
22. » Día 87
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Caminaba inseguro, observando la bandeja que llevaba entre las manos. Un vaso, un plato humeante, un tenedor y una servilleta, preguntándose mientras recorría aquel pasillo apenas iluminado si ella lo encontraría apetecible.
Brianna había vuelto a comer, desde hace dos días, desde que decidió velar por sí misma y afrontar esa nueva realidad que el mundo había preparado para ella y al hacerlo, el Soldado se sintió responsable.
Sus pasos eran lentos y ansiosos, y cuanto más se acercaba más lo eran. Llegó hasta su puerta y paró en seco, quería entrar y al mismo tiempo quedarse fuera, verla y no verla.
Algo estaba pasando dentro del Soldado y con cada día que pasaba se hacía más presente. Crecía, pequeño e indefenso, anidando en su interior roto e inestable, haciéndose hueco entre sombras y demonios. Lo sentía, vivía con ello, con esa sensación persiguiéndolo, ocupando cada segundo de su mísera existencia.
Era ella, siempre presente, a cada respiración, a cada latido, ella estaba ahí y la culpa por hacerle hecho daño también, atormentándolo como un castigo sin fin. Quería pensar que aquello que sentía no era más que remordimiento, su conciencia, su yo más humano despertando después de tanto tiempo, pero era evidente que se equivocaba y le asustaba equivocarse. Le asustaba adentrarse en algo que no pudiese controlar, perder ese poder cruel y déspota que él creía necesitar para librarse de sus propias cadenas.
Y ese algo desconocido era insistente, incómodo, capaz de disparar su ritmo cardiaco como si estuviese ante algún peligro.
Así que contiene la respiración, agita la cabeza y se obliga a suprimir todo lo que siente antes de entrar a esa habitación.
Apoyó la mano sobre el pomo pidiéndose a sí mismo mirar al suelo o a cualquier otro lado, sin embargo, la puerta se abre y él rápidamente la busca con la mirada. La encuentra sentada en su cama, con las piernas cruzadas, jugando distraídamente con el dobladillo de la sudadera que llevaba.
Una sudadera que no era suya sino de él, aunque indiscutiblemente le quedaba mejor a ella que al propio Soldado.
Fue una confusión tonta e inconsciente, un momento de distracción el que el Soldado intercambió dos prendas prácticamente iguales y para cuando quiso arreglarlo, ya era tarde, Brianna la llevaba y parecía estar cómoda, tal vez era por el tacto suave de la tela o tal vez por el tamaño de esta, que la envolvía y abrazaba dándole ese apoyo y protección que tanto necesitaba.
No lo sabía, ni tampoco porqué en lugar de quitársela decidió callarse y déjalo pasar.
El Soldado se volvía débil ante ella y lentamente empezaba a darse cuenta.
Le entregó el plato, dejándolo entre sus manos pequeñas y pálidas. Brianna suspiró, tomó aire y empezó a comer.
Despacio, desordenada, esforzándose por sobrevivir mientras el Soldado la observaba sentado en una silla. Siempre lo hacía, entraba y se quedaba ahí hasta que ella terminaba. La vigilaba, asegurándose de que diese más de dos bocados, indirectamente obligándola con su presencia.
Siguió mirándola, analizándola en silencio, siendo testigo de su lucha y por un instante sintió admiración, envidia de su fortaleza. Quiso sonreír, sin embargo, no se permitió hacerlo.
Ninguno dijo nada, ni una palabra y lejos de ser incómodo era agradable, era ese momento de cercanía que él tanto deseaba, ese momento de compañía que ella secretamente anhelaba.
Brianna miró hacia el vaso de agua en la bandeja, encima del regazo del Soldado, lo quería, tenía sed, sin embargo, se negaba a hablar, no estaba preparada para hacerlo, porque mas allá de su sufrimiento personal estaba el recuerdo de aquel beso atormentándola cada vez que el dolor le daba una tregua.
No quería hablar, estaba segura de que si lo hacía las palabras se quedarían atrapadas en su garganta, tampoco sabía qué decir o cómo empezar. Lo mejor sería ignorar ese recuerdo, pero ¿cómo hacerlo?
Estaba sola, perdida, confundida, su conciencia alternaba fugaz entre ese momento, entre la comodidad y calidez de sus labios sobre los suyos, y las incógnitas de su propio futuro, de su duelo aún presente.
