
2. » Día 2
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Ella había dicho que estaba embarazada, pero para él no fue más que una brisa ligera, tan tenue que fue incapaz de revolver ni una sola fibra de su ser.
La confesión de Brianna no tuvo ningún efecto en el Soldado, sus palabras se perdieron en el aire como motas de polvo, como si nada hubiese pasado. La escuchó, entendió su mensaje, pero su cerebro lo aniquiló antes de que pudiese llegar a su conciencia.
No le importaba en lo más mínimo. Lo único que era capaz de llamar su atención eran sus planes de venganza.
Nada iba a frenar al Soldado, así llorase, así suplicase, Brianna iba a pagar por todo.
Cerró la puerta, esa vez sin tener que hacer uso de las llaves que siempre cargaba como un tesoro en el bolsillo de su pantalón.
Quería demostrarle su poder, su total y absoluto control de la situación, hacerle ver que ella estaba a su merced, encerrada y atrapada en sus garras. Era su presa, quería sentir su miedo, destrozar tanto su mente como su padre hizo con él.
Solo quería equilibrar la balanza.
Una vida por una vida. Unas súplicas por otras.
Simple y llano equilibrio.
Dejó a Brianna esposada a los barrotes de la cama, las esposas cortaban su piel, no había dejado ni un solo milímetro libre.
Estaba castigándola.
Premeditadamente había decidido dejarla sola e inmovilizada, mirando hacia una puerta de acero que prácticamente estaba abierta y que no podría atravesar por más que luchase, porque si se movía las esposas que la retenían se clavarían aún más sobre sus muñecas.
La tortura había comenzado y Brianna aún no era consciente del infierno que le esperaba.
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Cerró los ojos, respirando pausadamente por la nariz, soltando el aire mientras contaba mentalmente.
Brianna trataba de calmarse, de mantener sus nervios a raya. Hacía su mejor esfuerzo por recoger todo su miedo y esconderlo en ese rincón de su ser donde albergaba todos sus miedos, donde los demonios que la acechaban quedaban encerrados bajo llave.
Luchaba contra la gélida sensación que atravesaba su columna, vértebra a vértebra, cada vez que su voz oscura y tétrica llegaba a sus oídos, cada vez que su mirada asesina se paraba a observarla.
Abrió los ojos después de un par de respiraciones. Su cuerpo aún temblaba, la sola idea de que él pudiese estar justo detrás de la puerta era un tormento.
Parpadeó con rapidez mientras negaba con la cabeza, ahuyentado ese conjunto de sensaciones. No podía ser débil, ella no había sido educada para ser débil.
―¡Brianna! ― la voz de su padre fue firme y clara, aunque no supo distinguir si estaba preocupado o enfadado con ella. Prefería la primera opción ― ¿Se puede saber en qué estabas pensando? ― lamentablemente para ella, él estaba enfadado. No pudo evitar sentirse aún peor de lo que ya se sentía.
― Yo... ― trató de encontrar alguna explicación, pero lo único que quería hacer era llorar.
― ¿Me puedes explicar qué ha pasado ahí fuera? ― Alexander calmó su noto de voz. Miró a Brianna, la muchacha tenía la vista fija en el suelo, sentada de forma tímida en el borde de su cama, esperando un regaño.
― Te dije que tenía miedo a las alturas... ― se atrevió a decir aún sabiendo que esa no era una excusa válida para su padre.
― El miedo no sirve de nada Brianna ― Alexander tomó su barbilla, sus ojos mostraban el enfado que sentía hacia ella ― Solo te hará inútil ― los ojos de Brianna se aguaron, no quería decepcionar a su padre ― Mañana repetirás el mismo ejercicio ― señaló con firmeza, poniéndose de pie dispuesto a abandonarla cuando más miedo tenía.
― Pero tengo miedo ― replicó temblorosa, sintiendo que el aire se escapaba de sus pulmones. Solo necesitaba un poco de contención, solo era una niña.
