
17. » Día 64
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Avivó el fuego de la chimenea, lanzando trozos de leña que él mismo había recolectado unas horas antes. Las noches seguían siendo heladas, varios grados bajo cero, aunque él poco podía quejarse, las frías temperaturas no afectaban a su cuerpo como deberían.
Se dio cuenta de ese pequeño detalle por ella, cuando por las noches veía su nariz enrojecida y como estiraba las mangas de su sudadera para cubrir sus manos. Era evidente que tenía frío, lo que él no entendía era porque su cuerpo no experimentaba lo mismo.
Le gustaría saberlo, debía de admitirlo, conocer todos esos detalles de sí mismo que desconocía, comprender quién era y en qué se había convertido, las razones de su existencia, pero dentro de su soledad no había nadie a quien preguntar. Su realidad era esa, completamente solo y perdido.
Se alejó de la chimenea, dejándose caer en su viejo sofá. Apoyó los codos sobre las rodillas y sus manos a ambos lados de su cuello, estaba estresado, cualquiera podría verlo, la tensión de su cuerpo era más que notoria y aunque quisiera negarlo, sabía perfectamente cual era el motivo de su incomodidad.
Agachó la cabeza, mirando al suelo mientras se esforzaba por huir de esa verdad que lograba estremecerlo.
― Hola... ― escuchó su voz, sutil e inesperada. Alzó la vista y ahí estaba, parada a su lado, mirándolo tímidamente.
― ¿Qué haces aquí? ― preguntó regresando su vista a las tarimas del suelo. No podía mirarla sin sentir como su respiración cambiaba.
― Necesitaba ir al baño y... en realidad, no puedo dormir ― lo vio por el rabillo del ojo, el jugueteo nervioso de sus dedos. Lo hacía siempre que su autocontrol fallaba.
― ¿Es por el frío? ― continuó sin mirarla, con un tono cansado e indiferente que en lugar de ser fácil, cada vez era más difícil de mantener.
― No ― ella suspiró.
― ¿Entonces? ― se atrevió a mirarla. Brianna contuvo la respiración, apretó los labios y caminó acercándose a él, tomando asiento a su lado en aquel sofá desgastado.
― Sobre lo que pasó ― comenzó sin saber bien qué diría a continuación ― yo... ― estiró las mangas de su sudadera cubriendo sus manos heladas.
― No pasó nada ― el Soldado la interrumpió. No quería hablarlo, ni recordarlo y mucho menos darse cuenta de lo que realmente significó para él.
― Me gustó... ― escuchó en un susurró débil. Volteó la mirarla, Brianna se encogía en sí misma, juntando las piernas a su pecho, mordiéndose el labio completamente nerviosa.
― ¿Qué...? ― fue incapaz de ignorar sus palabras.
― M-me sentí bien ― confesó inquieta, jugando con el dobladillo de su sudadera.
― Será mejor que vuelvas a la cama ― dijo poniéndose en pie, oírla estaba siendo un verdadera tortura.
― ¿Y tú? ― se levantó colocándose detrás de él.
― Yo qué ― el Soldado se giró, ambos quedando frente a frente.
― ¿Sentiste algo? ― preguntó con un suspiro ― ¿Qué fue lo que sentiste...? ― susurró llevando una mano hacia su mejilla, poniéndolo nervioso.
― Para... ― quiso retroceder, alejarse de ella y de lo que estaba sintiendo ― Suéltame ― pidió asustado, incapaz de respirar con normalidad ― Yo...
Abrió los ojos de golpe, todo estaba a oscuras y el fuego de la chimenea hacía horas que se había consumido.
― ¿Qué mierda te pasa? ― se preguntó en voz baja, pasando una mano por su rostro agotado.
Nada había sido real, solo era su mente jugando con él, torturándolo entre sueños.
Se puso de pie y caminó hasta la mesa donde se hallaba su ropa, tomando su ultima camiseta limpia y colocándosela justo antes de que la puerta de Brianna se abrirse y él se quedase sin respiración por un segundo.
