
13. » Día 42
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» 01 . 12 . 1963
No era capaz de abrir los ojos.
Lo intentó varias veces y en cada uno de esos intentos solo encontró oscuridad. Todo era extraño, vacío, completamente desconocido. No sabía donde estaba ni qué día era.
Era como si de repente hubiese despertado en medio de la nada. Solo, abandonado y desorientado.
Quiso moverse, salir de esa situación que segundo a segundo lo asustaba más y más.
No podía.
Estaba inmovilizado, atrapado dentro de un cuerpo que no obedecía ninguna de sus órdenes, que sin saberlo se había convertido en la peor de las cárceles, una de la que nunca podría escapar.
Nunca, por más que lo intentase, no escaparía.
Jadeó asustado, desesperado por mover aunque solo fuese un dedo, luchando por salir de esa tiniebla que lo rodeaba.
― Bienvenido Soldado ― escuchó una voz que él no supo reconocer ― Solamente ha pasado una semana, sin embargo, estamos seguros de que esta vez colaborarás ― notas tranquilidad se escuchaban en esa voz.
La sala se iluminó, cegándolo con la intensidad de la luz.
― ¿Recuerdas algo de la última sesión? ― preguntó acercándose a él con una libreta entre manos. Quiso retroceder, estaba asustado y perdido, pero lo único consiguió fue que su espalda se hundiera más en esa camilla acolchada en la que se encontraba.
― ¿Qué sesión? ― contestó con otra pregunta. No entendía qué estaba pasando, ni mucho menos qué hacía atado de pies y manos a una camilla.
Alcanzó a ver una pequeña sonrisa en aquel hombre que lo estaba interrogaba.
― ¿Cómo te llamas? ― preguntó al tiempo que la puerta se abría dejando que una enfermera y dos hombres armados entraran.
― Yo... ― su voz tembló, la enfermera se acercaba a él mientras los otros dos hombres se colocaban estratégicamente. Se sentía acorralado.
― ¿Sabes qué día es? ― las preguntas seguían y la confusión aumentaba. Era incapaz de responder.
― Señor, las pulsaciones del Soldado se están disparando ― dijo la enfermera con los ojos puestos en un pequeño monitor. El prisionero se miró a sí mismo, estaba rodeado de cables y una aguja colgaba de su brazo.
¿Qué estaba pasando? Comenzó a sudar frío.
― Bien, comencemos ― la enfermera asintió apartándose sin decir nada más y el hombre que lo interrogaba solo movió las hojas de su cuaderno.
"Zhelaniye"
"Rzhavyy"
"Semnadtsar"
"Rassvet"
Aquel hombre hablaba, las palabras que pronunciaba llenaban la sala vacía y tétrica, pero no era calidez lo que sentía la escucharas, sino una extraña sensación familiar que recorría cada centímetro de su cuerpo, de esa prisión que lo asfixiaba. Sus músculos se tensaban y el dolor iba apoderándose de él.
Calor y frío al mismo tiempo. Desesperación y calma invadiéndolo por caminos diferentes.
Era como si algo dentro de él estuviese muriendo, lenta y dolorosamente, alejándolo del mundo que él creía conocer, de esa realidad que lo había abandonado a su suerte dentro de esa tormenta llena de granizo y vientos huracanados que lo debilitaban.
Jadeó moviéndose, revolviéndose tratando de escapar. Su cabeza y la psique de aquel hombre que solía ser rompiéndose poco a poco.
― ¡Para! ¡Por favor! ― su garganta se rompía con cada súplica, con cada ruego desesperado y nadie parecía escucharlo.
Nadie fue en su ayuda, ninguna de las personas que observaban su desgracia hizo nada al respecto.
Estaba perdido, ese hombre que un día fue un niño con sueños estaba agonizando.
― Ríndete... tu cuerpo te lo está pidiendo ― murmuró a su lado, aún sosteniendo ese cuaderno rojo entre sus manos ― Cuando más te resistas más te dolerá... no podrás evitarlo...
Negó resistiéndose, inconscientemente luchando por sobrevivir.
― Tú lo has querido ― el hombre habló e hizo un gesto con la mano.
Fue tomado de ambos brazos, aunque solo sintió la presión en uno de ellos. Su vista se nublaba, sus rodillas cayeron con fueza al suelo, sentía que no podía respirar, que en cualquier momento cerraría los ojos y todo acabaría.
Sin embargo, nunca acababa.
Algo muy dentro de él lo sabía, lo recordase o no, su cuerpo lo sabía. Se había acostumbrado a la tortura, a padecer entre quejidos que a nadie parecía importarle y lentamente incluso para él había dejado de importar.
