que lo abrazaba, que lo envolvía como una caricia.

Jadeó frunciendo el ceño, ni siquiera se había dado cuenta de que había cerrado los ojos. Brianna llegaba a su mente y todo lo demás dejaba de importar.

Ladeó la cabeza, posando su vista en la pila de leña que mantenía al lado de la puerta. Era uniforme, firme, cada tronco perfectamente colocado evitando que se desmoronara, y encima, solo y abandonado, se encontraba un trozo considerablemente más pequeño que el resto.

Se acercó, lo tomó entre sus dedos, una idea atravesó su mente. A penas tuvo tiempo de pensarlo, de razonar si era una buena idea o si por el contrario debía de frenar sus impulsos, agarró un cuchillo, se sentó al lado de la chimenea y empezó a cortar madera.

Permaneció ahí durante horas, cortando, meditando si aquello tenía algún sentido, cubriéndose de incómodas virutas, sin embargo, no le importó en lo más mínimo. Terminó y lo observó, pequeño e imperfecto sobre la palma de su mano. Simple, puede que demasiado, pero le gustó y sobre todo, consiguió calmar su mente.

Revolvió los cajones, buscando esa última cosa que necesitaba para dar esa tarea por finalizada. Lo encontró, un trozo de cuerda perdido entre las profundidades de un cajón desordenado. Analizó lo que había hecho y suspiró, estaba seguro de que jamás había hecho algo semejante.

Cerró el puño y escondió su creación en el bolsillo de su pantalón. Miró de nuevo la hora, la noche ya había concluido. El amanecer llegaba, Brianna despertaría en un par de horas y los armarios de la cocina estaban plenamente vacíos.

Se vistió despacio, reacio a salir fuera y sentirse expuesto ante un juicio inexistente que el Soldado creía real. Llegó al supermercado, a repetir la misma rutina de siempre, los mismos pasillos, las mismas latas y la misma caja de avena que ella tanto odiaba. Apretó los labios dubitativo y por primera vez se aventuró a recorrer aquel pasillo que nunca había visitado.

Respiró pesadamente tratando de decidir entre todas esas opciones.

― Vamos Talín, tienes que escoger una ― escuchó la voz de una mujer acompañada de una risa traviesa.

― ¿Solo una? ― aquella niña, que apenas llegaba al primer estante sonrió mostrando su imperfecta dentadura.

― Solo una, ya sabes que comer demasiado azúcar no es bueno ― advirtió con ternura.

― Está bien... ― la niña resopló y caminó despacio, arrastrando levemente los pies ― Esta ― señaló ilusionada ― es mi favorita ― sonrió complacida, ansiosa por rasgar el envoltorio y comérsela en ese mismo instante.

Esperó a quedarse solo, observó ambos lados del pasillo y receloso imitó la misma elección de aquella niña, esperando que fuese acertada.


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― ¿Por qué? ― musitó frunciendo el ceño, era la cuarta vez que colocaba todo, que dudaba y se preguntaba porqué diantres estaba haciendo todo eso.

Quiso imponerse contra sí mismo y sus impulsos, sin embargo, antes de que pudiese tomar una decisión medianamente coherente ya estaba enfrente de su puerta con una bandeja entre las manos.

Empujó la puerta despacio, asegurándose de que Brianna aún dormía profundamente. Avanzó dubitativo, tímido, conteniendo el aire y luchando por hacer sus pisadas lo más sutiles posible. La madera crujió y el Soldado maldijo por lo bajo, alzó la vista y tras comprobar que Brianna seguía ajena a lo que pasaba siguió. Dejó la bandeja en la mesa, sacó aquello que había guardado en su bolsillo y se fue no sin observarla una vez más.


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Despertó lentamente, negándose a abrir los ojos y verse encerrada un día más. Pegó la cara a la almohada, bufando, ahogando un pequeño grito de frustración con el universo y finalmente abrió los ojos. 

― Buenos días yo ― espetó irónica ― oh qué sorpresa, sigo encerrada ― sonrió haciendo una mueca ― sigo atrapada en este infierno... en esta jaula fría y gris... ― se sentó en la cama dispuesta a seguir replicando sobre su desfavorable existencia ― fantástico... mi perfecto desayuno me espera ― continuó con su discurso sarcástico quitando las mantas que cubrían su cuerpo, caminando descalza hasta la bandeja que descansaba sobre la mesa ― Buenos días plato de cartón moj... ― Brianna se quedó callada de repente.

