
16. » Día 60
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» Día 59
La puerta se cerró y él suspiró pesadamente, el aire, frío y espeso golpeaba su rostro congelándolo. Salió fuera a pesar de las condiciones, buscando una salida para todo eso que sentía y que no era capaz de identificar.
Tomó una gran bocanada de aire, reteniéndolo durante un par de segundos antes de ver cómo desaparecía en el aire con un ligero rastro de vaho. Caminó arrastrando los pies, llenando sus botas de nieve y distraído se apoyó en una gran roca prácticamente camuflada.
Entonces miró hacia el cielo, solamente quedaban unos escasos minutos de luz antes de que llegase la noche a aquel paisaje remoto y gélido.
Agachó la cabeza y buscó entre los bolsillos de su cazadora un paquete de cigarrillos y un mechero que había comprado en el supermercado. Observó el paquete, el precinto estaba intacto y junto a él una imagen nada agradable que pretendía disuadirlo de sus intenciones, pero lamentablemente, lo necesitaba.
Era su recurso para no estallar, para encontrar esa calma desesperada que siempre perseguía y que nunca, por más que lo intentase día tras día, lograba tan siquiera rozar.
Abrió el paquete, tomó uno y se lo llevó a la boca, luego lo encendió y aspiró con profundidad. El humo entró quemándolo por dentro, como un fuego dispuesto a aniquilar todo a su paso, y en cierto modo, parecía conseguirlo.
Fumaba, sus labios rodeaban el extremo del filtro, la nicotina inundaba su cuerpo y el mundo parecía entrar en calma.
Pero solo era un espejismo, una ilusión que desaparecía junto al humo que salía de su boca, así que repetía la misma acción una y otra vez, hasta que perdía la cuenta, hasta que prácticamente no quedaba nada en ese paquete o hasta que la oscuridad de la noche y el frío eran tan intensos que decidía darse por vencido y volver.
Volver a ese búnker bajo la nieve donde seguía siendo un prisionero, en ese espacio que tenía que compartir con ella.
Suspiró, ni con un cigarro en la boca podía dejar de pensar en una muchacha que no era más que un problema en su miserable existencia.
Un problema que no entendía, un enigma que iba más allá de sus capacidades y aunque tratase de negarlo, despertaba su curiosidad.
Brianna había cambiado.
Demasiado.
De la noche a la mañana parecía otra persona completamente distinta, como si en cierto modo hubiese abandonado a esa niña serena y delicada que él había estado viendo durante casi dos meses para convertirse en alguien vacío y sin forma.
Su mirada había cambiado, el verde de sus ojos ya no era el mismo y aquellas motas color avellana que destacaban entre la intensidad de su mirada ya no brillaban.
Pero, sobre todo, ya no parecía tenerle miedo.
Entraba en su habitación, sin llamar, de golpe, puede que esperando alguna reacción y ella, Brianna simplemente lo ignoraba. Atrás quedó su tendencia a estar constantemente alerta, a esperarlo sentada en medio de la cama con las piernas cruzadas y sigilosamente juzgándolo con la mirada, analizándolo.
Dejó de importarle cuando dejó de preocuparse por sí misma, cuando desesperada y rota decidió abandonar y borrar quien era en un último intento por sobrevivir.
Y en ese cambio de actitud destacaba el voto de silencio en el que Brianna se había sumergido. Ni una sola palabra en más de diez días.
Llevaba sin escuchar su voz, sus "gracias" ni sus "por favor" más de diez días y cada día que se sumaba el nudo de su garganta aumentaba.
Ahuyentó aquellos pensamientos y apagó su último cigarro, debía regresar, ya no había luz y dentro de poco los animales que rodeaban la zona saldrían de sus escondites.
Entró, sacudió la nieve de sus botas y sin poder controlarse miró hacia la puerta de Brianna.
Perfectamente cerrada, como si no hubiese nada interesante detrás de ella.
Miró la hora, las seis de la tarde tarde y estaba aburrido. Sin ella, sin sus artimañas y desafíos su existencia se reducía a esperar, a ver cómo las horas pasaban y a mantenerla con vida mientras una serie de pensamientos para nada cómodos acechaban su cabeza.
Pensamientos que lo desconcertaban, que lo llevaban a enfrentarse a sentimientos y sensaciones que lo asustaban, que llenaban su cuerpo de un extraño cosquilleo.
Se frotó las manos y sopló para calentarlas, incluso para él hacía demasiado frío, y si él tenía frío, Brianna más.
Suspiró cansado, volvía a pensar en ella.