Los golpes comenzaron y esa vez no se quejó, lo aceptaba, había aprendido a integrarlo en esa infernal existencia que poco a poco lo alejaba de toda humanidad.
― ¿Cómo te llamas? ― preguntó aquel hombre. Él no contestó, no hallaba respuesta a esa pregunta, ni una sola sílaba.
― ¿Quién eres? ― insistió con firmeza, sus botas negras y robustas atrapando su mirada perdida.
― Nadie... ― susurró sin ninguna emoción, su mente débil y desestructurada se había rendido, ahora era dócil y ahí permanecía de rodillas en el suelo, con el cuerpo caído, esperando otro golpe.
― Repítelo ― pidió con burla.
― No soy nadie... ―
Habían acabado con él, moría un hombre y nacía el Soldado de Invierno.
Despertó de golpe, sentándose con suma rapidez en ese sofá desaliñado en el que pasaba las noches.
Su respiración era irregular y su cabeza dolía. Frunció el ceño haciendo su mejor esfuerzo por respirar pausadamente y calmarse.
Miró a su alrededor asegurándose de ver donde estaba, hallando cierta paz al ver que estaba en aquel lugar lúgubre que se había convertido en su escondite y no atado a una camilla.
Se levantó sintiéndose impaciente, tomando su camiseta del suelo y colocándosela mientras caminaba descalzo hacia el baño. Entró y se apoyó detrás de la puerta, de nuevo, esforzándose por respirar de forma tranquila, por llenar sus pulmones con oxígeno y no ahogarse dentro de ese mar de ansiedad que siempre lo atacaba.
Afortunadamente para él cada vez le costaba menos calmar su respiración, llevaba más de un mes de relativa libertad, sin ese control mental que lo aleja de todos sus horrores, llevaba más de un mes de noches en vela, de pesadillas incontrolables, y se había acostumbrado a ellas. A ese temblor que recorría su cuerpo aunque no hiciese frío.
Sabía que cada mañana despertaría, que el mundo no sería tan compasivo con él como para alejarlo de ese castigo psicológico que se repetía como un bucle infinito, no obstante, no podía evitar pedir en secreto un final.
Tal vez lo único que él quería era no volver a despertar.
Llenó sus manos con agua pasándolas por su rostro aún angustiado, borrando parte de estrés con el que sus hombros cargaban. Mojó su cuello, un par de gotas resbalando por su cuerpo esculpido a base de torturas.
Cerró los ojos y apretó los puños, aquella corriente eléctrica que lo quemaba por dentro nunca cesaba y por más que lo intentase todavía no se acostumbraba a ella. Solo luchaba por ignorarla.
Ignorar y sobrevivir a cada terror que lo acechaba.
Salió del baño con prisa, moviéndose a la cocina y buscando un bol y una taza.
Necesitaba distraerse.
Necesitaba a su juguete personal, a esa niña que lo desquiciaba, a su prisionera, a Brianna.
Lo preparó todo, tomó la bandeja y caminó por el pasillo aún con los pies descalzos, poco le importaba, el Soldado solo quería un respiro de sí mismo y eso solo lo obtenía concentrándose en ella y en su sed de venganza.
Entró de golpe, sin llamar, como siempre acostumbraba, disfrutando de cada segundo de ese juego que él creía controlar.
― Estás despierta ― dijo mirándola, tendida en su cama y tal como hacía tres días, perfectamente atada a los barrotes de la cama ― ¿No piensas decir nada? ― caminó con lentitud, burlándose de ella con la mirada.
Brianna no dijo nada, prácticamente llevaba sin hablar tres días, luchando por mantenerse firme.
― Te he preparado el desayuno ― dijo como si nada, como si no la hubiese estado tratando como un animal los últimos días ― Espero que te guste... ― sonrió ácidamente arrastrando una silla hacia la cama.
Brianna se mantuvo callada, pero internamente daba las gracias cada vez que él decidía sentarse en una silla y no en su cama, porque lo odiaba, odiaba la asquerosa sensación de sentir su cuerpo cerca del suyo.
Vio cómo revolvía la cuchara en el bol y en seguida lo supo, otro jodido plato de cartón mojado, seco, frío e insípido.
Ella lo detestaba y él lo sabía, y por eso no había dejado de alimentarla con eso. Desayuno, comida y cena, día tras día.
― Come ― ordenó sosteniendo la cuchara frente a sus labios, sin embargo, ella no obedeció ― ¿Acaso no piensas comer? ― preguntó de forma retórica, esa niña idiota iba a comer quisiera o no.
