
1. » Día 1
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𝟫 . 𝟫 . 𝟤𝟢𝟣𝟦
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"Hola de nuevo, Brianna Pierce..."
Su nombre salió frío de sus labios, una voz áspera con ápices de rencor, como una melodía tétrica que fácilmente consiguió estremecerla.
Cerró la puerta detrás de él, llenando el lugar con el sonido metálico de la cerradura, girando todo la llave todo lo posible, asegurándose de que aquella muchacha de mirada desconcertada no escapara.
Sus planes habían cambiado, ya no quería dejarla tirada en cualquier punto, ya no quería librarse de su carga. Ahora quería retenerla, ahora quería castigo.
Quería justicia.
Salió del infierno completamente vacío, sin sentimientos, sin saber quién demonios era. Cruzó los límites por instinto, porque su cuerpo desesperado quería sobrevivir, porque desde aquel día en el puente algo en él pareció despertar.
El Soldado se desvanecía, aquel hombre más máquina que humano se desmoronada. Ya no era aquella forma hueca y sin sentimientos predispuesta a obedecer cualquier orden, ya no era esa figura callada y fría que asentía sin protestar, que se movía sin conciencia.
Ahora sentía. El odio y el resentimiento habían despertado.
Jugó con la pulsera de Brianna, deslizándola entre sus dedos, sumiéndose en sus propios pensamientos mientras la plata chocaba contra la dureza de sus dedos metálicos.
La apretó con rabia repitiendo en bucle su nombre, repitiendo en bucle la primera vez que la vio, dudando si ese recuerdo era real o solo una ilusión extraña de su cabeza, alimentada por su sed de venganza.
Sí, definitivamente sus planes habían cambiado y todo por una pulsera...
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16 horas antes
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Miró al cielo, entre los frondosos árboles nevados, quedaban pocos minutos para el amanecer y debía de encontrar algún refugio.
Caminó sin rumbo, perdido entre entre el espesor de la nieve, luchando contra sus propias pisadas y con el aire frío que congelaba su rostro.
Sus pies se hundían en la nieve, sus tobillos quedaban atrapados y cada vez que intentaba dar un paso solo conseguía tambalearse. Bufó y afirmó aquel pequeño bulto que cargaba en uno de sus hombros.
No pesaba, colgaba ligera y sin vida sobre su cuerpo. Era como una pluma, su cabello y sus brazos hondeaban con cada movimiento. Su respiración apenas era notoria, casi podría jurar que cargaba con un cadáver, pero aunque él no quisiera admitirlo, afortunadamente, ella estaba viva.
Gruñó al sentir los primeros rayos de sol sobre su rostro, lamentando haberla recogido, asegurando internamente que sin ella iría mucho más rápido, pero ¿ir a dónde?
Estaba perdido, mirase donde mirase solo encontraba lo mismo: nieve y árboles. No había nada, solo una explanada de terreno nevado y frío en el que estaba completamente desprotegido, a merced de cualquier peligro.
No sabía muy bien cuál había sido el desenlace de HYDRA, pero de lo que si estaba seguro era de que tenía que esconderse.
Paró sus pasos, asegurando el cuerpo inerte de aquella muchacha una vez más. Miró a su alrededor, girando sobre sí mismo y pasó una mano por su rostro frustrado y asustado. Pateó una piedra, lanzándola lejos, tan lejos que chocó contra un gran bloque de nieve y sorprendentemente para él, el sonido que provocó esa piedra fue más sonoro de que lo debería de ser.
Se acercó reticente, sospechoso, preguntándose cómo era posible que un simple piedra hiciese tanto ruido al chocar.
Segundos más tarde descubriría porqué.
Sus pies chocaron contra la madera, espolvoreando la nieve de sus botas por el suelo. Las tarimas chirriaban con cada movimiento. Inspeccionó el lugar encontrándolo lúgubre y oscuro, era como si en aquel lugar frío y abandonado nadie hubiese estado desde hace mucho tiempo, sin embargo, él lo encontraba extrañamente familiar.
