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23. » Día 90


𝟢𝟩 . 𝟣𝟤 . 𝟤𝟢𝟣𝟦

Caminaba cabizbajo, recorriendo los pasillos con fingido desinterés, cubriendo su rostro con una gorra negra, tratando de pasar desapercibido entre aquellas personas que apenas notaban su presencia, pero que su mente asustadiza veía como una amenaza.

Cada vez le gustaba menos estar fuera, salir de la comodidad del búnker y adentrarse en un exterior frío y desconcertante. Terminó y se dirigió a la caja, llevando entre sus brazos provisiones para varios días.

Miró a su alrededor brevemente, encontrando extraño que aquella mañana en ese supermercado prácticamente perdido de la mano de Dios hubiese más de diez personas al mismo tiempo. Contuvo la respiración preguntándose si aquello era una simple coincidencia o si estaba a punto de ser detenido y posiblemente asesinado, y si ese era el caso, ¿qué pasaría con Brianna?

― Buenos días ― dejó de pensar en ella cuando llegó su turno, justo al escuchar el típico saludo que la cajera siempre tenía para él. Asintió en silencio mientras llenaba varias bolsas, sintiendo en todo momento la intensa mirada de aquella mujer a la que claramente  llamaba la atención. Apretó los labios, no le gustaba, era incómodo, completamente opuesto a lo que sentía cuando Brianna lo miraba.


"... estamos probablemente ante la peor tormenta de todo el invierno. Las autoridades recomiendan que permanezcamos en nuestros hogares hasta el miércoles. Según la previsión meteorológica, se esperan fuertes vientos acompañados de descargas eléctricas y precipitaciones que..."


Escuchó brevemente por los altavoces del supermercado. Suspiró antes de marcharse, la tormenta empezaría esa misma noche y él aún tenía que recoger leña para varios días. Debía de darse prisa.


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Bufó pateando las mantas, dejando que el frío del lugar golpease su cuerpo hasta hacerla tiritar. Se sentía perdida, alejada de sí misma, como si algo dentro de ella quisiera escapar de ese control férreo en el que encontraba falsa seguridad y protección.

Su verdadero yo despertaba, impaciente, ansioso por salir, por romper aquellos muros de manipulación y miedo que la habían acompañado toda su vida. Una cárcel que por irónico que pareciese era su sitio seguro.

Y pensar en esa idea, en salir de su propio encierro, era terrorífico. Ansiaba ser libre, pero al mismo tiempo le asustaba serlo.

Agitó la cabeza, se sentó en la cama, estaba exhausta, aunque qué podría esperar después de dos noches sin dormir. Se sentía culpable, extremadamente culpable por algo que hizo y jamás debió hacer, por haber desperdiciado ese momento con alguien como él, y sobre todo, porque le había gustado.

Se mordió el labio y salió de la habitación, necesitaba una ducha, despejar su mente.


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Maldijo por lo bajo, frunciendo el ceño y esforzándose por mantener las bolsas alejadas del suelo mientras trataba de sacar las llaves de su bolsillo derecho. Entró empujando la puerta con su propio cuerpo, dejando un rastro de nieve por donde pisaba.

Sacudió sus botas un par de veces y escuchó un ruido, una puerta abrirse. Alzó la mirada y ahí estaba Brianna, mirándolo, sujetando contra su pecho un cambio de ropa.

Paró en seco, mirándola en silencio, incapaz de moverse, incapaz de apartar la mirada. Su respiración se aceleraba, sus pupilas se dilataban y el mismo hormigueo que sintió aquella noche volvió a invadirlo.

Tragó con dificultad, obligándose a ladear la cabeza, a no mirarla más, a escapar de ella tal y como llevaba haciendo desde hace dos días, y se fue, desapareciendo por el pasillo rumbo a la cocina.


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Suspiró detrás de la puerta, con la frente apoyada sobre ella y los labios entreabiertos. Su cuerpo vibraba, su pulso era un caos y Brianna no lo entendía, no entendía cómo un simple segundo de su mirada podía causar tanto en ella.


"Es miedo Brianna, solo eso."


Susurró para sí misma tratando de hallar una explicación, refugiándose en aquella palabra.


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Horas más tarde empezó la tormenta, lenta, pero segura, con una lluvia que poco a poco se hacia cada vez más intensa y que alertaba de lo que se avecinaba.

Brianna se revolvió inquieta, se llevó el dedo anular a la boca y nerviosa comenzó a mordisquear su uña. Lo estaba escuchando, claro y repetitivo, como si ella estuviese fuera y no a varios metros bajo tierra.

Dio un par de respiraciones profundas y trató de calmarse. Apretó los puños, sus manos sudaban y era incapaz de quedarse quieta ni un solo segundo. Era irónico pensar que de todos los miedos que había ido adquiriendo a lo largo de los años, ese era el único que no había podido llegar a controlar, a suprimir y esconder dentro de sí misma como hacía con todos los demás. Tenia miedo, la lluvia se intensificaba y Brianna sabía que esta vez tampoco podría controlarse.

