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19. » Día 73


𝟤𝟢 . 𝟣𝟣 . 𝟤𝟢𝟣𝟦

Las cosas cambiaban, lenta y prácticamente imperceptible, tan sutil que ninguno de los dos era capaz de darse cuenta.

Poco a poco se rendían, dejándose llevar por una mezcla de emociones que no sabían identificar, sensaciones nuevas y desconocidas que frágiles lograban difuminar aquel odio que ambos juraban sentir el uno por el otro.

Respiró exhausto, cansado de cargar con los estragos de su propia existencia, con un puño apoyado sobre su mejilla y su otra mano doblando distraídamente una de las esquinas de su cuaderno. Llevaba escribiendo casi toda la tarde, inmerso en un mar de frases indecisas y tachones desordenados.


― Tienes que protegerla. Cuida de Brianna ― pidió apagada, metiendo varias carpetas en una mochila.

― ¿Quién es Brianna? ― preguntó apoyado en la pared, frío y mirando hacia la nada.

― Mi hija... ―



Era incapaz de ignorarlo, aquella frase siempre estaba ahí, golpeando a su conciencia dormida.

Cuidarla, protegerla, negó con la cabeza.

Jamás podría hacerlo, Brianna representaba cada tormento en su vida. Hydra, Alexander, todo giraba entorno a ella y no podía olvidarlo, ni tampoco el motivo por el que había decidido retenerla.

Caminó por el pasillo recordándose a sí mismo cuales eran sus objetivos, el porqué de todo eso. Necesitaba ser libre y tanto como ansiaba su libertad, quería venganza, justicia por una vida injusta.

Se detuvo detrás de la puerta, inseguro, obligándose a mostrarse frío, endureciendo la expresión agotada de su rostro.

― Hola... ― pero ella hablaba, serena y delicada, y de repente, su actitud fría y arisca desaparecía sin que él pudiese hacer nada al respecto. Se rendía ante ella, ante el efecto silencioso que Brianna tenía en él.

― Tu cena ― mencionó monótono, resistiéndose.

― Gracias... ― susurró amable, tomando el bol con ambas manos y sin poder evitarlo, sonriendo al ver las dos ciruelas que había en su interior.

Agarró una llevándosela a la boca, disfrutando de ese sabor dulce y fresco que tanto le encantaba, bañando sus labios con el néctar de la fruta, dejándolos húmedos y brillantes.

El Soldado la miró de reojo, tratando de no ser visto, distrayéndose con ella y esa aura calmada que desprendía con solo comerse una simple ciruela.

Rápidamente apartó la mirada, centrándose en aquel bote de crema que había traído. Respiró hondo, quería llamar su atención, pero desconocía cómo hacerlo.

Brianna lo miró, salvándolo de su propio enigma, terminando de comer para que él pudiese completar con esa rutina que había adoptado desde hace días.

Se relamió los labios, limpiando esa capa fina y dulce que había quedado en ellos, después colocó su coleta de tal como que no fuese un estorbo para él, sin embargo, un pequeño mechón consiguió escapar.

El Soldado lo observó, caía libre e independiente sobre su rostro. Dudoso lo apartó, colocándolo detrás de su oreja y sin darse cuenta trazando un camino que recorría la curva de su cuello desnudo.

Brianna suspiró y formó una línea con la boca, no porque lo encontrase incómodo, sino porque aquel gesto provocó un ligero cosquilleo que ella nunca fue capaz de encontrar agradable. Una sensación que en otro momento la hubiese llevado a asustarse y salir corriendo.

Y mientras ella trataba de hallar una explicación, el Soldado la curaba. Su mano viajaba por su mejilla, lenta y suave, cuidado ese moretón que día a día era menos visible.

Fruncía el ceño al hacerlo, sintiéndose culpable, centrando toda su atención en ella, asegurándose de cubrir cada milímetro de esa mancha sobre su rostro.

― ¿Te duele? ― preguntó apretando los labios, luchando por mantener a raya todo lo que experimentaba cada vez que estaba cerca de Brianna, pero era imposible de evitar, en algún punto, sin ser consciente, cedía y su mirada conectaba con la suya, perdiéndose, quedándose completamente embelesado con la profundidad de sus ojos y entonces, aquellos movimientos asustados y nerviosos se transformaban en caricias.