Tragó con dificultad, viéndose en una situación que no sabía cómo gestionar, no obstante, el Soldado la entendía, sabía perfectamente cuál era el mensaje detrás de aquella mirada, porque la verdad era que no necesitaba palabras para entenderla. Brianna hablaba por sí sola, su mirada, sus movimientos, hasta la forma de su respiración. Era como un libro abierto y a él le gustaba estudiarlo.
Agarró el vaso ofreciéndoselo, Brianna dudosa estiró la mano, lo tomó y sus dedos se rozaron sin querer.
Sus ojos conectan, se miran sin decir nada y entonces, un cosquilleo recorre cada fibra de sus cuerpos. Lo inunda todo, cada centímetro, cada rincón escondido. Pero de nuevo, es Brianna quien se aparta, quien rompe ese magnetismo. Tiembla, se muerde el labio, algo está pasando en su interior y no encuentra las palabras para describirlo.
― ¿Has terminado? ― preguntó buscándola, buscando a la antigua Brianna, a esa muchacha amable, de mirada clara y levemente furiosa. La extrañaba, de una forma que era incapaz de explicar ― Bien... ― suspiró aceptando su silencio, levantándose y yéndose, volviendo a su propia soledad, a esa en la que esperaba impaciente a que las horas pasaran.
Permaneció encerrada en esa habitación que ya consideraba suya, tumbada en su cama, escondida debajo de las sábanas. Soltó el aire de sus pulmones, pasaban las horas y por más que lo intentaba no conseguía dormir.
Eso era lo único que quería, dormir, porque cuando conseguía hacerlo, cuando su cuerpo aceptaba esa orden y cedía ante el agotamiento, todo cesaba, el dolor se apagaba y la tristeza dejaba de acosarla, pero no podía, su cabeza trabajaba sin descanso, adentrándose en una constante ida y venida de ideas, recuerdos y debates internos.
Solo había pasado una semana, posiblemente la peor semana de su vida, siete días en los que respirar era prácticamente imposible y vivir era como una condena, sin embargo, eventualmente, la calma llegaba. Lenta, tímida, frágil, como ella. Su calvario se difuminaba y entonces su mente viajaba, lo recordaba, la suavidad de sus labios, la comodidad de su boca sobre la suya, sus brazos conteniéndola, sujetándola.
El tiempo pasaba, el sufrimiento se alejaba y él, poco a poco, se instalaba en su cabeza.
Desearía poder olvidarlo, eliminarlo de su memoria, pero sabía que eso iba a ser imposible. Fue su primer beso y él, el primer hombre que lograba acercarse sin que sintiese el impulso de salir corriendo. Parecía un castigo, condenada a recordarlo cada vez que el caos en su cabeza le daba un respiro y junto a ese recuerdo, revivía todo lo que sintió al besarlo.
Estaba mal, no podía gustarle, ni encontrar consuelo en ese gesto, tampoco podía sentirse contenida entre sus brazos, era un total y absoluto error. Bufó ansiosa, desesperada por un poco de paz. Deseaba escapar de sí misma, del torbellino lleno de confusión que se formaba en su interior, pero sobre todo, quería pasar página, enterrar a su padre aunque solo fuese metafóricamente y para eso necesitaba respuestas.
Respuestas que solo él tenia.
Salió de la cama, apoyó una mano sobre el pomo de la puerta y dudó. Su respiración se agita, cree que es miedo, miedo de enfrentarse a él, sin ser consciente de que esa sensación había dejado de existir desde hacía tiempo.
Abrió la puerta y miró hacia fuera, ahí estaba, de espaldas, sentado en una silla, con los codos apoyados sobre la mesa y sus manos entrelazadas detrás de su nuca. Comenzó a acercarse lentamente, sintiendo el suelo frío bajo sus pies descalzos.
El Soldado dio otro trago, uno más de tantos, casi media botella vacía y él aún no lograba ahogar aquellas emociones que lo acorralaban, eran más fuertes que él, más que aquel alcohol barato con el que intentaba de escapar.