No lo podía controlar, ni sacarla de su cabeza, era mucho más fuerte que él. Caminó decidido, rumbo a esa habitación donde retenía a su prisionera, dispuesto a entrar y obtener una reacción. Una replica o una mirada llena de odio, algo, cualquier cosa más allá del vacío infinito que ella le dedicaba.
Sin embargo, su seguridad se esfumó en cuanto su mano tocó el pomo de la puerta.
Entró conteniendo el aire y dentro, en aquella habitación pequeña y oscura la encontró, tumbada en su cama, impasible ante el ruido de la puerta y su presencia, una presencia que hace unos días hubiese desatado su pulso, llenándola de pavor y ahora, nada.
― Brianna ― pronunció su nombre sin moverse, sin saber si estaba despierta o dormida ― Brianna ― lo intentó de nuevo, y al igual que sus otros intentos, ella no contestó.
La miró en silencio, tenía los pies apoyados sobre la pared, calmada y serena, con los ojos cerrados como si estuviese durmiendo, aunque por lo que él había podido observar esa era una de las tácticas que Brianna utilizaba para ignorarlo. Fingir que dormía.
― Sé que estás despierta ― su prisionera no movió ni un músculo, no le importaba nada de lo que él pudiese decir ― Solo venía a decirte que puedes ducharte si quieres ― y abrió los ojos.
Fue ingenuo si pensó que con esa oferta ella reaccionaría. Brianna rodó sobre la cama, su camiseta negra y holgada alzándose por sus piernas y en lugar de bajarla con desesperación, Brianna ni se inmutó. Se levantó, tomó ropa limpia y salió sin esperarlo, sin mirarlo.
― Tienes cinco minutos ― consiguió decir antes de que Brianna entrase en el baño.
Brianna abrió el grifo y esperó a que el agua alcanzase una temperatura adecuada, luego se desvistió dejando su ropa tirada en el suelo y entró en la ducha. Rápidamente su cuerpo encontró calidez, una sensación cómoda y reconfortante que tanto su mente como su cuerpo parecían disfrutar.
Solo existía ella, ni rastro del monstruo que esperaba detrás de la puerta.
Y le encantaba.
Mientras, fuera, apoyado en la pared, el Soldado contaba mentalmente, alternando segundos con pensamientos difíciles de entender. Llegaba hasta a dudar de su propia existencia, preguntándose cuándo se había convertido en un fantasma imposible de ver o escuchar.
Terminó de contar y la puerta siguió cerrada, esperó y ella siguió sin salir.
― Brianna ― dijo dando un par de golpes. Se acercó, pegándose a la puerta, tratando de escuchar algo, pero solo encontró silencio.
¿Acaso le había pasado algo?
Dudoso apoyó la mano sobre el pomo, conteniendo el aire mientras su mente se adentraba en un escabroso debate sobre abrir o no esa puerta.
¿Qué pasaría si entraba? ¿Brianna reaccionaría? ¿Gritaría? ¿Lo miraría después de tantos días?
Sin embargo, antes de que el Soldado pudiese tomar una decisión Brianna apareció ante sus ojos. Dio un paso hacia atrás encontrándose demasiado cerca de ella, tragando hondo a la espera de algo.
No obtuvo nada.
Brianna pasó por su lado, llevando su ropa sucia entre las manos y caminó directa a su habitación.
― Creo... ― trató de aclarar el nudo de su garganta ― Hace demasiado frío, lo mejor será que te seques cerca de la chimenea ― fue una orden, aunque parecía haberse olvidado de ser frío y demandante con ella ― Tienes diez segundos para salir ― advirtió dándose la vuelta.
Lo próximo que escuchó fue cómo la puerta se cerraba sobre su espalda. Brianna lo había ignorado una vez más.
Respiró cansado y decidió dejarlo estar, tal vez porque en su cabeza no entraba que ella pudiese hacer algo así y no sabía cómo reaccionar, fuera como fuese, se alejó, sentándose solo en frente de la chimenea.
Dos horas más tarde su estómago empezó a rugir, tenía que comer algo y alimentar a Brianna, a ese pequeño quebradero de cabeza que además de tratarlo como un fantasma se empeñaba en rechazar prácticamente todos y cada uno de los platos de comida que él le ofrecía.
Volvió a repetir la misma acción, a quedarse parado detrás de su puerta. Era inútil, entraría, ella ignoraría su existencia y su comida, contaría un par de minutos y se iría por donde había venido, pero para su sorpresa, aquella vez no la encontró despierta, Brianna dormía, su respiración era tranquila y no había ni rastro de miedo o temor en su expresión. Simplemente dormía.