― No... ― Brianna cerró los ojos dejándose llevar por un minúsculo instante ― No duele... ― dolía cada vez que el agua de la ducha caía sobre su piel, cuando se movía entre sueños y la almohada rozaba su mejilla amoratada, o cada vez que se cambiaba de ropa, pero no cuando él la tocaba.

― Ya está... ― murmuró despacio, deslizando sus dedos hasta el corte ya cicatrizado de su labio.

― Gracias... ― Brianna asintió tomando el bote de crema de sus manos. Todavía no lograba acostumbrarse a eso, a que ella decidiese curarlo como si él lo mereciese.

El Soldado tiró de su camiseta quitándosela con un solo movimiento.

Pensó que tendría frío, que su cuerpo no podría luchar contra el frío extremo de esa noche en el que el termómetro marcaba varios grados bajo cero, pero ahí estaba, relajado y cómodo, rodeado por una atmósfera extraña y reconfortante al mismo tiempo.

Brianna gateó hasta colocarse a su lado y sentada sobre sus propias piernas empezó a curarlo.

Sus dedos vagaban por su torso desnudo, recorriendo cada punto de esa enorme mancha violácea que se extendía desde el omóplato hasta su hombro izquierdo. Era cálida, delicada, e inevitablemente provocaba sensaciones que él, desconcertado, se empeñaba en suprimir.

Su piel se erizaba con cada toque mientras ella no dejaba de dudar sobre lo que había hecho, encontrando culpabilidad. Tomó aire y siguió con su tarea, pasando a su hombro cubierto por ligeros arañazos que se difuminaban con la cicatriz de su brazo metálico. La tocó sin pensarlo, trazando su contorno con la yema de los dedos, alarmando al Soldado, tanto que frenó a Brianna agarrándola por la muñeca.

― ¿Te he hecho daño? ― preguntó con inocencia, mirándolo a los ojos, calmándolo con un par de palabras.

― No... ― la soltó lentamente. Volvía a encontrarse en la misma situación que hace unos días, extremadamente cerca de Brianna y de sus labios, y al igual que aquella vez, alejarse era lo último que quería hacer.

― Bien... ― susurró estática, incapaz de moverse, aspirando su aroma con cada respiración. Se fijó en sus labios, levemente entreabiertos y algo hizo click en su cabeza. Agachó la mirada y echó su cuerpo hacia atrás, alejándose de él con incomodidad.

El Soldado vio su reacción y reaccionó. Carraspeó incómodo y se colocó la camiseta.

Era el momento de irse, de abandonar esa habitación en la que podía respirar sin sentir presión en el pecho, en la que por unos escasos minutos lograba olvidarse completamente de todo, de quién era, de que llevaba varias noches sin dormir ni un solo segundo, despertando agotado, como si hubiese estado corriendo sin parar y en cierto modo, así era. Corría, trataba de escapar de sus pesadillas, sobre todo de una, de la peor de todas, de esa por la que hubiese pagado con tal que no recordarla jamás.

Salió y dejó la bandeja sobre la mesa, justo al lado de aquel cuaderno que permanecía abierto. Lo observó, líneas negras y desordenadas, preguntándose si esa vez lo que había escrito con prisa y alborotado era un recuerdo de un pasado incierto o el relato de una pesadilla espeluznante.

Cerró el cuaderno, apoyando encima el bolígrafo con el que escribía, como si ese trozo de plástico fuese capaz de mantenerlo cerrado, luego, encerró su propia caja de Pandora en uno de los cajones de la mesa.

Se encontraba solo y en silencio, sentado en la penumbra del salón, totalmente rendido en una silla, observando fijamente a ese nuevo entretenimiento en el que había caído. La única vía de escape que fue capaz de encontrar. Su mano rodeó el cristal, pasando el pulgar por la etiqueta. Cerró los ojos y suspiró, llevándola a sus labios.

El alcohol barato quemaba su garganta. Lo necesitaba, buscaba de alguna manera ahogar sus demonios internos, así que bebía, bebía hasta que el cristal volvía a ser transparente, hasta que su mente se adormecía.