Dejó a la desconocida en el suelo, tumbada a los pies de una imponente puerta metálica, tan dura y robusta que asustaba. Perfecta para contener a cualquier monstruo.
Buscó luz, alguna fuente minúscula de claridad que le permitiese ver por dónde iba y qué pisaba. Encontró en un cajón viejo unas cerillas y al lado una lámpara de aceite llena de polvo.
Recorrió el lugar lentamente, centímetro a centímetro tratando de encontrar el extraño motivo por el que él sentía que ya había estado ahí, pero todo parecía estar vació, a excepción de una pared olvidada.
Se acercó con curiosidad, ojeando y leyendo cada recorte que permanecía pegado sobre la pintura vieja y descuidada.
Sábado, 23 Noviembre, 1963.
Kennedy es asesinado por un francotirador mientras viaja en automóvil por Dallas; Johnson es el nuevo presidente.
23 de Noviembre de 1963.
El presidente Kennedy es asesinado por la bala de un desconocido.
23/24 Noviembre - 1963
Kennedy está muerto.
El Soldado retrocedió confundido y un recuerdo atacó su cabeza.
Entonces lo tuvo claro.
» 23 . 11 . 1963
― Señor, el Soldado ya está aquí ― un oficial habló, agachando la cabeza ante su jefe.
― Hazle pasar ― un joven Alexander Pierce habló, haciendo un gesto con la mano que en seguida fue acatado.
Segundos después varios pasos empezaron a resonar por el pasillo oscuro y gélido. Alexander Pierce se puso de pie, su traje caro e impoluto destacó entre la dejadez de aquel lugar.
― Bienvenido Soldado ― sonrió irónicamente. Dos agentes completamente armados sujetaban al Soldado de Invierno. Rodeaban sus brazos, sus muñecas estaban esposadas, lo sometían solo para que su jefe pudiese hablar con total libertad ― Sentadlo ― exigió señalando hacia la silla se tenía en frente.
― Estado ― preguntó parado en frente de aquella arma humana, inspeccionando su rostro, su expresión completamente vacía.
― El Soldado está estable señor ― respondió el mismo oficial, con la misma sumisión.
― Informe de misión, 22 de noviembre de 1963 ― merodeó de lado a lado. Sabía perfectamente qué había pasado, solo quería escucharlo, sentir como a pesar de su juventud, él era capaz de controlar al temido puño de HYDRA.
― Objetivo marcado y aniquilado. Tres disparos en el blanco ― el Soldado habló perdido, recitando aquella información como si él fuese una grabadora humana.
― Buen trabajo Soldado ― sonrió malévolo, caminando con tranquilidad hasta la puerta.
― ¿Qué hacemos con él, señor? ― los agentes preguntaron dubitativos. Nadie quería estar cerca del Soldado de Invierno.
― Encerrarlo. La próxima semana tiene una misión, que permanezca aquí hasta entonces. En cuanto todo acabe ya no será útil. Un furgón blindado vendrá a recogerlo y será congelado. Ya sabéis lo que hacer, tenéis que borrar cualquier rastro, nadie puede saber que él ha estado aquí ―
Apretó los puños, respirando furioso, ahogándose con su propio aire. Cerró los ojos tratando de calmarse. Una mezcla de nerviosismo, miedo y rencor invadía su cuerpo cada vez que el rostro de su verdugo aparecía en su cabeza.
Alexander Pierce. Nunca olvidaría ese nombre, nunca olvidaría su semblante burlón, lleno de malicia.
Apartó los ojos de aquella pared, arrancando de golpe todos los papeles que se habían encargado de recordarle quién era, dejándolos rotos y arrugados en el suelo.
Se alejó tratando de ignorar los gritos de su cabeza. Sus ojos chocaron con la figura del suelo, aún inconsciente, aún un estorbo del que tenía que deshacerse.
Volvió a ella a mirarla con desdén desde su imponente altura. No podía ignorar las señales de su cabeza, aquellas que le decían que esa desconocida no eran tan desconocida como él creía.