Y lo que para Brianna era una tortura para el Soldado era todo lo contrario. Lo encontraba relajante, una melodía constante y repetitiva que lograba calmar su cabeza y el caos moral con el que cargaba, pero a pesar de encontrarlo relajante, no pudo conciliar el sueño.

Ya no le sorprendía esa incapacidad que tenia su cuerpo para encontrar descanso, ni tampoco que Brianna estuviese siempre en su cabeza. Quisiera o no, por más que trataba de mantenerse alejado, por más que lo evitara, su subconsciente siempre lo traicionaba. Pensar en ella se había convertido en su obsesión, lo sabía, era consciente de ello, y también, de todo lo que sentía cada vez que lo hacía.

Ocupaba su tiempo meditando, reflexionando, preguntándose a sí mismo qué había detrás de todo eso, quería encontrar una respuesta y al mismo tiempo seguir con esa incógnita. Las palabras llegaban a su mente y él las ahuyentaba remplazándolas con culpabilidad porque prefería sentir culpa que otra cosa. Había cierto confort en sentirse culpable, en ese sentimiento repetitivo con el que lidiaba todos lo días, ese dolor ya familiar y al que paulatinamente se había ido acostumbrando.

Su pequeño reinado de control se tambaleaba, había pasado de ser prisionero a ser quien mandaba y ahora, sentía que retrocedía, que el poco poder que tenía se escapaba entre sus dedos.

El cielo gritó, la tormenta cada vez era más intensa y dentro de aquella habitación la desesperación de Brianna crecía exponencialmente. Sola y a oscuras luchaba por mantener sus miedos a raya, por ignorarlo aunque fuese mínimamente, pero el cielo no parecía estar dispuesto a darle esa tregua por la que ella luchaba. Los truenos eran fuertes y sonoros y por más que Brianna tratase de refugiarse debajo de sus mantas su cuerpo temblaba presa del pánico. Los sentía cerca, como si estuviese cayendo sobre su espalda, como dagas afiladas atravesando su piel.

El Soldado se levantó, caminó despacio hasta la pila de leña que había al lado de la puerta y regresó a la chimenea a avivar el fuego que mantenía el calor de aquel búnker frio y aislado del mundo. Miró hacia el fuego, a las llamas que ondeaban y quemaban la madera. Negó en silencio aún concentrado en aquellas formas naranjas y amarillas. Nunca lo reconocía, ni se atrevería a decirlo en voz alta, prefería callar, ahogar sus palabras antes que admitir que la extrañaba, que echaba de menos la ternura y serenidad de Brianna, que al igual que el fuego arrasaba con la madera, ella arrasaba con su interior de la forma más placentera posible, que tenerla entre sus brazos le aportaba mucha más paz que dos paquetes de tabaco seguidos.

Observó su puerta sintiendo la necesidad de ir hacia ella, de verla como cada noche, comprobar que dormía, que estaba tapada y sino era así, taparla como alguna vez había hecho sin que ella se diese cuenta.

Brianna no aguantó más, saltó de la cama y merodeó por la habitación con las manos sobre sus oídos, cerrando los ojos con fuerza. No quería escucharlo, ni sentir como lentamente aquellas cuatro paredes se iban estrechando hasta aplastarla, pero todo lo que hacía era inútil, el cielo rugía, bramaba descontrolado y Brianna se asfixiaba segundo a segundo.

Se rindieron y caminaron en direcciones opuestas hasta el mismo punto. Brianna abrió la puerta desesperada, encontrándose al Soldado a unos cuantos pasos. Tragó con dificultad quedándose paralizada sin atreverse a pronunciar ni una sola palabra.

Sus ojos encontraron los suyos y esa vez, el Soldado no pudo apartar la mirada, aunque no hacerlo implicase volver a recordar aquella noche y lo que pasó después.


» Día 88

Amanecía y ninguno de los dos sabía cómo procesar lo ocurrido. El reloj marcaba las seis de la mañana, sin embargo hace tan solo una hora que ambos habían caído rendidos al suelo.

Así que ahí estaban, tendidos en un suelo frío y áspero, cubiertos por una manta que apenas lograba protegerlos del frío, espalda con espalda, a medio metro de separación, buscando toda esa distancia que antes no parecían necesitar. No querían mirarse, ni encontrarse y lo único que se escuchaba en aquella estancia era sus respiraciones lentas y pausadas con las que pretendían pasar desapercibidos el uno del otro.

Fue el Soldado quien rompió el hielo, cerró los ojos y aguantó la respiración antes de hablar.

― Vístete. Iré a la ducha, luego entrarás tú ― dijo frío y brusco para luego buscar su ropa por el suelo. Consiguió encontrar su camiseta, pero ni rastro de sus pantalones o de su ropa interior. Suspiró y se levantó tapándose mínimamente, su necesidad por escapar de esa situación era más importante. Caminó evasivo, pasando por su lado, rodeando el sofá y casualmente encontrándose con su ropa interior entremezclada con las bragas de Brianna. Suspiró y se encerró en el baño.