― Te diré una cosa Brianna y espero que nunca olvides mis palabras ― su mirada decepcionada golpeó sus hombros ― El mundo es para los fuertes, no para los débiles. Tus debilidades no son más que una carga y el mundo las utilizará en tu contra siempre que pueda. Eres mi hija, no hagas que me sienta decepcionado de ti. Se fuerte, siempre. ¿Lo has entendido?
― Sí, papá ― Brianna respondió con dificultad. Se sentía tan culpable por tener miedo.
― Bien, mañana al amanecer volverás a repetir el mismo ejercicio y no pararás hasta que lo hagas perfectamente bien.
"Se fuerte. No me decepciones."
Aquella frase se repitió a lo largo de su infancia en numerosas ocasiones. Había crecido concienciada a ser fuerte, a no sentir miedo por nada, aunque siempre conservó un único miedo, incapaz de enterrarlo como a los demás.
Decepcionar a su padre siempre fue su preocupación, y ahora, sentía que lo había hecho.
Suspiró cansada, echando la cabeza para atrás, mirando hacia el techo de su celda. No quería sumirse en sus propios pensamientos, ni tener que soportar una vez más el debate ético con el que su mente acostumbraba a torturarla.
― Solo quiero ser libre... ― susurró a la nada, su voz casi temblorosa.
Una lágrima escapó por su mejilla. Brianna estaba dolida, frustrada consigo misma. Había rozado la libertad con la punta de los dedos, había experimentado la majestuosa sensación de sentirse libre, el aire fresco de un mundo desconocido acariciándola mientras corría buscando su propia liberación.
Se había dejado llevar por la adrenalina. Había decidido romper con las cadenas que la ataban, ser lo suficientemente valiente como para olvidarse de todos sus miedos y luchar por sí misma, por escapar de esa locura que la estaba consumiendo.
Sonrió en la nieve, mientras corría, olvidándose del dolor y del frío, experimentando por primera vez en su vida esa extraña emoción llamada felicidad, pero el destino parecía no estar dispuesto a dejarla marchar.
Su sueño se torció en cuestión de segundos, ni siquiera supo de dónde había salido, puede que incluso él la hubiese estado siguiendo todo el camino y ella tontamente pensó que nadie la había visto.
Brianna había salido de una cárcel para adentrarse en otra peor, un infierno a manos del Soldado de Invierno.
Una cárcel oscura y estremecedora, tal y como era él. Lograba asustarla, poner su piel de gallina en un mísero instante. Era agotador fingir que él no despertaba todo ese horror en ella, fingir que la calma reinaba en su cuerpo, pero era necesario. Brianna lo conocía, sabía quién era su enemigo y si alguna vez sintió empatía por él todo eso se fue al garete cuando la verdad llegó a sus ojos.
Lo recordaba, sus recuerdos estaban grabados en su cabeza. Frío, calculador, una bestia sin sentimientos.
Su respiración empezó a descontrolarse, recordar toda la verdad que se posaba sobre su espalda aún la desestabilizaba, aún era como una tormenta sobre sus hombros.
"Él es un monstruo, un criminal, el títere de mi padre y hará todo lo que él le pida."
"Es un mercenario. Sigue ciegamente cada orden. No piensa, no siente, no hay nada en él, solo maldad y frialdad. No es humano, es un arma."
Apretó los puños con fuerza, sus uñas rasgaban sus palmas. Forcejeo con las esposas, el metal se hundía aún más sobre su piel sensible, pero ella no sentía dolor, solo angustia. Cerró los ojos con desesperación, sentía que se mareaba. Otra vez esa horrible sensación de ahogo.
Escuchó el ruido de la puerta y tragó hondo. Su enemigo volvía y ella tenía que retomar el control aún cuando su cuerpo parecía querer destruirla.
No dijo nada, entró impasible, imperturbable, como si ella no estuviese ahí. Caminó hacia ella, su vista perdida en algún punto. Brianna quiso desaparecer, esfumarse en el aire, pero se contuvo, aguantó la respiración y esperó.