Dejó el plato en la mesa, pensando en la mínima posibilidad de que ella despertara en algún punto de la noche y tuviese hambre.
Suspiró, era tarde, debía dormir o por lo menos intentarlo, aunque estaba más que claro que no lo conseguiría. La única vez que consiguió dormir de verdad y descansar fue con ella, cuando presa de la fiebre deliraba creyendo haber encontrado un héroe dispuesto a rescatarla.
Se fijo en ella, su nariz estaba levemente roja, ella y su extraña manía de pelearse con las mantas. Las noches eran heladas y Brianna siempre se destapaba. Sin pensarlo, siguiendo su instinto, decidió taparla, cubriendo su cuerpo casi hasta la nariz y después se fue, su viejo sofá lo esperaba.
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» Día 60
Despertó inquieto, asfixiándose con su propia respiración. Las voces de sus víctimas volvían a su cabeza y junto a ellas un sin fin de recuerdos vívidos en los que la sangre corría hasta ahogarlo.
Necesitaba una distracción y su único medio para conseguirla era Brianna, ya no era él demandando una reacción, ahora era él, preso de sí mismo, desesperado por reafirmar su poder, o eso era lo que él pensaba.
Entró, Brianna estaba despierta y el plato que dejó la noche anterior intacto.
― ¿Sabes? ― preguntó recogiendo el plato ― Hoy hace un día fantástico ― no mentía ― A pesar del invierno el sol parece brillar, después de dos semanas de días nublados parece que por fin hay un poco de luz ― Brianna parpadeó lentamente, no quería saber nada sobre el mundo inalcanzable que se encontraba detrás de una puerta que ella jamás cruzaría ― Creo que es un buen momento para salir ― ¿acaso había escuchado bien?
Brianna tragó con dificultad, sus manos empezaron a sudar y su aparente serenidad parecía debilitarse. Él sonreía, estaba confundiéndola.
― Así que yo saldré y tú ― recalcó con ironía ― tú te quedarás aquí, encerrada entre estas cuatro paredes ― sonrió sarcástico.
Brianna soltó el aire de sus pulmones, fue demasiado tonta si pensó que ella estaba incluida en esa salida. Cerró los ojos con fuerza, su interior se revolvía, todo lo que había eliminado luchaba por volver y su muro de contención no parecía ser lo suficientemente fuerte.
El Soldado salió, no sin antes haber visto su pequeña reacción, debería de sentirse victorioso, disfrutar de esa mínima reacción, sin embargo, algo dentro de él parecía impedírselo.
Dentro de la habitación, Brianna empezó a morderse las uñas, a golpear el suelo con el pie de forma repetitiva y a sentir esa odiosa sensación que anunciaba el derrumbamiento de sus muros internos. Salió de la cama, caminando de un lado al otro mientras apretaba los puños, tratando de calmar el hormigueo nervioso de su extremidades, le costaba respirar, todo volvía, la desesperación, la angustia y el miedo.
Era débil y él mucho más fuerte que ella. Solo necesitó una frase para desestabilizarla.
Necesitaba salir, escapar de esa cárcel en la que las paredes lentamente se iban juntando.
Desesperada se agachó, clavando sus inexistentes uñas entre las ranuras del suelo hasta que consiguió destapar su olvidado escondite.
Sujetó el arma entre sus manos temblorosas. Iba a utilizarla.
La escondió debajo de su almohada y esperó. Pronto su tormento acabaría.
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Pasó una hora fuera, llenando su cuerpo de nicotina hasta que se quedó sin tabaco. Aún era temprano, si se daba prisa, podría ir hasta el supermercado y comprar más, pero antes, tenía que vigilar a Brianna.
― El desayuno, tu favorito ― dijo sarcástico, dejando un plato de avena frente a sus ojos ― Saldré.
― Tienes que darme salir ― se quedó paralizado al escucharla. Su cuerpo se erizó al sonido de su voz ― Tienes que dejarme salir... ― repitió nerviosa.
― ¿Y si no quiero, qué? ― se mostró desafiante, ocultando su nerviosismo detrás de esa actitud fría y pedante.
― Puedo hacerte mucho daño... ― claro que podía, sin embargo, ninguno de los dos terminaba de creérselo. A ojos del Soldado ella no era más que una muchacha mimada y Brianna, su confianza en sí misma era inexistente.
― ¿Y qué piensas hacer? ― dio dos pasos hacia ella ― Adelante, me gustaría verlo ― abrió los brazos retándola.