Respiró pesadamente detrás de la puerta, pasando una mano por su cabello dándose cuenta del error que había cometido.

Abrió el grifo de la ducha y esperó unos segundos antes de entrar. Apoyó las manos sobre la pared de azulejos y dejó que el agua cubrirse cada rincón de su anatomía desnuda hasta desaparecer por el desagüe.

Giró la rueda hacia la derecha bajando la temperatura, tratando de calmar su cuerpo aún caliente. Era agua lo que bañaba su cuerpo, no obstante, aún podía sentir las pequeñas manos de Brianna acariciándolo, viajando por sus hombros, por su espalda, recorriendo su piel a su antojo.

Minutos después salió con una toalla anudada sobre la cadera. Caminó de vuelta y se encontró un salón vacío. Brianna no estaba y tampoco su ropa. Su corazón frenó en seco y solo pudo volver a latir cuando la vio por el rabillo del ojo, sigilosa e indiferente escabulléndose hacia el baño sin parar a mirarle. Apoyó las manos sobre la mesa sintiéndose derrotado. Había perdido completamente el control, había cruzado un límite que jamás tuvo que haber hecho, pero era débil ante ella, tan débil que si Brianna dejaba de hablar él buscaba sus palabras, tanto que si ella dejaba de comer él se aseguraba de que lo hiciese y si ella no lo miraba, entonces, se desesperaba persiguiendo su atención.

Terminó de vestirse con prisa y salió persiguiendo claridad, un poco de aire fresco.

Parpadeó mirándose fijamente, analizando el rostro que veía entre los pocos trozos de espejo que lograron sobrevivir a la furia del Soldado. Brianna no se reconocía, su cabeza aún no terminaba de procesar los acontecimientos de la noche anterior. El descontrol en el que había caído, su cuerpo y mente rendidos ante el placer durante horas, alejándose de sí misma, de sus ideales y del odio que sentía hacía él.


"Vístete. Iré a la ducha, luego entrarás tú."


Escuchó su voz y quiso desaparecer. Si en ese momento el mundo le hubiese concedido un deseo, Brianna hubiese escogido volver en el tiempo e impedir ese error al que se rindió varias veces.

El Soldado fue arisco y Brianna en el fondo dio las gracias por esa actitud. Quería olvidarlo, pretender que nunca sucedió.

Sin embargo, ahí estaba su cuerpo dispuesto a recordárselo. Las marcas sobre su piel hablaban por si solas, cada parte de ella había sido suya, su mente, su figura, todo. Descendió la mirada recorriendo su propia anatomía llegando hasta los muslos, encontrándose con el desastre que había entre ellos. Respiró hondo y entró en la ducha, ignorando el entumecimiento que sentía al caminar.


― ¿Qué estás haciendo? ― preguntó distante, ocultando sus nervios detrás de su actitud ― Vuelve a tu habitación ― ordenó dándose la vuelta esperando que ella obedeciese su orden, pero lejos de cumplirla, Brianna no dio ni un paso ― ¿Es que tengo que repetírtelo? ― formuló aún más brusco ― Joder ― caminó hacia ella como tanto había deseado. El Soldado tomó su muñeca dispuesto a obligarla a volver a la cama.

― Por favor... ― suplicó apenas audible. El Soldado la observó, sus ojos brillaban, estaban aguados, Brianna luchaba por contener las lágrimas ― Tengo miedo... ― confesó golpeando esa parte humana y desconocida del Soldado y él volvió a perderse, a sucumbir ante ella, a seguir su instinto.

― Ven conmigo ― soltó su muñeca y esperó a que ella entrase por su cuenta. Era incomprensible como con su simple presencia el Soldado pudo hacer que esa infernal tormenta perdiese relevancia.

Brianna volvió a su cama mientras el Soldado se quedaba apoyado en una pared. Esperaría a que ella se durmiese y después se iría, pero con cada trueno Brianna temblaba asustada, cerrada los ojos con fuerza y dejaba de respirar durante un par de segundos. El Soldado suspiró, camino perezoso hasta ella, se tumbó a su lado y dubitativo envolvió sus brazos a su alrededor. Pensó que se revolvería, que gritaría, no obstante, Brianna hizo todo lo contrario, se refugió entre sus brazos, respiró aliviada y cerró los ojos.

Se concentró en sus latidos retumbando suavemente contra su oido, en el sonido de su respiración y en el movimiento pausado de su pecho hasta que poco a poco consiguió hallar calma, sus músculos relajaron y Brianna por fin pudo dormir.

El Soldado la observó, dormida, relajada, ajena al caos que se encontraba en el exterior. Acarició su cabello embelesado con su suavidad y sin darse cuenta se quedó profundamente dormido con ella entre sus brazos.






Primer capítulo después de mucho tiempo. Espero que os guste 💞

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