El Soldado la soltó, sus muñecas cayeron sin vida.
Volvió a salir, dejando la puerta abierta, entonces Brianna se incorporó mínimamente, mirando el fondo de esa oscuridad. Únicamente pudo distinguir madera vieja y desgastada.
― Come ― El Soldado regresó, esta vez con un plato entre las manos.
No pronunció más, lo dejó a los pies de la cama y se fue. Sorprendentemente para ella no escuchó el ruido metálico de la cerradura. No la había encerrado, sin embargo, su cerebro le ordenaba mantenerse lo más alejada posible.
Miró el plato con recelo, esperando algo completamente desagradable. No sería la primera vez que miraría un plato y sentirla ganas de vomitar.
Encontró pan, un bollo redondo, sin florituras.
Sus tripas entraron a escena, suplicando por un poco de alimento. Brianna dudó, pensando qué horror podría albergar ese simple trozo de harina horneada.
Pellizcó por un lado, observándolo con detenimiento como si su vista fuese capaz de identificar las moléculas microscópicas de algún veneno. Suspiró y se lo llevó a la boca, tenía hambre, mucha hambre.
Mientras masticaba pequeños trozos, no pudo evitar que su mente se pusiese a trabajar. En pan llegaba a su estómago al mismo ritmo que las preguntas a su cabeza.
¿Cuánto tiempo llevaba ahí?
Trató de contestar a la primera pregunta mirando hacia una ventana que se hallaba sobre una de las esquinas del techo, pero no pudo vislumbrar nada, ni un ápice de luz. Pensó entonces que era de noche, que solo habían pasado unas cuantas horas desde su fallido intento de fuga.
¿Cuándo volveré a la base?
El Soldado la retenía por órdenes de su padre, seguramente alguien había sido testigo de su patética salida y ahora lo único que podía hacer era esperar a que ese empujón de realidad llegase a devolverla al pozo del que intentó escapar.
"Estás jodida Brianna."
La sinceridad de sus pensamientos era irrefrenable. Su inteligencia no le permitía ni un segundo de hipocresía, pero del mismo modo, tampoco le permitía rendirse. Su mente era fuerte, mucho más de lo que ella pensaba.
"De acuerdo, los planes han cambiado. Estoy jodida, realmente jodida, pero no pienso dejar que nadie me arrebate mi libertad."
Debía de armar un plan, encontrar la forma de escapar antes de que el Soldado la devolviese con su padre.
― Piensa Brianna, piensa... ― murmuró prácticamente en silencio ― La mochila... ― susurró dejando de comer.
Brianna escapó con una mochila, pocas cosas que tomó a la carrera, pero solo una podría salvarla. La pistola que nunca pensó llegar a disparar.
Estaba dispuesta a todo.
Miró la puerta, necesitaba encontrar su mochila o por lo menos intentarlo. De nuevo el temor llegó a su cuerpo, ¿y si el Soldado estaba al otro lado, esperándola?
¿La mataría?
Seguramente no. Su padre no ordenaría eso.
Se limpió las manos en el pantalón, trató de calmarlas y se levantó con recelo. Notó todo su cuerpo entumecido, ápices de dolor que luchaban por llamar su atención, sin embargo, ella los ignoró.
Tocó la puerta, helada y robusta, como las puertas de "casa", conocía perfectamente esas puertas. Tenían un mecanismo que ella conocía, cierto secreto que ella siempre utilizó a su conveniencia. Capaz de abrirla sin hacer el más mínimo ruido.
Apretó los labios y tomó el pomo, milímetro a milímetro fue abriéndola, tratando con delicadeza esa enorme masa de acero, rezando a todo lo que conocía para que él no estuviese cerca. Solo respiró cuando el espacio fue suficiente como para que su minúsculo cuerpo saliese.
Miró a ambos lados, parecía que estaba sola. Era el momento. Avanzó de puntillas, ligera como una bailarina de ballet. Nunca se imaginó que sus años practicando ballet la ayudarían en un momento como ese.