― ¿Podrías...? ¿Podrías... soltarme, por favor? ― pidió mirando al plato, mostrándose sumisa ante él.
― ¿Tienes que ir al baño? ― preguntó dejando el plato en la bandeja, metiendo la mano en su bolsillo, toqueteando con la yema de sus dedos la llave de esas esposas que mantenían atada a Brianna.
― Sí... ― mintió para poder liberarse porque no podía más, sentía que en cualquier momento lloraría presa del dolor.
El Soldado asintió soltándola, sus brazos débiles y delgados deslizándose sin fuerza. No quedaba mucho de su fortaleza física, los dos lo sabían.
Brianna se encerró en el baño sintiendo la presencia de su captor al otro lado de la puerta.
Abrió el grifo y metió las manos debajo del chorro de agua, sus piernas flaquearon, todo su cuerpo tembló y sus labios ahogaron un grito de dolor.
Quería lavar y curar sus heridas, las marcas de llevar unas esposas tres días seguidos, solo librándose de ellas para ir al baño, siempre bajo la atenta mirada del Soldado.
Cerró los ojos y una lágrima corrió por su mejilla, se sentía tan humillada, tan dolida y cansada.
Salió del baño al escuchar golpes detrás de la puerta. No quería provocarlo.
― Come ― de regreso en la habitación él volvió a dar esa misma orden que Brianna antes no había aceptado y que ahora dócilmente acataba sin dudar.
Se sintió traicionada por su propio cuerpo, por sentir hambre y aceptar su repugnante comida.
Brianna lo observó, vio su mirada, oscura y llena de tinieblas que empañaban el azul de sus ojos.
No podía no estudiarlo, no querer meterse dentro de su cabeza y descubrir el porqué de toda esa situación infernal.
El Soldado siguió alimentándola en silencio, concentrado en ella, ajeno al análisis sigiloso que Brianna estaba llevando acabo.
"¿Por qué me estás haciendo esto?"
Pensó mirándolo a los ojos, encontrando vacío y soledad en ellos.
Su cabeza se llenó de preguntas sin resolver, aniquiladas con el hermetismo del Soldado.
Lo examinaba, su semblante irónico, como parecía sentirse fuerte e imponente viéndola así, atada, frágil y vulnerable, completamente dependiente de él, de su trato y de su voluntad por mantenerla viva.
Podría hacer cualquier cosa con ella y nadie se lo impediría, su poder no parecía tener fronteras, pero a ella no podía engañarla, Brianna no era como todas esas personas con las que se había topado en el pasado, ella era ese enigma prácticamente imposible de resolver, con una sensibilidad e intuición desbordante, envolvente.
Sabía que algo pasaba, que detrás de ese muro de autoridad y despotismo se encontraba algo mucho más grande y desconocido, y quería descubrirlo, hallar ese punto debilidad que finalmente le otorgase su tan ansiada libertad.
Brianna rompió su análisis para saborear la comida que se hallaba en su boca e hizo un a mueca de desagrado. Lo vio, sutil y, sin embargo, tremendamente claro, una sonrisa divertida y socarrona, llena de sombras que podrían estremecer a cualquiera, no era una sonrisa limpia y calmada, no era felicidad, pero ¿acaso ella sabía lo que era la felicidad?
Movió la cabeza levemente, huyendo del camino que sus pensamientos estaban tomando, porque Brianna hacía mucho tiempo que dejó de sentir el cálido tacto de una sonrisa sincera o la brisa envolvente y confortable de sentirse plenamente feliz.
En realidad, puede que nunca halla sido verdaderamente feliz.
― ¿Quieres agua? ― habló distrayéndola de sus propios quebraderos de cabeza, trayéndola de vuelta a su dolorosa realidad.
― Sí, por favor ― volvía a ser aquella niña de los primeros días, dócil y sumisa, con sus buenos modales, con sus "gracias" y "por favor". Sentía que era lo adecuado, que esa pequeña estrategia jugaba a su favor.
El Soldado asintió, tomo la taza y la acercó a sus labios con cuidado, no había vuelto a atarla desde su paseo al baño, era consciente de ello, no obstante prefería hacerlo él mismo.
Puede que para reafirmar su poder o puede que hubiese otro motivo detrás de sus acciones.
Algo de lo que él no se daría cuenta hasta más tarde.
― Gracias... ― susurró mirándolo fijamente, alejando sus labios mojados del borde de la taza.
El Soldado no dijo nada, asintió y se puso de pie caminando hacia la puerta.