Parpadeó despacio cuestionándose si lo que estaba viendo era real o simplemente era producto de su imaginación y las inmensas ganas que tenía por encontrar algo que le diese un sentido a su vida.

― Es una trampa... ― murmuró intimidada, desconfiando con todas sus fuerzas, forzándose a suprimir cualquier tipo de ilusión, pero era débil.

Suspiró nerviosa, sintiéndose invadida por una ola de emociones que escapaba cualquier control. Alegría, excitación y miedo azotando su mente recelosa y desesperada por una mínima razón para seguir despertando cada mañana.

― No llores... ― ordenó para sí misma con un nudo en la garganta, juntando sus manos temblorosas sobre el puente de su nariz. Brianna tomó aire, apretó los puños obligándose a calmarse e intentó decidir que fantástico alimento se llevaría primero a la boca, sus amadas y añoradas ciruelas o esa tableta de chocolate que prácticamente pedía a gritos ser devorada.

Dudó por un par de segundos hasta que finalmente se decantó por la tableta de chocolate. El sabor llegó a su boca y la felicidad a su cuerpo. Disfrutaba, como no hacía desde hace mucho tiempo. Ni siquiera podía recordar la última vez que pudo saborear un poco de chocolate.

Comió acompañada de una sonrisa inconsciente, grabando en su memoria cada instante de ese momento que probablemente era lo mejor que le había pasado en los dos últimos años.

Minutos después no había ni rastro de aquella chocolatina. Brianna tomó una ciruela y se la llevó a la boca. Jadeó sintiendo como el sabor fresco y dulce golpeaba sus papilas gustativas mientras una enorme sensación de felicidad invadía su ser.

― Ahora es cuando muero envenenada... ― dijo con humor agarrando la servilleta que se encontraba en una esquina de la bandeja. La tocó y notó algo extraño en su interior. Brianna desdobló la servilleta encontrándose con un pequeño y precioso lobo unido a una cuerda.

Lo acarició con los dedos, delineando cada borde al mismo tiempo que luchaba por contener las lágrimas. Se dejó caer en la cama, cerrando los ojos, frunciendo el ceño en cuanto su espalda chocó con el colchón. El pasado volvía su cabeza, recuerdos de días que pensó especiales. No pudo evitar pararse a reflexionar sobre lo que estaba pasando, el desayuno y ahora la pulsera, suspiró, aquello parecía un regalo de cumpleaños y era incapaz de hallar el porqué de ese gesto.

Estaba claro que para el Soldado ella era insignificante, un juguete con el que desquitar su rabia y frustración, sin embargo, irónicamente, hasta ese momento, él había sido el único capaz de darle lo que ella tanto ansiaba: ilusión.

Se mordió la mejilla interna comparándolo con antiguos regalos, con el repetitivo sobre que su padre siempre le entregaba cada mañana. Un sobre lleno de dinero y frialdad. Era como si la estuviese pagando por existir, por ser tan perfecta y obediente como solía ser, por ser lo que él quería un año más. Negó con la cabeza, hubiese dado todo lo que guardaba en su cerdito por recibir algo significativo, por sentir que el día de su cumpleaños era especial para su padre.

Su mente viajó, a aquel patético intento en el que trató de obtener algo diferente, propio, solo para escuchar como Alexander le repetía que dejase de soñar, que lo realmente importante es el dinero, el poder.

Y ahora, ¿de qué le servía todo eso?

Suspiró sosteniendo la pulsera entre sus manos. Brianna había descubierto la soledad más completa de todas, la desilusión de no tener a nadie, y había sobrevino, a eso, al miedo constante, a su propio tormento, era el momento de seguir creciendo.

Miró su muñeca, a esa pulsera de plata que tanto significaba para ella, que tanto peso tenía. Respiró atormentada, era difícil avanzar sin ayuda, pero tenía que hacerlo, enterrar esa parte de su vida, el dolor, la decepción, así que quitó el broche, la pulsera cayó y en su lugar colocó la del Soldado.


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Abrió la puerta sin avisar, encontrándose con su prisionera sentada en la cama con las piernas cruzadas. Avanzó despacio, incómodo, expectante, a la espera de una reacción que buscaba y no se atrevía a pedir. Llegó hasta Brianna, vio los platos vacíos, y se sintió satisfecho. El Soldado agarró la bandeja, dispuesto a irse en completo silencio, pero antes de que pudiese irse la mano de Brianna rodeó su muñeca de metal deteniéndolo.

