༻─── 𝐏𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐔𝐄
Querido y gentil lector:
Si no vives bajo una roca o lejos de la sociedad, ya te habrás enterado de que la temporada de 1813 ha iniciado. La presentación de las jóvenes señoritas ante Su Majestad, la Reina, se dio hace ya una semana, misma semana en los que esta autora hizo su aparición y donde también conocimos al diamante de la temporada, Daphne Bridgerton, de quien ya hablé en mi número anterior y que mencionaré en los siguientes, seguramente, pero no en este.
Como bien saben, el inicio de una nueva temporada acarrea consigo la llegada de nuevas familias a la ciudad, aunque esto no siempre es un acontecimiento digno de mención, pero la familia de la que voy a hablarles en esta ocasión no es ni nueva y en definitiva si es digna de la atención de esta autora. Por supuesto, no estoy hablando de otros que los Kerington.
Si tú no sabes sobre ellos, no te asustes, querido lector, pues después de dos años, la prolífica familia de los duques de Kent y Strathearn, ha regresado a nuestra bella ciudad con sus brillantes cabellos dorados y unos ojos claros de ensueño. Los Kerington han sido, por muchas décadas, una de las familias más importantes dentro del mundo aristocrático y lo han seguido siendo incluso durante su extendido tour por Europa. No solo se debe a los lazos sanguíneos que comparten con la corona o que incluso se encuentren dentro de la lista para sucesores al trono de Inglaterra (detrás de toda la tropa engendrada por el rey y la reina), sino también a su limpio linaje y a su excepcional estirpe.
Por supuesto, dos años no mantienen las cosas iguales para nadie y ahora la cabeza de familia ha cambiado, pues el anterior duque, Lord William Kerington, falleció el año anterior, dejando así su puesto a su hijo mayor, y soltero, Nikolai Kerington. No se desesperen mamás y señoritas, esta autora promete dar toda la información relevante sobre Su Excelencia, apenas este haga aparición esta temporada porque hasta el momento, pocos miembros de la familia se han dado a ver en la sociedad.
Tanto en la presentación a la Reina como en el primer baile de Lady Danbury las únicas que se vieron fueron la viuda duquesa Olive quien presentó y acompaño a la más joven de sus hijas, Lady Primrose. Para quienes no lo sepan, el difunto duque tuvo otros cuatro hijos fuera del actual duque. Lord Elliot, el segundo hijo, a quien recayó el título de conde de Dublin (que anteriormente pertenecía a su hermano mayor); Lady Adelaide, la primera hija mujer; Lady Primrose; y el pequeño Lord Julián, que resulta, el más joven de la familia. De dichos hermanos solo podemos suponer que el más joven se encuentre ocupando su plaza en Eton, mientras que, tanto Su Excelencia como sus hermanos, tienen un paradero desconocido, lo cual es de extrañar para dos miembros en específico.
Con su título recién adquirido es de esperarse que Lord Nikolai busque a su nueva duquesa, cumplir con el deber de todo primogénito y continuar con la descendencia, es por eso que es sorpresa para esta autora que el mismo no haya mostrado ni un solo cabello dorado en la ciudad ¿será acaso que nos encontramos frente a un mujeriego libertino que, como muchos, huye del yugo matrimonial? Diferente ocurre para el segundo hijo, Lord Elliot, quien aún puede considerarse un caballero lejos de sentar cabeza, puesto que se encuentra en plenitud de sus veintes (con veintitrés años cumplidos). Así que, por parte de este Kerington, esta autora puede comprender su ausencia en la sociedad.
Pero, ¿acaso, la viuda duquesa permite que sus hijos escapen del matrimonio? Pues es aquí donde también extrañamos de la presencia de otro de los Kerington.
Lady Adelaide es la tercera hija y la primera mujer que el matrimonio de los duques trajo a este mundo. La señorita en cuestión hizo su primer debut el año de 1810 y, aunque no fue nombrada como el diamante de la temporada (esta autora desconoce el porqué, temporalmente), fue quien recibió un número récord de propuestas que serían la envidia de muchas, pero ni ella ni su señor padre, que en ese entonces servía como el vigésimo cuarto duque de Kent y Strathearn, aceptaron alguna de ellas. Dado su éxito entre los caballeros de la sociedad, se esperaba una siguiente temporada igual de fructífera para ella, pero el repentino viaje de la familia dejó en suspenso el destino de la jovencita. Ahora Lady Adelaide no es más una chiquilla de diecinueve años, claro que no, los años pasan igual dentro y fuera de Inglaterra y con veintiún años cumplidos (camino a los veintidós) esta autora no puede evitar preguntarse ¿habrá esperado la señorita dos años para hacer otro gran debut o es que estamos frente a una futura solterona? Y es que, sin haberse presentado frente al crítico ojo de Su Majestad, podemos suponer que no busca ser el diamante o el centro de atención... o tal vez, se trata de una estrategia para llegar elegantemente tarde, pero con estilo, y robar las miradas de todos aquellos que no recordasen su hermoso rostro.