No sabía qué hacer, la forastera que dormía en el suelo sangraba. Sus heridas no habían dejado de sangrar desde que él la golpeó y la dejó tirada prácticamente sin vida sobre la nieve. Suspiró molesto, debía de parar eso, mantenerla con vida para poder librarse de ella cuanto antes.
Pasó sus brazos por debajo de sus axilas, tirando de ella por el suelo. Su cuerpo parecía gelatina. La tendió cerca de una chimenea llena de cenizas y restos quemados de a saber qué cosa.
Inspeccionó sus heridas, un golpe chorreante sobre su ceja que él mismo había provocado y una mancha húmeda y enorme que se extendía alrededor de su codo derecho. Tomó su muñeca pensando que el pequeño y escandaloso corte de su ceja podía esperar un poco más. Arrugó distraídamente la manga, esperando con desdén un mar de sangre, pero se encontró con algo totalmente diferente, algo que llamó por completo su atención.
Rodeando su muñeca se encontraba una fina pulsera de plata. Frunció el ceño al verla, preguntándose en qué situación una agente de HYDRA podría tener ese tipo de bisutería adornando su mano. Brillaba, era delicada, probablemente cara, no encajaba con quién la portaba.
La miró, sin saber porqué la miró con detenimiento, encontrando una dedicatoria en el interior.
"El mundo será tuyo ― A. Pierce"
La rabia volvió a él, la furia desmedida que lo evocaba al completo caos volvió a él. Odiaba ese nombre, odiaba los recuerdos y el mundo parecía empeñado en recordárselo una y otra vez.
Arrancó la pulsera provocando heridas sobre su delicada piel. Las consideraciones con la desconocida habían acabado. Tomó una de sus muñecas con fuerza, apretando sus dedos metálicos a su alrededor y tiró de ella, arrastrándola por el suelo con total desprecio. Caminó cegado por el dolor, siguiendo un camino que sus pies sí recordaban, llegando hasta una solitaria y oscura habitación o algo que pretendía serlo.
La esposó a los barrotes metálicos de la cama, como si aquel siempre hubiese sido el propósito de esa estructura maciza que sostenía un colchón viejo y desgastado.
Ahora quería respuestas, saber quien era ella y por qué lo había estado persiguiendo por la nieve cuando nadie le vio escapar. Quería datos, saber todas y cada una de las cosas que había hecho sin ser consciente.
El Soldado reclamaba verdad.
Hizo guardia, esperando a que ella despertase de una vez, pero el día pasó dejando paso a la noche y ella no hizo ni el más mínimo movimiento.
Cansado de estar de pie arrastró una silla y se sentó apoyando los brazos sobre el respaldo. La miraba fijamente, como si quisiera despertarla con su mirada tétrica y fulminante. Alzó la pulsera ante sus ojos, y volvió a mirarla con atención.
Frunció el ceño cuando una idea recorrió su cabeza, aquello era tan disparatado.
No podía ser posible.
O no lo fue hasta que un episodio antiguo volvió a mostrarse ante sus ojos.
» 13 . 10 . 2012
Entró tiritando, muerta de frío, frotando sus manos entre sí, buscando un poco de calor. Apenas podía moverlas, ni doblar los dedos sin dolor. Jamás en su vida volvería a llegar tarde a un entrenamiento, no si su castigo era correr a la intemperie dando vueltas a la base mientras la nieve y la brisa helada la golpeaban sin reparo.
― Espero que con esto no se le vuelva a pasar por la cabeza llegar tarde señorita ― un oficial perfectamente vestido y armado la miró con suma seriedad.
― "Sólo han sido cinco minutos" ― pensó con ingenuidad, sintiendo que el castigo al que había sido sometida era totalmente desmedido ― Sí, señor Karpov ― respondió dócilmente, ignorando la verdad de sus pensamientos.