No había luz y nadie sería capaz de ver nada en esas condiciones, sin embargo, Brianna ya había jugado en ese tipo de juegos. Era una experta, moviéndose cuando todo el mundo parecía dormir, escabulléndose hasta los entresijos de la base en busca de verdad.
La encontró tirada en el suelo, Brianna sonrió aliviada, sintiendo una corriente de adrenalina sobre su cuerpo.
Apretó la mochila sobre su pecho, solo unos pocos pasos la separaba de su celda. Volvió a hurtadillas, conteniendo el aire, comportándose como una sombra. Se creyó victoriosa.
― ¿Qué coño estás haciendo? ― una mano la sujetó por la nuca, frenándola al instante. Su sangre pareció helarse.
El Soldado la había visto, una sombra casi imperceptible recorriendo el salón a sus anchas.
Apretó su nuca, aprisionando uno de sus brazos sobre su espalda, retorciéndoselo mientras la empujaba con total rudeza. Brianna ahogó un grito, juraría que podría partirle el cuello si apretaba un poco más, que podría romperle el brazo en miles de trozos si se lo proponía.
― ¡Eres una estúpida! ― chilló furioso, arrojándola al suelo con total desprecio. Brianna miró al suelo, ni toda su contención iba a salvarla de sentir pavor.
Estaba arrodillada sobre el suelo, completamente sumisa ante él. Escuchó su respiración nerviosa y cerró los ojos esperando una paliza, pero él solo le arrancó su mochila de mala manera.
Sus cosas cayeron ante sus ojos, estampándose contra el suelo. Ni rastro de su pistola.
― ¿Qué buscabas? ¿esto? ― Brianna oyó el click del seguro ― ¡Responde! ― asustada levantó la cabeza. La imagen con la que se encontró fue horrorosa.
Ante sus ojos se alzaba la figura imponente del Soldado de Invierno, aún más grande desde esa perspectiva. Su cabeza casi chocaba contra el cañón del arma, podía sentirlo rígido, rozando su frente. Un simple movimiento y el Soldado la mataría.
― Perdón... ―susurró con un nudo en la garganta.
― ¿Crees que soy imbécil? ― gruñó pegando el metal a su frente. Brianna musitó un temeroso no ― Mírate, no eres más que una muchacha tonta. El único motivo por el que respiras es por tu padre ― Brianna contuvo las lágrimas.
El Soldado descargó el arma, guardó las balas en su bolsillo y al igual que hizo con el resto de sus cosas, lanzó la pistola hacia las rodillas de Brianna. La dejaba para recordarle su poder sobre ella.
Cerró la puerta con un sonoro golpe.
Brianna lloró en silencio, reprimiendo sus llantos con las manos. No hizo ni el más mínimo ruido.
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Si algo había aprendido era a dominar el arte de las lágrimas. Brianna lloraba, muchas veces lo hizo, sola y desprotegida en la penumbra de su habitación. Sabía como pasar la noche entera llorando y parecer fresca y descansada a la mañana siguiente.
Horas después el Soldado volvía. Brianna no dijo nada, no se había movido, seguía en el suelo rodeada de sus cosas.
― Levántate ― ordenó y ella obedeció. Sabía lo que le convenía. Siguió el gesto de su cabeza y se sentó en la cama.
El Soldado se acercó, llevaba una bandeja en las manos y al igual que ella se mantenía callado.
Se sentó junto a ella, dejando la bandeja en medio de los dos. Todo en él era robótico, cada movimiento simulaba al de una máquina ejerciendo una tarea programada.
Tomó su muñeca, dolió, Brianna no hizo ningún ruido. Arrugó la manga de su traje con fuerza, la tela arañando cada punto de su piel.
Solo entonces, ella fue consciente de las heridas de su cuerpo, de la mancha roja, espesa y medio seca que se cernía sobre su codo. Lo recordó segundos después, la sensación paralizante del cristal clavándose y desgarrándola.