Si debo apostar por una joven misteriosa y sin dudas interesante, Lady Adelaide Kerington ocupa el primer puesto, pues incluso brillando por su ausencia ya se ha escuchado su nombre en algunos círculos, especialmente en aquellos donde su hermana menor ha sido vista. Aunque para ser justos, esta familia encaja perfectamente en los estándares puestos por su servidora para hablar en próximas ediciones.
Saludos cordiales.
Lady Whistledown
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN
16 de abril de 1813
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Belgravia, 1813
El traqueteo del carruaje era el único sonido que acompañaba ese viaje, al menos en aquel momento. Eran apenas tres personas dentro del mismo, aunque de esas tres únicamente dos estaban despiertas, absortas en sus propias mentes como para dirigirse la palabra entre ellos.
La única mujer del carruaje, Adelaide, tenía la mirada fija en un panfleto de color merino. Aunque leer en medio de un traqueteo de adoquines podía resultar ciertamente incómodo, no había apartado la mirada desde hace casi treinta minutos, concentrada en descifrar las palabras que se movía a cada avance del carruaje. El número era ya de hace varios días, pero apenas ahora tenía la oportunidad para leerlo, pues el mismo no llegaba al campo y menos hasta su residencia en Kent con la misma rapidez que debía hacerlo a la aristocracia londinense.
Un suave suspiro abandonó los labios de la joven cuando finalmente logró terminar la primera plana y solo aquel ruidito captó la atención de su otro acompañante aún despierto. El rubio se acomodó en su lugar en una sutil forma de hacer notar que estaba presente y atento a ella, para que no se sorprendiera al oír su voz a los pocos segundos.
— Pocas veces te he escuchado suspirar de esa forma, hermana, ¿hay algo que te preocupe? — cuestionó, cargando su voz con amabilidad y también interés, fijando el verde de sus ojos en la misma a espera de una respuesta.
La joven llevó sus orbes al contrario, procesando sus ideas antes de ser expresadas, pero, antes de poder formular algo, levanto con sutileza el papel blanquecino que su mano enguantada sostenía.
— ¿Un panfleto de chismes? — cuestionó el rubio, frunciendo su ceño en confusión.
— No, es decir, sí. Es un panfleto de chismes, pero no el típico que osa decir "la señorita A estuvo con el caballero C". Usa nombres, Nikolai, completos y con apellidos — explico, dejando la revista en su regazo, en un movimiento no muy agraciado y más bien con cierto fastidio — Ha mencionado a los Bridgerton, por decirte solo una familia y aparentemente también a nosotros — aquella última frase captó por completo la atención del hombre — Mencionó nuestra ausencia, principalmente tuya y mía ante la presentación de Primrose.
— Dios nos libre — por mucho que Nikolai hubiera querido murmurar, aquellas palabras llegaron perfectamente a oídos de la joven — Ha dicho algo desagradable, me imagino
La joven bajo su mirada de nueva cuenta al panfleto, como si pudiera leer este en un segundo antes de dar la respuesta.
— No realmente, se podría decir que ha menospreciado a nuestra hermana al enfocarse en nosotros. Pero por lo que sé, este es el segundo número, así que podría haberla mencionado en el primero.
— E imagino que no has leído el primero
Adelaide frunció el ceño, haciendo una morisqueta en dirección a su hermano mayor, quien simplemente se encogió de hombros.
— No, no he leído el primero. Este me lo dieron en la posada en la que paramos a comer hace ya varias horas
— Y has estado leyendo la primera plana desde ese momento — concluyó, escuchando el típico bufido molesto de su hermana — Perdona, ¿qué decías?
Tuvo que soportar la mirada de enfado que la rubia le dedico por largo segundos hasta que finalmente decidió continuar.