― Tengo que ir al baño ― exigió apoyada sobre el marco de la puerta, mirando hacia la nada, con una voz monótona y distante.
― Dos minutos ― respondió del mismo modo. Los dos ignorándose todo lo posible.
Ella desapareció por el pasillo y él aprovechó para entrar en su habitación y recoger su ropa sucia. Ambos necesitaban ropa limpia y en ese instante, escapar a la lavandería sonaba más que apetecible para el Soldado.
Fue rápido, pero aún así no pudo evitar encontrarse con ella bajo el marco de la puerta, prácticamente chocando con su cuerpo. Brianna bufó, expresando lo mucho que detestaba su presencia. Él se hizo a un lado y ella entró, se sentó en su cama y procedió a mirarse las uñas como si aquello fuese lo más interesante del mundo, pasando completamente de su presencia.
El Soldado no dijo nada, últimamente prefería mantenerse callado y solo hablar cuando fuese necesario. Buscaba alejarse de ella y de esas pesadillas recurrentes en las que Brianna era protagonista, donde se comportaba como la mujer que solía ser, amable, delicada y serena y él, sin entenderlo, dejaba de ser frío y hermético para volverse débil ante ella.
Lo detestaba.
La puerta del búnker se cerró y Brianna se tumbó en su cama soltando todo el aire de su pecho lentamente. Tragó con dificultad y cerró los ojos. No se encontraba bien y sabía perfectamente cuál era el motivo.
Frunció el ceño, daría cualquier cosa por haber evitado ese momento. Constantemente se recriminaba no haber sido lo más fuerte. Fue débil y terminó mostrando un verdadero yo que ni ella misma conocía y que en cierto modo, le asustaba. Deseaba olvidarlo, olvidar su debilidad, cómo él la contuvo entre sus brazos y sobre todo, olvidar... todo lo demás.
No quería pensar en ello, ni recordar el tacto suave de sus labios, ese roce tímido y nervioso que apenas duró un par de segundos, tan delicado que pareció una caricia. No quería rememorarlo y mucho menos cargar con el peso de que él, el maldito Soldado de Invierno, había sido el primero en tocar sus labios de esa manera.
Negó y giró sobre su hombro, pegando el rostro a la almohada. Cada vez que ese recuerdo pasaba por su mente no podía evitar llenarse de enfado y frustración.
Ojalá no hubiese sido así, no sufriendo, no al borde del colapso, no rota, ni con él, su verdugo, su enemigo, el hombre que la lastimaba cada vez que podía.
Y cuando más quería ignorarlo, su subconsciente más se empeñaba en traicionarla. Era una burla constante.
― Joder ― gruñó hacia su almohada, con la voz rota.
Tal vez Brianna era una excelente mentirosa y actriz, capaz de esconderse detrás de un personaje frío y calmado solo para protegerse de la fiereza que rodeaba su existencia, pero no podía mentirse a sí misma, ni podía negar que aquel roce fue el gesto más cálido que había experimentado en mucho tiempo.
― Te odio... ― sus ojos aguaron y su cabeza empezó a doler.
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Estuvo fuera todo lo que pudo, retrasando su vuelta al máximo, aunque no demasiado, no podía exponerse y permitir que alguien sospechase de su actitud o de él. Aún tenía que protegerse del mundo.
Entró y la observó levemente, parecía tranquila y algo ausente.
― Tu ropa ― dijo desde la puerta, ofreciéndole una bolsa de papel. Brianna asintió, colocó los pies en el suelo y se levantó con lentitud. Avanzó dubitativa, mantenerse en pie cada vez era más pesado, su cabeza daba vueltas y definitivamente no se encontraba bien.
― Bien... ― jadeó mareada, aceptando la bolsa, sin embargo, antes de que pudiese dar un paso más su cuerpo decidió apagarse.
― Brianna ― pronunció sujetándola, evitando que su minúsculo cuerpo impactara contra el suelo ― Genial... ― bufó cargándola entre sus brazos, llevando ese cuerpo que prácticamente no pesaba nada hasta el salón.