Observo al Soldado, sus dedos metálicos arrancaban los cristales que seguían sobre su anatomía. Tiraba de ellos con movimientos completamente bruscos, escocía, sin embargo, ella lo encontró reconfortante.
Los cristales chocaban contra la bandeja, manchándola de sangre y restos de tela rasgada, dejando completamente abiertas todas sus heridas.
El tiempo pasaba y él seguía curándola. Brianna se mantuvo calmada, siempre recordándose a sí misma que no debía de mostrarse débil ante él.
"Controla tu respiración Brianna, las bestias huelen el miedo."
― Sé porqué estás haciendo esto... ― era inconsciente hablar, lo sabía. No obstante, ella no iba a rendirse ― y... no te culpo... lo entiendo ― quería mostrarse comprensiva, sumisa, manipularlo con su falsa amabilidad. Él la contestó ignorándola.
― ¿Cuándo volveré a ver a mi padre? ― preguntó dócil y contenida, haciendo caso omiso al escozor que él causaba en su piel al quitar cada esquirla. El Soldado volvió a ignorarla, no quería escucharla, quería hacerle daño.
Vertió alcohol sobre sus heridas, esperando una reacción, un quejido de dolor acompañado de un par de lágrimas. Brianna no hizo nada.
Entonces él empezó a llenarse de dudas, buscando la razón por la que ella no estaba padeciendo ante su tortura camuflada bajo el gesto de curarla.
Lo que él no sabía era que Brianna estaba acostumbrada a callar y padecer en silencio. Lidiaba con su sufrimiento escondiendo un puño detrás de su espalda y lo apretaba con todas sus fuerzas, muchas veces consiguiendo que sus uñas se doblasen contra su palma.
Estaba acostumbrada al dolor, a guardarlo en su interior y a esconderlo. Sabía perfectamente cómo hacerlo, ellos se lo habían enseñado todo.
Continuó con el corte de su ceja, ese que él mismo había provocado al noquearla en medio de la nieve. Frotó un trozo de algodón empapado, esperando, de nuevo una reacción, pero ella ni pestañeó.
Quiso ocultar su sorpresa. Cualquier persona en su lugar hubiese gritado. Brianna en cambio no.
― Gracias... ― susurró con sinceridad. Respirando sin tener que sufrir el propio olor de su sangre seca. No se dio cuenta de que lo necesitaba hasta que él decidió curarla.
Sus palabras lo sorprendieron. No entendía su agradecimiento, aquello no fue más que una tortura silenciosa, sin embargo, para Brianna fue calidez dentro de la tormenta, era incapaz de ver la realidad de la situación.
Brianna carecía de la capacidad de diferenciar entre una caricia y un castigo sigiloso. Era como un animal abandonado, condenado a vivir sin cariño, tan sensible que cualquier gesto aparentemente amable era cálido para ella.
― ¿Cuándo saldré de aquí? ― inconscientemente se encontraba mirándolo a los ojos. Necesitaba saber cuantos días tenía antes de volver a las tinieblas.
El Soldado se mantuvo frio, impasible.
― Yo no quería hacerlo... ― simuló una confesión falsa ― Yo no quería que esto pasara... ― su voz era dulce, calmada, tan sutil como el tacto de una pluma ― Nunca estuvo en mis planes huir... ― él paró en seco.
Pestañeó confundido.
¿Huir?
― ¿No querías huir? ― preguntó con cuidado, su voz espesa. Brianna asintió mostrándose tímida.
― Mientes ― gruñó sin creerla. Se negaba a aceptar que toda esa situación no era más que un producto del destino. Una mera casualidad en la nieve.
― Estoy embarazada. ¿Piensas que mi padre iba a aceptarlo? ― su mirada fue seria ―Solo tengo 17 años... no había otra solución...
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¿Opiniones? 🙈
Espero que con este capítulo hayáis podido conocer mejor a Brianna y ciertos aspectos de su vida, como su edad 😅.
Ya lo dije en las advertencias, en esta historia hay "age-gap" así que si no os gusta, este es el momento preciso para dejar de leer 😉.
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