— Como sea, solo te lo digo porque seguramente madre vaya a... exaltarse demasiado. Y antes de que pienses o digas que no te incumbe, pues sí, lo hará. Sabes bien como se pone cuando se habla de nosotros en sociedad.
— Empiezo a replantearme la idea de porque regresamos a Londres
— Oh, ¿ahora si escucharás mi lista de razones por las cuales no debíamos volver? — cuestionó con una sonrisa traviesa.
— Sí, la leí, pero mi promesa a padre de encontrarte esposo es mucho más fuerte y también más divertido — su sonrisa se hizo amplia y burlona, aunque inmediatamente se borro, pues sintió un golpe en la canilla — ¡Adelaide!
— Ay discúlpame, ¿acaso te hice daño? Pues que bien — infantilmente le sacó la lengua en lo que Nikolai frotaba la parte que había recibido ese puntazo
— ¿Se pueden callar? Nadie puede dormir con ustedes, dos hablando y moviéndose como elefantes
Ambos rubios llevaron su mirada al tercer acompañante que tenían en el carruaje, Elliot, el hermano de en medio entre Nikolai y Adelaide, quien normalmente era el más activo de la familia.
— Los elefantes no hablan — respondió la rubia, recostándose en su lugar, mirando a su hermano mayor.
— Si lo hicieran hablarían menos que tú, Addie — señalo, haciéndole una mueca que la rubia respondió con otra de desdén.
Nikolai suspiró, él era el mayor de todos, el actual cabeza de familia, entre él y Adelaide había siete años de diferencia y no podía esperar que ella fuera la más madura, pero Elliot solo era dos años menor que él y ahí estaba, haciendo gestos y morisquetas con su hermana menor.
Mientras ambos rubios discutían, decidió observar por la ventana y hacer oídos sordos a la discusión sobre como hablarían o no los elefantes. Para su buena suerte, hace ya veinte minutos que habían pasado por el río Támesis, lo que los dejaba a pocos minutos su hogar.
— Ya llegamos — dijo sin más, callando con esas simples palabras a sus dos consanguíneos.
Ambos se callaron y se asomaron a sus ventanas, Addie estaba sentada en la izquierda del carruaje y no podía ver su hogar, al contrario, tenía la vista de Belgrave Square. Sonrió al ver el verde del parque, había un par de personas paseando por este, como siempre, disfrutando del encanto de aquel parque.
El carruaje paró frente a una imponente edificación. Kerington Hall se había construido hace, posiblemente, un siglo y había pasado por modificaciones para mantenerse en pie. La mansión era de cinco pisos de altura, flanqueada por dos alas laterales que se extendían hacia atrás, tenía un majestuoso pórtico de columnas corintias en la entrada principal y había sido el hogar de los Kerington cincuenta años después de su edificación.
Uno de los lacayos abrió la puerta, la rubia se levantó para ser la primera en bajar, así como había sido la primera en subir. Agradeció la ayuda del lacayo cuando le ofreció su mano y apenas poner los pies en tierra se hizo a un lado para dejar espacio a sus hermanos mientras su mirada recorría la fachada de su hogar. Entonces, la puerta principal de abrió y de esta salió la señora de la casa, su madre, junto a su pequeña hermana detrás de ella.
— Al fin llegaron — exclamó la mujer, quien al igual que sus hijos tenía una dorada cabellera bien acomodada y peinada — los eche tanto de menos
— Solo han sido tres semanas, mamá — respondió la rubia, recibiendo un afectuoso abrazo de la duquesa.
— Un día sin ver a los hijos es una pena para cualquier madre. Lo entenderás cuando estés casada y tengas a los tuyos
El abrazo pasó al momento a Elliot y luego a Nikolai, quienes solo saludaron a su progenitora sin poner ninguna queja de por medio para luego pasar a abrazar a la menor de sus hermanas.
— Deben estar cansados, pedí a Haveford que mandara a preparar un té en el salón — Primrose sonrió mirando a sus tres hermanos mayores.
— Si hay tartaletas de cerezas con gusto iré.
Addie tomó del brazo a su pequeña hermana para ambas entrar en la mansión de la familia. A esa hora del día y estando en el inicio de la temporada, cualquier señorita casaderas estaría, o recibiendo a sus cortejantes en el salón de visitas de su casa, o de paseo en Hyde Park para hacer "notar". Pero la familia Kerington apenas se estaba reuniendo en su casa de ciudad después de dos años, era algo que preferían mantener en familia antes de introducirse por completo a la sociedad.
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