Estaba confundido, envuelto en una lucha entre él y lo que sentía. Lo rechazaba, no lo quería, sin embargo, avanzaba sin frenos. Humano, sensible, haciéndose con el control y no podía hacer nada para pararlo, estaba desarmado, a un paso de caer ante ese caos emocional que lo torturaba, que irónicamente lograba darle esa serenidad que él por su propia cuenta era incapaz de conseguir.
Cerró los ojos tratando de calmarse, pero en cuanto lo hacía Brianna invadía su cabeza y junto a ella, el recuerdo de sus labios.
Lo cierto era que lo había podido dejar de pensar en ese momento, en ese beso inesperado, en él cediendo a sus impulsos, a esa necesidad de sentirse bien consigo mismo, con el mundo. Una necesidad que solo parecía poder llenar con ella. Brianna, a quien había tomado como objetivo para su venganza, esa muchacha que ahora prácticamente era como una obsesión para él.
Jadeó, era imparable, a cada minuto, a cada puta hora de cada estúpido día pensaba en ella y en ese beso que sin duda fue lo mejor que le había pasado. Esa era la verdad, y herirla, una acción que lejos de darle paz, solo lo lastimaba.
― Quiero saberlo ― dijo atragantándose con sus propias palabras, haciendo que el corazón del Soldado diese un vuelto. Apretó los labios y contuvo la respiración, su ansiedad y desesperación desapareciendo de golpe. Era alivio, diminuto e inocente entre tanta oscuridad. Era calma.
― No deberías de estar aquí... ― habló con un nudo en la garganta, pasando una mano por su rostro agotado.
― Quiero saberlo todo. Lo necesito... ― murmuró haciendo caso omiso a lo que él decía, arrastrando una silla y sentándose a su lado.
― Vete... ― ordenó tragando con dificultad, llevándose el vaso a los labios.
― Por favor... ― Brianna insistió, su voz era tímida y entrecortada.
― No fui yo... ― pronunció incapaz de mirarla a los ojos, concentrado en la etiqueta desgastada de la botella que había sobre la mesa.
― Lo sé ― dijo con una respiración profunda. Lo sabía, algo dentro de ella creía en él y por muy descabellado qué sonase, Brianna confiaba en su instinto.
― Entonces... ¿qué es lo que quieres saber? ― suspiró alzando la vista, encontrándose con ella, notando como su pecho se estrujaba al verla.
― Cualquier cosa... ― musitó inquieta, jugando con sus dedos debajo de la mesa.
― Solo sé lo que dicen los periódicos. Hubo un ataque y tu padre resultó herido ― confesó observándola, contagiándose de su tristeza, del abatimiento en sus ojos.
― ¿Cuándo? ― Brianna tuvo que morderse la mejilla interna para poder continuar.
― Hace un par de meses ― respondió y volvió a beber, viendo por el rabillo del ojo como Brianna cerraba los ojos y se limpiaba una lágrima con rapidez.
Aguantó la respiración, sus manos se movían inquietas, las cerraba y abría nervioso, revolviéndose en su silla. Era incómodo, un tormento verla de ese modo, así que metió las manos en sus bolsillos.
― Toma ― sacó la pulsera de Brianna, la misma que había recogido del suelo después de discutir con ella.
― ¿Por qué me la das ahora? ― preguntó con lágrimas en los ojos, ansiosa por volver a ponérsela.
― Porque me da igual ― quiso sonar indiferente y lo consiguió.
― Gracias... ― intentó ponérsela por su cuenta, pero sus manos temblorosas lo hacían imposible. Apretó los puños y volvió a intentarlo, fallando una vez más.
― Tu padre... ― habló arrebatándole la pulsera ― no tiene sentido que llores por él. El mundo está mejor así ― murmuró rodeando su muñeca, cerrando el broche, rozando su piel, provocando un escalofrío en Brianna.
― ¿Y acaso algo de esto tiene sentido? ¿Crees que no sé quien era mi padre? ― espetó cansada ― Nací y me crié en la base sin nadie a mi lado. Solo soy un proyecto diseñado para obedecer... eso es todo. Nunca le he importado a nadie... ― tragó hondo, ocultando el tristeza de su realidad.
Brianna se levantó, ya tenía lo que quería, respuestas. Era momento de irse.
"Nunca le he importado a nadie..."
Sus palabras retumbaban en su cabeza, repitiéndose según ella se alejaba.
"A mi me importas..."
