2.04
El joven Pelinegro tenía la mirada perdida y los ojos vidriosos.
Jungwon se encontraba en la cocina, batiendo de mala gana los ingredientes en el tazón de vidrio.
Leche, harina, huevos.
¿A caso faltaba algo?
Del bolsillo de su vestido sacó el frasco de vidrio y vertió una buena cantidad de sustancia azul.
Terminó la masa de galletas con un poco de azúcar, pero también con mucho veneno.
-¡Princesa! ¡llegué a casa!
Avisó el pelinegro en voz alta cerrando la puerta de entrada.
Jungwon salió de la cocina con una bandeja cubierta con un pañuelo.
-Me alegra que llegaras -murmuró, dejando la bandeja sobre la mesa.
Heeseung lo miró con sorpresa.
-¿De verdad?
El pequeño azabache asintió cabizbajo mientras volvía a la cocina.
El recién llegado sonrió y lo siguió.
-Traje la carne, ¿por qué no vas a darte un baño en lo que yo la preparo?
Jungwon asintió y se marchó del lugar, jugando con la botella que escondía en su bolsillo.
La lluvia artificial caía desde lo alto, llevándose consigo todo rastro de tensión y suciedad junto con el agua tibia que descendía por su anatomía.
Pasó sus manos enjabonadas por cada rincón de su cuerpo, acariciando con especial cuidado las zonas amoratadas y flageladas.
El aroma a fresas dulces ya invadía el cuarto de baño cuando Jungwon terminó de ducharse.
Secó su delicado cuerpo con una suave toalla y se envolvió en una bata de seda para volver a la habitación.
Sacó de su closet un lindo vestido color verde bebé y se lo colocó con cuidado; retocó su rostro con un fino maquillaje para la ocasión especial y se miró al espejo. Se veía tan precioso. En su cuello se colgó un lindo collar que el pelinegro le había obsequiado hace poco.
Salió de su habitación y sin prisa bajó hasta el comedor, donde Heeseung terminaba de colocar meticulosamente el último servicio sobre la mesa.
-Cariño -sonrió al notarlo bajar el último escalón- estás hermoso, corazón; las flores lloran en envidia a cada respiración tuya.
Jungwon intentó no emocionar a su corazón por el halago.
-Gracias -asintió, yéndose a sentar cuando vio la cena lista.
Heeseung recorrió la silla para que el menor pudiera sentarse y luego se dispuso a acomodarse en su lugar al otro extremo de la mesa.
El azabache tomó sus cubiertos y cortó un trozo de la jugosa carne que el pelinegro cuidadosamente cocinó y sirvió.
Sus papilas gustativas estallaron en extasis cuando probó el primer bocado.
La cena transcurrió en tranquilo silencio, solo escuchándose el sonido de los utensilios chocando contra la cerámica.
Cuando terminaron, Jungwonse puso de pie y recogió las lozas sucias, las llevó hasta la cocina y las metió al lava platos automático.
De alguna manera u otra, comenzaba a acostumbrarse a ser una buena ama de casa.
Unos fuertes brazos abrazaron su cintura y su espalda chocó contra un amplio pecho.
Suspiró, sabiendo lo que se avecinaba.
-Ése vestido te queda tan bien. Te ves tan jodidamente sexy.
Sintió un cálido aliento en su cuello y unos suaves labios que besaban su piel.
Su manos tomaron las más grandes y se apartó con delicadeza.
-Aún falta el postre.
-A mi se me antoja comer otra cosa mucho más dulce y deliciosa.
Oh, sus mejillas no debieron calentarse.
-Pasé todo el día horneando, solo para ti.
Heeseung sintió su corazón cálido.
Una linda sonrisa en forma de corazón surcó sus carnosos labios y se acercó a dar un suave beso en los ajenos.
-Gracias.
Jungwon sonrió y asintió, entrelazando sus dedos con los del mayor y llevándolo hasta la mesa donde yacía la bandeja que el Azabache había colocado previamente.
-Espero que te gusten -deseó, pasando una grande galleta con chispas de chocolate.
El pelinegro la tomó y le dio un vistazo.
Jungwon sintió sus manos sudar.
Heeseung la llevó a su boca y le dio una mordida.
Quizás eso fue suficiente.
-Es...Wow, está deliciosa -hizo una mueca y bajó la mirada.
El azabache miraba atento cada una de sus acciones.
Su señal fue cuando la galleta cayó de la mano del mayor y éste mismo se tambaleó.
-¿Qué mierda? -murmuró, llevando sus manos a su cabeza e intentadose mantener en pie- ¿Qué mierda hiciste, Yang?
Jungwon rodeó la mesa, asustado.
No, lo que hizo estaba bien, era su momento de huir, se repitió a si mismo, no era momento de dudar.
Tropezando con sus propios pies, se alejó de la escena en dirección a la puerta principal.
Dejó al mayor muriendo atrás y le dio la espalda.
Tenía que irse, huir de ahí, buscar ayuda o alguna manera de regresar a su casa, con su familia, con su madre y hermano.
Pero, ¿por qué su corazón dolió ante la idea de dejar al pelinegro solo? ¿Por qué no podía pensar en alejarse de él? Maldición, ¿por qué regresó apresurado a tomar el, casi inconsciente, cuerpo del mayor entre sus brazos?
-Por favor, aguanta, ya pasará -¿por qué lloraba ahora?- ¡No me dejes¡ -sollozó.
Recordó.
Su madre una vez le dio a su hermano un vaso de leche cuando, por accidente, éste había bebido blanqueador para ropa.
Con prisa, dejó con cuidado al mayor completamente recostado en el suelo y corrió al refrigerador, del cual sacó un cartón de leche.
Separó los resecos labiosdel hombre y, directamente, vertió la leche en su boca, esperando que no fuesedemasiado tarde.
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PRIS💫
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