𝘪
Una carta de amor. O algo así.
Fue mi hermana quien recogió el correo y, antes de que mi padre llegase a leer lo que había llegado, me la entregó con una mirada cómplice. El remitente, un joven cuyo nombre jamás había escuchado, hizo ruido para ambas. ¿Quién era Hann Arisgo? ¿Cómo me conocía si su nombre jamás había sido mencionado en mi presencia? Todo era muy extraño, aún más el hecho de que la carta sólo viniese con siete palabras bajo el título “A mi gran amor":
“Sal,
Amor,
Que Dios bendiga este don”.
— ¿Que Dios bendiga este don? ¿Es una mala broma? — se quejó Lara, mi hermana, cuando le enseñé la carta —. ¿Qué clase de broma es esta? — me arrebató la carta y la acercó al fuego, tal vez tratando de ver si había algún mensaje secreto. No había —. Deberías quemarla, Shanice, no vale la pena guardar esto.
— Es la primer carta de amor que recibo — dije en voz baja, esperando que no me escuchara. Pero Lara tiene un oído fino que escucha todo a su alrededor y volteó a verme con la ceja levantada.
— ¿Consideras esto una carta de amor? Por favor, hermana, no sabemos quién es este tal Arisgo ni qué clase de insinuación es esta. Lo mejor sería olvidarnos de esto.
Sin embargo, dejó la carta en mi cama antes de salir de la habitación.
Sal, amor. Que Dios bendiga tu don. No había nada más escrito en la hoja ni en el sobre ni en ningún lado. No venía una dirección para responder, pero aún así decidí que quería hacer una respuesta. Aunque fuera para mí. Así que lo hice. Tan vaga como pude, pero lo hice. Guardé ambas cartas en el sobre en un cajón de ropa y me olvidé del asunto. Tenía razón Lara, pero aún así tenía el recuerdo material.
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