Susurró su interior, haciendo caso omiso a las órdenes que él trataba de imponer sobre sí mismo.
El Soldado de puso de pie, su contención flaqueaba, se rendía a lo desconocido, a ese impulso que era infinitamente superior a él.
― Brianna... ― pronunció su nombre frenándola, deteniéndola a medio camino entre él y la soledad de su habitación gris y vacía ― Mierda... ― gruñó por lo bajo, caminando a pasos agigantados hasta ella, sujetando su rostro entre sus manos y besándola sin aguantar ni un segundo más.
Atrapó sus labios y al hacerlo todo dejó de importar. Su boca encajó con la suya, como un puzzle perfectamente diseñado. Lo necesitaba, anhelaba la calidez y contención que encontraba en ella, la paz instantánea que obtenía al besarla y Brianna cedió, siguió sus movimientos, el compás de aquellas caricias intensas y desordenadas sobre sus labios.
Se perdía en él, en su boca, en el efecto de su cuerpo cerca del suyo. Era embriagador, como una droga adictiva, que según más consumes, más deseas.
Enredó una mano en su cabello recorriendo su boca con cierta rudeza, el Soldado quería más, exprimir cada segundo de ese momento. Alzó a Brianna, colocándola sobre su cadera y caminó incapaz de separarse de sus labios, sentándose con ella sobre su regazo.
El ambiente cambiaba, el aire se espesaba y ninguno de los dos era capaz de frenar lo que estaba pasando.
Abandonó su boca para refugiarse en su cuello, trazando un camino de besos que llegaban hasta su clavícula mientras las manos de Brianna se encargaban de acariciar su cabello, mareándolo.
Sus caderas se rozaron y ambos soltaron un pequeño gemido. Se miraron jadeantes y confundidos, preguntándose en silencio qué había más allá, ¿paz? ¿tranquilidad?
El Soldado la observó, su mirada era clara y brillante, como hacia tiempo que no veía, y sus labios, hinchados y apetecibles. Suspiró nervioso, llevando una mano a su mejilla, acariciándola, jugando con su labio inferior.
Brianna apartó la vista, huyendo de su mirada azul e intensa. Su parte racional peleaba con su corazón, con su cuerpo. Un debate entre el bien y el mal, pero entonces él volvió a besarla y el mundo dejó de existir. El tiempo se detuvo, su mente agotada por fin lograba descansar.
Querían ser libres, alejarse de su sufrimiento, abandonar la realidad en la que vivían por un instante. Solo un poco más, pensaron.
Siguieron besándose, entremezclando sus respiraciones, sintiendo calor y deseo con cada roce de sus cuerpos.
El Soldado tocó sus piernas desnudas, dibujando un camino hasta su cadera, hasta esconder sus manos debajo de su ropa provocando que su piel se erizara y que su minúsculo cuerpo temblara encima del suyo.
Frenó y apartó sus manos llevándolas al borde de su propia camiseta, quitándosela bajo la atenta mirada de Brianna.
Se mordió al labio al verlo, al ver su piel llena de cicatrices. Respiró hondo y dirigió sus manos a su pecho descubierto, acercándose con timidez. Delineó cada cicatriz, sintiendo el relieve de ellas bajo las yemas de sus dedos. Lo miró con tristeza, descubriendo al hombre roto detrás de tanta frialdad.
Las caricias de Brianna llegaron hasta su abdomen arrancando un gemido de su garganta. Ella lo tocaba y su cuerpo vibraba. Quería tenerla, entrelazar su cuerpo con el suyo, perderse en su dulzura.
Excitado tiró de su ropa, despojándola de aquellas capas grandes y holgadas con las que ella siempre se ocultaba, dejándola en ropa interior. Contuvo el aire y respiró antes de atreverse a tocarla.
Su piel era suave, delicada, se adaptaba a sus manos fuertes y toscas. Viajó por su cuerpo, siguiendo aquellos lunares que ascendían hasta sus pechos, pequeños y redondos. Los rozó levemente y aquello fue suficiente para que sus pantalones se apretasen.
Apartó a Brianna de su regazo, dejando que sus pies tocaran el suelo. Besó su vientre y mirándola a los ojos empezó a bajar lentamente sus bragas, acariciando sus piernas mientras lo hacía. Brianna jadeó, su respiración se descontrolaba y su piel parecía arder.