La miró sorprendido, sus ojos brillaban, su mirada era clara, tranquila, y con un susurro tímido dijo:

― Gracias... ―

Aquella palabra, esa única palabra azotó la conciencia del Soldado porque sus gracias, su timidez, su sutileza era mucho más reconfortantes que verla llorar, y ya no podía negarlo más.

― Vístete... ― murmuró tragando con dificultad ― Saldremos.






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― ¿Te ha quedado claro? ― preguntó después de repetirle por tercera vez que nada de juegos ni estrategias.

― Sí... ― Brianna rodó los ojos, aunque por dentro se sintiese como un cachorro a punto de salir a la calle.

― Te juro que como hagas una tontería... ― advirtió apretando las esposas alrededor de sus muñecas.

― ¿Crees que puedo? ― replicó mirando hacia sus muñecas encadenadas.

Recorrió el pasillo detrás del Soldado, contando los pasos, imaginando la majestuosidad que le esperaba detrás de esa enorme puerta de acero, el aire fresco y frío del inverno, los árboles teñidos de blanco, la luz del Sol, la esponjosidad de la nieve...

― Bien... fuera ― el Soldado abrió la puerta para ella por primera vez en tanto tiempo. La luz impactó directamente contra sus ojos cegándola, obligándola a apartar la mirada y parpadear con rapidez. Definitivamente le costaría un par de minutos acostumbrarse a tanta luz ― Vamos, camina ― coloró una mano sobre su espalda, empujándola delicadamente.

Media hora después, ninguno dijo nada. La prisionera disfrutaba del que probablemente sería su ultimo paseo hasta nuevo aviso y el Soldado simplemente se limitaba a vigilarla. Observaba su sonrisa, la torpeza de sus pasos al caminar por la nieve, la energía que irradiaba.

― Hey, ¿podrías quitarme las esposas? ― preguntó rompiendo el hielo, cansada de eso.

― No ― el Soldado fue firme.

― Oh vamos, prácticamente no puedo dar dos pasos sin desestabilizarme, si me caigo aterrizaré con la cara ― se quejó bufando, quedándose parada en el sitio, obligándolo con su mirada relajada y algo divertida.

― Sin tonterías Brianna ― señaló con el dedo, mirándola fijamente.

― Por supuesto ― sonrió obediente ― ¿Por qué? ― preguntó de golpe, buscando respuestas, pero la forma en la que el Soldado apretó la mandíbula le hizo cambiar de opinión ― ¿Por qué un lobo...? ― transformó su pregunta, protegiendo ese pequeño momento de libertad.

― Porque te pareces a uno ― contestó soltando el aire de sus pulmones.

― ¿A un animal fuerte y libre? ― alzó una ceja, era el colmo de la ironía.

― Más bien a un cachorro torpe y asustadizo ― zanjó dándose la vuelta, continuando con el recorrido, ignorando como Brianna hinchaba los mofletes.

Tal vez fue estúpido darle la espalda.

― Disfruta de esto Brianna, pronto volverás a estar encerrada ― habló esperando una contestación, una réplica ácida, sin embargo, solo obtuvo silencio. Giró con rapidez, Brianna había desaparecido, en menos de un minuto esa muchacha a la que había llamado torpe se había escapado sin hacer el más mínimo ruido.


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― Mierda... ― bufó rodeada de árboles cubiertos de nieve. No sabía dónde estaba, ni mucho menos hacia donde debía dirigirse. Miró detrás de su espada, asegurándose de que nadie la seguía ― "un cachorro torpe y asustadizo" ― parodió la voz del Soldado ― idiota... ― gruñó y siguió caminando, perdida entre un paisaje blanco y monótono en el que cada punto era exactamente igual que el anterior ― Genial... ― suspiró cansada, pasando una mano por su frente, tratando de hallar algún plan o solución.

― ¿Qué habíamos dicho de hacer alguna tontería? ― sintió un cuerpo rodearla, unos brazos atraparla como a una presa indefensa, quiso gritar asustada, pero antes de que pudiese hacerlo escuchó su voz sobre su cuello.

― Vaya... me has encontrado ― rió fingiendo tranquilidad ― ahora es tu turno de esconderte, prometo buscarte ― quiso revolverse, fue inútil, los brazos del Soldado eran mucho más fuertes que ella.

― No deberías de jugar tanto con tu suerte ― murmuró despacio, detrás de su oreja, provocando un ligero cosquilleo en su piel.

― O si no ¿qué? ―





Nuevo capítulo después de mil años... I'm so sorry 😅
¿Opiniones? 🙈

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