La tumbó en el sofá, cerca de la chimenea y luego la tapó. No sabía qué más hacer, así que tomó una silla y se sentó cerca de ella, mirándola y preguntándose qué diantres le pasaba, aunque esa pregunta era inútil porque él ya sabía que era lo que estaba pasando.
Brianna apenas probaba bocado, se negaba a comer dejando cada plato intacto. Ni los miraba. Simplemente no quería comer.
El Soldado resopló, no le sorprendería que eso no fuese más que una estrategia por su parte, un plan con un único objetivo, cumplir con ese propósito que no pudo cumplir cuando colocó un arma sobre su sien. Se revolvió incómodo al recordarlo, al traer de vuelta la imagen de su rehén a punto de acabar con su propia vida.
Pasaron un par de horas hasta qué Brianna despertó. Abrió los ojos confundida, sin reconocer el lugar en el que se encontraba, luego se dio cuenta, estaba en el salón, tumbada cerca de la chimenea, tapada y protegida del frío en aquel sofá donde él dormía, donde pasaba las noches y muy probablemente planeaba miles de formas con las que torturarla.
― Tienes que comer ― advirto cansado, sentado en una silla, cerca de ella.
― No quiero ― replicó poniéndose en pie, caminando aletargada hacia su habitación.
Sabía que estaba retándolo, que su cambio de actitud lleno de enfado y rebeldía no le convenía en absoluto, no obstante, no le importaba en lo más mínimo. No le importaba provocarlo, ni desatar su furia si eso significaba un final para ella.
― Vas a comer ― minutos después el Soldado entró llevando un plato humeante en una mano y unas esposas en la otra ― Tú decides si quieres que sea por las buenas o por las malas ― señaló sosteniendo las esposas en el aire. No hubo respuesta por parte de Brianna, así que el Soldado lo interpretó como quiso y Brianna terminó atada y maldiciéndolo en silencio, acordándose de todos los insultos que conocían en cada una de las lenguas que controlaba.
― Abre ― ordenó sujetando la cuchara a la altura de sus labios. Hizo una mueca llena de asco y lo hizo, probando bocado después de varios días.
Siguió comiendo en silencio, no sin pensar en cómo provocarlo. No estaba dispuesta a dar su brazo a torcer e iba a continuar con esa actitud kamikaze hasta obtener lo que ella buscaba.
Y mientras ella pensaba, el Soldado mantenía su mente en blanco, concentrado únicamente en alimentarla, en esa acción simple y sencilla que lograba aportarle esa calma que él tanto ansiaba, porque la realidad era esa, tirar de ella, cuidarla y estar pendiente de su prisionera le ayudaba a seguir a delante, a no caer.
Se centraba en Brianna y su infierno personal pasaba a segundo plano.
― ¿Puedo hacerte una pregunta? ― dejó de comer.
― No ― contestó volviendo a llenar la cuchara.
― ¿Qué se siente cuando arrebatas una vida? ― siguió sin inmutarse ― Ya sabes, cuando disparas y la sangre de tu víctima te salpica en la cara. ¿Alguna vez se te ha metido en boca? ― preguntó con falsa inocencia.
Era consciente de lo que estaba haciendo y le daba igual, es más, lo quería. Brianna anhelaba paz, que aquello terminase y ya no le importaba el cómo.
― Volveré en unas horas ― se mostró frío, como si no hubiese escuchado nada de lo que ella había dicho.
Salió el silencio y dejándola atada. Llegó hasta la cocina y cerró los ojos con fuerza, luchando por no estallar. Su mandíbula se apretó y junto a ella sus puños, con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.
Sus palabras dolieron, como un cuchillo desgarrándolo lentamente.
Tarde, cuando la noche llegó, la puerta de Brianna volvió a abrirse. El Soldado entró con otro plato de comida y no dijo nada.
― ¿Podrías desatarme? ― pidió despacio, calmada ― Me gustaría comer sola.
― Si no comes, volveré a atarte y te aseguro que pasarás toda la noche esposada ― advirtió acercándose a ella, liberando sus muñecas.