Brianna no dijo nada, estiró el brazo metiéndolo debajo de su almohada, y sacó la pistola que antes había escondido, apuntándolo sin remordimientos.
Los ojos del Soldado se abrieron más de lo normal. ¿Cómo demonios había conseguido hacerse con una pistola?
― Puedo matarte ― quiso sonar segura, pero al decirlo su mano tembló.
El Soldado rió burlándose de ella y de esa amenaza idiota que ambos sabían que no sería capaz de realizar.
¿Pretendía asustarlo?
Brianna no era lo suficientemente valiente como para hacerlo ni encajaba con el tipo de persona que se mancha las manos con la sangre de sus víctimas, seguramente ella era igual que su padre, ordenaba, mataba en silencio.
― Hazlo ― avanzó hasta ella, asustándola, colocando el cañón del arma sobre su frente, obligándola a mirarlo por primera vez en días ― No tienes balas Brianna... ― su voz era suave, irónica.
― Siempre queda una... ― susurró luchando contra el nudo de su garganta, aguantando la presión de tener que mirarlo a los ojos.
― Entonces, hazlo... ― musitó despacio, sin apartar la mirada de ese verde apagado y triste.
¿Y si ella finalmente lo hacía? Entonces todo su sufrimiento acabaría de una vez por todas. Sería libre.
"Vamos, hazlo. Lo estás deseando. Libérame de esta pesadilla."
Pasaron treinta segundos y Brianna fue incapaz de disparar, incapaz de quitar el seguro y de apretar el gatillo por más que lo desease. No pudo quitarle la vida, y no lo entendía.
― Dios, eres tan débil... ― el Soldado rió con superioridad, con una risa fría y dispar, él reía, pero su rostro reflejaba tormento y remordimiento. Se giró aún riendo, negando con la cabeza, caminando perezosamente hasta que escuchó un "click". Brianna había quitado el seguro de la pistola.
Regresó a mirarla, esperando que estuviese apuntándolo a él, pero en su lugar, Brianna se estaba apuntando a sí misma.
El Soldado dejó de respirar, el aire se quedó atrapado en sus pulmones y su corazón se detuvo por un instante. Se vio reflejado en ella, en todas y cada una de las veces que pensó en quitarse la vida, desesperado, roto y atormentado, rozando el límite de su propia cordura.
Brianna se había convertido en su espejo y verlo era aún más doloroso.
― Basta de juegos... ― advirtió lleno de inseguridad.
― Me odias y no entiendo porqué ― Brianna retrocedió un paso ― ¿Qué te he hecho? ― preguntó con los ojos llorosos, sin bajar el arma de su sien.
Fue incapaz de contestar, en su lugar avanzó hacia ella con tanta rapidez que Brianna no pudo hacer nada para defenderse. Sus brazos, fuertes y robustos atraparon su cuerpo demacrado, quería arrebatarle el arma, no obstante, Brianna no cedió.
Pataleó y se revolvió hasta que no pudo más, hasta que sus fuerzas fallaron y su minúsculo cuerpo se deslizó hasta el suelo llevando al Soldado consigo.
― Basta... ― pidió agotado, consiguiendo que sus manos temblorosas soltaran el arma.
Los minutos pasaron y ninguno se movió ni un solo centímetro, Brianna respiraba temblorosa sobre su cuello, atrapada entre sus brazos, sintiéndose más prisionera que nunca y al mismo tiempo, contenida.
Contenida por el mismo hombre que solo buscaba venganza y que ahora sentía su cabeza desmoronarse. Estaba viendo quién era, a esa muchacha rota y débil, tan rota como él. Pequeña, herida, como un cachorro maltratado y abandonado.
Se miraron, aturdidos y atormentados, y sin saber qué esperar de esa situación. Estaban cerca, tan cerca que podían escuchar el ritmo disparado de sus latidos, tan cerca que sus respiraciones cansadas y jadeantes podían confundirse.
Lentamente la distancia que los separaba fue acortándose, se acercaban sin pensarlo, sin ser conscientes de lo que estaban haciendo, perdiendo totalmente el sentido de la razón, y no fue hasta que sus labios se rozaron que sus mentes fueron capaces de volver a la realidad.
― No vuelvas a jugar con esto... ― jadeó con los ojos cerrados, antes de levantarse y dejarla sola.
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Nuevo capítulo, la historia continúa y espero que os guste.
Muchas gracias por vuestros mensajes de apoyo. Sois un amor ♥️
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