― ¡Al suelo! ― sintió un fuerte empujón acompañado de un ruido ensordecedor.

Apoyó las manos en el suelo, levantándose aturdido. Apretó los ojos y se miró las manos, ambas del mismo color, con la misma textura, cálidas y humanas. No entendía que estaba pasando, ni dónde se encontraba.

Observó su alrededor. Se encontraba atrapado en un tren en marcha, dentro de un vagón parcialmente destruido, con un gran agujero por el que una gélida brisa entraba con fuerza, golpeando su rostro.

Escuchó un zumbido. Ante sus ojos una figura irreconocible. Quiso derrotarlo, protegerse de lo desconocido y cogió lo primero que vio, un escudo tirado en el suelo.

Fue rápido, el suelo bajo sus pies desapareció en un instante. Abrió los ojos asustado, encontrándose con aquel horror.

Se quedó paralizado, agarrándose con todas sus fuerzas de esa barandilla, suplicando entre susurros temerosos que ese no fuese su final.

― ¡B _ _ _ _! ― alguien gritó, un nombre que él no pudo descifrar ― ¡Aguanta! ― la voz se acercaba, desesperada y agitada ― ¡Coge mi mano! ― quiso hacerlo, a pesar de no saber quién era el dueño de esos gritos.

Rozó sus dedos y creyó haber escapado de la muerte, pero la barandilla cedió.

― ¡No! ―

Caía en picado, agonizante, chillando aterrorizado, dejando que un par de lágrimas escaparan de sus ojos.

E impactó contra el suelo, con un golpe seco, tan fuerte que sintió como cada hueso de su cuerpo se rompía.


Consiguió escapar de su pesadilla.

Jadeante, aterrado, cubierto por una capa de sudor frío, así era como el Soldado volvía a la realidad.

Tembloroso y exhausto fue al baño. Se lavó la cara e intentó respirar con normalidad. Levantó la vista, contemplándose en aquellos trozos de espejo que habían logrado mantenerse en su sitio. Apenas podía aguantarlo, verse así, débil y al borde del llanto.

Jadeó perdido, luchando por contener sus gritos llenos de dolor. Necesitaba paz, aunque solo fuese un mísero segundo de ansiada y desesperada tranquilidad, cerrar los ojos y descansar sin pensar que al hacerlo moriría.

Apartó la mirada, mordiéndose el labio nervioso, cerrando los puños. Su cuerpo se tensaba, ahogándose en un mar de estrés.

Abrió el armario frente a sus ojos, encontrándose con tres baldas cubiertas de polvo y entre ellas un bote de pastillas medio vacío.

Lo agarró por instinto, incapaz de ser lógico y razonar. Su mente herida mandaba y él estaba indefenso, cansado de aguantar.

Volvió al sofá, quitó la tapa y llevó las pastillas a su boca.


» «



Brianna suspiró inquieta, peleando contra el insomnio que la mantenía despierta. Giró sobre el colchón abrazándose a su almohada, mordiéndose una uña mientras miraba a la pared. Su subconsciente, tímido e inocente tomaba el control, débil pero intenso comenzaba a dominar su mente, a doblegar aquellos ideales oscuros y ajenos a su verdadero yo que Hydra trató de imponer en ella.

Empezaba a sentir, a experimentar por su propia cuenta y lentamente aquella repulsión inicial se iba apagando sin que ella fuese consciente. Pasaban los días y su miedo constante se difuminaba.

Respiró nerviosa y algo asustada, dándose cuenta de sus propios cambios, de cómo había pasado de llorar debajo del Soldado a sentir comodidad estando cerca de él, a olvidar ese terrible recuerdo que la llenaba de pánico y ansiedad cada vez que un hombre rozaba su espacio personal, el mismo recuerdo que la llevaba a esconderse bajo capas y capas de ropa, ocultándose, sintiéndose incómoda en su propia piel.


» 30 . 09 . 2013

― ¿Puedo saber qué estás haciendo aquí? ― Rumlow habló sobre su hombro, sorprendiéndola ― Tu padre te estaba buscando... ― Brianna lo observó momentáneamente ― Tranquila, le he dicho que me encargaría de ti ― asintió y volvió a centrar su vista en aquella sala donde todo el mundo parecía estar contento ― ¿Y bien? ¿Qué haces aquí?