Regresó a sus brazos, totalmente desnuda y expuesta, acunando sus mejillas para volver a besarlo. Era adictivo, capaz de hacerle perder la razón.
Suspiró incapaz de controlarse, desatando al Soldado, consiguiendo que sus manos fuesen hasta su trasero, acercándola más a él y ambos jadearon.
No había vuelta atrás, los dos lo buscaban, lo necesitaban.
Una de sus manos sujetó su cintura y la otra descendió hasta su punto más vulnerable. Brianna abrió los ojos, lo miró y contuvo la respiración. El Soldado sonrió orgulloso, excitado, adentrando su mano fría e inhumana dentro de sus piernas, tocándola a su merced, provocando que sus mejillas se tiñeran de rojo. Brianna lloriqueó cerrando los ojos, mordiéndose el labio con fuerza y gimió pidiendo más, experimentando por primera vez en su vida el placer en su cuerpo.
El Soldado se escondió en su cuello, aumentado sus movimientos, deslizando sus dedos entre sus pliegues, escuchando cada gemido y suspiro que salía de sus labios. Notaba su calor, su excitación y no pudo contenerlo más.
Desabrochó el botón de su pantalón y bajó la cremallera, liberando su erección.
― No me pidas que pare... ― gimió leyendo el mensaje de sus ojos.
― No quiero que pares... ― lo miró insegura, sin saber qué esperar, pero lo quería, quería todo lo que él le estaba dando.
El Soldado alzó sus caderas, dirigiendo su erección hacia su interior y entró lento, decidido, dispuesto a llenarla por completo. Brianna lloriqueó al sentirlo, retorciéndose encima de su cuerpo. El Soldado se quedó quieto por unos segundos, disfrutando de su interior apretado y caliente, luchando por controlar sus instintos más primarios.
Comenzó lento, atento a sus quejidos, acariciando su espalda mientras su anatomía entraba y salía despacio. Pronto empezó a notar cómo ella disfrutaba, cómo volvía a morderse el labio y a cerrar los ojos con fuerza, apretando y arañando la piel de su espalda.
Gruñó mordiéndola, incrementando la intensidad de sus movimientos, gimiendo entrecortadamente mientras subía y bajaba el cuerpo de Brianna sobre su cadera.
Sus caderas chocaban, palmadas apasionadas que acompañaban a sus gemidos y respiraciones desbocadas, que intensificaban el placer de sus cuerpos sudorosos
Brianna gimoteó arañándolo, tensándose, sintiendo un nudo formándose en su vientre, apretándose con cada estocada, tan intenso que cortaba su respiración. Era como una explosión, como si algo dentro de ella fuese a romperse. Respiró ahogada, con los labios ligeramente entreabiertos, las mejillas rojas a más no poder y un ligera capa de sudor sobre su frente.
El Soldado tensó la mandíbula y apretó los dientes, notando como el interior de Brianna lo apretaba, abrazándolo, exprimiéndolo. Gruñó alto y grave desesperándose, volviendo sus empujes más intensos y rápidos. Estaba cerca, tan cerca que dolía.
Ella gritó, tembló y él terminó con un gemido grave y gutural.
Un minuto después aún seguían esforzándose por recuperar el aliento. Brianna respiraba derrotada encima de su pecho sudoroso, completamente desnuda y expuesta como jamás pensó llegar a estar. Suspiró sobre su piel encontrando comodidad en el Soldado, en el hombre que rodeaba su cuerpo cansado, recorriendo lentamente su espalda.
Se mantuvieron en silencio, tratando de recomponer sus cuerpos y mentes, pero él agachó la mirada encontrándose con sus ojos brillantes y calmados y volvió a besarla, porque estar con ella era como tocar el cielo y el infierno más placentero de todos al mismo tiempo. Volaba, era libre entre sus piernas, acariciando su cuerpo, besándola una y otra vez.
Envolvió su cuerpo con el suyo, tumbándola en aquel sofá desgastado, volviendo a repetir cada paso, cada beso hasta que ninguno de los dos pudo más.
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Espero que os guste 👉🏻👈🏻✨
Mi inspiración no quiso colaborar mucho en este capitulo así que no me hago del todo responsable de lo que haya salido 😅. SorryNotSorry.
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Nos vemos por instagram 💞
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