El espacio se llenó de un incómodo silencio, el Soldado la observaba vigilando sus movimientos y ella, simplemente se dedicaba a revolver la comida con el tenedor, nunca llevándoselo a la boca.
― ¿Por qué no me matas? ― soltó de golpe, apartando el plato y colocando los pies en el suelo, sentándose en frente de él, desafiándolo sutilmente.
― Come ― trató de ignorarla una vez más.
― Vamos... sé perfectamente que tú estás detrás de esto... ― confesó y a juzgar por su expresión, su verdugo no se lo esperaba ― ¿Creías que nunca me daría cuenta?
― Chica lista ― respondió irónico, mirándola con burla, molestándola.
― ¿Por qué no lo haces? ¿Por qué no acabas de una vez conmigo? Eres... un asesino ― susurró delicadamente ― un psicópata...
― Cállate ― ordenó firme.
― Podrías acabar conmigo y a nadie... le importaría ― su voz se cortó al decir aquello.
― Te puedo hacer mucho daño... así que cállate ― gruñó inquieto.
― Una vida menos en el mundo... una vida más en tu infinita lista... ¿qué más te da? Es lo que sabes hacer, es lo único a lo que se reduce tu miserable existencia... a asesinar... a hacer daño... ― sonrió riéndose de él, provocándolo.
― ¡Escúchame bien! ― espetó tomándola del brazo, acercando su rostro al suyo ― Si quieres seguir respirando será mejor que te calles ― advirtió con la mandíbula apretada.
― ¡No estoy diciendo más que la verdad! ― Brianna se revolvió, el agarre sobre su brazo la estaba lastimando ― ¡Eso es lo que eres! ¡Te odio! ― golpeó su pecho con rabia, lanzando puñetazos por doquier.
―¡Cállate! ― chilló colocándose encima de ella, frenando sus golpes, atrapando sus muñecas y colocándolas a ambos lados de su cabeza ― ¡Cállate de una puta vez! ― gritó fuera de sí, sobre su rostro, con una voz propia del mismísimo demonio, tan tétrica que logró asustarla. Brianna entró en pánico y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se estaba ahogado, sentir su cuerpo encima del suyo era una tortura que despertaba un viejo y horrible recuerdo, y por más que lo intentó, no pudo evitar que su rostro se llenase de lágrimas.
Nunca la había visto llorar, nunca vio una lágrima correr, solo humedad en sus ojos que ella se encargaba de controlar antes de explotar.
― T-termina de cenar ― jadeó perdido y se levantó.
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Su cuerpo temblaba, sus manos sudaban y su mente parecía estar al borde del colapso. Estaba atrapado en medio de sensaciones que desconocía, que no podía controlar y que lo lastimaban según más sentía.
Quería gritar, que todo parase de una jodida vez. Trataba de calmarse, pero cerraba los ojos y ahí estaba la imagen que lo castigaba sin piedad: ella llorando, aterrada debajo de él.
La parte más aterradora era que esa no era la única imagen que se repetía, miles de recuerdos lo azotaban y era incapaz de controlarlos, de enfrentarlos sin asustarse de sí mismo.
Necesitaba sacarlo de su interior, de una forma u otra, o aquello acabaría con él. Así que decidió escribirlos, plasmar sobre el papel todos esos pensamientos que le perseguían, enfrentarse a ellos a pesar del dolor y las heridas, y puede que así, finalmente consiguiera ordenar el puzzle desbaratado en el que se había convertido. Un puzzle con miles de piezas, dispares y con formas inconexas.
Era horrible pensar que tendría que hacerlo solo, sin ningún tipo de ayuda, cuando eso, ayuda, era lo único que necesitaba.
Buscó algo donde escribir y tomó asiento, ante sus ojos, un par de cuadernos, un bolígrafo desgastado y una botella de alcohol que había encontrado abandonada en la cocina.
Empezó a escribir y nada tenía sentido, eran ideas desordenadas y sin relación entre sí. Apuntaba datos con la esperanza de descifrarlos más adelante.
Aquella noche no durmió, pasando horas y horas escribiendo, recurriendo al alcohol cada vez que el peso de sus recuerdos era demasiado para él.
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