― Hoy entrenarás con Josef ― Brianna por poco se echa a temblar. Entrenar con Josef era aterrador ―Tus capacidades en la lucha cuerpo a cuerpo son prácticamente mediocres ― Brianna quiso replicar, protestar, defender que ella no necesitaba tanto entrenamiento ― ya sabes como es tu padre. Quiere lo mejor para ti ― pero se mordió la lengua en cuanto Karpov mencionó a su padre.
Su padre era lo único que tenía, el hombre que no la había dejado tirada como hizo su madre. No podía decepcionarlo.
Tragó hondo en cuanto lo vio, al final del pasillo como siempre seguido del mismo grupo de entrenadores. Todos vestidos del mismo modo, con un uniforme completamente distinto al que llevaba la mayoría.
Su entrenamiento comenzó en seguida. Merodeaba por una jaula enorme, tratando de retrasar todo lo posible la paliza que Josef iba a propinarle. Ya había corrido con demasiada suerte, todas esas veces que conseguía terminar solo con un par de golpes, pero ese día iba a ser distinto. Ese día Brianna tenía que luchar y no estaba preparada.
Cayó al suelo un sinfín de veces y todas esas veces tuvo que ponerse de pie con suma rapidez antes de recibir un golpe demoledor.
― Es suficiente ― jadeó aliviada y cansada. Josef solo asintió, nunca hablaba, ni él ni el selecto grupo de agentes con los que Brianna entrenaba.
Reprimió su sonrisa, sumando otro día sin llorar a su favor.
― Creo que hemos estado siendo demasiado blandos contigo... ― Karpov habló y el alivio de Brianna explotó como un pompa de jabón ― A partir de este momento entrenarás con dos Soldados a la vez ― afirmó completamente serio.
― Pero... ― intentó defenderse ― Me matarán ― murmuró asustada.
― Tienen órdenes de no matarte, pero tampoco serán blandos contigo. Prepárate, en cinco minutos comienza tu siguiente entrenamiento ― Brianna apretó los labios y parpadeó con rapidez. Estaba aterrorizada, completamente aterrorizada.
Quería huir, correr, esconderse detrás de su padre, aunque eso supusiera mostrarse débil.
Nerviosa empezó a suplicar en silencio por su propia vida, esperando que todo parara lo más rápido posible. Iba a doler de eso estaba segura, ya lo había sentido antes.
Abrió los ojos cuanto escuchó un golpe desmesurado. Miró a través de los barrotes y vio cómo uno de sus entrenadores estampaba a un hombre de bata blanca contra el suelo.
Todo se descontroló en cuestión de segundos. Sus entrenadores golpeaban con fiereza todo lo que encontraban a su alcance, gruñendo y gritando hacia las jaulas de entrenamiento.
Brianna miró la escena completamente asustada, no sabía qué hacer ni dónde esconderse, hiciese lo que hiciese era un blanco fácil. Respiró frenéticamente, viéndose sola ante el peligro más absoluto.
Tembló en cuanto sintió la mirada de Josef sobre su cuerpo, retrocedió, queriendo escapar pero con solo dos zancadas aquel hombre ya estaba en frente de ella. Su furia descontrolada lo manejaba a su antojo y en ese instante cualquier orden que hubiese recibido dejó de importar, Josef solo quería acabar con ella.
Brianna lo miró y cerró los ojos esperando lo peor, pero lo peor nunca pareció llegar. Alguien tiró de ella con fuerza, sujetando su muñeca con algo frío y resistente. Para cuando se atrevió a mirar ya estaba lejos de todo ese caos, aislada en una sala sin barrotes, pero completamente vacía.
Se miró a sí misma tratando de encontrar algún rasguño, pero no encontró nada, ni una sola marca sobre su piel. Estaba viva y no entendía cómo, sin embargo, su explicación no tardó mucho en llegar.
Alzó la mirada y ahí estaba parando en frente de ella, sobre la puerta, un hombre desconocido. Nunca lo había visto, de eso estaba completamente segura, porque de haberle visto jamás lo hubiese olvidado.
Todo en él era extraño, su uniforme era completamente distinto, carente de cualquier nombre o insignia. Su mirada era vacía, parecía un robot.
