𝘜𝘯𝘦
Viktor estaba en aquel gran laboratorio escribiendo unas cuantas notas sobre sus avances con la Hextech. Había descubierto tanto en tan poco tiempo que resultaba increíble; aquello tenía el potencial de mejorar la vida de millones, tanto en Piltover como en Zaun. Sin embargo, todos esos descubrimientos no habrían sido posibles sin haber conocido a Jayce, un joven de tez morena y ambición inquebrantable por cambiar el mundo.
Cuando lo escuchó aquel día delante del Consejo, supo que Jayce no era como los demás. No era simplemente un chico imprudente que se había metido en problemas por experimentar con fuerzas que no comprendía. Jayce era diferente. Estaba seguro de lo que hacía, de sus avances, y esa convicción fue lo que cautivó a Viktor. Fue ese impulso lo que lo llevó a querer ayudarlo cuando nadie más estaba dispuesto. Se puso en sus zapatos, y gracias a esa decisión ahora estaban aquí, trabajando juntos para cambiarlo todo.
Pero había un problema, o al menos así lo llamaba Viktor. Se había enamorado de Jayce.
¿¡Pero cómo no hacerlo!?
Jayce era guapo, con un físico envidiable, inteligente (aunque a veces algo idiota), amable y con un corazón enorme. Era inevitable. Desde el principio, Viktor había sentido cómo poco a poco caía rendido ante sus encantos. Lo vio venir y, aun así, no pudo detenerlo. Nadie puede controlar su corazón. Tarde o temprano, ese sentimiento encuentra su momento para salir a la luz, sin importar cuánto intentes esconderlo.
Aún así, Viktor no decía nada. No quería arruinar la relación que tenían como compañeros. Era lo único que compartían, y si confesaba sus sentimientos, hasta eso podría perderse. Además, ¿de qué serviría?
Jayce no sentía lo mismo. Su corazón ya pertenecía a alguien más: Mel, la consejal.
Ellos parecían felices. Salían juntos, platicaban juntos, pasaban tiempo juntos. Siempre estaban juntos. Mientras tanto, Viktor permanecía solo en el laboratorio, esperando pacientemente a que Jayce regresara para continuar con su investigación. Solo, en esas cuatro paredes, con su mente como única compañía.
Le dolía. Le dolía como el infierno. Pero, ¿qué podía ofrecerle a Jayce?
Mel era perfecta. Encajaba con él de una manera que Viktor nunca podría. Él estaba roto, enfermo. ¿Por qué darle una carga como esa al hombre que amaba?
Sería egoísta, y Viktor no era egoísta.
De todas formas, ¿qué derecho tenía de sentir celos o reclamarle algo a Jayce?
No eran nada más allá de compañeros. Jayce no le debía explicaciones, ni Viktor podía exigirlas. Pensar siquiera en ello le parecía una traición hacia la confianza que habían construido.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta se abrió de golpe. Jayce había llegado, pero su rostro no era el habitual. Estaba molesto. Irrumpió en el laboratorio, se dejó caer en una silla y se llevó las manos a la cabeza, intentando calmarse.
Viktor lo observó en silencio, debatiéndose entre dejarlo solo o acercarse. Finalmente, tomó su bastón y se levantó con cuidado. Se apoyó ligeramente en la mesa, posando sus brazos sobre el bastón.
— ¿Estás bien? — Preguntó con suavidad, temeroso de alterarlo más.
Jayce no respondió de inmediato. Solo suspiró profundamente. Viktor esperó. Sabía esperar, se le daba bien.
— No, no lo estoy. — Respondió al fin.
— ¿Puedo preguntar por qué? — Jayce permaneció en silencio unos momentos más antes de hablar.
— Discutí con Mel. Estoy molesto con ella. — Viktor analizó sus palabras antes de responder.
— Jayce... — Lo llamó suavemente. — No voy a preguntarte qué pasó, porque no es de mi incumbencia. Sin embargo, sí puedo aconsejarte. — El moreno levantó la mirada, atento. — Primero, respira profundo y relájate. No conseguirás nada estando enojado. Segundo, cuando estés más calmado, piensa por qué discutieron. Luego hablas con ella. — Jayce soltó un bufido irónico.
— Es fácil decirlo, pero ella no querrá hablar conmigo. Y, sinceramente, ahora mismo yo tampoco quiero hablar con ella. —
— No digo que lo hagas de inmediato, solo cuando las cosas se calmen. —
— Ella tiene la culpa. Debería hablarme primero. Pero como es una orgullosa, no lo hará. Y yo tampoco. — Viktor rió levemente ante la actitud infantil de su compañero.
— El orgullo no lleva a ningún lado, Jayce. Si Mel no te busca, eso no significa que tú debas actuar igual. Si es su culpa, lo hablarán en su momento, pero no arreglarán nada si solo se evitan. — Viktor llevó una mano al hombro de Jayce. No era fan del contacto físico, pero sintió que podría ayudar. — Tú no eres así. Siempre buscas una solución para todo. Este laboratorio es prueba de ello. — Jayce sonrió ante las palabras de Viktor.
— Bueno, no lo habría logrado sin ti. — Extendió su mano y la posó suavemente sobre la de Viktor. El zaunita sintió una calidez que llenó su corazón. Pero el momento no duró mucho. Jayce se levantó abruptamente, rompiendo el contacto. — Gracias por escucharme y aconsejarme, Viktor. Me siento mejor. — Le dedicó una sonrisa. Esa sonrisa que provocaba mil sensaciones en Viktor.
— No es nada, Jayce. No me cuesta escucharte. —
— Eres un gran compañero. — Y con esas palabras, todo se derrumbó. La calidez que había llenado a Viktor se disipó, dejándolo vacío. Claro, solo eso era para él: un compañero.
Jayce se giró hacia el pizarrón.
— ¿Qué has estado haciendo? —
Viktor lo miró. Su rostro no mostraba emoción alguna, pero sus ojos lo delataban. Reflejaban tristeza, resignación. Todo lo que sentía estaba ahí, a la vista. Pero, como siempre, Jayce no veía más allá de lo que Viktor le dejaba ver. Nunca entendería el mensaje que le gritaban sus ojos.
𝗔𝘂𝗻𝗾𝘂𝗲 𝗳𝘂𝗲𝗿𝗮 𝗹𝗼 𝘀𝘂𝗳𝗶𝗰𝗶𝗲𝗻𝘁𝗲𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗰𝗹𝗮𝗿𝗼
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