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Sinopsis.

Mira las hojas del libro entre sus manos, releyendo lo que había escrito hace algunos años, cuando empezó su viaje.

«Tenía cinco años cuando empecé a recordar
las historias que me contaba mi madre. Ella
siempre contaba que bailaba junto al viento,
que le hablaba a las plantas y que los árboles
eran sus más preciados amigos. Creí en todas
esas palabras mientras crecía... aún creo en ellas»

Eddward Marion tenía doce años cuando su madre fallece de un problema en su corazón. La noche antes de partir, Sarah tomó sus manos y las acarició. Entonces, ella dijo:

ㅡMi bella estrella, necesito que escuches a mamá con atención, ¿sí? ¿Puedes hacer eso por mí? ㅡel niño asintióㅡ. ¿Le prometes a mamá buscar Amnis por ella, pequeño?

ㅡ¿Amnis? ㅡpreguntó, ladeando un poco su cabezaㅡ, ¿la tierra de tus cuentos, mamá?

La mujer apretó sus manitos con un poco de fuerza. Su rostro hizo una mueca pasajera, el niño aún seguía confundido. Volvió a sonreír, acariciándole sus cabellos ahora.

ㅡNo son sólo cuentos. No cómo dice tu padre ㅡmurmuró.

Señaló el armario. Aquel armario que escondía todos sus secretos. Cuando Eddward tenía un mal día, su madre lo hacía esconderse con ella en su armario, le contaba historias y lo dejaba llorar hasta que sus ojos se secaban.

Le dijo que entrara y se escabullera hasta el final del armario, cómo si fuera a irse a Narnia. Allí, dónde la pared y el suelo se unían con una pequeña tableta, habría una pequeña caja esperándolo.

Salió con una caja entre sus brazos. El polvo de la tapa volvió gris su camisa, en la parte de su pecho. Desobedeciendo a su médico de cabecera, Sarah tomó asiento en la cama y tomó la caja, dejándola sobre su regazo. Limpió la tapa con unos pañuelos y llamó a su hijo para que se acercara.

La caja tenía unas bellas líneas encima, cómo si un árbol hubiese tomado la tapa con sus raíces. Tenía pequeñas piedrillas sin brillo pegadas sobre el centro de aquellas pequeñas flores decorativas. Eddward admiró la caja cómo jamás había admirado nada antes.

ㅡ¿Recuerdas que siempre te dije que podías llorar? ㅡle preguntó, mirándole con una sonrisaㅡ. Cuando el tulipán que plantaste en nuestro jardín creció y se marchitó después de unos años. Tu padre dijo que no era de hombres el llorar, y no te lo permitió porque tú eras un hombrecito fuerte, ¿recuerdas?

ㅡSí, mamá. Pero igual lo hicimos ㅡconfesó, en voz bajaㅡ. Cuando papá se fue a trabajar, ¿lo recuerdas, mamá? Nos metimos en el armario y me dijiste que mi tulipán siempre estaría contento por mis cuidados, y que podía llorar su muerte si quería.

ㅡEso es, mi niño ㅡasintió a sus palabras, el niño sonrió ampliamenteㅡ. ¿Recuerdas lo que te dije? ㅡel niño dudóㅡ. Dije, que podías llorar porque hasta los hombres fuertes y valientes lo hacen a veces. Lo hacen cuando lo necesitan. Y está bien que lo hagan.

Siguió leyendo lo escrito en su cuaderno.

«Mi padre es un buen hombre, una persona muy
trabajadora y muy amable. Gracias al cielo, yo aún
tenía a mi mamá cuando crecía; había cosas que él
no me dejaba hacer, porque yo era un niño, un varón,
un hombre; y debía comportarme cómo tal. Cuando
tenía diez años, mi mamá me enseñó a coser; a
escondidas, ya que a papá no le gustaba»

«Aprendí crochét a los once, también a escondidas.
Cuando me sentía muy triste, corría con mi mamá y
los dos nos escondíamos para que yo tuviese toda
la libertad posible para expresarme cómo quería.
Mi padre no era abusivo. Siempre supuse que lo único
que quería era no verme llorar. Mamá siempre decía
que estaba bien llorar. Estaba bien ser débil a veces»

El collar que la madre de Eddward solía llevar siempre, tenía la llave para abrir la caja de madera. Abrió la cerradura con cuidado, mientras su pequeño hijo la observaba. Eddward se sentía cómo si estuviese en una historia de piratas.

Para el mayor asombro del niño, la madre abrió la caja y alejó sus manos de ella. El niño tocó, con su dedo índice, las cosas que estaban superpuestas: los pequeños cartoncillos con las recetas de las tartas mágicas de su abuela Linabeth; los tés mágicos de su madre (pociones magicas, les llamaba). Más abajo había dibujos de plantas y flores, bellotas pequeñas, llaves de viejos diarios.

ㅡ¿Ves, cielo? No son simples cuentos ㅡsusurróㅡ. Eddward, cariño, las cosas que mamá te contó son reales. Todas las historias, son todas reales ㅡel niño asintió para darle a entender a su madre que comprendía sus palabras, aunque realmente no lo hacíaㅡ; prométeme, por favor, que encontrarás Amnis y vivirás allí.

ㅡ¡Lo prometo, mamá! ㅡdijo, sonriente. Luego, cambió su semblante por una mueca tristeㅡ. Pero no puedo vivir allí.

Su madre se incorporó un poco después del escalofrío que sufrió: ㅡ¿Por qué no?

ㅡPorque no puedo dejar solo a papá.