― Podrás pasar el día sin estar atada, pero volverás a estarlo por la noche ― murmuró grave y pausado bajo del marco de la puerta justo antes de desaparecer.
Brianna respiró tranquila, por primera vez en tres días podía moverse con relativa libertad. Salió de la cama y comenzó a pasear de lado a lado, sus piernas estaban entumecidas, rígidas por no haberse motivo en tanto tiempo.
Hizo un par de estiramientos y respiraciones pausadas, necesitaba controlar todas esas sensaciones que invadían su mente, mantener su fragilidad y sensibilidad a raya.
Volvió a la cama, a sentarse como acostumbraba, en el centro y con las piernas cruzadas. Miró sus muñecas, marcadas y prácticamente destruidas, adornadas con marcas violáceas y heridas que nunca parecían terminar de sanar.
Heridas que quemaban, que ardían con cada roce del metal y su piel, no obstante, a pesar de su sufrimiento por muy disparatado que sonase lo entendía.
Entendía ese comportamiento severo. Brianna no era consciente de su realidad, de cómo él la estaba torturando porque a su parecer eso no era más que una reacción normal, algo común dentro del su vida desestructurada.
Lo había retado, se había atrevido a sobrepasar los límites y él... simplemente estaba castigándola.
Cualquiera lo vería, cualquiera temblaría preso del miedo, Brianna no, no era capaz de verlo, de ver que eso no era una reprimenda sino una tortura dispuesta a destruirla y es que nadie nunca le enseñó a respetarse, el valor que ella tenía como ser humano.
Obedecer y callar, esas eran las directrices que la acompañaron cada día de su vida.
Y tal vez eso jugaba a su favor, puede que no ser consciente de ese infierno ayudase a su cabeza porque en vez de perder la razón y caer en la desesperación más absoluta, Brianna solo encontraba rabia, un motivo por que que aguantar toda esa locura.
― Saldré de aquí... ― murmuró contorneando una de sus muchas heridas, lentamente trazándola con la yema de los dedos.
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― La cena ― tercera vez en el día que entraba a su celda y como siempre, con una bandeja de comida entre las manos.
― ¿Podría comer sola? ― preguntó al ver como se sentaba dispuesto a alimentarla.
― No ― dijo con seguridad aunque incapaz de mirarla a los ojos.
― Por favor... ― pidió con un hilo de voz, buscándolo, queriendo manipularlo.
El Soldado bufó y alzó la vista encontrándose con la suya, con esos ojos verdes que lo incomodaban aunque no quisiera admitirlo. Desvió la mirada llegando hasta sus muñecas. No se había fijado en ellas hasta ese momento, sintió un nudo en la garganta y carraspeó tratando de librarse de él.
― Todo tuyo ― señaló dejando la bandeja a su lado ― Tengo... tengo cosas que hacer, en unos minutos vendré a recoger esto y a ponerte las esposas.
― Gracias... ― musitó conteniéndose, reprimiendo los gritos de su interior.
Sentada y tranquila empezó a comer, no podía evitarlo, el hambre era superior a su fuerza de voluntad y siempre terminaba cediendo, traicionando a su propio orgullo. Escuchó el agua correr, las cañerías detrás de la pared quejándose sutilmente. Ya lo había escuchado antes, varias veces y nunca se paró a pensar en lo que significaba, no hasta hace un par de días.
Dos días en los que pasó la noche en vela, atenta a cada ruido del exterior, rodeaba de un silencio sepulcral que solo cesaba cuando escuchaba el agua correr. Era como un patrón, en medio de la noche, durante unos cuantos minutos y después, nada más que silencio.
"Tengo cosas que hacer, en unos minutos vendré a recoger esto y a ponerte las esposas. "
"Tengo cosas que hacer..."
Agua corriendo.
Eso era, el Soldado estaba en la ducha y durante unos minutos nadie estaría vigilándola...
Saltó de la cama y corrió hasta la puerta quedándose paralizada al tocar el pomo de la puerta.
― No... ― murmuró insegura, dando un paso hacia atrás.
Apretó los puños y cerró los ojos, no podía ser débil, ella no.
Abrió la puerta temerosa de dar un paso al exterior, ni siquiera había pensando en un plan de escape, solo era ella siguiendo su propia desesperación.
Frenó detrás de la puerta del baño, escuchando atentamente cómo el agua seguía corriendo.
― Vamos... puedes hacerlo... ― jadeó temblorosa dándose palabras de aliento a sí misma porque al fin y al cabo, detrás de toda esa educación elitista y un exhaustivo entrenamiento militar no era más que un cachorro desamparado, desesperado por un poco de cariño, por una caricia o unas palabras de aliento.