― Observo ― replicó con desdén, concentrada en lo que estaba haciendo.

― ¿Observas o espías? ― dio un paso pegándose a su espalda.

― Yo no... ― Brianna se dio la vuelta para enfrentarlo, pero al verlo tan cerca, no supo qué decir ― No estoy escondida.

― Dijo la chica detrás de una columna... ― suspiró, llevando sus dedos a un mechón de su cabello, peinándolo perezosamente ― ¿Es esto parte de tu pequeña investigación?

― ¿I-investigación? ― tragó hondo. Rumlow no podía saber que ella ya lo sabía todo, nadie podía.

― Sí, ya sabes, hace unos meses querías saber más este sitio, estabas interesada en conocer cada aspecto de Hydra ¿me equivoco? ― Brianna rió inquieta, aunque algo aliviada.

― Claro, si... es eso. Solo es curiosidad ― forzó una sonrisa.

― Dentro de un año te tocará a ti ― colocó aquel mechón detrás de su oreja ― y te graduarás como agente de Hydra ¿ilusionada? ― los dos miraron hacia la sala donde una treintena de jóvenes se graduaban orgullosos.

― Sí... ― dijo dudosa, creyendo que eso era lo que quería. A pesar de haber descubierto todo lo que Hydra había hecho a lo largo de los años, Brianna seguía manteniendo la esperanza de que parte de esa información no fuese real. Era ingenua si pensaba que su destino sería el mismo que el de aquellos jóvenes recién graduados. Su destino iba a ser distinto y no tardaría mucho en descubrir la verdad, su verdad.

― Ven ― rodeó su muñeca ― Tengo algo que enseñarte ― ni siquiera esperó a que ella diese una respuesta, Rumlow tiró de Brianna, llevándosela por uno de los pasillos de la base. Una base que ese día se encontraba prácticamente vacía.

― ¿Qué... qué es lo que quieres enseñarme? ― Brianna observó el sitio donde estaba, pequeño, alejado y oscuro.

― Pasa... te gustará ― sonrió empujándola levemente. La puerta se cerró detrás de su espalda.

― ¿Sabes qué? Si mi padre ha preguntado por mí es porque debe de estar buscándome. Será mejor que vaya a verle, porque... ― la mano se Rumlow sobre la puerta detuvo a Brianna.

― Deja de fingir... ― musitó sobre su oreja ― Los dos sabemos qué es lo que está pasando... ― siguió estremeciéndola.

― Rumlow... ― advirtió nerviosa.

― Siempre me has gustado... ― besó su mejilla acercándose temerosamente a sus labios.

― Es tarde, mañana tengo que madrugar ― Brianna ladeó la cabeza, esquivándolo ― Tengo entrenamiento con Josef a primera hora.

― ¿Así que te gusta jugar eh? ― rió mordiéndose el labio, posando sus manos sobre su cadera, arrastrándola hacia el borde de una mesa ― A mí también... ― dijo con voz grave antes de comenzar a besar su cuello.

Brianna contuvo el aire. No entendía qué estaba pasando, ni porqué él estaba haciéndolo, lo único que sentía era repulsión, rechazo a cada caricia o toque que él dejaba en ella. Quiso empujarlo, pero él era fuerte, mucho más fuerte que ella.

― Brock yo... ― jadeó presa del miedo.

― Shh... lo sé ― trató de besarla una vez más ― Seré delicado, ¿de acuerdo? ― pudo ver el deseo en sus ojos, lo decidido que estaba a continuar.

Estaba asustada, desprotegida y sin salida. Rumlow se quitó la camiseta e hizo lo mismo con la de Brianna. Quiso cubrirse.

Fue inútil.

Sus manos recorrieron su cuerpo a su antojo, atrapándola entre sus brazos, caminando junto a ella hasta que sus piernas chocaron con algo y su espalda rozó una superficie.

Tenía su cuerpo sobre el suyo, sintiéndose atrapada bajo las garras de un depredador, pequeña e incapaz de hablar.

Rumlow desabrochó el pantalón de Brianna mientras sus labios abandonaban su cuello bajando por su clavícula.

― Para por favor... ― musitó apenas audible con lágrimas en los ojos y la respiración cortada.