Un robot con un brazo de metal...
Brianna frunció el ceño sin entender nada ¿de verdad ese hombre tenía un brazo de metal?
Tragó hondo, moviendo la cabeza de lado a lado. Eso era imposible, solo debía de ser un agente herido en combate con una prótesis.
― Yo... ― comenzó con timidez, sea quien sea, quería darle las gracias. No obstante, antes de que pudiese formular un simple "gracias" la puerta se abrió, dos agentes llegaron y se levaron al desconocido.
Brianna miró por la puerta, quería saber quien era, pero solo encontró a su padre caminando con rapidez por el mismo pasillo.
― Brianna, cariño, ¿qué ha pasado? ― preguntó encerrando su rostro entre sus manos.
― Nada papá. Todo esta bien... ― susurró distraída, aceptando el abrazo preocupado de su padre mientras miraba por encima de su hombro siguiendo el rastro de aquel desconocido que la había salvado.
¿Quién era?
"Nada papá. Todo está bien..."
Papá.
Ahora lo recordaba.
Ella era aquella muchacha temblorosa que salvó sin saber porqué.
Ella era Brianna Pierce. La hija de su verdugo y ahora ella pagaría por todo.
» «
Había pronunciado su nombre con seguridad, sin embargo, aún se negaba a aceptarlo. No confiaba en sí mismo, ni en los recuerdos que saltaban aleatoriamente en su cabeza. Se resistía a pensar que todo eso pudiese ser real.
Se quedó parado en frente de la puerta, con cientos de dudas, rodeado de nubes de confusión.
Quería que ella se lo dijese, escucharlo con sus propias palabras. Necesitaba escucharlo de sus labios, sentir que estaba en lo cierto y que su psique torturada no estaba jugando con él.
Anhelaba escucharlo porque desesperadamente necesitaba un objetivo, un blanco para el enorme odio y rencor que empezaba a alojarse en su interior.
Entró en silencio, sus pasos rechinaban sobre la madera. Brianna lo vio y rápidamente se puso alerta, pero él la ignoró completamente, siguió su camino y volvió a esposarla a los barrotes de la cama.
― ¿Quién eres? ― preguntó frío, sin mirarla a los ojos.
― Soy... Grace ― titubeó al mentir. Brianna no mentía, no le gustaba hacerlo, sin embargo, debía de hacerlo. Lo recordaba perfectamente, sabía a quién tenía ante sus ojos y prefería volver al infierno de HYDRA antes que estar con el Soldado de Invierno.
― Mientes ― su voz salió como un gruñido ― Eres Brianna Pierce ― Brianna negó, agradecía profundamente no llevar nada con su nombre encima, solo así podría intentar seguir sosteniendo su mentira.
― ¿Brianna? ― preguntó con fingida confusión ― Mucho me temo que te has equivocado de objetivo, mercenario. Yo no soy Brianna, así que... ¿podrías quitarme las esposas? ¿por favor? ― preguntó amable, tratando de controlar la situación.
― Mientes ― su gruñido fue más claro ― Si no eres Brianna, ¿qué hacías con esto? ― sacó la pulsera de su bolsillo, alzándola frente a sus ojos. Brianna solo pudo callar.
― ¿Qué piensas hacer? ― preguntó escondiéndose detrás de una pared de serenidad. El Soldado no contestó, solo se limitó a ignorarla, caminando de nuevo hasta la puerta, dispuesto a volver a encerrarla y esa vez, esposada.
― Tienes que dejarme ir ― su voz sonó firme ― No diré nada, ni siquiera sé quien eres ― mintió para convencerlo ― Tienes que dejarme ir... ― susurró casi con dulzura.
― ¿Dejarte ir? ― repitió con burla ― ¿Por qué debería? ― preguntó sin mirarla. Nada de lo que dijese iba a hacerle cambiar de opinión.
Su sed de venganza necesitaba ser sofocada.
Solo era justicia.
― Porque estoy embarazada...
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Segundo capítulo, espero que os haya gustado y que no haya resultado un lio leerlo.
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