Entró despacio, agachada y arrastrándose por el suelo, el vapor dentro de esas cuatro paredes era denso y espeso. Encontró los pantalones del Soldado tirados en el suelo, miró hacia la ducha y encontró su silueta, estaba de espaldas, con un brazo apoyado sobre los azulejos y la cabeza ligeramente agachada, no parecía estar atento a lo que pasaba a su alrededor, era ahora o nunca.
Tiró del pantalón arrastrándolo con lentitud hasta que por fin llegó a sus manos, movió los dedos, tratando de calmar su nerviosismo y sin perder más tiempo empezó a buscar esas dichosas llaves que representaban su pasaje al exterior.
Las encontró y jadeó, sus pulsaciones tan disparadas que apenas podía pensar. Corrió hacia la puerta, sin importarle ir cubierta nada más que por una camiseta ancha. Estaba decidida a escapar, a padecer en la nieve, todo era mejor que permanecer atrapada en las garras del Soldado de Invierno.
Conocía a la perfección esas llaves y aquella cerradura, buscó la correcta y la ingresó en la ranura, un movimiento hacia la izquierda y uno de los cinco cerrojos que aseguraban su encierro dejó de interponerse. Giró la llave con rapidez y sonrió.
― ¿Vas a algún sitio, pequeña? ― su voz rozó su cuello y antes de que pudiese reaccionar la puerta volvió a cerrarse con un sonoro golpe. Miró a su lado, su mano de metal, fuerte y rígida, a pocos centímetros de su cabeza.
― ¿Puedo saber qué coño estás haciendo? ― ahogó un chillido en cuanto sus dedos tomaron su nuca con la más absoluta rudeza, girándola hasta quedar cara a cara.
― Yo... ― Brianna balbuceó con los ojos cerrados.
― ¿Tú qué, eh? ― gruñó con los dientes apretados, aumentando la fuerza de su agarre sobre el cuello de Brianna ― ¡Respóndeme! ― chilló sobre su rostro.
Brianna lo miró, estaba completamente mojado, tan cerca que podría distinguir cada linea furiosa de su expresión, cada poro húmedo de su piel que aún emanaba vapor de agua.
― Nunca podrás escapar de esto... ― sentenció ahogándola, presionándola contra el metal.
― Yo no merezco esto... ― tiritó viéndolo, su mirada era oscura, turbia, y la furia de su cuerpo desnudo, mojado y solo cubierto por una toalla atada sobre su cadera llenaba el ambiente.
― Te mereces todo el odio del mundo ― sus mandíbula se apretaba con cada sílaba, sus demonios internos estaban apoderándose de él.
― No me conoces... ¿por qué me estás haciendo esto? Solo... solo déjame ir... no diré nada... por favor... ― su voz se rompía, ya no quedaba prácticamente nada de su fortaleza interna, poco a poco él había ido arrebatándosela.
― No tienes a nadie Brianna... mírate... ― sus ojos bajaron por su cuerpo, recorriéndola con frialdad ― tú sola contra el mundo... ― regresó a su mirada asustada ― ¿Realmente crees que me importa si hablas o no? No llegarás muy lejos... ― dijo burlándose de ella
― Prefiero estar sola en el mundo a pasar otro instante sufriendo tu existencia ― gruñó sin poder evitarlo provocando el límite de su paciencia y tal y como lo esperaba, él reaccionó, sus dedos se clavaron con absoluta rudeza sobre su piel, arrebatándole el poco aire que le quedaba.
Instintivamente Brianna lo tocó, su mano pálida y pequeña cubriendo el agarre brusco de su captor. Su piel seguía húmeda, fría y ardiente al mismo tiempo. Su tacto lo paralizó, dejándolo inmóvil. La miró a los ojos, llorosos y tristes, y al hacerlo, su cuerpo se estremeció.
Confundido la soltó, bajando el brazo con lentitud.
― S-si quieres estar sola... estarás sola ― afirmo atrapando una de sus muñecas lastimadas, colocándola detrás de su espalda y empujándola con brusquedad. La arrastraba con pasos firmes y rápidos, obligándola a caminar prácticamente pegada a su pecho desnudo, tan cerca que un solo movimiento bastaría para que sus cuerpos se tocasen ― ...completamente sola, espero que lo disfrutes ― murmuró cerca de su oido antes de zarandearla hacia el interior de su celda, encerrándola sin decir nada más.
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Holi ♥️
Capítulo nuevo! Espero que os haya gustado 😉 (mi inspiración aún no regresa en su totalidad 🙈)
Os leo.
Mimi.
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