― Relájate... ― subió lentamente dispuesto a besarla.

― ¡No! ― logró empujarlo, tomar su camiseta del suelo y salir despavorida sin importarle que todo el mundo pudiese verla en sujetador.

Encontró refugio en la cocina, detrás de unos muebles y sentada sobre el suelo, con las rodillas pegadas al pecho pasó la noche.

Trató de olvidarlo a la mañana siguiente. Mentirse a sí misma y hacer como si nada hubiese pasado.

― Brianna... ― no obstante ahí estaba él para recordárselo.

― T-tengo entrenamiento, por favor... ― su pulso se disparaba. Seguía aterrada.

― Escúchame. Lo siento, ¿vale? Ayer... Joder, estoy enamorado de ti... te quiero ― habló acercándose.

― Te perdono ― dijo nerviosa, luchando por mantener su espacio personal intacto ― Ya está olvidado...

― No quiero que algo insignificante estropee lo que hay entre tú y yo ― no había nada entre ellos, no más allá de lo que Brianna pensó que era una simple amistad ― Me importas, por eso siempre trato de protegerte y lo hago sin pedir nada a cambio. Siempre he estado ahí para ti... ― suspiró melancólico.

Era cierto, había estado a su lado sin que nadie se lo pidiese, sin que ella se lo pidiese. Brianna no lo necesitaba, nunca lo hizo, pero él pensó que si y ahora se sentía culpable, las palabras de Rumlow lograron ese efecto.

― Dame tiempo...



Agitó la cabeza escapando de ese momento.

Jamás logró olvidarlo. Pasó el tiempo y cada vez que él se acercaba ella entraba en pánico. Y esa sensación fue en aumento, hasta que Brianna llegó a temer a toda figura masculina que no fuese su padre.

Salió de la cama, caminando descalza, inquieta por la habitación. Cuando más lo meditaba, más claro lo veía.

El Soldado era el primer hombre al que no temía y aquello era algo tan nuevo y desconocido que Brianna no sabia cómo gestionarlo.

― ¿Qué está pasando contigo Brianna? ― preguntó al aire justo antes de escuchar un gran golpe detrás de la puerta.

Abrió la puerta recelosa, encontrándolo todo a oscuras y en silencio.

― ¿Mercenario? ― avanzó despacio mientras estiraba las mangas de su sudadera.

Brianna frunció el ceño encontrando extraño que sus pies no sobresaliesen por algún extremo del sofá.

Continuó con sus pasos, despacio y prevenida, preparándose para salir corriendo en dirección contraria si fuese necesario. Siguió, llegó hasta el sofá y lo encontró tirado en el suelo.

En un instante aquel papel frío y arisco en el que se escudaba dejó de existir, obligándola a ser ella misma.

Corrió hasta él, dejando que su cuerpo cediese ante el efecto de la adrenalina, cada fibra de su ser vibrando con desesperación. Tocó su cuello, pidiendo internamente que estuviese vivo.

― Mercenario ―habló con ambas manos sobre sus mejillas , analizando la palidez de su rostro.

Brianna no sabía que hacer, pero sí que algo tenía que hacer. Su verdadero yo salía a flote, la misma que un día trató de rescatar a un cachorro, la misma que compartía su comida con Vlad o la misma que pensaba en todo el mundo antes que en ella.

Recordó sus propias palabras, lo cruel que había sido con él días atrás y suspiró conteniendo la humedad de sus ojos.

Permaneció a su lado, atenta a cada cosa que pudiese suceder. Pasaron tres horas y ella siguió a su lado, sin moverse. Lo miraba y no entendía qué estaba haciendo, por qué estaba ayudándolo. Tal vez era porque por más que lo intentase no podía suprimir quien era en realidad, solo una muchacha con ganas de vivir libre y feliz, una que era incapaz de odiar por más que se esforzara, o puede que en realidad, la razón fuese otra.

― Vas a ponerte bien... ― susurró acariciando su frente ― tienes que ponerte bien... ―





Ahhh! No sabéis lo que me a costado escribir este capítulo y no por nada en especial 🤷🏼‍♀️ aún así espero que os guste 👉🏻👈🏻☺️

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💞

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