ㅡOh, pero papá lo entenderá ㅡmusitó, acariciándole sus bracitosㅡ. Entenderá que eres un niño grande y tienes que tener tu libertad. Entenderá que este no es el mundo al que tú perteneces ㅡtomó la caja con sus manos temblorosas.

Puso la tapa nuevamente en su lugar, cerró con la pequeña llave y se la tendió a su hijo. El niño tomó la caja con cuidado, con esa mueca confundida que hacía reír a su madre.

ㅡLlévatela. Escóndela dónde tu padre no pueda encontrarla.

ㅡEstá bien.

Siguió leyendo, párrafos y párrafos sobre su madre.

«Mi madre era una buena mujer. Atenta, amable,
cariñosa... pero, sobre todo, era una mujer feliz.
A veces añoraba las cosas que los niños añoraban;
volar cómo los pájaros, defender princesas de los
grandes dragones encantados, ir a muchas tierras
lejanas, bailar con hadas y ser amiga de los duendes.
"Cosas de niños, no de adultos", decía mi padre.
Mamá decía que él estaba equivocado.
Yo también creía eso»

Sarah se quitó el collar. Cuando su hijo regresó corriendo de su habitación, puso sobre su cuello el collar. Besó su frente y le pidió ayuda para volver a recostarse en la cama. Antes de marcharse, la mujer le pidió un vaso con agua.

ㅡEddward, espera ㅡdijo, mirándolo.

ㅡ¿Qué sucede?

ㅡTe amo, mi niño ㅡle sonrióㅡ. Te amo cómo jamás he amado a nadie en todo el mundo.

El niño abrió los ojos muy grande: ㅡ¿No amas así de mucho a papá?

La mujer negó con pequeñas risillas: ㅡAmo a tu padre, muchísimo. Pero a tí te amo muchísimo, muchísimo más. Tú eres mi pequeño bebé, mi más valiente caballero... el amor en mi vida, y el amor de mí vida.

ㅡYo también te amo, mamá ㅡmiró el pasillo y luego regresó corriendo al borde de la cama, abrazando a su madre y llenándole la cara de pequeños besosㅡ. Le diré a papá que te traiga tu agua fría.

ㅡCon mucho hielo, ¿sí?

ㅡMucho hielo, está bien.

ㅡGracias, cariño.

ㅡTe amo, mamá ㅡsusurróㅡ. ¡Mucho más que a papá!

Cuando salió al pasillo y cerró un poco la puerta de la habitación, oyó a su madre pronunciar algunas palabras; se acercó para oírla mejor. Una sonrisa surcó los labios del niño mientras oía a su madre cantar aquella canción que tanto le encantaba. Aquella que le cantaba por las noches o cuando lloraba. Aquella que, inconscientemente, quedaría grabada en su memoria por siempre.

En la planta baja, su padre regaba las flores que habían florecido recientemente, en las macetas del borde de la ventana de la cocina.

ㅡPapá ㅡllamó el niño, y Jhonny se volteó con una sonrisilla.

ㅡ¿Sí, pequeño?

ㅡMamá me dijo que quiere agua. Y que, por favor, le pongas hielo.

ㅡ¿Con hielo? ㅡse volteó, dejando la regadera azul en el borde de la mesaㅡ. ¿Ella te pidió eso?

ㅡSí, ella dijo: ㅡhizo la misma mueca que había hecho su madre y luego el ademán de sus manosㅡ, quiero muuuucho hielo.

ㅡAh ㅡdijo, relamiendo sus labiosㅡ. A ver... déjame preguntarle a mamá.

ㅡPero, ella me dijo...

ㅡEddward, sé un buen niño y quédate aquí abajo.

Leyó los últimos párrafos mientras, finalmente, apagaba el motor de su camioneta.

«El doctor de mi madre le prohibió el hielo,
las cosas picantes y la comida en pedazos
grandes. En esos momentos, y más cuando
eres un niño de doce años, no le prestas la
atención necesaria a esas cosas. Tal vez, si me
hubiese fijado un poco más en la mueca de
mi padre en ese entonces... la forma en la que
él dejó el delantal sobre la mesa y, que si no
hubiese sido por mí estando ahí en la cocina,
la regadera hubiese caído al suelo»

«Debería haberme fijado más en que él no se
preocupó por tomar aquel vaso con agua y el
hielo que mi mamá había pedido. Debería haber
prestado atención en cómo le costaba subir las
escaleras. Debería haber prestado atención a la
forma tan directa en la que mi padre me obligó
a quedarme en la cocina. Porque, cuando eres
pequeño, no notas los esfuerzos de los adultos
para proteger la inocencia de los infantes»

El pequeño Eddward frunció el seño. Mientras se repetía y reía pensando que su padre era un tonto por no escucharlo, llenaba la mitad de una taza de Bob el Constructor y ponía tres cubos de hielo en la taza, pensando que con eso sería suficiente. Subió las escaleras con cuidado, mirando los cubos de hielo moverse en círculos sobre el agua.

Eddward Marion, con tan sólo doce años de edad, yacía de pie en el umbral de la puerta de la habitación de sus padres, con su taza amarilla favorita entre sus manos, sin entender el por qué su padre lloraba tanto a un lado de su madre, quién dormía en su cama con una bella sonrisa tranquila en sus labios.

«En mi inocencia... le dije a mi padre las cosas
que seguro mi madre le habría dicho. Le dije...»

ㅡEstá bien si lloras. Los hombres más valientes y fuertes lo
hacen. Cuando lo necesitan, ellos lloran. Y está bien hacerlo.

Eddward, ahora con veinticinco años, se baja de su camioneta y cierra el pequeño cuaderno, admirando la gran arboleda frente a él.

Un nuevo viaje estaba comenzando.

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